lunes, 8 de abril de 2013

EXPEDIENTE: EL MACHETERO…



Rosendo Zavala/ Zócalo
Saltillo.- Decidido a espantar los fantasmas mentales que lo perseguían, Juan empuñó su machete y sin piedad arremetió ferozmente contra Rosy, atacándola frente a sus hijos que impotentes, veían cómo su padre los dejaba huérfanos en un ataque de celos.

Con la ropa manchada de sangre y aullando del dolor por la afrenta que creyó saldada, el jornalero corrió con sus pequeños hasta llegar a la carretera donde decidió abandonarlos, mientras se perdía entre los matorrales para evadir a la policía que para entonces ya lo estaba buscando.

Y es que la trágica pelea de esposos sacudió tanto a la comunidad, que los lugareños dieron pronto aviso a las autoridades para que detuviera al homicida, mientras éste se entregaba para pagar el crimen… sabiendo que su destino estaba escrito.

PURAS PROMESAS

Apenas habían pasado dos semanas desde que Rosy dejó a su marido, las cosas no pintaban bien y el futuro parecía desalentador para la familia que 17 años atrás se había creado buscando la bonanza que nunca llegó.

Por eso, la mujer de campo que afanosa buscaba el porvenir tras la protección de su hermana María parecía ser una nueva persona, cuidando de los tres pequeños que había procreado con el hombre que irónicamente le quitaría la existencia en un arrebato de furia.

Desde mucho tiempo atrás, los novios que recorrían el pueblo buscando los escondrijos perfectos para demostrarse afecto decidieron casarse, pese a los constantes berrinches del galán que se sentía acosado por los enemigos invisibles con que siempre peleaba por el amor de su dama.

Ilusionada por las 15 primaveras que la hacían sentir mujer, Rosa tomó la decisión que la llevó al altar animada por las promesas de su esposo, cambiando su realidad de pueblerina soltera para convertirse en la señora que poco después se llenaría de hijos.

Con renovados bríos que sólo sustentaba en las palabras de su amado, la niña con obligaciones de madre recorrió el camino de la desesperanza que se fue formando a su paso por el tiempo, donde lo único seguro que tenía era la desgracia.

Pese a todo, la crianza de Nancy, Ana y Juanito eran el ingrediente que aderezaba sus ganas de mantener unida a la familia Rodríguez, que se cayó a pedazos cuando las ansias de independencia de la joven se erigieron sin saber que con eso labraría el principio del fin.

Así comenzaría la historia de romance ficticio que se vio acechado por la violencia familiar, donde el jefe de la casa imponía su ley con golpes patentando un liderazgo que no tenía, porque lejos de ganarse el respeto de la gente convertía su presencia en odio de quienes lo veían sacudir su maldad equivocadamente.

ROJO AMANECER

Sin dejar de poner atención en el comal, Rosa escuchaba los reclamos de sus hijas que apresuradas le pedían de comer, ya eran las 10 de la mañana y el día comenzaba tarde para las peques que inconscientemente pretendían cumplir con sus obligaciones del día.

Afuera, la iglesia repicaba sus campanas llamando a misa como cada domingo, ocasionando el estrés de la fémina, que con la cabeza a punto de estallar por la presión que sentía multiplicaba sus movimientos, en un intento por dejar todo listo antes de acudir al llamado del Señor.

Y es que junto a Mary, la idea de participar en el acto religioso era tan imperativo como necesario, porque sin faltar a la costumbre recogieron la casa para poder estar a tiempo en el sermón que el cura local brindaba a los feligreses cada fin de semana.

Justo cuando las campanadas se habían extinguido para dar paso a la oración, un fuerte toquido se escuchó en la puerta y al abrirse ahí estaba, era su esposo que con cara de arrepentimiento se había acercado para dialogar buscando salvar la relación que sin saberlo había nacido muerta.

Rompiendo con sus súplicas el bullicio de los transeúntes que pasaban por el sitio dirigiéndose a la única parroquia del pueblo, el jornalero pidió una nueva oportunidad a la mujer para reanudar el amor que se había perdido por su mal carácter.

Pero todo estaba dicho, el ama de casa se había refugiado en el calor de su gente y ni las proposiciones más frenéticas la harían cambiar de opinión, por lo que un rotundo NO estremeció las paredes de la recámara donde se habían enfrascado en la discusión pública.

Y es que olvidándose del entorno, la pareja no se dio cuenta que sus hijos estaban presenciando la reyerta verbal que subía de tono a cada instante, comenzando los manotazos que evocaron a la desgracia repentinamente.

Al sentirse herido en el orgullo, Juan sacó de entre su cintura el machete con que deshojaba el campo, y acabando con el intercambio de reclamos levantó el arma dejándose ir contra Rosy, que superada físicamente nada pudo hacer por defender su integridad.

Con ocho tajazos en el cuerpo que le cobrarían factura lentamente, la señora de ilusiones rotas cayó desvanecida en el suelo, mientras un enorme charco de sangre se formaba en el piso ante la mirada atónita de sus hijos que no podían creer lo ocurrido.

De pronto, la portezuela se abrió de golpe y un desconocido retó al atacante para que soltara el arma homicida, mientras a unos metros de ahí la misa continuaba pese que los feligreses se habían espantado con los gritos de dolor que soltaba la mujer cuando estaba siendo ultimada.

LA HUIDA

Turbado por su instinto de libertad, el criminal empujó al metiche para derribarlo y salir corriendo de la casa, cargando con las hijas que confundidas lloraban pidiendo ayuda para su madre que yacía sin vida en los brazos de su hermanito.

A escasos metros, la gritería del ataque alarmaba a los feligreses que inquietos optaban por cortar sus oraciones dominicales, mientras los más piadosos tomaban sus teléfonos para cruzar llamadas buscando la ayuda que pudiera evitar la desgracia.

Fue así como entre la polvareda del ejido 6 de Enero, el sonar de una torreta le abrió paso a la ambulancia de la Cruz Roja que acudió para brindar su auxilio, aunque cuando los paramédicos revisaron a la macheteada la naturaleza ya le había cobrado factura.

Pero mientras la algarabía del zafarrancho casero mantenía ocupados a testigos y héroes anónimos, el agresor corría entre la terracería que lo llevó hasta el asfalto de la carretera a Torreón, donde cansado detuvo su andar mientras los gemidos de sus nenas le taladraban los oídos agónicamente.

Resuelto a vivir en campo abierto, Juan aconsejó a Nancy y Ana para que se portaran bien aguardando por la ayuda que esperaba les cayera divinamente, mientras reanudaba la escapada perdiéndose entre el monte para esconderse de la policía.

Cuando la tarde caía acusadora sobre la maleza que cubría la humanidad del jornalero, en la casa de los Maldonado la escena era de luto, porque para entonces una parvada de agentes ministeriales realizaba las pesquisas en torno al crimen.

En medio del manto rojo donde seguía inerte Rosy, los peritos maniobraron para recoger evidencias mientras el fiscal asignado al caso ordenaba el levantamiento del cuerpo para que fuera trasladado al Semefo, donde se establecería como causa de muerte el shock hipovolémico.

Y ante lo evidente de la tragedia que había provocado, Juanelo se revolcaba en su escondrijo de hierbas mientras el calor de agosto lo azotaba con los 35 grados que dejaba caer sobre su espalda, como dándole un anticipo de lo que le esperaba si no cumplía con sus “deberes” éticos ante la sociedad.

Pedido entre las marañas mentales que parecían traicionarlo, vio pasar los minutos sufriendo lo indecible al recordar la imagen de sus hijos clamando la piedad que les negó, traicionado por la ira que ya se había ido, aclarando sus ideas lastimosamente.

PAGANDO EL CRIMEN

Convencido de que no podría vivir en el anonimato, el hombre de bigote norteño y ropas pueblerinas salió de la madriguera hechiza que había fabricado, sacudiéndose las botas aterradas para tomar el camino de regreso a la realidad, esa que resultaba ineludible y debía afrontar para estar en paz con su gente.

Tras caminar algunos kilómetros, el campesino llegó a las puertas de la Fiscalía General de Justicia del Estado de Coahuila, donde con voz pausada preguntó por el encargado manifestando que había matado una mujer y quería saldar su delito.

Al escuchar la confesión, el cuidador del acceso se alborotó y de inmediato lo llevó hasta la oficina del fiscal, donde narró lo sucedido paso a paso hasta dar los motivos que lo orillaron a darle muerte a su amada , en un arranque de cólera por sentirse relegado completamente del seno familiar.

“Me sentía muy mal porque teníamos como dos semanas separados y ella no me dejaba ver a mi hijo menor, yo lo único que quería es que no me lo negara porque hasta se me hacía raro, por eso actué así y lo único de lo que me arrepiento es por mis hijas”, dijo en una de sus declaraciones primarias.

Pagando su pena tras las rejas penitenciarias coahuilenses, Juan reposa su maldad mientras en la casa del terror casi nada ha cambiado, sus residentes pintaron las paredes de la recámara maldita para borrar las huellas de sangre que atestiguaron el crimen.

Y mientras Rosy descansa en un cementerio donde el olvido es lo único que prevalece, sus hijos navegan a la deriva en el hogar de sus parientes buscando la estabilidad que nunca tuvieron, sellada por la bajeza de su progenitor que los dejó en la orfandad cuando menos lo esperaban.

(ZOCALO/Rosendo Zavala/ 08/04/2013 - 04:08 AM)

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