Redacción/ Reportaje Especial
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Una de las primeras denuncias contundentes desde dentro de la Legión [de Cristo] fue la de Federico Domínguez, quien había estudiado hasta filosofía en Comillas [España] y había fungido como uno de los secretarios de [Marcial] Maciel, además de haber sido el guardián del archivo secreto de la Legión, actividad esta última que le permitió tener acceso, por ejemplo, a los informes donde el padre Lucio Rodrigo S.J., denunciaba a Maciel y de los que éste se las arregló para tener copias.
A Federico Domínguez le fue pedido dicho informe por el vicario de la
Arquidiócesis de México, monseñor Francisco Orozco Lomelí, en agosto de 1954
(Documento 113). En éste se abren por primera vez las cartas acerca de la
adicción de Maciel a la dolantina (morfina) y de la rara “enfermedad” con la que
justifica su consumo. Esta carta se encuentra en el archivo de la Sagrada
Congregación de Religiosos como el Documento 113 que citamos.
* * *
1956. Este año resultará decisivo para documentar tanto lo que un exjesuita
va a denominar la “doble vida” de Marcial Maciel, así como su morfinomanía y
pederastia. Por otra parte, saldrá a la luz la matriz básica que conformará la
estructura institucional de la Legión de Cristo; me refiero al voto de caridad,
que aunado al de humildad instituye la multifuncional omertá como eje
fundamental en la Legión, que a su vez se articulará con las diferentes
estrategias para silenciar o neutralizar datos comprometedores por parte de las
diferentes instancias vaticanas.
El Documento 114, ACIVSVA-RIII, del 1 de enero de 1956, J/I, que inaugura el
año, resulta significativo porque alude por segunda vez al consumo de morfina
por parte de Marcial Maciel. Está firmado por el padre Callisto Lopinot, por ese
tiempo consultor de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide. El citado dirige
su carta a la Sagrada Congregación de Religiosos.
El sacerdote afirma que un médico católico a quien conoce de muchos años,
pero del que no menciona su nombre, le comunica que atendió a Marcial Maciel y
le señala que “es morfinómano y que ha tenido una fuerte crisis como efecto de
la droga que ha utilizado y sigue tratando de procurársela”.
Conocedor de las responsabilidades del padre Maciel con su instituto y los
jóvenes que a él asisten, dicho médico se siente obligado en conciencia a hacer
la citada comunicación a la “autoridad eclesiástica competente”.
A esta carta del padre Callisto le siguen dos del profesor Sabino Arnáiz,
exjesuita y profesor de los jóvenes legionarios en Comillas y en Roma; en la
primera, con fecha 30 de enero de 1956 –Documento, 115, ACIVSVA –RIII J/I–,
acusa a Maciel ante la Sagrada Congregación de Religiosos de injusticias,
mentiras y falsificación de firmas.
En la segunda –Documento 117, fechado el 1
de febrero de 1956, J/3–, intenta un análisis más pormenorizado de la
institución legionaria y de Maciel, al que dice conocer de tiempo atrás.
“Voy al fondo de mi personal opinión […].a mi entender se trata de […] un
desdoblamiento de la persona [así en el texto; Fernando M. González] El padre
Maciel es él la norma, la regla y todo. Estamos no ya en la “santidad” sino en
el “santonísmo” (sic).
“[…] Todo se hace alfombra para que pase. Por él existe la superveneración
sintomática de todas las sugestiones.
“Para su colosal ascendiente el padre Maciel tiene una cualidad en la que es
un fuoriserie: la serenidad unida a un exquisito trato y formas externas (para
las mujeres tendríamos que aludir a ciertas ideas freudianas que son la
acentuación de lo dicho) […] en palabras más recias digamos que el padre Maciel
es un ‘embaucador’.”
Arnáiz realiza otras observaciones que describe como de “desconcertante
arbitrariedad”. Se refiere específicamente a la forma en que Maciel maneja sus
entradas y salidas de la casa de Roma.
De pronto se habla de que está en la
enfermería “medio moribundo” y luego se le ve salir de la casa “con el mayor
garbo”.
* * *
Anexo: En este apartado me parece importante incluir dos documentos. El
primero, el Documento 134, resulta un buen resumen de lo ocurrido en el periodo
1948-1956.
Presumiblemente se trata de una síntesis realizada para la Sagrada
Congregación de Religiosos y que muestra lo que ellos sabían hasta entonces
respecto a las denuncias contra Maciel.
El segundo documento está escrito por un
tal Antonio López y se dirige al cardenal Pizardo, secretario del Santo Oficio
–Documento 135–, con la finalidad de mostrarle a dicho cardenal de qué manera el
padre Maciel “consigue dinero”.
Y digo que reviste una importancia especial, ya que hace entrar en los
archivos de la citada congregación una información que sólo hasta inicios de
2010 se hizo pública.
A saber, las relaciones del padre Maciel con las mujeres y
no precisamente sólo para pedirles dinero ni para dirigir su alma hacia el
Creador, sino al parecer para experimentar el baile y un tipo de acompañamiento
que incluía dormir con una viuda. Leamos lo siguiente:
“El dicho padre Maciel, con el pretexto de que la casa religiosa de su
instituto quedaba a quince kilómetros de la capital y que por otra parte él
perdería y mermaría tiempo a su apostolado en el caso de que fuera a dormir
allá, adoptó la costumbre de quedarse a dormir en México en la casa de la viuda
de Fernández que vivía sola en la calle de Pánuco 65.
“La señora es de unos cincuenta años pero conserva su elegancia y belleza
primitivas sin perder el atractivo femenino. Es además de un temperamento muy
alegre y aficionada a bailar. Así pues, se pasaban largos ratos bailando y
contaminándose en conversaciones frívolas; luego se retiraban a dormir…”
* * *
En la selección de esta parte elegimos presentar, entre otros, un texto muy
significativo realizado por alguien externo a la institución legionaria.
Se
trata del informe de Manuel de Castro Pérez, vicepresidente del Colegio Oficial
de Farmacéuticos de San Sebastián, España –Documento 170, ACIVSVA-RIII, del 18
de marzo de 1962– que le presenta al obispo de la diócesis citada.
Documento que
retoma el hilo de dos ya citados en la parte III respecto al asunto de la
morfina-dolantina. Comienza con estas significativas palabras:
“Con el natural pesar causado por la exposición de malas noticias, por hechos
prevenientes o causados por personas de máxima confianza, y [que] si los
silenciásemos no los aliviaríamos, sino al contrario, podrían ser causa de
mayores desafueros…”
Gongorescas y sabias palabras que de haber sido tomadas en cuenta a su tiempo
probablemente habrían prevenido “mayores desafueros”.
Sin embargo, las
autoridades vaticanas decidieron que lo mejor era tapar y silenciar.
Y cuando
esto ya no fue posible, se le rindió homenaje a la máxima lentitud, la cual se
hizo explícita en las palabras del actual papa Benedicto XVI al señalar que
habían operado lentamente porque sólo hasta 2000 comenzaron a tener elementos de
juicio para tomar en serio las acusaciones.
Este documento abre lo que podríamos considerar como la tercera oportunidad
para que las autoridades vaticanas tomaran en sus manos de manera radical el
caso del fundador de los Legionarios y de su institución.
Pero, de nueva cuenta,
Maciel opera astutamente y logra conjurar el peligro in extremis.
* * *
Al citado documento lo completa un segundo escrito –Documento 172,
ACIVSVA-RIII, 27 de abril de 1962– redactado por un antiguo alumno de Comillas y
que había sido hasta hacía poco secretario del cardenal Gaetano Cicognani, cuyo
hermano Amleto era por ese entonces el secretario de Estado de la Santa Sede.
El
comillense dice estar al tanto de la historia de los legionarios por las dos
situaciones aludidas –exalumno de la universidad de los jesuitas y su función
como secretario–.
No está firmado y por lo tanto hasta esa altura de la
documentación no sabemos su nombre.
Sin embargo, un tercer escrito, esta vez de monseñor Diego Bugallo Pita –que
fungía como auditor asesor en la Nunciatura de Madrid–, permite suponer que se
trata de monseñor José S. Laboa.
Monseñor Laboa afirma que lo vinieron a visitar en su casa de San Sebastián
tanto el presidente de los farmacéuticos como el jefe de la policía de la
ciudad.
Añade que el jefe de la policía le informó que ya desde 1957 el mismo
había denunciado al vicario general de la diócesis, monseñor Sodube, en ausencia
del obispo que estaba de vacaciones, “graves hechos de la misma índole”.
Y que
el vicario le prometió informarle a su superior, pero que por circunstancias que
ignora, no lo hizo. Nótese la alusión al año de 1957, precisamente cuando se
suponía que Marcial Maciel estaba suspendido.
Y añade que el farmacéutico puso
en sus manos un reporte detallado de los hechos ocurrido en el mes de marzo de
1962.
Así como una carta para el cardenal de México, es decir, el arzobispo de
Guadalajara, José Garibi Rivera.
Y que ambos documentos –170 y 172– quedaron
consignados bajo juramento solemne de enviarlos al secretario de la Sagrada
Congregación de Religiosos.
* * *
El texto del exsecretario de G. Cicogniani
–junto con el del
farmacéutico– estuvo a punto de tener un efecto substancial sobre la carrera de
Marcial Maciel, pues es posible constatar que la Sagrada Congregación de
Religiosos tenía pensado presentar en la audiencia que debería haberse celebrado
el 18 de mayo de 1962 ante el papa Juan XXIII la petición formal de destituirlo
al parecer de manera definitiva.
Pero Maciel fue rescatado un día antes gracias
a la nunciatura de Madrid, y la audiencia se suspendió.
* * *
En el Documento 171 fechado el 28 de mayo de 1962, encontramos lo siguiente
en el apartado B:
“Acusaciones graves. Últimamente, durante los días 18 y 23 de marzo de 1962,
han ocurrido nuevos hechos graves en la ciudad de San Sebastián, España, donde
el padre Maciel ha pernoctado junto con algunos discípulos de su instituto.
Tales hechos, que han sido señalados incluso a la policía local, deben ponerse
en relación con la afanosa búsqueda de droga efectuada por el padre Maciel y sus
condiscípulos en varias farmacias.”
La acusación escrita y jurada proviene del doctor Manuel de Castro, que forma
parte del Colegio Oficial Farmacéutico de Guipúzcoa.
* * *
Si hasta ese momento el archivo sólo contenía las denuncias desde el interior
de la Legión –las de Federico Domínguez y de Luis Ferreira en las que se habla
con toda claridad de drogadicción, pederastia, usos de la confesión y
transgresiones al sigilo de la confesión y a la cuenta de conciencia, y otras–,
esta vez nos encontramos con el testimonio y la denuncia de alguien que
perteneció al circulo rojo de Maciel y que en 1956 había colaborado activamente
a mantener el cerco del silencio.
En una carta de renuncia a la Legión decide ajustar cuentas con su fundador.
Se trata de Juan José Vaca, quien fue abusado desde diciembre de 1949.
Entre
otras cosas, escribe una lista que incluye a los 20 jóvenes legionarios, de los
cuales a él le consta que “usted [Maciel] cometió los mismos abusos sexuales y
de cuyos nombres pongo a Dios por testigo”.
Nombres en los que no incluye, entre
otros, los de José Barba o de José A. Pérez Olvera.
* * *
Vaca revela cómo operó Maciel con sus fieles cuando se presentaron los
visitadores enviados por la Sagrada Congregación de Religiosos, a finales de
1956:
“Llega el mes de septiembre de 1956 y sale a la luz el escándalo de su
adicción. Usted teme que se descubran también sus actividades homosexuales y
manipula hábilmente nombrándonos asistentes de las comunidades del Colegio de
Roma a los que más lo queríamos y mayor fidelidad le habíamos guardado.
“[…] Deja a Jorge Bernal como asistente de teólogos, a Alfonso Samaniego, de
filósofos, a Cristóforo Fernández y a mí, asistentes de novicios; nos instruye
para que no revelemos absolutamente nada negativo de la vida íntima de usted a
los visitadores apostólicos.”
Escribe Juan José Vaca:
“[…] En febrero de 1958 usted es rehabilitado por la Santa Sede. No obstante,
continúa nuestra angustia por sus renovados abusos sexuales contra nosotros. […]
Cuantas veces nos obligó, no sólo ya a uno sino a dos religiosos a intercambiar
mutuamente las aberraciones que usted nos hacía”. (Números 22 y 24.)
* * *
En el inicio de su pontificado Juan Pablo II tenía a la mano un dossier listo
para ser analizado y para saber con quién se las tenía que ver si lo quería
entronizar, como en efecto hizo años más tarde aduciendo que [Maciel] era un
“ejemplo de la juventud”.
Más aún, no sólo tenía a su disposición la información
si la hubiese requerido, sino que también contaba con varias maneras de
elaborarla, eufemizarla o silenciarla.
Un ejemplo nítido de esto último lo tenemos en una carta contenida en el
Documento 184 ya citado, y en el cual se puede ver cómo fue filtrada la
información enviada por monseñor McGann en la Congregación para los Institutos
de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica.
De nuevo vamos a observar
una neutralización de las acusaciones. Ésta va a ser la tercera vez en que una
información comprometedora como pocas será atenuada al máximo por las
autoridades vaticanas.
Se trata de la carta de Jesús Correl C., del 30 de
septiembre de 1979, que tiene el sello de la Congregación Para los Institutos de
Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica. l
*Fragmentos del capítulo II (“La sonoridad de algunos silencios.
Los
documentos secretos, 1944-2002”) de La voluntad de no saber.
La redacción del
capítulo corrió a cargo de Fernando M. González.
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