Fotos: Internet
Frente a la catedral de San
Patricio, en el andador principal del Centro Rockefeller de Nueva York y a la
izquierda, está una librería ordenadamente tupida con ejemplares en todos los
idiomas. Es un reducido pero bien aprovechado espacio. Al entrar y a pocos
pasos, es preciso caminar de lado entre los anaqueles para desembocar en ese
gran espacio destinado al tesoro de la escritura latinoamericana y española.
Tiene un segundo piso al que se llega por una angosta escalera de madera con
cada peldaño alfombrado. Pero no se puede subir de un solo tiro. Es que hay
muchas obras recargadas sobre la pared y atraen tanto que se queda uno
engarrotado con los pies sobre inmediatos escalones.
Allí encontró mi esposa un
libro que por mucho tiempo busqué en Tijuana y en México: Notas de Prensa
1980-84 de Gabriel García Márquez. De pasta dura y forro a todo color con la
jacarandosa imagen del colombiano, mirando de frente, chispazo guapachón en la
mirada, sonrisa a medias, pelo lacio cortito, entrecano y camisa de mezclilla.
En fin, más que libro, una joya. La Editorial Mondadori lo imprimió en España y
le costó a mi mujer 54 dólares. Cuando me lo regaló escribí emocionado en la
primera página blanca después de una negra: Nueva York, Noviembre 25/96.
Sin prólogo ni nota del
autor, entré de lleno a la lectura cachonda, sabrosa, alegre, entretenida y
asombrosa de Gabo, como le dicen amigos, admiradores y especialmente sus
paisanos. “El Fantasma del Premio Nóbel (1)” aparece en la página siete y lo
sentí como un anzuelo que irremediablemente me atrapó. Con esa exquisita
narrativa mágica, García Márquez me transportó a un lado del gran escritor argentino
Jorge Luis Borges cuando relató cómo cada año este hombre vivía días de
angustia previamente a la designación del Premio Nóbel de Literatura. Era
candidato obligado y nunca premiado hasta 1991 cuando se editó “Notas de
Prensa”.
La escritura de Gabo me
empujó a imaginar rápidamente una escena viendo de espaldas a Borges rodeado de
reporteros a los que manifestaba su protesta por esos dos meses de ansiedad a
que son sometidos los presuntos al Nóbel desde hace muchos años. Y a pesar de
que no lo describía así García Márquez, yo aluciné y hasta vi a don Jorge Luis
dando la media vuelta y dejando a los reporteros pasmados, boquiabiertos, lápiz
congelado sobre las libretas, con la boca abierta y los ojos fuera del visor de
las cámaras o la lente de sus video-aparatos. Lo vi como si lo tuviera
enfrente: Relamida su cabellera blanca, medio caído un párpado, holgados cuello
de la camisa y traje, apoyando su humanidad en el bastón infaltable y
arrastrando sus pies calzados siempre de fina y lustrada piel que seguramente
antes fueron ágiles para el tango.
Infortunadamente no pude
llegar más allá de “El Fantasma del Premio Nóbel (2)”. Me gustó tanto el 1, que
lo leí como diez veces o más sin darme cuenta que había pasado la medianoche y
hube de suspender la lectura ante los compromisos mañaneros.
De regreso a Tijuana vía San
Diego, California, más tardé en repasar esas dos primeras notas de prensa que
ser atrapado por el asombro: “Seamos machos, hablemos del miedo al avión”,
título de la tercera nota. Recién despegó mi vuelo nocturno de Nueva York
cuando el destino, la casualidad o la magia coincidieron: Leía a García Márquez
contando su viaje aéreo a esa misma ciudad, pero desde Miami y me estremecí
cuando escribió que en aquella ocasión tuvo conciencia de la que llamó
“imposibilidad física” para que un avión se sostuviera en el aire. Mi primera
reacción fue voltear hacia las ventanillas desde el asiento que ocupaba en el
bloque central. No encontré la estrella que según García Márquez siempre acompaña
a los aviones. Pero entre penumbras la cabina y casi todos los pasajeros
durmiendo, el ronroneo del jet me provocó la sensación de lo que leía: En medio
de aquella oscuridad, el avión no tenía puntos de referencia en las ventanillas
para medir su velocidad. Parecía suspendido en el aire tal como lo escribió
Gabo y de veras, me estremeció. Cosas pues, de su magia.
Dos cosas nunca imaginé en
aquel momento: Primero, que justamente un año después me herirían de muerte y
que dos años y seis meses más tarde estaría sentado precisamente a un lado de
Gabriel García Márquez en Santa Fe de Bogotá, Colombia. Cuando lo vi entrar al
salón donde se conmemoraba el Día Mundial de la Libertad de Expresión, no
estaba como en la portada del libro. Su pelo ya no era lacio ni corto sino
enchinado y una calva asomándose a su coronilla. Ya no llevaba camisa de
mezclilla, traía una amarillo opaco rematada con una corbata floreada. Vestía
un hermoso traje color tabaco con rayas tenues amarillas y café claro. Así como
el terno estaba cortado sin duda a su medida, me dio la impresión que sus
zapatos casi de charol y también de color tabaco claro, fueron hechos solamente
para sus pies. Jamás me imaginé su caminar tan cortito y rítmico como si en
cualquier momento fuera a soltar todo su cuerpo para dar dos que tres pasos de
una guaracha o un danzón. Ah, y los lentes siempre.
Cuando supe que me sentarían
a su lado llevé “Notas de Prensa 1980-84” para que, por favorcito, lo firmara.
Pero aquello estaba muy ceremonioso. Primero habló el Presidente colombiano
Andrés Pastrana que enseguida condecoró a Doña Ana María Busquets viuda de Cana
Izaza, el periodista asesinado en 1986 y homenajeado ahora. Luego leyó Gabo un
hermoso escrito recordando a su compañero. Entonces hubo un receso y al
bajarnos del estrado le dije “…Maestro, traje un libro para que me diera su
autógrafo”. Caminando un poquito adelante de mí respondió con un forzado
–¿Cuál?, y en lugar de pronunciar el título le enseñé la portada. Primero soltó
un –nnoooo de aburrimiento y luego de mala gana dijo que estaba enfermo, que
nada más se levantó de la cama para asistir a la ceremonia. –Después te lo
firmo, dijo con un tono que interpreté como cuando alguien se quiere quitar de
encima a otro. Prometió regresar más tarde. Sin acompañantes salió del salón
erguido, con el escrito en la mano y por una puerta que nada más utilizó el
Presidente con su hermosa esposa para retirarse de la ceremonia.
Gabo no volvió nunca a la
jornada del Día de la Libertad de Prensa y me quedé sin autógrafo. Cuando
viajaba de Santa Fe de Bogotá a México, eché cuentas. Mi libro viajó desde
Nueva York a Tijuana y luego ida y vuelta a Colombia. En total, 18 mil
kilómetros y no fue posible un autógrafo. Éste hubiera sido un tema excelente
para García Márquez sobre todo por la coincidencia que en 96 mi esposa compró
el libro en Nueva York cuando recibí el premio del Comité de Protección a los
Periodistas y en éste 99 buscaba la firma al ser distinguido con el galardón
Mundial de Periodismo en Colombia, dispuesto por la UNESCO y la Fundación
Guillermo Cano, denominada así en memoria del inolvidable director del
periódico El Espectador, asesinado por el narcotráfico.
Le conté a una amiga de
Bogotá el episodio con García Márquez y me sorprendió diciendo que muchos de
sus paisanos estaban otra vez desilusionados con Gabo. El discurso que
pronunció en recuerdo de don Guillermo Cano Izaza, su compañero, lo escribió en
1987 y fue publicado un día antes en un suplemento especial de El Espectador.
García Márquez lo releyó y nos asombró a los que nunca leímos u oímos esa pieza
magistral, pero mi amiga colombiana me dijo que sus admiradores casi casi se
sabían el texto de memoria. “Si Gabo hubiera aprovechado esta ocasión para
decir algo sobre la necesidad de paz en Colombia, nos hubiera puesto en primera
plana de todos los periódicos del mundo. Nos hubiera ayudado mucho…”, pero
desconsolada explicó que los reporteros se dieron cuenta de lo antiguo de su
texto, y le dieron otro enfoque a la reunión convocada por UNESCO y la
Fundación Guillermo Cano.
En fin. El recuerdo de Nueva
York, mezclado con el libro que jamás tuvo autógrafo me acompañaron en el viaje
de Bogotá a México nuevamente de noche. Entonces, sentí que la magia del
escritor se estrelló con su actitud y llegué a dudar si García Márquez el que
leí era el que recién vi.
Escrito tomado de la colección
“Dobleplana” de Jesús Blancornelas, publicado en mayo de 1999.
(SEMANARIO ZETA/ DOBLEPLANA JESÚS BLANCORNELAS/ LUNES, 9 JULIO, 2018
12:00 PM)
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