a) Si no recibió la
invitación, lo primero que debe hacer es no sentirse excluido. Fínquele
responsabilidades a un error de los servicios postales en donde usted resida:
Dubái, Islas Caimán, Miami, Nueva York, San Francisco del Rincón. Quizás su
operador traspapeló la convocatoria al convite entre las maletas que
intercambió cualquiera de estos días en el estacionamiento de un centro
comercial. Vaya Ud. a saber: son tantos, en tantos países. Revise su correo
electrónico una vez más, seguro de que su anfitrión no usaría ese medio por la
maldita culpa del populista Snowden.
b) Si sí la recibió, no se
precipite. Siempre hay que dejar la noción de que Ud. está ocupado en, por
ejemplo, salir a montar, entrenar su backswing en uno de sus campos de golf,
cazar el antílope que se esconde en uno de sus jardines, o escribir las 800
páginas de la nueva versión de por qué Ud. no tuvo nada que ver con el más
reciente derrumbe económico o con el asesinato de su compadre. No utilice un
posible secuestro como excusa. Probablemente sería considerado de mal gusto.
Diga, en cambio, que “hará lo posible por asistir”. Su anfitrión entenderá que
se refiere a si la marea debajo de su yate le permitirá llegar esquivando las
populistas corrientes del cambio climático hacia el embarcadero o si cabe la
posibilidad de que su pista aérea no tenga la visibilidad pertinente para
despegar. No haga referencias explícitas a la caída accidental de algunos
aviones. Probablemente eso también se consideraría de mal gusto.
c) Indíquele a Ana Paula cómo
quiere referirse con cariño contenido a su anfitrión. “Jefe”, “Comodoro de la
República” o “CEO de la Transición Democrática”. De mal gusto: “Mi Góber
Precioso”.
2. DE LA ASISTENCIA
a) A pesar de que su
anfitrión reivindica la valía y el patriotismo de Porfirio Díaz, el despliegue
de carruajes a la entrada de la fiesta no se considera ya muy moderno. Llegar
en dromedario tampoco es aconsejable en este tipo de convocatorias: recuerde
que está tratando con personas que no entenderían la referencia retozona a Alí
Babá. Utilice cualquiera de las camionetas blindadas y monitoreadas vía
satélite de sus choferes. Si va a obsequiar algo a su invitante, ordene que se
tomen las previsiones para transportar sin raspar aquella escultura de Rodin
que tanto le gusta. Tenga en cuenta que los demás turbadores de la conciencia
van por cuenta de la casa. Si no quiere hacerse notar, lleve simplemente una
botella. Nota para las compras que ordena Ana Paula: en estos días, arribar con
un tequila “Honor del Castillo” no está bien visto.
b) Como es muy probable que
el encuentro sea transmitido aunque sea por Periscope, los varones deberán
vestir trajes formales y sus acompañantes procurarán cubrirse con ropa después
de su sesión fotográfica del día. Por ningún motivo se permitirá repetir el
vestuario con el que saludaron al Papa. La piel de tepocata en botas vaqueras y
cinturones ya pasó de moda y, como todavía no son tiempos electorales, el uso
del bótox será discreto. Si lleva a sus mascotas, no diga sus verdaderos nombres:
pueden ser secuestradas. Ud. refiérase a ellas tan sólo como “Nikkei y Dow
Jones”.
c) No existe motivo alguno
por el que un invitado no conozca al otro –recuerde que lo que conocemos como
“mexicanos” no son más de 30 en cada sexenio y todos tienen apellidos
compuestos, uno de los cuales no se pronuncia como se lee–, por lo que no
tendrá que pasar por la tribulación de decir cosas como: “Le presento al
Ingeniero Fulano de Tal, el del desfalco a los ahorradores”; o “Licenciado
Zutano, el que siempre gana, aunque sea cortando camino en los maratones”; o
“Mengano, al que le acaban de perdonar todos los impuestos”. Con las
acompañantes se aconseja discreción porque cambian con la celeridad de “la
plástica mexicana” y, salvo que hayan participado en una telenovela
reconocible, no resulta aceptable decir cosas como: “probablemente la viste en
el infomercial del Torso Toner” o “ella es asesora de imagen de La Profesora”.
3. TEMAS DE CONVERSACIÓN
No resulta recomendable
contar anécdotas humillantes: quién bajó en el año anterior en la lista de los
más ricos de Forbes, cuántas inversiones han sido cubiertas por rescates
gubernamentales, quién le prestó a quién para sacar a sus empresas de la
bancarrota, quién no paga pensión alimenticia, qué es lo que se pide al room
service, quién emplea militares para que resanen una de sus residencias de
campo. Tampoco es digno mencionar artículos específicos del convenio
matrimonial ni de contrato de exclusividad televisiva alguno. Lo que es
tolerable, tratándose, como es, de gente muy cercana, es referir todo a la
política. Por ejemplo:
–Este puro apagado me
recuerda a Obama.
–Este wey se empuja en la
fila cuando anuncian descuentos en línea blanca.
–De líneas, yo prefiero las
de crédito.
–Lo único malo de Díaz Ordaz
era su dentadura.
–Yo creo que Morena se las
está viendo negras.
Entre las acompañantes se
recomienda agitar mucho las cabelleras mientras se intercalan atinadamente sus
respectivos silencios. Se les recomienda hablar sin decir, no en la fórmula del
priismo antiguo –“Ni bien ni mal, pero lo bueno es que contamos con rumbo”–,
sino en la nueva:
–Y yo así, ¿no? Y él como
así, de ¿cómo? ¿Sí me entiendes? Y yo de tipo: “Hellooouu”. Y él así de, bueno.
Y así, wey.
Nota mental: probablemente
resulte de mal gusto preguntar: “¿Qué libro estás leyendo?”.
ÚLTIMO Y MÁS IMPORTANTE
Fuera de estos tres puntos de
etiqueta, le aconsejamos, sin sobreactuar, disfrutar de la fiesta.
(DOSSIER POLITICO/ Tomado de: Fabrizio
Mejía / Proceso/ 2016-03-28)
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