miércoles, 25 de diciembre de 2013

TRAGEDIA EN SAN QUINTÍN, BC




 
La vida de Rafael Ortiz se esfumó frente a los ojos de su familia, tras haber recibido un disparo en la cabeza, proveniente de un arma calibre 9 milímetros que Alfredo Aviña García accionó contra unos asaltantes

Nueve días pasaron antes de que llegara un acercamiento entre los padres de dos jóvenes, vinculados de manera fortuita en un trágico incidente, ocurrido durante un asalto frente a un banco en San Quintín.

La mañana del 9 de diciembre de 2013, Rafael Ortiz Bautista, de 19 años de edad, quien recién había culminado sus estudios en el Centro de Bachillerato Tecnológico Agropecuario (CBTA) Número 146, viajaba sentado en la cajuela de un vehículo pick-up, con algunos compañeros de trabajo de la empresa JORNILE de Flores y Semillas S. de R.L. de C.V.

Rafael trabajaba tres días por semana en ese lugar, con la idea de apoyar en los ingresos de su familia. El resto del tiempo lo dedicaba a la escuela.

Ese lunes habían decidido ir a cargar gasolina antes de continuar con sus labores en el campo. La gasolinera a la que llegaron está ubicada en la esquina de Carretera Transpeninsular y Calle Ingeniero Luis Alcerrega, en una zona céntrica y muy activa de la colonia Lázaro Cárdenas, justo enfrente del parque principal. Eran alrededor de las 9:30 am.

Casi al mismo tiempo y a menos de 50 metros de distancia de la gasolinera, frente a una sucursal del banco HSBC, sobre la calle Ingeniero Luis Alcerrega, un joven de 25 años, de nombre Alfredo Aviña García, descendía de un vehículo para depositar más de un millón de pesos, portando dinero en efectivo y cheques.

En un reporte enviado por la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) dos días después del incidente, se dio a conocer que Aviña García había sido asaltado ese lunes en el estacionamiento del banco, luego de bajarse del automóvil y que uno de los tres asaltantes fuera detenido e identificado como José Eduardo Gálvez Aragón, de 25 años, originario de Culiacán, Sinaloa.

La PGJE refirió que Aviña fue amenazado por los asaltantes con un arma de fuego y despojado de su dinero, y agrega lo siguiente: “Cuando los asaltantes se daban a la fuga, el ofendido, identificado como Alfredo Aviña García, de 25 años, desenfundó su arma 9 mm y realizó varias detonaciones en contra de los ladrones, impactando en la cabeza a un joven identificado como Rafael Ortiz Bautista de 18 años de edad, quien falleció a causa de la lesión”.

El pick-up donde viajaba Rafael, pasaba justo por enfrente de la institución bancaria en el momento en que Aviña realizaba las detonaciones, con una pistola cuyo calibre, de acuerdo al Artículo 11 de la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos, es de uso exclusivo del Ejército.

Del botín, la Policía recuperó 580 mil pesos en efectivo y 444 mil pesos en cheques.

La PGJE mencionó que Aviña García fue consignado como presunto responsable de homicidio culposo. Fue puesto en libertad en menos de una semana, tras pagar una fianza estimada en 40 mil pesos, aunque esto último no ha sido confirmado de manera oficial.

“Sí, aquí ya lo vieron (a Aviña García) algunas personas en el banco”, dijo una residente de San Quintín el martes 17 de diciembre.

Las sanciones que establece la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos, tan solo por la portación de un arma de uso exclusivo del Ejército, específicamente una calibre 9 milímetros, es de tres a 10 años de prisión. El Artículo 83 inciso II refiere: “Con prisión de tres a diez años y de cincuenta a doscientos días de multa, cuando se trate de armas comprendidas en los incisos a) y b) del Artículo 11 de esta Ley”.

Los incisos a) y b) de dicho artículo son: revólveres calibre .357 Magnum y los superiores a .38 Especial, pistolas calibre 9 mm, Parabellum, Luger y similares, las .38 Súper y Comando, y las de calibres superiores.

Según testimonio de sus familiares, el proceso que libra Aviña en el caso del arma aún no concluye.

El joven que fue asaltado es hijo de Alfredo Aviña Galván, un conocido empresario de la comunidad de San Quintín, propietario del mercado Avigal, S.A. de C.V., y actual presidente de la Cámara Nacional de Comercio (CANACO) en esa delegación.

Rafael, el joven que falleció tras recibir el disparo en la cabeza, era uno de cuatro hermanos, dos hombres y dos mujeres. Vivía con sus padres en una casa ubicada a la altura del Kilómetro 188 de la carretera Transpeninsular, en San Quintín.

En entrevista con ZETA, Juan Ortiz, padre de Rafael, narró lo vivido por él y su familia el lunes 9 de diciembre de 2013. Luego de haber visto a su hijo ir al trabajo horas antes, recibió la llamada de una persona desconocida, desde su celular.

Eran alrededor de las once de la mañana, Ortiz se encontraba trabajando en la empresa de flores y semillas, la misma donde laboraba su hijo. Recibió una llamada a su celular, desde el número de teléfono móvil de su hijo Rafael.

“Me habla el guardia de la Clínica 69 de la Triqui, donde me informa y dice, ‘su hijo tuvo un accidente y necesito que venga para acá’. Y le digo, ¿pues qué pasó con mi hijo? porque yo hace unas cuantas horas lo dejé trabajando no muy lejos de acá donde yo me encuentro. ¿Por qué usted me habla? ¿Acaso el teléfono de mi hijo lo ha de haber tirado por ahí? ¿Usted se lo encontró? Si es así, yo pasaré por él después. Y me dice, ‘no, se trata de su hijo, necesito que usted venga’. También le pedí que me dijera qué estaba pasando con él, pero me dice ‘no, necesito que usted venga’. Pues deme tiempo, le digo, porque yo estoy en una parte donde no tengo en qué moverme, me encuentro distante de la carretera, tengo que agarrar un micro, tengo que agarrar a lo mejor otra unidad para llegar más rápido, porque en estas unidades es más tardado. ‘Vengase’, me dijo, porque aquí lo vamos a estar esperando”, explicó Juan Ortiz.

Comenzó a caminar y fue alcanzado por un conocido que viajaba en un automóvil, iba para la colonia Lázaro Cárdenas. Ortiz le pidió “un raite” y lo llevó hasta allá. Una vez en la zona, llamó por teléfono a una de sus hijas para que pasara por él y lo acompañara al hospital. Minutos después, su hija llegó y le preguntó qué le pasaba. “Y le digo, no, pues…”, Ortiz hizo una pausa en su narración para romper en llanto.

Al llegar al hospital la escena fue impactante. Rafael tenía una gran cantidad de gasas y vendajes alrededor de su cabeza, los médicos habían intentado frenar un sangrado profuso, pero el daño era, a su decir, demasiado grande.

Los reportes médicos darían cuenta del fallecimiento del joven, que la bala disparada por Aviña, había atravesado ambos hemisferios de su cerebro y el puente, que es la vía de comunicación más importante, al conectarse con la médula espinal.

“En la sala donde lo tenían, conectado con los aparatos, ahí fue donde miré que estaba inconsciente, ya en estado de coma”, comentó Ortiz. Rogó a los médicos que lo ayudaran, que evitaran que su hijo perdiera sangre y que lo atendieran en otro lugar. Su hija también se sumó  a la súplica hacia los doctores. Pedían que Rafael fuera trasladado en una ambulancia a la ciudad de Ensenada.

Sin embargo, el médico en turno consideró demasiado riesgoso el simple hecho de levantarlo, menos aún, trasladarlo en una ambulancia hacia Ensenada. Además, tampoco tenían ambulancias para llevarlo, y no había médicos especializados para que lo atendieran en San Quintín. Era el peor escenario. Todo esto ocurrió poco después de las doce del mediodía.

“Cuando dieron las tres de la tarde, ya el doctor dijo, ‘lo sentimos mucho, ya no hay garantía de sacarlo. No va a llegar ni a la (colonia Vicente) Guerrero. Vamos a esperar a lo último, que es doloroso decirlo, pero su hermano ya no va a tener salvación. Ahorita lo ve que está respirando por medio del aparato, pero si yo lo desconecto,  instantáneamente dejará de respirar”, declaró la hermana del occiso. Su padre complementó: “Esto fue impresionante para mí, porque yo lo miraba que respiraba y exhalaba, y al desconectarlo, pues sería el fin. Pero de todas maneras así se dieron las cosas, lo desconectaron y dejó de respirar”

Rafael había terminado este semestre los estudios de preparatoria y recién les había informado a sus padres que había sido aceptado en la Universidad Autónoma de Baja California para ingresar en el mes de febrero de 2014, a la Licenciatura de Administración de Empresas.

Todo el grupo, de sus compañeros de escuela en el CBTA 146, acudieron a su funeral en un autobús proporcionado por la escuela a mediados de la semana pasada. Acompañaron a sus padres, les brindaron su apoyo y les entregaron pequeñas tarjetas con imágenes de Rafael y algunos pensamientos, que a manera de homenaje distribuyeron entre alumnos y maestros.

Ninguna autoridad u organismos civiles se acercaron a dar apoyo a la familia. Fueron los propios compañeros de Rafael y algunas personas en lo particular quienes les ayudaron a sobrellevar los principales gastos del entierro de su hijo, entre otros trámites que implicaban un costo.

El miércoles 18 de diciembre, el empresario Alfredo Aviña Galván expresaría a ZETA que ese mismo día había tenido un acercamiento con los padres de Rafael. Se reunió con ellos y obtuvo el perdón ante los Juzgados por parte del señor Ortiz y su esposa.

Durante los días posteriores a la muerte de Rafael, acercamientos con su familia habían llegado a través de los abogados de Aviña, quienes intentaban mediar y ofrecer apoyos económicos para compensar de alguna forma la pérdida. En un principio habían sido rechazados. No querían hablar con ellos y no querían ver a Alfredo Aviña.

El recuerdo de la muerte de su hijo era muy reciente. En el patio frontal de su casa, mantenían montado un pequeño altar en recuerdo de Rafael. En el suelo, una veintena de veladoras encendidas formando una cruz. A un costado de la cruz, una botella de Coca-Cola de dos litros sin abrir. Enfrente, una cruz de madera con la fecha de nacimiento y fallecimiento de Rafael: 3 de diciembre de 1994 y 9 de diciembre de 2013. Imágenes de santos y un cuadro con la Virgen de Guadalupe acompañaban la cruz.

A los costados del altar, dos coronas de flores, una de la familia Álvaro Obregón y otra de Doña Chelo y Familia.

Aviña Galván comentó que la familia de Rafael se acercó con cautela a ellos, “porque tenían miedo que le fuéramos a hacer algo a la familia de ellos. ¿Cómo?, le digo, ¿cómo cree que le vamos a hacer algo? Al contrario, si yo ando en las cosas de Dios, ¿Usted cree que le voy a hacer algo?”, comentó.

Aviña dijo a los padres de Rafael que ellos no querían sacar a su hijo de la cárcel porque tenían miedo de que uno de sus hijos lo asesinara, “y me dicen, ‘no, nosotros somos humildes, cómo cree que vamos a hacer… este, somos pobres pero no vamos a derramar más sangre’.

“Pero ya llegamos como amigos, nos dimos el abrazo, el saludo y todo, y el día de ahora (miércoles 18) otorgaron el perdón. Yo la verdad no me quería acercar porque dije, no, pues están bien lastimados, cómo voy a ir y querer arreglar las cosas, y menos ofrecer dinero, porque una vida no tiene precio. Yo me ponía en el lugar de él porque la situación no está tan fácil, con la otorgación del perdón de los familiares, ya se llegó a un acuerdo ahí”, afirmó Alfredo Aviña.

¿Cómo le hicieron con la pistola?, se le preguntó. “La pistola todavía no se hace nada, porque hasta que no estén los trámites terminados allí, se pasa a la Federal. Como que tiene que terminarse este primer paso para entrar al segundo”, respondió.

Sobre el monto acordado como compensación, Aviña no dio detalles, aunque fuentes extraoficiales indican que el acuerdo en los Juzgados de San Quintín, fue de 400 mil pesos a favor de la familia de Rafael. Sin embargo, esto no ha sido confirmado.

Lo que todos los entrevistados en San Quintín confirmaron, fue que Alfredo Aviña García continúa con su vida normal ahí en el poblado.

(SEMANARIO ZETA/ Ricardo Meza Godoy /diciembre 23, 2013 12:00 PM)

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