El
metabolismo de la sucesión presidencial cambió. A la candidatura implícita de
Andrés Manuel López Obrador se le sumó el domingo la de Margarita Zavala y el
lunes la de Miguel Ángel Mancera. El martes fue la de Rafael Moreno Valle. La
colocación de los gallos del PAN, PRD y Morena tomó desprevenido al presidente
Enrique Peña Nieto, quien se mostró nervioso el lunes, al pedir que el
Instituto Nacional Electoral vigile que no trastoquen la ley. “No por mucho
madrugar amanece más temprano”, lo apoyó César Camacho, líder del PRI. Frente a
los madruguetes de la oposición, el intento para que el contagio no alcance al
PRI.
El
INE no puede hacer nada, hasta que empiece oficialmente el proceso, allá por
octubre de 2017. El órgano electoral tampoco puede ayudar al Presidente a
contener el proceso, ni siguen vigentes los tiempos donde la sucesión, en
tiempo y forma, se manejaba desde Los Pinos. La escuela mexiquense de la
política, llena de protocolos, rituales, verticalidad e institucionalidad, está
sacudida. Su Gabinete está ansioso. Los grupos dentro del PRI, expectantes. Si
Peña Nieto no entiende que el entorno es radicalmente distinto a aquel en el
que creció, una gran sorpresa puede venir en camino.
La
sucesión arrancó como consecuencia directa de los resultados electorales y la
necesidad de los reacomodos y búsqueda de posiciones de fuerza. El único con
medallas en el pecho es López Obrador, cuyo nuevo partido Morena se convirtió
en la cuarta fuerza política del país y con una tendencia en el voto que
amenaza con devorar al PRD en estos tres años. Esa realidad de naufragio es lo
que llevó a Mancera a brincar a la palestra sucesoria para evitar que la caída
del PRD no lo elimine de la carrera. Zavala, finalmente atenta al consejo de su
esposo, el expresidente Felipe Calderón, se alejó de una irreversible derrota
en el PAN para construirse como opción presidencial. Moreno Valle, que ha
trabajado su candidatura, tuvo que dar el paso adelante para que la exprimera
dama no le ganara terreno.
Las
estrategias se sacudieron por los resultados electorales. La balcanización que
mostraron las elecciones intermedias solo dejaban a un ganador, López Obrador,
y mostraban al PRI, PAN y PRD heridos mortalmente. La irrupción exitosa de un
candidato independiente, Jaime Rodríguez, “El Bronco”, próximo gobernador de
Nuevo León, abrió otro camino de posibilidad real de acceso al poder. Muchos lo
despreciaron, menos uno, López Obrador, que en dos ocasiones este año se acercó
a él para proponerle una alianza. “El Bronco” dijo que no, pero la negativa no
será para siempre. Son los movimientos tácticos los que definieron el primer
tramo de la carrera por la Presidencia.
En
esta primera fase, lo importante es arrancar. Luego se irán modulando las
velocidades y modificando las estrategias. El único que pisó el freno fue el
presidente Peña Nieto, que desde Roma, hablando al INE para que lo escucharan
en casa, ha pedido contención. El secretario de Gobernación, Miguel Ángel
Osorio Chong, retomó su palabra y dijo que aún era muy pronto para la sucesión.
Debe saber, aunque no lo diga, que es falso. La sucesión arrancó desde antes
del 7 de junio, pero después de esa jornada se volvió competencia abierta. No
puede Osorio Chong ir contra el Presidente, aunque su compañero de Gabinete, el
secretario de Hacienda, Luis Videgaray, está embarcado desde hace días en un
proceso de construcción de una candidatura que acaricia desde hace tiempo. Son
los delfines del Presidente, aunque no quiera admitirlo Peña Nieto, desgastados
por la tarea de gobierno, pero los únicos.
Peña
Nieto tiene un problema serio con la sucesión, acentuado por los madruguetes
presidenciales. Sus dos cartas para incorporarlas al abanico sucesorio, los
gobernadores de Nuevo León y Querétaro, cayeron derrotados en las elecciones.
Su príncipe, Aurelio Nuño, jefe de la Oficina de la Presidencia, no tiene
arraigo dentro del PRI, un enorme hándicap aun si en los próximos ajustes en el
Gabinete le da una posición fuerte. El senador Emilio Gamboa, uno de los pocos
externos a la Presidencia tripartita que goza del oído de Peña Nieto, perdió
todas las gubernaturas donde estuvo involucrado. El único ganador real está
fuera del cerradísimo círculo presidencial: Manlio Fabio Beltrones.
Beltrones
quiere la presidencia del PRI, y pidió el cargo que en breve deja Camacho, por
ser el único virtualmente vacante. Después de que sus candidatos ganaron las
gubernaturas de Sonora y Guerrero, y frente a derrotas y sufrimientos del
olimpo presidencial, ¿podrán negársela? El dilema del Presidente es que si le
entrega el PRI, lo coloca automáticamente en la sucesión –sin importar los
candados que acuerden para que eso no suceda–, y si no, de cualquier forma lo
llevará al imaginario colectivo como el priista eficiente, pero relegado, por
el temor que despierta en la Presidencia tripartita.
La
manera pragmática como reaccionó la oposición en esta sucesión adelantada
estrella con el intento del Presidente de congelar al PRI y a sus aspirantes
presidenciales. La rigidez, por encima de la flexibilidad, es la señal. Existe
el riesgo de que lo muy rígido, con un golpe al centro, se quiebre. Si esto
sucede, no solo perdería el control del proceso, sino incluso la capacidad para
determinar dentro del PRI a su posible sucesor. Esta es una variable impensada,
como muchas otras que el 7 de junio se materializaron, y que obliga a que los
asuntos políticos tienen que pensarse muy diferente a como estaban acostumbrados.
(ZOCALO/
COLUMNA ESTRICTAMENTE PERSONAL DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 22 DE JUNIO 2015)
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