Entre sus víctimas se cuentan 20
mujeres, incluida una anciana, a quienes les quitaba la vida para ‘liberarlas’
del pecado
El ser humano, desde su
aparición como especie, se ha quitado la vida entre sí, ya sea por cuestiones
meramente territoriales, alimentación, conflictos varios como la apropiación de
algo, o alguien, accidentes, hasta por sentimientos abstractos como venganza,
odio y placer.
En la Tierra se tienen
registros de masacres multitudinarias desde hace más de 9 mil años, mismas que
continúan hasta el día de hoy, producto de intervenciones militares entre
naciones… La historia no ha cambiado.
¿Se considera un asesino
serial a aquel que, ataviado con un traje, o uniforme, da una orden que en
minutos, quizá horas, puede acabar con la vida de cientos o miles de personas?
La ciencia, establece que un asesino es aquel que actúa con alevosía,
ensañamiento y obtiene una compensación en la consumación del acto.
México no es ajeno a las
masacres y casos como Tlatelolco (1968), Acteal (1997) y Ayotzinapa (2014) nos
lo recuerdan a diario. Órdenes van, órdenes vienen y en pocos casos la justicia
se hace presente.
Hay individuos, solitarios la
mayoría, que asesinan por puro placer, psicóticos, o incluso mentalmente sanos,
que provienen de un entorno violento, de abusos y falta de empatía y que,
cuando adquieren conciencia de que pueden doblegar a alguien, actúan de manera
violenta obteniendo placer o un simple, y abstracto, sentimiento de justicia.
Uno de esos personajes, quien
siempre se desenvolvió como un ser más del Distrito Federal, pasando
desapercibido entre la urbe, fue Francisco Guerrero Pérez, “El Chalequero”, que
vivió a finales del Siglo XIX e inicios del XX en la zona de Peralvillo, muy
cerca de Tepito y La Lagunilla. Contemporáneo de Jack “El destripador”, el
mexicano emuló sus crímenes sin siquiera saberlo.
A “El Chalequero” se le
considera el primer feminicida de México y es que por años mató a mujeres, la
mayoría prostitutas, a las cuales estrangulaba y degollaba para después tirar
sus restos en el río Consulado.
Los periódicos, pasquines y
folletos de finales del siglo XIX comparaban a Guerrero Pérez con Jack “El
Destripador”: “Allá por los años de 1880 a 1882, Jack el destripador
horrorizaba buena parte de la culta Europa… Nunca en México habíamos tenido la
desgraciada noticia de un criminal tan terrible y sanguinario. Desde hace
veinte años se venían registrando crimen tras crimen, hasta la suma de 17
mujeres degolladas horriblemente”, refería El Imparcial.
Y añadía: “Por aquella época
existía un tenorio de barrio, un chulo de pasarela, lo que pudieran llamar los
guatemaltecos un guapo”, al referirse a “El Chalequero” que, ciertamente y
según las crónicas de la época, gozaba de un buen porte y siempre iba ataviado
con sus mejores galas, chaleco incluido, lo que le permitía “engatusar” más
fácilmente a las damas que caían en sus manos.
Para el periodista Bernardo
Esquinca este asesino, que puso en jaque a las autoridades capitalinas de aquel
entonces, es uno de los personajes que impulsaron el llamado boom de la nota
roja que se mantiene hasta la fecha.
Esquinca lo utiliza como uno
de sus personajes principales en su libro “Carne de ataúd”, historia en la que
“El Chalequero”, además de aparecer en la portada, le sirvió como referente
para reflejar los vicios del porfiriato, pues el propio dictador le perdonó la
vida, en una ocasión, al revocarle la pena de muerte para imponer, en su lugar,
20 años de cárcel, además de que el asesino murió en 1910, justo cuando se
desató la Revolución Mexicana.
Según las crónicas
porfiristas, el apodo del asesino provenía de dos probables, y yuxtapuestas,
razones: una era su porte, elegante, en cuya vestimenta nunca podía faltar el
chaleco y la otra del hecho de que sostenía relaciones sexuales con sus
víctimas a “chaleco”, sinónimo popular de “a la fuerza”.
Se calcula que entre 1880 y
1888 asesinó a 20 mujeres, prostitutas la mayoría, además de una anciana. En
aquella época él mismo confesó que lo que lo llevaba a realizar el sanguinario
acto era un deseo de acabar con el pecado en el que incurrían sus víctimas.
Guerrero Pérez, el “Jack el
destripador mexicano”, encaja perfectamente en el perfil de asesinos que
algunos especialistas llaman “ángeles de la muerte” que son aquellos que se
creen con el derecho de matar a alguien a manera de misericordia. Esos que
consideran que es mejor que las personas mueran a que sufran o cometan pecados
que tarde o temprano los llevarán al “infierno”.
La terrible carrera de “El
Chalequero” terminó cuando murió en prisión en 1910, a los 70 años. Antes de su
última condena libró la pena de muerte cuando Porfirio Díaz revocó su sentencia
y le dio 20 años de prisión, sin embargo, apenas y cumplió su condena pues lo
indultaron “por error” en 1904.
Volvió a pisar la cárcel
cuando en 1908 asesinó a una anciana que según su propia declaración “lo había
hecho enojar”… Nunca más volvió a ver la luz del día sin unos barrotes de por
medio.
LAS ILUSTRACIONES DE ¿POSADAS?
A uno de los ilustradores más
importantes que ha dado México: José Guadalupe Posada (1852-1913), se le
atribuyen algunas imágenes del perverso asesino.
En 1887, cuando en la prensa
se dieron a conocer los crímenes, los ilustradores utilizaban imágenes
comerciales pero este caso, en particular, ameritaba un trabajo más elaborado y
detallado.
La mayoría de imágenes que se
conocen de “El Chalequero” provienen de la imprenta de Antonio Vanegas Arroyo y
fueron publicadas en El Imparcial y El Monitor Republicano.
En los grabados se aprecia la
figura sombría del hombre, tal como lo describen los testimonios de la época,
con un cuchillo en su mano izquierda degollando a mujeres.
Está imagen sería utilizada
tiempo después para ilustrar “Las derrotas de los alzados carrancistas./Una
mujer degollada”.
(REPORTE INDIGO/ INDIGO STAFF JUN 17, 2018)
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