Hace
30 años la Ciudad de México sufrió el terremoto de mayor intensidad de toda su
historia, que será recordado como el más mortífero
El
sismo significó para muchos la experiencia más dolorosa de sus vidas
“Ellos
querían recuperar su cuerpo, tener al menos a quién llorarle. Esa era su
esperanza”
Óscar
Sandoval
exprofesor
del Conalep
Jazmín
sobrevivió sin ningún rasguño, pero estuvo 15 días en el Hospital Infantil
mientras su padre buscaba a su madre Juana Aguilera Paz entre los escombros
7:19
horas tiempo del centro de México fue cuando se registró el siniestro
8.1
grados fue la magnitud del terremoto de México 1985
2.5
minutos duró el terremoto
+10,000
muertos fue la cifra oficial revelada por las autoridades
A
eso de las 7 con 19 minutos de la mañana del 19 de septiembre de 1985, Jacinto
Rivera sintió que su cuerpo se tambaleaba cuando intentó caminar dentro de su
departamento en la colonia Doctores de la Ciudad de México.
Trastabillando,
el hombre llegó hasta su ventana y miró con asombro cómo el pavimento de la
calle se retorcía y se movía como olas de mar. Los autos estacionados frente a
su calle se sacudían tan fuerte que las defensas chocaban entre ellas.
“Ahorita
pasa”, pensó el entonces empleado de Televisa, pero el hombre estaba
equivocado.
El
movimiento no sólo no cesó, sino que la intensidad aumentó con el paso de los
segundos. Se hizo más violento. Las paredes de su departamento comenzaron a
crujir y el miedo lo paralizó.
Muy
cerca de ahí, a sólo unas cuadras, en el antiguo Centro Médico del IMSS, el
temblor despertó a la señora Hilda Arana, quien se recuperaba del parto de su
bebé un día antes.
Las
camas del hospital se pegaban con brusquedad y de pronto la pared que dividía
el área de cuneros se desplomó causando pánico entre las pacientes.
“¡Mi
bebé!”, escuchó Hilda gritar a una de las mujeres que corría por el pasillo
para intentar salvar a su hijo recién nacido.
En
otra parte de la ciudad, por la Alameda Central, el sismo se sentía igual de
intenso.
Miguel
Angel Arias estaba formado para donar sangre en el Hospital Juárez cuando
observó cómo se vino abajo el edificio donde estaba su esposa Juana Aguilera
Paz y su bebita recién nacida.
La
Ciudad de México enfrentaba el terremoto más violento de su historia. La
capital del país se cubría de polvo y comenzaba a impregnarse de un olor
inconfundible: el de la muerte.
EL TEMBLOR MÁS MORTÍFERO
Hace
30 años la Ciudad de México sufrió el terremoto de mayor intensidad (8.1 grados
en la escala de Ritcher) de toda su historia.
No
sólo fue el sismo más violento que se haya registrado en el Distrito Federal,
sino que el terremoto de 1985 será recordado como el más mortífero: casi 20 mil
muertos -la cifra oficial fue de 10 mil víctimas-, miles de damnificados y
miles de millones de pesos en daños.
El
sismo significó para muchos la experiencia más dolorosa de sus vidas.
ENTRE EL HORROR Y EL CAOS
El
panorama era desolador en la Ciudad de México. Muchos edificios de departamentos
y de oficinas se desplomaron en la colonia Roma, en la Doctores y en la
Cuauhtémoc. Los que no se derrumbaron se tambaleaban y amenazaban con venirse
abajo.
El
pavimento de avenidas importantes como el Viaducto se agrietó por el movimiento
de la tierra.
“En
el taxi que íbamos se agarraba por un carril, luego se brincaba a otro y así
íbamos todos los autos avanzando como un chorizito”, recuerda Andrés Loredo,
quien trabajaba como ingeniero en una empresa de la colonia Roma.
Las
escenas en la calle eran de pánico. Gente pidiendo auxilio en la calle. Gente
gritando. Gente llorando. Gente agonizando. No había agua potable. Tampoco
energía eléctrica. Menos transporte público.
Los
automóviles particulares se habilitaron como ambulancias para trasladar a los
muertos y heridos por la catástrofe natural.
La
ciudad era un caos. La avenida Insurgentes era un morgue pública donde decenas
de cadáveres rescatados de las ruinas esperaban su identificación. Cuerpos
mutilados por doquier: sepultados entre las ruinas. Miembros esparcidos:
brazos, piernas y manos regados. Las maniobras de rescate de los sobrevivientes
y cuerpos se realizaban pisando escombros donde emergían más muertos.
El
horror se apoderó de la Ciudad de México.
EL PROFE QUE OLÍA A MUERTO
Durante
mucho tiempo Óscar Sandoval, entonces profesor del Conalep de Humboldt, olía a
muerto.
Cuando
este hombre subía al transporte público los otros pasajeros se alejaban de él
por el olor corporal que despedía.
Óscar
pasó mucho tiempo entre muertos.
Durante
el terremoto le tocó la dolorosa tarea de rescatar e identificar los cuerpos de
sus alumnos de entre las ruinas del edificio educativo.
Muchos
cuerpos estaban irreconocibles. Destazados.
El
momento más difícil para él era cuando tenía que comunicarles a los padres la
mala noticia y terminar con sus esperanzas.
“Ellos
querían recuperar su cuerpo, tener al menos a quién llorarle. Esa era su
esperanza”, recuerda Óscar.
“Muchos
al final agarraban cualquier cuerpo y preferían darlo por su hijo para poder
enterrar a alguien y poder llorarle”.
Cuando
se reanudaron las clases en el Conalep, el grupo del profe Óscar estaba más que
diezmado.
“Yo
tenía 50 alumnos”, recuerda el maestro con tristeza.
“Cuando
regresé a clase me quedé con 17”.
Hoy
el sólo recuerdo de la experiencia, el recuerdo de sus alumnos muertos en el
terremoto, le ocasiona derramar lágrimas.
“Discúlpeme
por favor”, interrumpe el profesor la entrevista.
“Pero
fue muy duro”.
La
experiencia vivida le pasó factura al profe Óscar: seis meses después del
temblor sufrió una parálisis facial.
JAZMÍN, LA BEBÉ MILAGRO
Juana
Jazmín Arias nació (es lo que dice su acta de nacimiento) el 18 de septiembre a
las 6 de la tarde en el Hospital Juárez, que se colapsó el día del terremoto.
Pero
ella realmente nació al día siguiente, el 19 de septiembre.
Jazmín
fue uno de los 16 bebés milagros que sobrevivieron el derrumbe del Hospital
Juárez ubicado por la Alameda Central.
Su
padre Miguel Ángel Arias quiso llevársela a su casa junto con su madre el día
del parto, pero en el hospital le autorizaron la salida hasta el día siguiente
para que donara primero sangre.
El
destino le tenía preparado su peor experiencia a la pequeña recién nacida.
“Yo
fui la primera niña rescatada”, cuenta Jazmín, que hoy cumple 30 años de edad.
“Las
cunas se voltearon y nos cayeron encima y nos salvaron. No sufrí ningún
rasguño”.
Los
bebés milagros protagonizaron una historia increíble entre el dolor y la
tristeza que provocó el terremoto de 1985 en la capital del país.
Una
historia que llenó de esperanza a los capitalinos devastados por la tragedia.
Jazmín
sobrevivió sin ningún rasguño, pero estuvo 15 días en el Hospital Infantil
mientras su padre buscaba a su madre Juana Aguilera Paz entre los escombros.
“A mi mamá nunca la encontraron”, cuenta con
resignación.
“Mi
padre se la pasó buscándola, pero nunca la encontró. Él no habla del
terremoto”.
Hoy
Jazmín tiene una nena de 2 años. Durante muchos años recibió ayuda médica y
apoyo para sus estudios gracias a un fideicomiso que se constituyó con las
donaciones recibidas.
Una
vez al año por lo menos acude al Hospital Infantil a agradecerle a la doctora
Norma Lucía Villas, quien atendió cuando fue rescatada entre las ruinas del
Hospital Juárez.
“Ella
más que la doctora es mi amiga”.
‘TODOS QUERÍAN AYUDAR’
El
día del terremoto la ciudad quedó entre ruinas y los capitalinos devastados por
el mayor desastre que les haya tocado enfrentar en la historia.
La
sociedad civil –como la bautizó Carlos Monsivais- se organizó para ayudar en
las labores de rescate de cuerpos y de auxilio de sobrevivientes. Muchos se
metieron a remover con sus manos las piedras y las losas de los edificios que
se desplomaron.
Otros
se organizaban llevando agua y comida a los rescatistas voluntarios.
“Todo
el mundo quería ayudar”, recuerda Roberto Hernández, actual jefe de Bomberos de
la UNAM y a quien le tocó participar en las labores de rescate por el sismo.
El
terremoto de 1985 no sólo es la peor tragedia que ha sufrido este país. El
sismo significó un despertar ciudadano –más allá de la solidaridad- para
organizarse en las labores de rescate y de auxilio ante la incapacidad de las
autoridades para enfrentar el desastre.
“Las
instituciones no respondieron”, recuerda Adrián Pérez González, hoy brigadista
del grupo de rescate Topos de Tlatelolco.
“Las
autoridades ni gobierno supieron qué hacer”.
La
magnitud de la catástrofe rebasó a los cuerpos de auxilio existentes de ese
momento como eran los Bomberos que no estaban equipados para enfrentar algo
así.
El
Ejército Mexicano aplicó el Plan DN- III para auxiliar durante el desastre,
pero la estrategia resultó insuficiente de atender a los miles de afectados.
Entre
el dolor y la tristeza hubo historias increíbles. Como la nenita que salvó un
grupo de rescatistas entre los escombros de un hospital.
La
bebé sobrevivió durante 5 días amantándose de su madre… muerta por el
terremoto.
“Fue
algo de verdad increíble”, cuenta Sergio Martínez, jefe de Bomberos de la UNAM.
Ni
el dolor ni la muerte que provocó el terremoto
de 1985 nunca pudieron matar la esperanza de los capitalinos.
(REPORTE
INDIGO/ CARLOS SALAZAR, CÉSAR CARRERA, GERARDO HERNÁNDEZ, MÓNICA HERNÁNDEZ -
Viernes 18 de septiembre de 2015)
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