sábado, 18 de mayo de 2013

SIN SABER, SE VOLVIÓ ALBAÑIL DE "EL CHAPO" GUZMÁN EN TIJUANA

Después de haber sido deportado de EU, se dedicó a buscar chambitas, en Tijuana, hasta que llegó a una casona
Llegó a Tijuana buscando chamba y comenzó a pintar la casa de El Chapo
Redacción
Luego de ser deportado de Estados Unidos, Ariel llegó a la ciudad de Tijuana, Baja California, donde se dedicó a hacer chambitas. En la década de los 90 le ofrecieron un trabajo para pintar una casona; no sabía que desde ese lugar se enviaba mariguana hacia el país vecino. 17 años después, la vida llevó al hombre a habitar la residencia que fuera de Joaquín Guzmán.

A mediados de 1997, Ariel Mejía emprendió la búsqueda de trabajo en Tijuana, Baja California.

Lo deportaron luego de vivir 10 años en San Diego, California, donde era carpintero. Vagaba desesperado por las calles de la frontera.

La ciudad de Tijuana le resultaba desconocida, se le hacía fea, cochina, le parecía un “gran cerro”, a pesar de vivir su adolescencia en el centro de la urbe. Aquí estudió artes plásticas y electrónica, en una preparatoria de carreras técnicas.

Recuerda que en los años 80 el paso a Estados Unidos no era complicado, “brincabas la valla por los cerros guiado de un pollero”. Y así lo hizo Ariel, un migrante de 51 años, quien ahora se declara adicto a la heroína y el cristal.

“Llegué a Estados Unidos (1987) y empecé a trabajar de lo que sabía hacer: pintaba rótulos, ponía losetas y en la construcción de casas. La vida era muy difícil; extrañaba mi casa…”. 16 años después, Ariel sostiene una jeringa y se sincera.

En Estados Unidos se volvió adicto a la heroína. Conseguir droga en aquel país le resultó más fácil de lo que creía. En la construcción las jornadas eran largas y muchos mexicanos buscaban alivio en los estupefacientes duros.

A Ariel lo deportaron, como a miles de mexicanos, y 10 años más tarde volvía a pisar el suelo mexicano. Con “chambitas de albañilería” logró ocuparse.

A su regreso, se rentó un departamento en un multihabitacional en la colonia Módulos de Otay, localizado a un costado de la garita para ingresar a Estados Unidos. Recuerda que fue aquí donde consiguió un “trabajazo”, el sueldo sería de 2 mil pesos semanales.

“Estaba parado en la tienda de la esquina y en eso llegó un conocido, a quien le decían El Charlie, me dijo que el trabajo iba ser para una persona de dinero, había que pintar, pero pintar en forma. Me decía que era una casona”, rememora.

La obra estaba casi terminaba, había que ajustar pocos detalles, entre ellos la pintura. Llegó a la casa con el número 19311 de la calle Sor Juana Inés de la Cruz, esa que incautaría el Ejército años después, donde se desarticularía uno de los narcotúneles más sofisticados de todos los tiempos. Pero en esa entonces ni Ariel ni ningún otro trabajador atinarían para qué serviría el inmueble.

“Me contrataron por dos meses. Imagínate qué tan grande era, si desde que llegué el jefe de la obra me dijo que sólo pintarla me llevaría un par de meses; uno al que le decía El Patrón”, cuenta Ariel.

La casa le pareció enorme: él calculaba que había 10 cuartos, un atrio central y dos cocheras. Pero lo que más lo desconcertaba era el garage que media más de ocho metros de alto.

¿Quién construiría un garaje con esas dimensiones?, uno que va a meter un tráiler, se pregunta y responde al recordar la casa Ariel.

La casa era una bodega

Hoy es mayo de 2013, y Ariel está otra vez en la casa que pintó en los años 90. Está parado a un costado de un colchón destartalado, encima de una capa de basura. 17 años después, Ariel no está contento de estar conversando en esta casa.

El 25 de noviembre de 2010, la casona fue escenario de uno de los golpes más grandes que ha logrado el Ejército. Con la colaboración de la DEA, descubrieron que la casona en la que trabajó como carpintero servía para empacar y mandar droga a Estados Unidos.

Según autoridades, la casa fue usada como bodega para apilar mariguana, que más tarde sería enviada a Estados Unidos a través de un pasadizo que desembocaba en el área industrial de la ciudad de San Diego, California.

“No lo pude creer cuando escuché que encontraron un túnel, hasta me vino a la mente el color original de la casa: era un azul bebé, empezaba la jornada a las ocho de la mañana y como a las seis de la tarde me iba a mi casa, ya que siempre terminaba muy cansado”, platica.

Ariel es adicto a la heroína y al cristal. No queda nada del hombre que fue. Vive de planta en la casa de la Calle Sor Juana Inés de la Cruz, y trabaja limpiando vidrios en la línea. Su adicción a los estupefacientes se recrudeció y necesita “picarse” cada cuatro horas.

Dice que irónicamente regreso a la casa muchos años después. Otros adictos le comentaron que le decomisaron un túnel y ahora el inmueble estaba solo y podían sacar algunas cosas que la PGR no se llevó: cableado, tuberías de cobre y algunos muebles de madera fina.

Al ver que nadie regresaba a la casa, y que ningún policía resguardaba el lugar, consideraron que era un buen lugar para vivir: “Así que nos instalamos, mejor que nosotros tuviéramos dónde dormir”.

Ariel gustoso ofrece dar un recorrido por el lugar que llegó a conocer muy bien. Camina agitado de un cuarto a otro, rememorando los buenos tiempos.

“A veces me da tristeza, pero luego pienso que son cosas materiales y algún día alguien la comprará y la va arreglar mejor, más bonita que como era; lo único que se necesita es trabajo y dinero”.

Agrega: “Muchos vienen a platicar, a fumar mota, la agarramos de escondite para no andar deambulando por las calles porque eso sí es muy peligroso, la policía nos molesta constantemente por cómo nos ve y nos corren”.

Duerme en la casona, que, de acuerdo con los cálculos de un arquitecto, así en ruinas, debe ascender el precio a los 300 mil dólares. Los pilares son fuertes y las cocheras son espectaculares. “Una verdadera obra de un narco, con una cochera para traficar”.

Llega la hora de la inyección y Ariel se excusa: “tengo que ‘picarme’, ya me agarró la malilla”. Prepara su dosis sin que nadie lo moleste; lo hace muy lentamente. Disuelve la heroína en agua sobre una cuchara, a fuego lento y la menea cuidadosamente con la punta de la jeringa.

Cierra sus ojos, los abre rápidamente y habla: “Sabe de quién es esta casa, de El Chapo. Y no me lo va a creer, pero un día en la línea (aduana) yo volví a ver al patrón de la obra. ¡Si, estaba haciendo línea! Quise preguntarle si se enteró de lo del túnel, si es que él sabia… pero en eso avanzó muy rápido la línea”.

Ariel se recuesta en el colchón, lanza al aire algunas palabras que resultan inentendibles, pareciese que divaga aunque después tiene un lapsus de cordura: “¿Sabe señorita?, ahora sí que trabajé sin querer queriendo para El Chapo…”, y suelta una risotada.

(Con información de El Universal)
(TABASCO HO/ El Universal/ 18 de Mayo 2013)

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