CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).-
En los pasillos del Vaticano se percibe gran tensión. Algunos dicasterios se
han convertido en cuartos de guerra. Después de su llegada de Irlanda, “El Papa
está amargado”, reporta la agencia Ansa. No es para menos: justo en el momento
de mayor vulnerabilidad de Francisco, sacudido por escándalos de pederastia
clerical en Chile, Irlanda y Pensilvania, Carlos María Viganò, un exnuncio
ultraconservador y también alto funcionario de la curia, publica una carta de
11 páginas en las que acusa de encubrimiento al pontífice argentino.
Viganò concluye: “El Papa
Francisco debe ser el primero en dar un buen ejemplo a los cardenales y obispos
que encubrieron los abusos de McCarrick (Theodore Edgar, el ex cardenal y
arzobispo emérito de Washington) y renunciar junto con todos ellos”.
Es un hecho inaudito, un
prelado con resonancia en los medios conservadores demanda la renuncia del
Papa. ¿Quién es Viganò? ¿Un exterminador de pontífices? El atrevimiento de Viganò
fue orquestado y aún se perciben las réplicas de alta magnitud en actores y
medios que han cerrado filas contra las reformas de Francisco. Hay muchos
intereses en juego, y la exigencia de su renuncia abre con zozobra la
anticipada atmósfera de la sucesión pontificia. Pero también los contraataques
de simpatizantes del ala bergogliana se dejan sentir. Todo el aparato de
Francisco juzga y delibera de manera implacable la sinuosa trayectoria del
arzobispo rijoso. Se exaltan los resentimientos de Viganò, sus ambiciones
frustradas y su inclinación ideológica por la ultraderecha católica
estadunidense.
¿Por qué Francisco afronta un
momento de vulnerabilidad? ¿Por qué se elige este momento, justo en la delicada
visita a Irlanda, uno de los epicentros de pederastia clerical? La bomba
soltada por Viganò fue de gran precisión. Como preámbulo, se debe destacar que
Francisco no afrontó la pedofilia con la severidad requerida ni con medidas
contundentes. Continuó la “tolerancia cero” más como retórica que como política
de Estado. Cayó en desacato a medidas dictadas por la ONU en Ginebra sobre los
derechos de la infancia. Prominentes miembros de la comisión creada por
Francisco para combatir el abuso sexual renunciaron; Marie Collins y Peter
Saunders, activistas y víctimas sobrevivientes de abuso clerical, denunciaron
falta de voluntad del Vaticano y se fueron. Por si fuera poco, se le reprochó a
Francisco ser condescendiente con algunos miembros de su estructura acusados de
encubrimiento y abusos sexuales; entre ellos el actor más visible es el
cardenal George Pell, secretario de Economía de la Santa Sede, quien ahora
enfrenta cargos muy delicados por la justicia de Australia. Pero hay otros,
como Rodríguez Maradiaga, cardenal de Honduras, señalado por encubrimiento.
En enero de 2018 Francisco
visitó Chile, una de las visitas más tensas de su pontificado. La población y
sectores católicos de este país le reprochan su apoyo público al obispo Juan
Barros, encubridor de Fernando Karadima, un pederasta tipo Marcial Maciel. La
defensa de los obispos fue un desastre. La presión de los medios a nivel
internacional le lleva a realizar una investigación, vía el arzobispo Charles
Scicluna, un maltés experto en derecho canónico, quien concluye evidenciando
una amplia red de complicidad eclesial en aquel país sudamericano. El Papa pide
perdón, reconoce que fue mal informado y convoca en Roma a una reunión
extraordinaria con todos los obispos chilenos. En pleno, todos renuncian, se
formaliza una crisis institucional de la Iglesia chilena mientras que Francisco
recibe a diversas víctimas.
En agosto pasado, el Informe
Pensilvania es devastador. Más de mil infantes abusados y 300 sacerdotes
pederastas en ocho diócesis de aquel estado en los últimos 70 años. Son
detalladas las perversidades de muchos curas al violar a niños con demencia
patológica. El Papa vuelve a publicar una carta en la cual reitera su
compromiso de acabar con esta lacra; expresa su vergüenza. Se solidariza con
las víctimas y critica el clericalismo de la Iglesia. Justo a la mitad de la
delicada visita a Irlanda, uno de los países más católicos de Europa –con más
de 14 mil casos de abuso–, emerge en los medios el misil del exnuncio Viganò:
acusa de encubrimiento a Francisco y exige su renuncia.
Francisco resiente la embestida
de la galaxia medieval de la derecha católica. No sólo es un ataque; es una
provocación. No sólo es un inédito gesto hostil, sino el objetivo es minar la
credibilidad mediática que Francisco ha alcanzado en estos cinco años de
pontificado. En Irlanda, las calles semivacías son tomadas por las protestas de
activistas y dicha tensión es recogida por el primer ministro irlandés, Leo
Varadkar, al pedir al Papa que pase “a la acción” en el tema de los abusos.
La carta explosiva de Carlo
María Viganò no tiene desperdicio. Confirma el sistema estructural de
complicidades que toca las más altas esferas de la jerarquía eclesiástica. En
torno a la escabrosa trayectoria del cardenal estadunidense Theodore Edgar
McCarrick, además de Francisco exhibe también, aunque con matices, a los Papas
Juan Pablo II y Benedicto XVI. Es muy severo con los secretarios de Estado
Angelo Sodano y Tarcisio Bertone. Desliza la Omertá y encubrimientos al más
alto nivel de la Iglesia. Pone en evidencia el código sinestro de ocultamiento
clerical y el protocolo cómplice que tanto ha denunciado en México Alberto
Athié.
El Papa Francisco ha elegido
el silencio y prefiere no comentar sobre la demanda de renuncia ni las severas
imputaciones. En el avión, de regreso a Roma, declaró ante los periodistas:
“Cuando pase un poco de tiempo y hayan sacado sus conclusiones, quizás yo
hable”. En cambio, los obispos norteamericanos lo presionan, le demandan dar la
cara, investigar a fondo las imputaciones y responder la delicada misiva.
No es la primera vez que
Carlo María Viganò aparece en la palestra. En el escándalo Vatileaks figuran
sus cartas en las que denuncia la corrupción de la curia romana y fustiga al
otrora poderoso cardenal Bertone por promover el llamado Lobby Gay. También el
16 de julio de 2017 firmó un documento que reprochaba las herejías contenidas
en el documento sobre la familia Amoris Laetiti. Este grupo de católicos está
vinculado al lobby petrolero, que también cuestionó la encíclica de Francisco
Laudato Sí. Está emparentado a la derecha religiosa que arropa a Donald Trump.
Además, el grupo tiene lazos con los cardenales rebeldes en la curia romana
encabezados por Raymond Leo Burke y Gerhard Ludwig Müller.
Los católicos conservadores
buscan frenar las reformas y la manera de concebir la Iglesia del Papa
Francisco, y no sólo su apertura a los homosexuales y comunión a los
divorciados vueltos a casar. Temen que en el próximo Sínodo de la Amazonía de
2019 se abra y se discuta el espinoso tema del celibato sacerdotal. Recordemos
que muchas comunidades y pueblos originarios en el Amazonas conciben una
autoridad religiosa con la fertilidad y la sexualidad.
Ante la actual crisis,
Francisco no va a renunciar. Es jesuita, está educado para ejercer y forcejear
por el poder. Pero la guerra conservadora está declarada, desde 2015 no ha dado
tregua. Ahora, de manera oportunista, la derecha usa la pederastia eclesial
como bandera cuando ella misma ha ejercido esa práctica, la ha encubierto y ha
guardado silencios cómplices entre sus correligionarios.
Pero no debemos perder de
vista que Francisco cumple 82 años en diciembre. Sea por renuncias o
fallecimiento, se está operando una anticipada atmósfera sucesoria. Casi la
mitad de los cardenales actuales han sido nominados por él. Y aun cuando no
podemos afirmar que en el colegio cardenalicio predomine un ala progresista
entre los cardenales actuales en un eventual cónclave, se perfila el nombre del
cardenal filipino Luis Antonio Tagle, arzobispo de Manila, quien no cuenta con
más de dos tercios de los votos necesarios del colegio.
Tampoco podemos decir que el
ala conservadora sea preponderante, pues hay varios nombres, pero las pujantes
y conservadoras Iglesias en África, muy en desacuerdo con Francisco, podrían
proponer al ultraconservador cardenal africano Robert Sarah, de la Guinea
Francesa y actual Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la
Disciplina de los Sacramentos, para afirmar la certeza de la tradición católica
como valor propio.
Expertos vaticanistas como
Sandro Magister sostienen que si no hay predominio entre los bandos –sea por
conceso o compromiso–, la figura de Pietro Parolín, actual secretario de
Estado, podría emerger como alternativa. Él es bien visto por una amplia franja
de cardenales y se le identifica con Francisco, aunque no del todo con sus
audaces reformas.
Se respira un aire pesado en
Roma. El del flagelo de la pedofilia es usado contra Francisco paradójicamente
por los conservadores que la han ejercido bajo el manto protector de la
impunidad eclesiástica. Su pontificado está sacudido de manera severa, pero él
no renunciará, si bien esto lo obliga a hacer concesiones. ¿Cuáles? Los
conservadores arremeten contra el Papa reformista y están creando, en nombre de
Dios, un clima golpista.
*
Sociólogo experto en el estudio de las religiones.
Este análisis se publicó el 2 de septiembre de 2018 en
la edición 2183 de la revista Proceso.
(PROCESO/ ANÁLISIS/ BERNARDO BARRANCO V./ 8 SEPTIEMBRE,
2018)
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