Dice Andrés Manuel López
Obrador que la elección presidencial no será parejera. Tiene toda la razón.
Mientras la lucha entre Ricardo Anaya y José Antonio Meade se mantenga sin una
declinación de facto, no hay forma que sea una contienda binaria, como se llegó
a señalar en este mismo espacio que sería. Asimismo, mientras haya dos
candidatos que no cejen en ser los rivales finales de López Obrador, el
candidato de Morena caminará, literalmente, a la silla presidencial. Pareciera
un contrasentido que dos candidatos que tienen como principal enemigo al
tabasqueño, sigan saboteando la posibilidad que uno de ellos sea el adversario
designado, como sucedió en 2006 y 2012. Pero no lo es porque el encono y la
lucha entre Anaya y lo que representa Meade, es mayor que su temor al triunfo
de López Obrador y un cambio de dirección en el rumbo del País.
Los candidatos de las
coaliciones del PAN y el PRI están en una dinámica de destrucción mutua.
Ninguno tiene actualmente la fuerza para derrotar a López Obrador por sí solo y
al mismo tiempo, ninguno mostró durante el segundo debate presidencial estar listo
para entregar la plaza. En este espacio se publicó el lunes: “Si el primer
debate presidencial… fue la confirmación de que el segundo lugar en la
contienda era… Anaya, el segundo debate, fue el arranque de una segunda vuelta
electoral por la vía de los hechos, donde quienes no quieren que camine solo
hacia Palacio Nacional… López Obrador, se verán en la encrucijada de respaldar
al segundo lugar consolidado y sacrificar, quienes hayan optado por otra
opción, a abandonarlo en el último tramo de la campaña”.
La terca realidad mostrada
por Anaya y Meade es que no van a ceder. Se aplica el Dilema del Prisionero en
Teoría de Juegos, donde la mejor solución es que si ceden ambos, se ayudan los
dos. Si no trabajan en forma cooperativa, ambos perderán. Así van rumbo al 1 de
julio, a perder los dos. La alianza implícita de 2006 con el apoyo del PRI al
PAN, y de 2012, con el respaldo del PAN al PRI, es hoy imposible. Anaya mandó
señales al Gobierno para abrir la ventana de un voto útil hace tres semanas,
pero los anticuerpos que él mismo construyó durante más de un año de martillear
sobre la corrupción del PRI y prometer llevar a la cárcel al Presidente Enrique
Peña Nieto, reaccionaron. No permitieron que Anaya concretara el borrón y
cuenta nueva, y lo obligaron a mantener la ruta que trazaron.
Esa ruta tenía un diseño
estratégico: si no se corría al espacio antisistémico ocupado por López Obrador
desde hace dos décadas, todo el malestar social contra Peña Nieto y el PRI, lo
capitalizaría únicamente él. En la búsqueda de capturar una parte de ese voto
de coraje, Anaya dinamitó la posibilidad del voto útil que se dio en las dos
últimas elecciones presidenciales. La apuesta era inteligente, pero nunca
consideró que iba a ser sometido a una persecución política y mediática por el
presunto delito de lavado de dinero, que aunque no se ha podido judicializar,
fue suficiente para frenar su crecimiento electoral e impedir, quizás con
éxito, que esté en condiciones de amenazar a López Obrador. Está bastante claro
hoy que los priistas votarían más por el candidato de Morena que por el
frentista, con lo cual se puede plantear como hipótesis que no tiene manera de
ganar las elecciones.
En una situación idéntica,
pero por razones distintas -el malestar y hartazgo contra Peña Nieto y el PRI-,
Meade no está en condiciones de ganar la elección. Tampoco está claro si ante
una eventual caída de Anaya en las preferencias electorales, se pudiera dar un
voto significativo de panistas a favor de él. Las evidencias muestran lo contrario,
como en el Estado de México, donde la mayoría de los panistas prefirieron votar
por Morena que por el PRI. Las sumas tampoco le alcanzarán a Meade si no tiene
el apoyo decidido de los panistas, que piensan hoy que es peor que el PRI se
quede en la Presidencia, a que López Obrador la conquiste.
López Obrador se ve en la
silla presidencial y tiene razones objetivas para creerlo, al analizar los
escenarios electorales de autodestrucción mutua de sus adversarios. Ante la
postura de Anaya y Meade en el segundo debate, que también mostró a un López
Obrador más maduro para evitar caer, como lo dice, en provocaciones y lastimar
sus posibilidades de victoria, queda un posible camino que pueden explorar sus
adversarios, que es la ruptura de una de las coaliciones para reencauzar sus
votos a favor de su candidatura. En el caso de Anaya, es imposible que rompa al
PRI. Los agravios son demasiado grandes para superarlos. Con Meade, hay más
posibilidades.
La receta es repetir el
rompimiento del Gobernador perredista de Michoacán, Silvano Aureoles, que
expresó su apoyo al priista. Aquello fue importante, pero no fundamental. Una
alternativa posible es buscar que el ex jefe de gobierno de la Ciudad de
México, Miguel Ángel Mancera, quien pese a no haber roto con el Frente, tampoco
ha respaldado claramente a Anaya, lo que refleja fisuras entre ellos, rompa con
él. La otra opción es Dante Delgado de Movimiento Ciudadano, aunque más difícil
de alcanzar por el papel protagónico que tiene en el Frente y su influencia en
esa coalición. Pero nada es imposible si se piensa fuera de la caja, sobre todo
hoy, donde como van, se dirigen decididamente a la derrota.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
@rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 23/05/2018 | 03:00 AM)
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