MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Carlos Monsiváis dijo de Carlos Monsiváis: Alterna su
misoginia con una encendida defensa del feminismo. El oxímoron es
perfecto, y misógino feminista sirve como título a la colección de
ensayos de este escritor sobre las mujeres, el machismo y el feminismo
que acaba de salir a la luz. Se trata de una recopilación de diversos
textos, uno publicado en La Cultura en México, el suplemento de
Siempre!, que Monsiváis dirigió por años; otros aparecieron en la
revista Fem, publicación que fundaron Alaíde Foppa y Margarita García
Flores en 1976, y que Esperanza Brito de Martí mantuvo viva hasta el
primer lustro de este siglo; y los restantes fueron publicados en la
revista Debate feminista. Todos reunidos gracias a la gentileza de los
herederos de Monsiváis, con Guillermo Osorno como editor y bajo el sello
de Editorial Océano.
La segunda ola del feminismo mexicano, que
se levanta a principios de los años setenta, encontró en Carlos
Monsiváis a un aliado impresionante. Pocos intelectuales han respondido
como él a los cuestionamientos feministas sobre el lugar subordinado de
las mujeres en la sociedad, y ninguno se esforzó como él por analizar el
desarrollo y el impacto del movimiento feminista. Monsiváis destaca no
sólo por lo anterior, sino por la eficacia simbólica de sus
interpretaciones y señalamientos sobre la marginación social y política
de las mujeres, que produjeron un efecto al mismo tiempo esclarecedor y
legitimador. Sin embargo, a pesar de la existencia de sus escritos al
respecto, el pensamiento de Monsiváis sobre el feminismo no ha ocupado
un lugar visible en el abundante quehacer crítico de quienes lo
estudian: En la cuidadosa recopilación bibliográfica de Moraña y Sánchez
Prado (2007) no aparecen sus textos feministas, y Adolfo Castañón,
que analizó muchas de sus crónicas y ensayos, tampoco alude a esta
vertiente del escritor. Una excepción es Linda Egan, quien sí menciona
su interés por el feminismo y registra dos ensayos de Fem y dos de
debate feminista. Sin embargo, el pensamiento feminista de Monsiváis es
casi desconocido para muchísimos de sus lectores.
En Misógino
feminista Monsiváis despliega un amplio repertorio: documenta los
cambios de mentalidad de las mexicanas; hace una disección sobre la
manera en que se arma la sensibilidad femenina; se burla de los machos;
critica el sentimentalismo del cine mexicano a partir de la “madrecita
abnegada”; analiza la estrategia de la derecha y el Vaticano contra de
la despenalización del aborto; habla de la obra de cinco mujeres
famosas; reseña dos libros fundamentales: Mujeres y Poder y Huesos en
el desierto, y reitera, una y otra vez, su convicción sobre el papel
decisivo del movimiento feminista. Junto a aforismos deslumbrantes y
metáforas sorprendentes se hallan los atinados diagnósticos y buenos
pronósticos que nos recetaba a las feministas, y el ocasional regaño,
por ejemplo, cuando nuestra “timidez” nos impedía proclamar la victoria
de haber cambiado “la perspectiva social”:
El feminismo es un
elemento que trastorna el control patriarcal, revisa las tradiciones
hogareñas, rechaza la idea del cuerpo de las mujeres como territorio de
conquista masculina, reivindica la autonomía corporal, se emancipa de la
dictadura moralista y da origen a un discurso que obliga a la nueva
elocuencia –con todo lo que uno pueda pensar de la escasa presencia del
feminismo en México, en tanto a grupos organizados, lo cierto es que ha
cambiado la perspectiva de la sociedad; no se puede ya eliminar la
versión feminista de la mirada social, y de la mirada política, y esto
es un avance considerable, que no se registra así, entre otras cosas,
por la timidez de las feministas en proclamar sus victorias. Lo que no
entiendo ya a estas alturas es cómo puede ser tímido un movimiento que
ha cambiado en un plazo de 30 años la perspectiva social.
Muchos
de sus señalamientos críticos fueron proféticos, como cuando interpretó
los riesgos de una práctica política que sólo se centrara en las
mujeres:
La causa de la mujer (de sus derechos, de su formación
como dirigentes, de la respuesta a los graves problemas de la
desigualdad y el aplastamiento) avanza hasta donde es posible, y se ve
contenida por las mismas fuerzas que se oponen a la democratización, y
en política, según creo, los objetivos específicos de las feministas (de
la despenalización del aborto a la justicia salarial) intensificarán su
eficacia sólo cuando correspondan de modo orgánico a un proyecto más
amplio.
De otra manera, la causa se diluye en la contingencia, las
activistas desembocan en peticionarias, las luchas se vuelven mitologías
y los avances son siempre profundamente insatisfactorios, al
cotejárseles con el todo del monopolio machista. ¿Eso es renunciar a los
principios? Más bien, es ampliar su radio de acción. Así sea el eje, la
perspectiva feminista debe ser, para las mujeres que intervienen en
política, sólo una parte de su planteamiento. De otra manera,
perpetuarán la exclusión en nombre de la teoría. (1991:12).
El
libro es una notable aportación a la batalla –cultural y política– del
feminismo. Hay que recordar que Monsiváis siempre insistió en que la
apuesta por la transformación política encuentra su mayor aliado en el
campo de lo cultural.
/ 17 de mayo de 2013)
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