Luis Fernando Nájera
De repente estalló en cólera y lanzo su advertencia: “Ándate
con cuidado cabrón, porque también sé hacer otras cosas. Ya me pusiste que soy
del Chapo, que la verg… Tú me conoces cabrón y sabes que no es así, sabes que
me traen más entrado que le verg… y tú poniendo esas chingaderas. Por ahí nos
vemos, cabrón”.
Así terminó una brevísima entrevista de banqueta con Jesús
Carrasco Ruiz, el segundo director interino de la Policía Municipal de Ahome,
que comenzó como una solicitud para hablar sobre su implicación en el cártel de
Sinaloa, específicamente con el mando de la Gente Nueva, brazo armado fundador
de los Matazetas en las narcomantas que
aparecieron en Los Mochis y Culiacán, a medio año, en la víspera de la creación
del Grupo Élite de la Policía Ministerial del Estado.
Era una mañana fría que comenzaba a arder, que tiraba a ser
un día de perros. Temprano tres cadáveres de jóvenes desconocidos aún habían
sido localizados en el panteón del ejido Primero de Mayo.
Y luego, frente a la corporación, un grupo de desconocidos se
enfrascaban a balazos con agentes preventivos que les pisaban los talones
porque presuntamente viajaban en una Cherokee tinto despojada apenas minutos
antes. Minutos después un banco sería asaltado.
Por eso al director interino de la Policía Municipal “se le
quemaban las habas” por salirse de esa reunión insulsa a la que fue convocado
para el lanzamiento de la Primera Campaña Estatal Antipirotecnia 2011, que más
bien parecía solo para la foto y la política. El Flaco, apodo que se ganó por su
complexión física anterior, estaba pegado al radio, en donde reportaban al
momento los avances del tiroteo.
Cuando terminó la reunión, salió disparado a la calle. En el
trayecto del segundo piso a la explanada, los reporteros le había puesto un
retén pues ya tenían experiencia de que el Tango, segundo sobrenombre que
también se ganó porque antes de ser policía fue tránsito, era evasivo, reacio a
dar entrevistas, grosero y bravucón al grado de impedir a camarógrafos tomarle
imagen y bloquear los accesos a los fotógrafos y hasta ocultar y tergiversar
información que antes de su arribo era pública y que hoy es “confidencial”.
Un día antes de ese retén de periodistas, los reporteros de
la fuente policiaca se habían entrevistado con el alcalde pidiéndole una
audiencia para denunciar lo que consideraban excesos y abusos del nuevo jefe de
policía interino y por cuyas órdenes impedía la realización del reporteo de
notas de policía.
El alcalde ofreció puertas abiertas, pero el Flaco se paso
aquella disposición por el arco del triunfo. Y el hostigamiento continúa.
Cuando los reporteros lanzaron sus preguntas al director
interino, frases y monosílabos tuvieron como respuesta. Y dejándolos pasmados
se retiró a su patrulla.
Mientras se colocaban el chaleco antibalas y las pecheras, el
reportero lo abordó.
—¿Cuándo me podrá recibir para hablar de su implicación con
la Gente Nueva?
—Cuando tenga tiempo, cabrón. Ando en chinga, son muchas
broncas.
—Lo he buscado por cinco ocasiones, ¿puede poner una cita? No
serán más que unas tres o cuatro preguntas.
—Para qué, cabrón, si ya me pusiste de la verg… Pones lo que
quieras, lo que te dicen, que soy del Chapo o de otros cabrones… Ni que nada,
tú sabes que no tengo grupo, que venimos a chambear y nada más. Eso lo sabes
muy bien porque hace rato que nos conocemos.
—Bueno, ¿está implicado con la Gente Nueva, como fue exhibido
en las narcomantas?
—Ándate con cuidado
cabrón, porque también sé hacer otras cosas. Ya me pusiste que soy del Chapo,
que la verg… Tú me conoces cabrón y sabes que no es así, sabes que me traen más
entrado que le verg… y tú poniendo esas chingaderas. Por ahí nos vemos, cabrón…
Luego, terminó de abrocharse las pecheras, montó en su
patrulla y salió a toda velocidad. Iba a la balacera.
Seis horas después, el tiroteo terminaría con saldo de cero
detenidos, la movilización de centenares de policías y hasta de un helicóptero,
la incautación de dos camionetas y un cañaveral incendiado, sin ser tiempo de
zafra.
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