Michael Sontheimer
Entrevistas con miembros del Ejército Rojo, rescatadas de
viejos archivos, ofrecen por primera vez la visión honesta de los soldados
rasos del sitio de la ciudad soviética. Una verdad histórica que debe
revalorarse.
Al amanecer del 31 de enero de 1943 la batalla más
angrienta de la Segunda Guerra Mundial llegaba a su fin para el principal
comandante alemán en Stalingrado. Los soldados rusos estaban apostados a la
entrada del sótano de la tienda de departamentos Univermag, en la cual los
oficiales alemanes de mayor rango, incluyendo al comandante en jefe Friedrich
Paulus, se habían refugiado. Un día antes, Adolfo Hitler había promovido al
líder de las tropas alemanas en Stalingrado al rango de mariscal de campo —no
tanto como un signo de reconocimiento sino más bien como una orden implícita de
acabar con su vida en lugar de permitirse ser capturado.
El teniente coronel Leonid Vinokur fue el primero en divisar
a Paulus: “Estaba recostado en una cama cuando entré, con su abrigo y su gorra.
Tenía una barba de tres días y parecía haber perdido el coraje”. El último
escondite del comandante del 6º Ejército alemán parecía una letrina. “La mugre
y los excrementos humanos y quién sabe qué más llegaban hasta el nivel de la
cintura”, deja constancia el mayor Anatoly Zoldatov, y añade: “Apestaba en
forma increíble. Había dos baños con letreros que decían: 'No se admiten
rusos'”.
Fue sólo un poco después que los alemanes fueron obligados a
entregar las armas. “Fácilmente podrían haberse disparado”, dice el mayor
general Ivan Burmakov. Pero Paulus y sus hombres optaron por no hacerlo. “No
tenían la intención de morir —eran cobardes—. No tuvieron el coraje para
morir”, dice el testigo presencial Burmakov.
UN MOMENTO DECISIVO
La batalla de Stalingrado marcó un punto decisivo desde el
punto de vista psicológico en la guerra nazi alemana de conquista y
aniquilación. “Las noticias que llegaban de Stalingrado tuvieron un efecto
impactante en el pueblo alemán”, admitió el ministro de propaganda del Reich,
Joseph Goebbels, el 4 de febrero de 1943. Tal como el historiador británico
Eric Hobsbawm resume la situación: “A partir de Stalingrado, todos sabían que
la derrota de Alemania sólo era cuestión de tiempo”.
Cientos de miles de personas perdieron sus vidas en el duelo
de honor entre los dos dictadores, Hitler y Stalin. Unos 60 mil soldados
alemanes murieron en el sitio. De los 110 mil prisioneros alemanes capturados
en Stalingrado, sólo cinco mil regresaron a su hogar. Por el lado soviético,
murieron entre medio millón y un millón de soldados del Ejército Rojo.
Ahora, casi 70 años después, es posible comprender con una
claridad sin precedentes cómo vivieron los vencedores esta fatídica batalla en
el río Volga. Estas nuevas perspectivas fueron originalmente trabajo del
historiador moscovita Isaak Izrailevich Mints. En 1941, fundó la Comisión para
la historia de la guerra patriótica. La idea era que todos en las fuerzas
armadas, desde los soldados rasos a los oficiales de alto rango, expresaran sus
pensamientos, sentimientos y experiencias como modelo para otros, pero sin
adornos.
En 1943, tres historiadores entrevistaron a más de 20
soldados soviéticos que estuvieron presentes cuando Paulus y sus hombres fueron
capturados. Esta es la primera versión del evento desde la perspectiva de los
soldados rasos.
Los investigadores realizaron entrevistas con un total de 215
combatientes en Stalingrado (…) Los testimonios son tan honestos que más tarde
los comunistas sólo publicaron una pequeña parte de ellos. Después de 1945, los
líderes soviéticos no estaban interesados en el impacto de batallas
sangrientas, sino en glorificar a los héroes épicos entre los que Stalin jugaba
el rol principal. Los aproximadamente cinco mil protocolos compilados por la
comisión de historiadores desaparecieron en los archivos del Departamento de
Historia en la Academia Soviética de Ciencias. En 2001, el historiador alemán
Jochen Hellbeck, que enseña en la Universidad de Rutgers en New Jersey, escuchó
hablar de este tesoro. Siete años después, pudo conseguir más de 10 mil páginas
en Moscú.
UNA NUEVA VERSIÓN DE LOS HECHOS
Hellbeck publica ahora Die Stalingrad-Protokolle (Los
protocolos de Stalingrado), que consiste en entrevistas, incluyendo en algunos
casos fotos de los soldados entrevistados, junto a la descripción del ambiente
en que se hicieron las entrevistas. A la luz de estos documentos, la historia
de la Batalla de Stalingrado no tendría que ser rescrita, pero algunas visiones
necesitan ser corregidas. Estos últimos hallazgos echan por tierra
completamente el argumento —planteado por los nazis y repetido por Occidente
durante la guerra fría— de que los soldados del Ejército Rojo lucharon tan
fieramente solo porque de otra forma miembros de la policía secreta les
hubieran disparado.
Sin duda hubo ejecuciones en el frente. El teniente general
Vasily Chuikov, comandante supremo del 62º Ejército, contó en persona a los
historiadores cómo trató a los “cobardes”: “El 14 de septiembre, le disparé al
comandante y comisario de un regimiento, y poco después le di a dos comandantes
de brigada y comisarios. Estaban todos impresionados”.
Aparentemente la extensión de las ejecuciones ha sido
sobrestimada. Por ejemplo, el historiador británico Antony Beevor habla de más
de 13 mil soldados del Ejército rojo ejecutados solo en Stalingrado. Pero, los
documentos descubiertos en los archivos rusos muestran que hacia mediados de
octubre de 1942 las ejecuciones habían sido menos de 300.
Los Protocolos de Stalingrado revelan que la disposición de
los soldados soviéticos a hacer sacrificios podría no ser solamente efecto de
tales medidas de represión. Los llamados “oficiales políticos” jugaron un rol
clave, al asegurar repetidamente a los hombres enrolados que ellos estaban
arriesgando sus vidas por la libertad de su pueblo. Se esforzaron por motivar a
los soldados y encauzar sus preocupaciones para elevar su moral de lucha.
Las entrevistas también demuestran que los comunistas devotos
sintieron que debían jugar un rol de liderazgo en todos lados. El comisario de
brigada Vasilyev dice: “Se veía como una vergüenza si un comunista no era el
primero en dirigir a los soldados en la batalla”. En el frente en Stalingrado,
el número de miembros del partido que llevaban su tarjeta se elevó entre agosto
y octubre de 1942 de 28 mil 500 a 53 mil 500. Los oficiales políticos
distribuían volantes en la zona de batalla con el retrato del “héroe del día”,
incluyendo grandes fotos de los soldados destacados. Les enviaban retratos de
los distinguidos a sus orgullosas familias.
El concepto era que se trataba de una guerra del pueblo. “El
Ejército Rojo era un ejército político”, dice el historiador Hellbeck.
LA CREENCIA EN UN PROPÓSITO SUPERIOR
Además de ofrecer charlas a los soldados respecto a la
situación en tiempos de guerra, los oficiales políticos los comprometían en conversaciones
personales. “Por la noche”, dice el teniente Coronel Yakov Dubrovsky, “los
combatientes están más inclinados a hablar abiertamente, y pueden bucear en su
almas”. El comisario de batallón Pyotr Molchanov añade: “Un soldado está
apostado en las trincheras por un mes completo. No ve a nadie además de su
vecino, y de pronto el comisario se le acerca, le dice algo, una palabra
amistosa, lo acoge. Esto es de una importancia enorme”.
En los momentos críticos, ocasionalmente los oficiales
políticos también distribuían chocolate y mandarinas a los camaradas
desmoralizados. Uno de ellos, Izer Ayzenberg, del 38º cuerpo de fusileros,
solía recorrer las trincheras con su “maletín de agitación”. Además de folletos
y libros, contenía juegos como damas y dominós.La meta era que los soldados no
se dejaran llevar más por el miedo, sino que usaran su conciencia política para
superar la angustia.
Por ende, los comunistas veían como un signo de debilidad
cuando los soldados alemanes capturados se describían a sí mismos como
apolíticos. En su opinión, la verdadera voluntad de vencer solo podía darse en
aquellos que creían que servían a un principio superior. Los comunistas veían
al Ejército rojo política y moralmente más inquebrantable que la Wehrmacht.
Pero además de la agitación y la propaganda, fue
principalmente el odio de los soldados soviéticos hacia los invasores lo que
elevó su moral para luchar contra el 6º Ejército alemán, inicialmente superior.
Es más, los alemanes encendieron el odio con su brutal ocupación. Ya con su
entrada hacia el Volga, el 6º Ejército hizo su contribución al holocausto. Los
civiles estaban aterrorizados.
“Uno ve a las muchachas jóvenes, a los niños, colgando de los
árboles en el parque”, dice el francotirador Vasily Zaytsev, y añade: “Eso
tiene un tremendo impacto”.
El mayor Pyotr Zayonchovsky cuenta de una posición que los
alemanes habían abandonado. Cuando llegó al lugar, descubrió el cuerpo de un
camarada muerto “cuya piel y uñas de la mano derecha habían sido completamente
arrancadas. Los ojos habían sido quemados y tenía una herida en su sien
izquierda hecha por un pedazo de hierro al rojo vivo. La mitad derecha de su
rostro había sido rociado con un líquido inflamable y encendido”.
INFIERNO EN AMBOS LADOS
Antes de la guerra, muchos rusos habían admirado a los alemanes
como una nación de cultura, y los respetaban por el talento de su ingeniería.
Algunos de los entrevistadores dicen que quedaron impactados por los alemanes
que encontraron durante la guerra.
El mayor Zayonchovsky describe la naturaleza de “los alemanes”
de la siguiente manera: “La mentalidad de ladrón se ha vuelto como una segunda
naturaleza, para ellos, tienen que robar —lo vayan a usar o no”—.
Un oficial en la agencia de inteligencia, que interrogó a
prisioneros alemanes, expresó su sorpresa de que los ataques a civiles y los
robos “se habían vuelto parte tan integral de la vida cotidiana de los soldados
alemanes que los prisioneros de guerra nos contaban sobre esto sin ningún
escrúpulo”.
De acuerdo al capitán Nikolay Aksyonov, uno podía sentir “cómo
cada soldado y cada comandante estaba ansioso de matar tantos alemanes como
fuera posible”.
El francotirador Anatoly Chechov recuerda en su entrevista
cómo mató al primer alemán. “Me sentí terrible. Había matado a un ser humano.
Pero entonces pensé en nuestra gente y comencé a dispararles sin piedad. Me
volví un bárbaro, los mato. Los odio”. Al momento de la entrevista, él había
matado a 40 alemanes —la mayor parte de ellos con un tiro en la cabeza.
Es de público conocimiento que Stalingrado fue un infierno
para los soldados de ambos lados. Pero gracias a estos testimonios, ahora
tenemos una idea vívidamente clara de cómo era estar en el combate casa a casa
y de nunca acabar para el cual los soldados no habían sido entrenados. Cómo las
cenizas, el polvo y el humo les quitaron toda orientación. Cómo las
detonaciones individuales fueron ahogadas por el constante estrépito de la
batalla. Cómo lucharon por días para tomar edificios, en los que en algunos
casos los soviéticos se habían apostado en un piso, mientras los alemanes se
habían atrincherado en otro.
“En estos combates callejeros, las granadas de mano, las
ametralladoras, las bayonetas, los cuchillos y las espadas son usadas”, dice el
teniente general Chuikov. “Ellos se enfrentan el uno al otro y se golpean. Los
alemanes no pueden hacerlo”. Sin embargo, la Wehrmacht se las arregló al
principio para tomar la ciudad, con excepción de una delgada franja junto al
Volga.
Entonces el Ejército Rojo rodeó a los alemanes, quienes sólo
eran capaces de recibir exiguas provisiones desde el aire. Los soldados
alemanes sufrían de hambre y no tenían uniformes abrigados para el amargo frío
del invierno. El comandante Paulus exhortó a sus tropas a no rendirse:
“Resistan, el Führer nos hará mierda”, era el eslogan del día. La Operación
tormenta de invierno, que buscaba romper el cerco, terminó en un fracaso. El 6
de enero, el general soviético Konstantin Rokossovsky ofreció a Paulus una
rendición honrosa. A las órdenes de Hitler, el comandante alemán rechazó la oferta.
Cuatro días más tarde, el Ejército rojo comenzó a avanzar y
apretar el cerco sobre la ciudad. Después de 10 días, los alemanes escasamente
tenían algo de comida y municiones. Cuando Paulus y sus hombres se permitieron
ser tomados prisioneros a fines de enero, en vez de cometer suicidio o luchar
hasta morir, Hitler se enfureció.
“LA TIERRA RESPIRABA FUEGO”
El precio también fue alto para los ganadores de la batalla.
Vasily Zaytsev, por ejemplo —sin duda el mejor francotirador del Ejército Rojo
en Stalingrado— se adjudicó haber matado a 242 alemanes, pero hizo el siguiente
comentario aleccionador: “Siempre lo recuerdas, y la memoria tiene un impacto
poderoso”, dijo un año después de la batalla. “Ahora, tengo los nervios de
punta y constantemente tiemblo”.
Su camarada Aksyonov añade: “Esos cinco meses en Stalingrado
fueron el equivalente a cinco años de nuestras vidas”. Le parecía que “la
tierra en Stalingrado respiró fuego por días”.
Estas son cosas que los comunistas simplemente no quieren
escuchar respecto a la guerra. Un “informativo libro histórico escrito por los
participantes en la batalla”, como abogaba el historiador Mints, nunca fue
publicado. Durante las expulsiones antisemitas de Stalin, el propio Mints fue
despojado de su cátedra, acusado de ser un “cosmopolita sin raíces”. Fue sólo
después de la muerte del dictador que fue rehabilitado. Él escondió los
protocolos con las entrevistas.
Hellbeck, que los consiguió con sus colegas rusos, ya está
planeando lanzar el próximo volumen de entrevistas, esta vez enfocándose en la
ocupación militar alemana de la Unión Soviética. La edición rusa de Los
Protocolos de Stalingrado será publicada en 2013.
Fragmentos tomados de Der Spiegel.
Traducción de Elisa Montesinos
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