Río de Janeiro.- Iba a llegar a tiempo de cualquier manera y así fue. No podía quedarse a medias la ampliación del nuevo sambódromo ideada por el más que centenario Óscar Niemeyer y, aunque sólo fuera con una semana de margen, las obras fueron acabadas y permitieron que la primera jornada del desfile del sambódromo de Sapucaí batiera récords con 72.500 espectadores.
Un
mensaje de confianza para quienes dudan, que son muchos, que el país pueda tener
las infraestructuras necesarias para el Mundial de 2014 y los Juegos de Río, en
los que el mismo sambódromo servirá de meta para la maratón.
Ampliado
o no, para los desfilantes poco importa. Viven siempre el día de estar en el
centro de los focos, en el medio de la pasarela del sambódromo, como el último
de sus vidas o por lo menos el mejor. Se ve en sus rostros y se oye en sus
voces. Tanto en el que llora de emoción como el que esboza una sonrisa y sale
del recinto dando saltos. Tanto la anciana que dice "no aguanto más" como su
coétanea que afirma "qué pena que acabe ya", después de más de una hora
desfilando. El que reza y el que besa apasionadamente a su pareja.
Púrpura y centenares de plumas inverosímiles de todos los colores, mínimos
tangas o taparrabos primitivos a modo de disfraz, una carroza dorada emulando un
retorcido dragón y cargada con niños 'sambeando', otras a un tíovivo y una
iglesia evocando Salvador de Bahía o incluso el yogur (que fue el tema elegido
por una de las escuelas).
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