martes, 13 de agosto de 2024

MALAYERBA: MAL DE FAMILIA


Parece que la muerte les sienta bien. Y la vida se les va, uno a uno. Empezaron con uno de los hijos. A balazos lo cazaron cuando llegaba a su casa. Lo otro vino después y no fueron necesarias las balas.

No se le notaba mucho. Pero era un hecho que andaba metido. Sin una vida ostentosa ni carros lujosos, pero andaba. Esa vida apacible se vio trastocada pronto. El negocio lo quiso así y todo se le vino encima, como bola de nieve.

Por deudas, negocios mal terminados, diferencias o envidias. Quién sabe. Lo cierto es que prácticamente lo “cazaron”. Primero lo levantaron, al día siguiente fue encontrado muerto: atado de manos y con el tiro de gracia.

Era diciembre. Mal mes para morir. Canje de posadas por novenario. Una madre enferma que parecía no estar en peligro. Un hermano abogado y entrón. Un padre taquero por la Obregón.

Pero la muerte tiene permiso. Pasó el novenario y las exequias. En el panteón todos se veían desmoronados. La despedida fue dura y cruel. Lo de siempre: llantos, abrazos a esa caja fría y gritos de dolor.

Ahí se despidió su madre de él. La señora se puso de pie entre los asistentes. Y le dijo adiós por él, cuyo cuerpo ya depositaban en la cripta, y por ella: al siguiente día murió. Estaba enferma, sí. Pero la calaca no necesitó de eso.

Qué navidad ni qué nada. Salían de aquel velorio y ya estaban en otro. Había en ese ambiente una mezcla de rabia y tristeza. Y todo por partida doble: dos muertes inesperadas, parte de la misma familia.

Ahí, sombrío e impotente, el joven abogado se decidió. Sabía que no iba a haber justicia. Que del lado del gobierno no habría detenidos. Que nunca encontraría nombres ni causas si esperaba esa vía.

Así que se decidió por su cuenta. Inició pesquisas. Preguntó con amigos y gente del negocio, cercana a su hermano. Encontró algo, poco. Indicios, huellas, sospechas. Pero la cuerda le duró unos meses.

Llegaron advertencias que luego fueron amenazas. Tocó fibras prohibidas. Creyó tener enfrente al remitente de esas balas que acabaron con su hermano. Pero no hizo caso a los emisarios y siguió de largo.

Hasta que se topó. Ahí, muy cerca de la casa de su hermano, le dispararon. Los matones lo alcanzaron. A quemarropa acabaron con él.

Otro novenario. Nuevo sepelio. Y nuevas amenazas: con esas palabras que pesan y que caen en las trompas de Eustaquio como martillazos, le dijeron: vete o sigues tú.

Por qué la saña. Por qué. Se le hizo fácil. No creyó. Siguió en esa carreta de tacos. Pensaba qué tanto había quedado debiendo su hijo, el mayor. Qué tanto para tantas muertes.

Eran una familia de seis. Ahora solo quedaban tres. Y cada uno en su sitio. Ninguno metido en el negocio. Todos queriendo olvidar. Desgastados y adoloridos por tanta muerte. Ya no querían más.

La carreta de tacos. El otro que andaba en la mecánica de automóviles. Tratando de recuperar la cotidianidad. Había pasado casi un año y en el recuento de los daños las pérdidas eran altas.

Hasta ahí llegaron. No tenían pierde. Él siguió ahí, en su carreta. Y había que cumplir la amenaza. Los que antes usaron el teléfono esta vez iban armados. Y le cumplieron: él estaba en la lista.

Ahora hay nuevo novenario. Y los deudos, los dos, se preparan para emigrar. Quieren otra ciudad. Tal vez otro país. Allá quizá la muerte no los alcance más.

Artículo publicado el 30 de junio de 2024 en la edición 1118 del semanario Ríodoce.

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