sábado, 4 de enero de 2025

MALAYERBA: DESDE UN CAMIÓN

Cinthia con sus preocupaciones. Desde la ventanilla del espacio que ocupaba en ese camión de transporte urbano la vida pasaba frente a sus ojos. Pero no era su vida, sino la de otros, como una película colectiva en la que ella sólo era testigo.

Su vida, esos días, era una oquedad. La rutina lo mancha todo,
va carcomiendo. Y los pasos de Cinthia así son: lentos, pesados y aciagos.

El camión de todos los días. Su paso por la zona norte de la ciudad, el puente Almada y luego el centro. Conocía cada detalle, cada marquesina y anuncio. Muchos pasajeros coincidían en esa historia contada de cada mañana.

El chofer hizo alto en el semáforo de la salida norte. Frente a ellos una pequeña zona comercial conformada por negocios chicos y en esa banqueta una nutrida espera de usuarios de camiones foráneos.

Tas-tas-tas. Ra-ta-ta-ta-ta.

Loque siguieron fue sobresaltos, gritos, expresiones de azoro. Cinthia despertó de ese amanecer aletargado. Abrió los ojos y vio a un señor joven que corría: había brincado el camellón del bulevar y trataba de alcanzar la otra orilla de la amplia rúa.

Sus movimientos eran torpes. Parecía tropezarse consigo mismo. Su paso era de marino sobre una embarcación en medio de la tormenta. Se fue de lado, cayendo y al mismo tiempo resistiéndose, peleando contra la gravedad. Se inclinó más, en cámara lenta primero, y luego se desplomó en seco.

edó de lado. Las piernas enredadas. De la cintura para arriba tenía la espalda casi por completo sobre la banqueta. Quería mirar el sol de esa mañana de octubre. Los ojos casi cerrados, queriendo arañar haces de luz.

Eran tres. Dos traían fusiles cuerno de chivo. El otro, más joven, portaba una pistola escuadra, cuya cacha brillaba amarrada a su cinto. Se veían frescos, parecían pasear, divertirse, andar en algunas vueltas placenteras.

Dos de ellos se dirigieron a la camioneta. Lobo negra y con llantas y rines que se apropiaban del sol. Vente, vámonos. Le dijeron, hicieron señas. Se subieron a la lobo y los pies del conductor encontraron los pedales, sin mover la unidad.

El tercero iba tras ellos. Estaba a punto de alcanzar el estribo pero frenó. Caminó de regreso hacia el cuerpo. Se acercó con la misma seguridad y sacó la escuadra. Apuntó y disparó. Pum-pum. Se dio la media vuelta y alcanzó sin prisas la cabina de la camioneta.

Los pasajeros gritaron. Pero otros silenciaron sus gritos. Igualmente espantados, aterrados. Los venían siguiendo de lejos, ya los traían, dijo uno de ellos. Otro, un joven que parecía estudiante, se quedó hablando solo sobre la mujer que estaba en la camioneta del ejecutado.

Era una mujer joven. Traía lentes oscuros. Había estado viendo todo desde su asiento y ahora lloraba mientras se acercaba al cuerpo. Lloraba y se tallaba la cara con las manos. Le temblaba la barbilla.

Entre los pasajeros empezaron a escucharse voces diversas. Voces que emergían del espanto unánime: qué bárbaro, mejor lo hubieran levantado pa’que no viéramos, es un abuso, es el infierno, es Culiacán.

Llamen a la Cruz Roja. Háblenle a la policía, gritó una señora.

Y para qué, respondió otro chavalo. De todos modos no llegan ni hacen nada. Han de estar esperando, haciendo tiempo, para que se vayan los matones, replicó alguien más

Y Cinthia ahí. Su rutina estaba quebrada y había dado un sobresalto. Sintió alivio. El sol, el aire fresco, camino al trabajo: se descubrió viva.

Artículo publicado el 17 de noviembre de 2024 en la edición 1138 del semanario Ríodoce.


MALAYERBA: CARRILLA MORTAL


Si vas a Culiacán no voltees. No veas a la gente de otros carros. No grites ni reclames. No pites. No cambies de luces. No manejes en chinga ni andes rebasando.

Y si voltean a reclamarte y te cambian las luces y te gritan y te pitan y te pasan en chinga por un lado, rebasándote, no los peles.

Se lo dijo claramente: si vas a Culiacán. Y no se te olvide.

Venía de Veracruz. Tierra cándida, habitantes jacarandosos. La arena de mar es cómplice y concupiscente. Y el mar es un alcahuete, un pararrayos, una terapia.

Pero estaba en Culiacán. No es tierra caliente: es gente caliente, y cruceros y banquetas y plazuelas y cafés y cantinas y trabajo. Culiacán ardiente y no siempre cálida. La ciudad, el chapopote, los semáforos en rojo y los relojes. Todo está caliente.

La gente anda de mal humor. Apurada. Las camionetas, esas grandotas, monstruosidades que todo lo minimizan, son las que mandan. Ellos, sus conductores, tienen permiso para traspasar los altos sin ser infraccionados ni perseguidos.

Ellos, los narcos, los dueños. Y con ellos esa fauna consustancial: los pistoleros, los que venden droga y los que la cobran, los que siembran y la bajan al valle y luego la llevan a la costa, los ayudantes, los mandaderos, los mitoteros, aprontados y émulos.

Cualquiera, cualquiera. Cualquiera de ellos puede matarte. Y no pasará nada.

Todo eso se lo dijo. Aquí es tu tierra, tienes tus amigos, tus rincones, la familia. Allá no hay nada. La universidad tiene casas de estudiante y ahí vive gente de Chiapas, Oaxaca, Sonora, Nayarit y Guerrero. Raza jodida que viene de otros estados.

Pero Culiacán es otra cosa. La gente está pesada allá. Tú no digas nada. No te metas con nadie. Estudia, estudia. Saca las tareas, los trabajos y termina la carrera. Puedes hacer amigos, tener novia. Sí, pero de lejos. Guardando siempre las distancias.

No te pelees en la calle. No uses el claxon. No voltees a ver al que viene en el otro carril. No le hagas señas. Ni siquiera pretendas entablar conversación. Tú a lo tuyo. No pases de ahí.

Asintió a todo. Y rápido se dio cuenta del ritmo de vida, de la selva que se respira en las calles culichis y de la tensión, de esa amenaza acechante, esa violencia transpirando en las miradas, ese andar y la forma de conducir los automóviles.

Mi tío tiene razón. Ya sabe cómo andan las cosas.

Y por un tiempo no miró ni volteó ni reclamó ni pitó ni rebasó ni anduvo en chinga. Pero fue poco tiempo.

Se dejó envolver por las cantinas del arrabal, que están cerca del centro de la ciudad: teiboleras presumiendo sus cesáreas verticales, puchadores, matones baratos, asaltantes, meseras cómplices atisbando billeteras.

Y él infaltable en esa mesa. La mesa de siempre, el lugar habitual, la bebida eterna sin eternidad.

El ambriz lo conocía. Ambos habían llegado a saludarse. Transitaron de los comentarios pueriles a los gritos. Y llegó la carrilla sobre las formas de vestir, el habla, el andar.

Ambos se burlaban de las compañías: ahí va tu novio, ahora vienes con mayate.

La carrilla imperante y peligrosa. Las agresiones. El ambriz tenía tres calacas en su lista. Esa vez no aguantó mucho. No andaba de humor. Se levantó y le pegó un tiro en la cabeza.

Te dije que no me dieras carrilla. Fue la voz, la expresión, antes de jalar el gatillo. Te dije: no voltees ni reclames ni grites ni te pelees… la voz de su tío, la voz suya y el recuerdo, muriéndose ambos, con él.

Artículo publicado el 22 de diciembre de 2024 en la edición 1143 del semanario Ríodoce.

 

MALAYERBA: GUEVOS


 Cuatro chavos en esa camioneta vieja y con manchas de fondo
pero buen motor: las calles suyas, de luz plomiza y arbotantes somnolientos, y esos fanales avanzando, cortando el firmamento.

Iban a una fiesta. Acicalados y perfumados. Pelo relamido, apaciguado a punta de chingazos y glostora. Y ellos, los cuatro, hambrientos de calle y vida, de alcohol, cotorreo, queriendo devorárselo todo: la banqueta, los árboles y camellones, la música, las morritas.

Le temblaba el pie en el acelerador al que iba manejando. Los otros, ansiosos.
Abrían y cerraban las piernas al compás de El diseñador de música. Cantaban. Hacían como que tocaban los teclados, imitando los sonidos del sintetizador. La batería. Manoteaban.

Iban al huateque con los del salón. La fiesta del día del estudiante. Pero antes, urgentemente, con la piel ardiendo por la ansiedad, tenían que recorrer la ciudad. Besar las calles con sus suelas. Lamerlas con las llantas. Derrapar. Viajar entre rolas. Cachetear el viento.

Malecón viejo. Obregonazo. Pedro María Anaya y luego de regreso. Recorrer de nuevo, voltear, construir estatuas de sal y destruirlas rápidamente, antes de que llegue la eternidad. Regresar los pasos. Y de nuevo la Obregón, virar en Ciudades Hermanas.

Avanzaban casi a brincas, en la cabina de la camioneta. El motor rugía y ellos sentían que los ruidos estaban en su corazón, no en el motor recién anillado. Le daban al acelerador y usaban el tablero como parche de tambor de batería.

Pas. Pas. Tu-cu-tu-cu-tu-cu. Le daba otro y buscaban emular los sonidos del sinte y los de la batería con la boca. Y luego el crach de los platillos al ser estrellados por las baquetas del baterista.

Y en eso pasa en zumba una camioneta doble rodado, nueva. Se les cierra. Los quince que iban en la parte trasera saltaron hacia afuera. Iban de negro. Lentes oscuros para un sol casi inexistente. Fusiles automáticos, también negros.

Los rodearon. Nadie dijo nada. Ninguna orden. Los muchachos adentro, alucinados ahora por el cerco tendido en torno a ellos por esos desconocidos que se les quedaban viendo y les apuntaban con sus armas.

De la cabina salió un hombre alto, de voz gruesa, gritando a sus acompañantes háganse a un lado cabrones. Agarró su cuerno de chivo con ambas manos, apuntó hacia la camioneta vieja y los cuatro chavos. Y le jaló.

Ta-ca-ta-ca-ta-ca-ta-ca-ta-ca.

Ellos gritaban: No, mamita. Dios mío. No nos maten. Por favor. Ya nos llevó.

Pero el hombre siguió disparando. Se le movían los cueros de los cachetes al ritmo de los escupitajos y el fogoneo. Los brazos danzaban la misma rola macabra. Y él feliz, sonreía. Y luego, al soltar el gatillo después de descargar unos cincuenta tiros, se carcajeó burlón.

Sin dejar de sonreír y emitir sonidos guturales festivos, les dijo de lejos, muy cerca de la cabina de la doble rodado, que no se espantaran: nomás quería ver si tenían güevos, pinches morros.

Hizo una señal. Se encaramaron en las redilas. Cerraron las puertas. Desaparecieron.

Los cuatro se vieron unos a otros. Un silencio macabro que parecía llanto, que parecía maloliente, mortecino, se había instalado entre ellos. Ay cabrón, dijo uno, con una voz cuarteada. Estamos vivos. Y miraron la camioneta humeante en su parte delantera.

Todas las balas habían pegado en el cofre, dañando el motor. Matándolo.

Con ayuda de otros la remolcaron. En un tris ya estaban buscando raite u otro carro. No podían perderse la fiesta, la música, las morras.

Artículo publicado el 10 de noviembre de 2024 en la edición 1137 del semanario Ríodoce.


MALAYERBA EL MURCIÉLAGO

 El Murciélago era un matón. Y era tan efectivo en su trabajo que el gobernador no se sentía tan seguro si no andaba él entre su cuerpo de guardaespaldas.

Cuando iban a las enchiladas del suelo, allá, en el mercadito Izábal, el mandatario podía permanecer afuera, saboreando hasta quince dosis de esa pequeña tortilla con chorizo y calabaza finamente picada, tranquilamente, sin preocupaciones, pues estaba ahí su séquito de seguridad.

Podía ser de noche o madrugada. Si el Murciélago estaba ahí, él permanecía relajado, blindado por esos guaruras, aunque la ciudad se incendiara entre los ajustes de cuentas y las balaceras en los funerales.

Ese quiróptero era feo con ganas: mediana estatura, prieto pero no tanto como para opacar esas ojeras malvas, esos ojos de eterna conjuntivitis que parecían estar siempre al borde del llanto, y esa mirada lasciva y penetrante.

Era de esos que donde andaba dejaba una estela maloliente de broncas, enfrentamientos a balazos, sangre y destrucción: alguien, cualquiera menos él, salía con el brazo fracturado o el pulmón perforado, los pómulos morados y la vida mutilada.

Los que lo conocían preferían retirarse si sabían que llegaba. En los bares los dueños empezaban a tronarse los dedos o a hacer changuitos si se les aparecía entre los comensales: tengo miedo, puede haber problemas, aquí anda el Murciélago.

Mariposa negra, de alas de velo color luto, de movimientos silentes y rutas trepidantes, vampiro de medianoche: guayabera que no ocultaba el bulto de la pistola ni las intenciones mostradas en esos ojos como faroles, ese andar blindado e inmortal.

Brazos abiertos. Dedos traviesos. Manos ágiles. Arma al alcance. Todo un cauboi en el chapopote culichi y ese vendaval sediento y pestilente a sangre seca. Disfrutaba matar.

Esa noche tuvo hambre. Antes de las doce buscó una carreta de tacos de carne asada y la encontró en el empedrado de Tierra Blanca.

Una joven y hermosa mujer estaba sentada en la banca, también comían una pareja y se les unió un gordo que de lejos olía a alcohol. El Murciélago ordenó sus siete tacos y esperó.

El borracho le sacaba plática a la mujer pero esta ni volteaba. Se le arrimaba, aprovechando sus movimientos lerdos, con tal de tocarla. Ella se hizo a un lado y él la siguió. Empezó a insultarla.

La joven recibió su orden de quesadilla mixta y un taco. Se dispuso a comer cuando el borracho le volvió a gritar. Ella lo miró y le dijo un tímido, déjeme en paz. La pareja ni cuenta se daba. El Murciélago se empezó a desesperar.

Los de la carreta le preguntaban al enfadoso si iba a ordenar. Él miraba, se agachaba, metía sus peludas y sucias manos en el recipiente de los rábanos y los pepinos. Pero no contestaba.

Le sirvieron los tacos al Murciélago y tomó salsa enchilosa. Pidió chiles y cebolla. Y empezó a cenar. Miraba los tacos y luego le echaba un ojo al hosco aquel. Un poco de sal, limón. Verduras no porque le dieron asco.

El hombre se levantó de nuevo y arremetió contra la muchacha. El Murciélago levantó ligeramente su guayabera. Sacó su arma de fuego y sin dejar de comer le disparó en dos ocasiones.

Unos gritaron. Otros corrieron. Él terminó sus tacos, indiferente. Cuando llegó la Policía le preguntaron qué había pasado. Les dijo, fue en defensa propia. Y se retiró.

Artículo publicado el 13 de octubre de 2024 en la edición 1133 del semanario Ríodoce.


LAS PIFIAS DE GARCIA HARFUCH


 Se supone que para el gobierno federal uno de los estados prioritarios en materia de seguridad, ahora, es Sinaloa. Están ocurriendo cosas gravísimas en Guanajuato, en Guerrero, ahora también en Querétaro, pero Sinaloa tendría que llevar mano en la atención de la presidenta Claudia Sheinbaum y su gabinete de seguridad, por varias razones: una, la pelea entre dos facciones del Cártel de Sinaloa sube cada vez más de tono, ajustando sus estrategias, los dos bandos, Mayos y Chapos, a las propias medidas del Gobierno. Ya no son los encontronazos que vimos en el inicio en Costa Rica, Quilá, en Elota y en El Atorón, debido a la presencia de las fuerzas federales; ahora lo que se aprecia es una guerra de baja intensidad, con levantones y ejecuciones diarias.

Son incontables los muertos porque muchos de ellos ni siquiera han sido levantados de donde quedaron en algún punto de Tepuche, en la sierra baja pegada a Durango o en Concordia. Sobre todo, en estos tres lugares, se habla de decenas de muertos que no han sido localizados. Si se quiere, en este mismo punto hay que agregar que en Sinaloa se puede estar disputando una nueva recomposición del narco en México y el gobierno debiera estar muy cerca de lo que está pasando aquí, no como espectador o como notario, sino como actor fundamental.

La otra razón es política. Sinaloa está siendo gobernada por Morena y uno de los gobernadores que mejor salía evaluado en todas las encuestas conocidas, siempre en los primeros lugares del ranking. En las últimas mediciones, Rubén Rocha Moya cae a los últimos lugares. Esto debe estar pesando mucho en el ánimo del gobierno federal, sobre todo en el círculo cercano a la presidenta. No es desplazando al gobernador como se va a resolver el problema, pero sería normal que la pertinencia de una salida honrosa se esté barajando en las reuniones de la presidenta Sheinbaum con la señora Raquel Buenrostro, secretaria de la Función Pública, con la senadora Ernestina Godoy y con la mismísima Beatriz Gutiérrez Müller. Son conocidas sus cafeceadas y el poder que tienen en las decisiones del país. Son las generalas. De ellas parece haber salido la decisión de que sea el propio gobernador quien vaya encontrándole salidas al problema que significa para su gobierno y para los sinaloenses el conflicto al interior del Cártel. Con el apoyo del gobierno federal, sí, pero él, nadie más.

Y justo por la importancia de Sinaloa en el espectro nacional cuando se habla de narcotráfico, son incomprensibles yerros como los cometidos por Omar García Harfuch la semana pasada: uno, el anuncio de que habían detenido a Esteban Machado Meza, el Güero pulseras, para luego decir que siempre no. Esto se presta a muchas conjeturas, la más dispersa es que sí lo detuvieron pero que lo liberaron por alguna razón, una de ellas el soborno. La otra pifia es la desinformación y la falta de coordinación entre García Harfuch y el gabinete de seguridad, e incluso, de la misma presidenta, pues en una mañanera el secretario de Seguridad afirmó que brindarían seguridad a la feria ganadera de Sinaloa, cuando el gobierno ya había anunciado su cancelación. La pregunta obvia aquí es ¿no se discute en la reunión del gabinete de seguridad el tema de Sinaloa?

El gobierno ha estado dando golpes certeros a los dos bandos en pugna y hasta ahora ha evitado nuevos “topones” —como ellos les llaman a sus enfrentamientos—, pero le ha faltado capacidad e inteligencia para evitar tantos levantones y ejecutados que luego son hacinados en las carreteras. Se habla de bodegas llenas de hombres y mujeres a los que torturan, a algunos los liberan y a otros los matan. Y hasta ahora ni la policía ni las fuerzas federales han dado con ninguno de estos almacenes.

Bola y cadena

LA VIGILANCIA DE LAS FUERZAS fed
erales tiene sus límites. Un ejemplo: dos días seguidos fueron tirados cinco hombres ejecutados a un lado del panteón de Carrizalejo, dos un día y tres al siguiente. Desde hace dos semanas, a 800 metros de distancia, por la carretera que va al pueblo, fue instalado un permanente retén militar con campamento y barricadas en el lugar. Para evitar levantones y ejecuciones, se requiere otra cosa que ahora no se está haciendo.

Sentido contrario

MAL ARRANCÓ LA ADMINISTRACIÓN municipal de Mazatlán cuando le matan a un ex secretario de Seguridad y días después a un oficial de la policía municipal. Simón Malpica iba a ser ratificado como segundo de a bordo en la Oficialía Mayor, pero no se había presentado a firmar los papeles. Lo atajó la muerte. Indudable que estos hechos tienen que ver con el conflicto Mayos-Chapos, y que no se detendrá por lo pronto.

Humo negro

EL SENADO DE LA REPÚBLICA consumó lo que ya se había previsto respecto a la CNDH, al reelegir a Rosario Piedra, la menos calificada para el cargo pero incondicional del nuevo régimen. La 4T se está empeñando en desaparecer los organismos autónomos y es lo que acaba de hacer con este. No ocupó eliminarlo como lo pretende hacer con el INAI y otros, pero da lo mismo: la CNDH simplemente dejó de existir. Ahora toca a la sociedad crear sus propias comisiones. En Sinaloa tenemos una, la que fundaron Óscar Loza Ochoa, Norma Corona, Jorge Aguirre Meza, Jesús Michel Jacobo. Que nos sirva de ejemplo. Quién lo dijera: volver a empezar.

Artículo publicado el 17 de noviembre de 2024 en la edición 1138 del semanario Ríodoce.


GARCÍA HARFUCH SE QUEDARÁ EN SINALOA PARA COORDINAR PERSONALMENTE LA ESTRATEGIA DE SEGURIDAD


 La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo anunció este jueves que debido a la situación de violencia que se vive en Sinaloa e
l secretario de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC), Omar García Harfuch, se quedará en la entidad para operar personalmente y por varios días la coordinación entre las distintas autoridades.

A pregunta expresa durante su conferencia de prensa matutina sobre la situ
ación que se vive en el estado la mandataria planteó que es el secretario García Harfuch quien está dando los detalles de los operativos en Sinaloa.

“En este momento, la decisión es que se fuera el secretario de Seguridad a Sinaloa para hacer esta coordinación. Él sigue allá, unos días, para dejar sentadas las bases de la estrategia de seguridad en Sinaloa”, dijo.

Insistió en que en Sinaloa “hay condonación entre la Secretaría de la Defensa Nacional, de la Marina, que ya existía, pero ahora hay más; con la SSPC, y las propias fuerza estatales. Eso es lo que nos va a permitir seguir avanzando en la construcción de la paz”.

Resaltó que tanto en Sinaloa como en el resto del país “estamos llevando a cabo la estrategia que planteamos desde que llegamos al gobierno, consiste en cuatro ejes”.


VÍCTIMAS COLATERALES Y UNA CIUDAD TOMADA


Una de las cosas más tristes de una narcoguerra es el daño colateral, la muerte de personas inocentes. La ciudad de Culiacán está llena de casos, muchos en hechos aislados y otros también en medio de pugnas entre los cárteles de la droga o sus facciones, como esta que estamos padeciendo desde hace casi cien días entre Chapos y Mayos. La ciudad misma es una víctima colateral porque está casi muerta. Si alguien lo duda salga a las ocho de la noche a dar un paseo en auto por la avenida Obregón. O por el bulevar Sánchez Alonso, tan lleno de vida, de luces y de ruido desde que el Tres Ríos se convirtió en el “centro” de la ciudad.

En medio del fuego cruzado han muerto niñas y niños, mujeres embarazadas, empleadas y empleados que han estado en el lugar equivocado cuando ocurre una balacera durante una riña en un bar o despachan en una papelería, en una taquería, en un supermercado, en un expendio de cerveza… Han muerto niños por balas “perdidas”, incluso en festejos como los de fin de año. Atroz el panorama, las historias se repiten para desgracia de la ciudad, de las familias, sin que nadie reciba nunca un castigo. ¿Quién pagará por la señora que mataron sobre el bulevar Agricultores el jueves pasado? ¿O por el señor que mataron en el expendio de la colonia Zapata, el viernes? ¿Quién por el niño herido por una bala “perdida” que atravesó los ventanales de un camión urbano?

Desde hace semanas la violencia se trasladó del campo a la ciudad, de las zonas rurales al casco urbano, esto para desgracia de la narrativa oficial, que se empeñaba en tapar el sol con un dedo asegurando una y otra vez que la ciudad estaba tranquila y que los hechos ocurrían, sí, pero en la zona rural, como si allá solo hubiera ganado, como si la gente que vive en los pueblos fuera de segunda o tercera clase, una diferenciación pretenciosa y pedante. El mismo Omar García Harfuch, cuando le preguntaron sobre la explosión ocurrida en la Limita de Itaje, dijo con desdén que no había sido en Culiacán, sino afuera de la ciudad, “en un ejido”.

Es entendible que los gobiernos traten siempre de minimizar contextos de violencia, —no vamos a pedirles que abonen a las resistencias de la gente a llevar una vida normal— pero tampoco es admisible que nieguen la realidad y la realidad es que ninguna estrategia ha funcionado para aminorar los hechos delictivos. Bajaron los bloqueos a carreteras y los ataques a comercios, pero siguen los levantones, siguen los torturados y asesinados, siguen los ataques a casas clandestinas de juegos, los enfrentamientos en las calles a la luz del día que se llevan de paso vidas inocentes.

No una sino dos o tres veces, Feliciano Castro, secretario general de Gobierno y vocero en materia de seguridad estatal, ha salido a decir con pompas que “se observa una tendencia a la baja en los hechos de violencia” y la preguntas es, ¿De qué retuerzo de los números saca este señor semejante conclusión si hasta por el estruendo de los disparos por toda la ciudad es evidente que los hechos violentos son una maldición incesante en Culiacán?

El gobierno —y aquí caben los tres niveles— ha sido tan timorato al enfrentar a los narcos que desde hace semanas muchos ataques se han perpetrado contra dispensarios de drogas y casas de juego clandestinas, —todos ilegales—, pero no los cierran. En cada ataque a un centro de estos va la culpa y la responsabilidad de los gobiernos ante la falta de prevención. Si hay 300 de estas tiendas y casas, son 300 veces la posibilidad de un ataque. ¿Pudo evitarse que una menor fuera quemada adentro del baño a donde corrió a protegerse de los sicarios en el ataque a un dispensario frente al estadio Monarcas, por la calle Patria? Sí, si lo hubieran clausurado… pero no lo hicieron.

¿No se discute este tema en la mesa de seguridad
, donde participan todos los niveles del gobierno? ¿De qué ha servido, de qué sirve esta mesa, a quién le sirve? ¿Por qué han sido tan reacios a tomar medidas? ¿Por miedo o por complicidad?

Bola y cadena

SOBRE ESTE TEMA LLEVAMOS una nota en esta misma edición y damos cuenta cómo el secretario de Seguridad y su par en Salud se tiran la bolita porque la bolita es una papa caliente. El general Mérida dice que Salud tiene un censo de casas de juego y dispensarios y Cuitláhuac González dice que ellos no saben nada de eso porque no es su tema. ¿Y entonces? ¿Después de Batman le llamamos al Chapulín Colorado?

Sentido contrario

SIEMPRE DIJIMOS QUE UNA VEZ que AMLO se fuera a La Chingada (su rancho) los morenistas se agarrarían a cuchilladas. Era solo una metáfora, por supuesto, pero el pleito que ahora traen Adán Augusto López y Ricardo Monreal, es un adelanto de lo que puede venir. En el centro del conflicto, por supuesto, don dinero.

Humo negro

HACE SIETE MESES SALIMOS con un suplemento cultural, Barco de Papel, en tiempos en que pocos medios destinan esfuerzo, papel y tinta a las artes. Está siendo una experiencia de trabajo excepcional, sobre todo valorando las colaboraciones de amigos sin más interés que difundir la cultura y abonar para que nuestra sociedad sea más vivible. Este domingo les regalamos como tema central la vida y música de John Lennon, asesinado en Nueva York hace 44 años. Es una excelente lectura decembrina que le ayudará a pasarla un poquito mejor en medio de tanta violencia y tanto miedo. Una entrega para reflexionar sobre las cosas absurdas con las que tropezamos todos los días, a veces también trágicas. Pásela bien, no se exponga demasiado y disfrute a sus amigos y a su familia. La vida sigue.

Artículo publicado el 15 de diciembre de 2024 en la edición 1142 del semanario Ríodoce.


EL ‘MINILIC’ Y SU NECESARIA EXTRADICIÓN


Dámaso López Serrano, el Minilic, hijo de Dámaso López Núñez, el Licenciado, fue detenido por segunda vez en los Estados Unidos y lo primero que debiéramos esperar de la justicia mexicana es que insistiera en su extradición a México para que sea juzgado por el crimen de nuestro compañero Javier Valdez Cárdenas, asesinado el 15 de mayo de 2017.

La Fiscalía General de la República, a través de la fiscalía especializada en delitos contra periodistas, que dirige Ricardo Sánchez Pérez del Pozo, le imputó la autoría intelectual y, al haberse entregado al gobierno estadounidense en julio de 2017, solicitó por los canales correspondientes su extradición. Le fue negada, eso es público, y la razón, la acaba de confirmar el titular de la FGR, Alejandro Gertz Manero, es que se acogió allá al programa de testigos protegidos.

Dámaso, ese “pistolero de utilería” del que hablamos en Ríodoce cuando detuvieron a su padre en la Ciudad de México, se entregó a la DEA para resguardarse allá de la intención de ser asesinado por los hijos de Joaquín Guzmán Loera, pero luego traicionó la confianza del gobierno norteamericano al reincidir, ahora desde el mismo suelo estadounidense, en el tráfico de drogas y, lo peor, las más perseguidas el gobierno de aquel país, el fentanilo, debido al brutal daño que están causando en los adictos.

En todo caso, al dirigir operaciones de tráfico de drogas desde el suelo norteamericano y estando bajo la “confianza” del gobierno en su condición de “colaborador”, coloca a López Serrano en una situación de extrema vulnerabilidad ante la justicia gringa que, se supone, querría cobrar cara la osadía.

Desde que conocimos la teoría del crimen de la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos Cometidos contra la Libertad de Expresión (FEADLE) dijimos que el de Javier había sido un crimen de ira. Adicto a las fiestas de tres días, un auténtico narcojunior, se molestó porque en una nota periodística publicada una semana después de que detuvieron a su padre, Javier dijo que su hijo, el Minilic, sería incapaz de sustituirlo porque no era más que un pistolero de utilería, más dado a las parrandas y al desmadre que a la dirección de una empresa criminal. Fue una decisión estúpida mandar matar a Javier por eso y, en todo caso, evidenciaba justamente lo que el fundador de Ríodoce había dicho en su nota.

En Ríodoce no tenemos ninguna duda de la teoría del crimen de la FEADLE-FGR en cuanto a la autoría intelectual y por eso hemos insistido por todos los medios a nuestro alcance que el gobierno mexicano insista para lograr su extradición a pesar de que ya ha sido negada en dos ocasiones. El argumento ha sido que el Minilic es testigo colaborador y ahora veremos qué dicen. Se supone que, con la llegada de Donald Trump a la presidencia, a partir del 20 de enero, las relaciones entre los dos países tendrán que reacomodarse y en ese nuevo contexto la respuesta puede ser distinta.

En aquellos años, cuando quedó claro quién había ordenado el crimen de Javier, apelamos a la buena voluntad del gobierno norteamericano, hablamos con la entonces embajadora en México, Roberta Jacobson, pero no logramos incidir en una decisión positiva.

Ahora los gringos presionarán como nunca al gobierno mexicano para que potencie sus esfuerzos en contra de los cárteles de la droga y México debe también poner sus condiciones sobre la mesa. Nunca será una relación de iguales, eso lo sabemos, pero ya es hora de que México exija correspondencia en la lucha contra el narcotráfico. Es un asunto —principalmente— de dos y hasta ahora nuestro país ha estado subordinado a los designios del gobierno norteamericano. Han sido ellos los que han manejado las cartas como han querido, siempre a su conveniencia, sobre todo cuando se trata de líderes del narcotráfico que México les ha entregado para ser juzgados allá.

Bola y cadena

LOS GRINGOS HAN JUGADO SIEMPRE para ellos y allí están los casos de Vicente Zambada Niebla, Reynaldo Zambada García, Miguel Caro Quintero, los hermanos Arellano Félix, Emma Coronel, Lucero Sánchez López… Jugaron igual con el Minilic, pero se les salió del huacal.

Sentido contrario

HAY DATOS INCOMPRENSIBLES en el asesinato del agente federal parte del equipo de Omar García Harfuch. Uno de ellos es que él y su acompañante viajaban en un auto compacto sin placas. Esto es inaudito en el contexto de guerra que se vive en Culiacán. El general Mérida dice que, a su juicio, fue un ataque dirigido a ellos y, por tanto, al Gobierno. Pero aunque no hubiera sido así, el yerro es el mismo. Se supone que son de inteligencia, pero esto no se vio en los hechos, por el contrario. Por lo demás, el hecho representa un reto directo al Gobierno… o debiera representarlo.

Humo negro

LA SENADORA IMELDA CASTRO cometió un error que le puede costar el futuro de su carrera política. Proponer a los grupos en pugna desde el 9 de septiembre una tregua navideña porque “ellos también tienen familia” y porque debe prevalecer “el humanismo”, es lo peorcito que le hemos escuchado a un político cuando se refiere a estos temas. ¿Quiso reinventar la narrativa del poder respecto al narco o no la deja dormir su obsesión de perfilarse a la gubernatura? Porque si es esto último, creo que, en vez de eso, la estaría descarrilando.

Artículo publicado el 22 de diciembre de 2024 en la edición 1143 del semanario Ríodoce.