domingo, 8 de octubre de 2017

EL AÑO EN QUE SATANÁS VISITÓ MONCLOVA

Buscando la verdad acerca del Callejón del Diablo, surgió otra versión que a la par de la leyenda nutre la famosa historia



La leyenda del Callejón del Diablo enriquece la historia de Monclova y la región.

Monclova, Coah.- Confiado en Dios y la Virgen de Zapopan, Fray Juan Antonio Marfil de Jesús decidió convocar a todas las potestades celestiales para que lo auxiliaran en la batalla que estaba a punto de librar con el demonio.

Armado con crucifijos, agua bendita y aceite consagrado, además de la Santa Biblia bajo su brazo, el religioso llegó a lo que era la entrada a un callejón que colindaba con la calle de Santiago (hoy la Juárez).

La angosta callejuela desembocaba con rumbo al Oriente en el río Monclova, pegaba con los carrizos y la luz de la luna daba un toque más siniestro a esa noche de septiembre de 1715 (algunas fuentes lo sitúan en 1716).

Marfil de Jesús hizo escala en Monclova cuyo alcalde era Pío Gil en su segundo mandato; se dirigía a Texas con sus misioneros al recién fundado San Antonio.

Apenas arribó a la Villa cuando los pueblerinos le informaron que meses antes el diablo hizo acto de presencia en la siniestra calle “sin salida” más pestilente que un zorrillo.

Tras considerar que era un verdadero problema y las narraciones daban por cierto que el “Príncipe de las Tinieblas” atormentaba a los monclovenses, el padrecito, en punto de las 12 de la noche hizo lo que consideró su deber.

Caminó los 100 metros de longitud que tiene el callejón mientras rezaba, lanzaba agua bendita y hacía la señal de la cruz con el aceite. El recorrido lo hizo solo, mientras que en la boca calle, asustados, estaban las supersticiosas autoridades y soldados que no se atrevieron a seguir al franciscano.

¡Santo Remedio!...Parecía que el diablo se fue frunciendo la cola a los más apretados infiernos tras el exorcismo hecho por Fray Marfil de Jesús. Quizá el obstinado “patas de cabra” no regresaría a ese lugar, pero hasta la fecha aún existe el Callejón del Diablo.

LA CLÁSICA LEYENDA LOCAL

Basándose en fuentes confiables como el doctor Regino Fausto Ramón y el ingeniero Melquiades Ballesteros (alcalde de Monclova en 1910 y 1911), el historiador Lucas Martínez Sánchez ubicó la leyenda un Viernes Santo, apenas 26 años después de la fundación de Monclova.

Narra la tradición que ha pasado por generaciones, que aún no era construida en forma la Iglesia de Santiago Apóstol mientras que la Ermita ya estaba siendo levantada (desde 1700) y las procesiones de los religiosos se hacían por las principales calles.

Algunos historiadores mencionan que en el siglo XVIII las vías que corrían de sur a norte se les llamaba calles y a las de oriente a poniente callejuelas y en algunos casos callejones.

“Ave María Purísima, las doce en punto y sereno”, gritó el pintoresco personaje que indicaba las horas por las calles y seguido se escuchó la campana que anunciaba el paso de la procesión del silencio.

Como un respeto a los actos sacros, los pueblerinos tenían la costumbre de encerrarse en sus casas, incluso estaba prohibido por las autoridades observar el paso de los caminantes que cumplían con sus penitencias, ni siquiera por la cerradura de las puertas.

Algunos cargaban pesados maderos, arrastraban pesadas cadenas y grilletes y otros representaban a Cristo mientras los flagelaban.

Martínez Sánchez refiere que dos jovencitas (fuentes indican que eran costureras y otras que se dedicaban al oficio más antiguo del mundo) que vivían en una casita del callejón, cerca de la propiedad de don León Villarreal, no hicieron caso y a escondidas contemplaron el paso de los penitentes.

De pronto un caballero ataviado elegantemente de rojo, sombrero emplumado del mismo color, ojos de un azul penetrante, rostro fino y melena negra larga, se acercó a las curiosas muchachas.

Demostrando una gran labia las aduló y obsequió dos paquetes que simulaban contener velas de cera elegantemente adornadas con papel de china. Ellas coquetearon aún más y prestas desenvolvieron los obsequios.

Con susto constataron que eran dos canillas o manos putrefactas y con el corazón a punto de salirse por el pecho, vieron con terror cómo aquel mozo bien parecido se convertía en satanás.

Cuernos en la frente, pata de gallo y la otra de cabra, la cola larga y con movimientos simiescos, el diablo se burlaba dando terribles risotadas para luego abalanzarse contra ambas.

Quiso el cielo que al momento de desmayarse de la impresión, unas tijeras que portaba una de ellas, cayeran abiertas en forma de cruz, que al verlas el “chamuco”, huyó despavorido. A raíz de éste incidente y de otras presuntas apariciones del diablo en forma de gato y chivo negro que dejaban un tufo sulfúrico, Fray Marfil de Jesús realizó el exorcismo cinco meses después.

UNA VERSIÓN MÁS TERRENAL

Lo que se conoce como el Callejón del Diablo, hoy en día es la calle Jesús Barrera de la Zona Centro de Monclova. Nace en la calle Juárez y termina en el cruce con la avenida Constitución y Suzanne Lou Pape, donde hace una pequeña cuesta y al igual que tres siglos atrás, desemboca en el río Monclova.

Al menos seis familias son las más antiguas del histórico lugar, entre ellas la formada por el matrimonio de José Manrique Cavazos Valdez y Patricia Elizabeth Rivera Hernández, que tienen más de 50 años en el número 710.

El padre de Patricia, Don Manuel Rivera Mata, uno de los sastres más famosos de Monclova y la región narraba a sus hijos lo que para él era la verdadera historia del mítico callejón.

Antes de su muerte acaecida el 1º de enero de 1998, don Manuel dejó escrito en un cuadernillo la historia donde refiere que en esa calle existió, un solicitado hojalatero y herrero del cual no recordaron su nombre, pero especularon que pudo llamarse Pedro, quien tenía dos hijas.

Para 1919, durante el mandato presidencial de don Venustiano Carranza, el ahora Museo Coahuila y Texas era el cuartel de la partida táctica Militar de Monclova.

La ahora Capital del Acero estaba en la administración del alcalde Rafael Gaona y se acostumbraban las pastorelas en la catedral de Santiago Apóstol. Don Pedro cada año participaba y personificaba de una manera magistral al diablo.

En diciembre de ese año, el herrero fabricó unas inmensas garras de hoja lata para emular las manazas del demonio y se dispuso a actuar una vez más en el festejo navideño.

Desde hace tiempo, una de sus hijas mantenía una relación amorosa con un bisogño soldado del cuartel, que aprovechaba las ausencias de don Pedro para ver a su amada.

Don Manuel dijo a su familia que la noche de la pastorela, los enamorados pactaron huir. El militar iba a desertar para llevar a cabo una vida normal con su novia, pero el idilio fue descubierto: un vecino fue con el chisme al papá en medio del evento.

Enfurecido y vestido de diablo, trinche en mano, don Pedro fue hasta su casa y sólo le faltó echar chispas para ser un satanás verdadero. La penumbra fue su aliada (no había alumbrado) y al descubrir al castrense lo tomó por la espalda.

Cuando el soldado volteó, la sangre se le heló en sus venas al ver que “El patrón de los infiernos” lo agarraba con sus puntiagudas uñas al momento que corría despavorido y pedía auxilio, pues…¡El diablo se lo quería llevar!

Luego de ese chusco episodio la gente se refería al herrero como “El Diablo” y como vivía en el callejón, de ahí partió el inmortal apodo de la callejuela.

De una forma u otra, ambas narraciones enriquecen la interesante leyenda de esa calle monclovense, que debería ser remodelada con motivos coloniales o coronada por un arco de entrada con una placa que recuerde su historia con fines turísticos. En la actualidad los peatones recorren tranquilamente la angosta callejuela pero hace 302 años, ¡Ni los más valientes se atrevían!


(ZOCALO/ NÉSTOR JIMÉNEZ/08 DE OCTUBRE 2017)

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