domingo, 7 de julio de 2013

MADRES E HIJOS SEPARADOS POR LA FRONTERA

Reforma

Tijuana, BC.- En las ciudades mexicanas colindantes con Estados Unidos hay mujeres acechando el territorio extranjero, no con el sueño del resto de los migrantes de mejorar su economía, sino con la determinación de recuperar a sus hijos.

“Voy a tratar de volver a pasar porque cuando uno tiene esa desesperación de estar con sus hijos ya no le interesa lo que le hagan, lo que le interesa es estar con ellos”, dice Lourdes, originaria de Zacatecas cuyos tres hijos de 27, 24 y 18 años de edad, nacieron en Estados Unidos y permanecen en aquella nación.

La mujer ha sido detenida varias veces en el cruce con documentos falsos y juzgada por dos cortes en Texas, una de las cuales le impuso un castigo de 40 años fuera de la nación antes de solicitar algún tipo de visado.

De acuerdo con cifras de El Colegio de la Frontera Norte, anualmente cerca de 400 mil personas son repatriadas de Estados Unidos. Se estima que el 10% son mujeres, la mayoría madres de familia.

Para ellas el muro, los más de 17 mil agentes fronterizos, las cámaras de vigilancia que detectan movimiento y temperatura y los aviones no tripulados que sobrevuelan los 3 mil 152 kilómetros de la línea divisoria representan un abismo para ver los primeros pasos de sus hijos, curar sus enfermedades, ayudarles en las tareas, compartir las graduaciones universitarias y hasta para ver el nacimiento de sus nietos.

Sólo quieren unir a su familia

Del lado mexicano ellas sólo están ocupadas en conseguir el mejor precio de un coyote para reunificar su familia.

María Galván, coordinadora de la casa para mujeres migrantes Madre Asunta, en Tijuana, ha visto evolucionar el paso de las mujeres hacia el país vecino desde los años 80.

“En esos años eran mujeres que venían solas del sur de nuestra República para intentar llegar a Estados Unidos porque habían dejado a sus papás, eran madres solteras o querían construir una casita. Algunas de ellas llegaban embarazadas porque en ese entonces el tener un hijo en Estados Unidos era sinónimo de ‘ya no te voy a sacar’”, comenta.

“Cuando cae la crisis tremenda en nuestro país empezamos a ver llegar a familias enteras, papás, mamás e hijos cruzar la frontera, pero para entonces ya la frontera estaba mucho más resguardada y de alguna manera se volvían más vulnerables al cruzar porque lo intentaban por aquellos lugares donde no había tanta seguridad, que era el desierto y la montaña.

Deportados de regreso

“Ahorita el perfil de los migrantes ya no es gente del sur que llega intentando cruzar a Estados Unidos a buscar un mejor trabajo. Es gente que viene de Estados Unidos después de haber vivido por 20 o 30 años. Son deportados”.

A las deportaciones, dice María, se suman aquellas madres que tuvieron que salir por una emergencia de la nación del norte y de regreso, a diferencia de tiempos pasados, se toparon con una frontera blindada que les impidió el cruce.

“El drama de esta situación es la separación familiar. Ellas llegan en estado de shock a nuestra institución: muchas de ellas no duermen, lloran todos los días, están desesperadas, están angustiadas por ver ‘cómo le voy a hacer para reunirme con mis hijos’”, apunta Galván.

Adriana salió de EU para ver morir a su madre en Acapulco. De vuelta en la frontera con papeles falsos para llegar a Los Ángeles, donde están sus tres hijos, fue detenida por agentes migratorios.

Pasó varios meses encerrada en cárceles, la juzgaron tres veces y la última impartidora de justicia, dice, se “apiadó” de ella y la expulsó sin imponerle castigo.

Enfermos

La urgencia por reunirse con sus hijos radica en que el mayor tiene cáncer en el labio y la más pequeña padece asma.

“Yo no estoy aquí por gusto, si no me regreso a mi país que es hermoso es porque desafortunadamente tengo tres hijos nacidos acá y uno está enfermo”, argumentó Adriana a la agente de migración que la cuidaba en la cárcel.

La casa Madre Asunta recibe mensualmente de 100 a 120 mujeres mexicanas y centroamericanas. El 90% o más dejaron a sus hijos en EU.

Las que tuvieron suerte encontraron en Tijuana las instalaciones que son el único lugar donde reciben alimentos, ropa, asistencia legal, psicológica y espiritual para sobrellevar la separación. El resto están condenadas a la indigencia o a los abusos de las autoridades.

Para ellas la encrucijada entre dos países aumenta porque los niños no quieren regresar a la tierra de sus padres.

“Aquellas que los dejaron con algún familiar o vecinos saben que si se los piden se los van a traer, pero si los niños son adolescentes no los van a traer porque ellos no quieren venirse. Ellos dicen ‘este es mi país, yo aquí me voy a quedar, yo no voy a ir a un país donde no es el mío, aquí está mi casa, mi escuela, mis amigos’”, explica la trabajadora social.

“Hay algunos que sí le hacen caso a la mamá y se vienen con ella, pero en tres meses las tenemos de regreso porque los niños no se acostumbraron a vivir en un país que no es de ellos, un país que no tiene el modus vivendi que tenía allá y deciden regresar”.

Como Adriana y sus tres hijos, quienes le demandan cruzar a EU, pues además de la enfermedad de dos de ellos, la ocasión que visitaron México no les gustó el país.

“Pasamos muchas necesidades, vieron la diferencia de allá y no se acostumbraron y quieren que me vaya para allá, pero no sé cuándo vamos a estar juntos otra vez”, lamenta la mujer. 
 
(ZOCALO/ Reforma / 07/07/2013 - 04:01 AM)

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