Tijuana, Baja Cal.-
Yuliya e Igor se enamoraron cuando trabajaban en el tradicional Circo Ruso. Fue
hace 20 años cuando los acróbatas ucranianos decidieron que era momento de
dejar la vida circense y establecerse. Escogieron México, San Luis Potosí, donde
nació su primera hija: Anastasia, una bebé de cabello rizado, rubio. Heredó la
extrema delicadeza del rostro de su madre. Años más tarde se mudaron a Tijuana,
donde él entrena a gimnastas en el Centro de Alto Rendimiento. Aquí nació
Valeria, su segunda hija, diagnosticada con discapacidad múltiple. La única
capacidad que logró desarrollar fue la de caminar sin sentido. Pero no podía
hablar y la mirada siempre estaba perdida. Por eso cuando Anastasia —su hermana
de 19 años— decidió matarla, no pudo gritar.
Luz Aída, una joven
profesora de educación especial que atendió a la pequeña Valeria, recuerda a la
familia montada en una pequeña pick up. “Se veían muy normales, pero el
problema fue cuando Anastasia creció y entró a la secundaria. Siempre se le
veía malhumorada, como enojada con la vida. Esta es mi hipótesis: cuando toda
la atención se vuelca a un hijo con educación especial se puede crear cierto
resentimiento en los otros miembros de su familia”.
Yuliya e Igor se
separaron. La mujer se mudó a un barrio de clase media alta, la colonia Playas
de Tijuana, donde llevaba a su hija al Centro de Atención Múltiple Benito
Juárez. A Yuliya le encantaba bailar, siempre recordaba sus años en el Circo
Ruso. Esa sonrisa contrastaba con la angustia diaria de no saber la enfermedad
exacta que padecía de su hija, qué sentía. Por qué caminaba pero no expresaba
nada.
“No sé qué siente,
si le duele algo”, repetía constantemente. En 2010 Anastasia entró a la
secundaria, la Escuela Secundaria Técnica número 1. A los 14 años probó por
primera vez la mariguana, la mentafetamina y el éxtasis. En esos años fue
reportada como desaparecida tres veces; siempre era encontrada por las
autoridades judiciales con algunos amigos.
La casa de los
Lechtchenko está situada en un conjunto de pequeños departamentos. Para entrar,
primero hay que pasar por un taller de televisiones, donde don Arturo Torres,
el propietario —un hombre mayor y bonachón —, juega dominó todos los días a las
cinco de la tarde, con su vecino don Héctor Durazo.
La casa se ve
deslucida a pesar de estar situada a unas cuadras del mar, pero está cerca del
Centro de Educación Especial donde Yuliya llevaba al mediodía a Valeria. El
pequeño cuarto está flanqueada por una barda que un día fue morada, y ahora ha
quedado jaspeada de mugre.
Hay tres ventanas
pequeñas protegidas por rejas blancas, llenas de óxido. La pequeña casa color
durazno tiene un patio trasero, con un árbol que hace sombra; es el lugar donde
Anastasia decidió dejar el domingo 7 de junio las tres bolsas negras con los
restos de su familia. Ahí también hay un refrigerador y dos contenedores de
agua potable.
Trapos viejos,
juguetes rotos. Pareciese que la casa se había convertido en depósito de
artefactos viejos mucho antes del asesinato de la familia Lechtchenko. Don
Héctor Durazo cuenta que días antes del asesinato Anastasia iba y venía. “Unos
días antes escuché que le gritó desde el portón a Yuliya ‘te voy a matar hija
de la chingada’”.
Dice que era una
loca, siempre estaba drogada. Ese domingo el único que escuchó los gritos de
Yuliya fue un sastre que vivía justamente atrás de la casa de las Lechtchenko.
Desde las nueve de la noche se escucharon lamentos, gritos, pero no llamó a la
policía porque últimamente los gritos eran constantes y, además, hablaban en
ruso.
Unos días antes
escuché que le gritó desde el portón a Yuliya ‘te voy a matar hija de la
chingada’”.
“No entendí nada”.
Al día siguiente, don Héctor Durazo y don Arturo Torres vieron entrar y salir
“como si nada” a la joven. Incluso, llevó a amigos a la casa. No entienden cómo
Anastasia mató a su madre y a su hermana —que parecía un ángel— y tuvo la
sangre tan fría para estar tranquila y salir de vez en vez a fumar cigarrillos.
Tres días después
del asesinato Anastasia fue detenida. No titubeó en responder cuando los
agentes investigadores preguntaban si sabía por qué estaba ahí: “porque maté a
mi madre y a mi hermana”, contestó sin irritarse. En el cuarto de
interrogatorios Anastasia parecía otra: llevaba la cara lavada, parca, el pelo
rubio desaliñado en una coleta, una chaqueta azul y pantalones de mezclilla.
Pero la pose siguió siendo altiva y sostuvo de frente la mirada a los agentes
investigadores. Anastasia no es la típica asesina. Es una chica de ascendencia
rusa, atractiva, un metro 70 centímetros de altura, nariz recta, ojos color
avellana, muslos delgados pero torneados, senos prominentes y pequeña cintura.
La única imperfección podría ser una ligera cicatriz a un lado de su boca. Los
55 kilos de su cuerpo fueron suficientes para asesinar a su madre.
DIF TIJUANA PAGARÁ CREMACIÓN DE FAMILIA RUSA
En el interrogatorio
dijo que la abordó cuando estaba sentada en el sillón destartalado de su casa.
Llegó por atrás y con una soga la mató. “Creo que mi mamá ya sabía que la iba a
matar y no opuso resistencia”. Después, sigue en su narración, caminó sin cautela
hasta el cuarto de su hermana Valeria, de 12 años. Con la niña no tuvo mayor
problema: se paró al borde de la cama y levantó su pequeño cuerpo para
ahorcarla con la misma soga que a su madre. “Tardé un poquito menos, 20
minutos. Pero su cuerpo seguía calientito”, entonces se fue porque había leído
en internet que para desmembrar un cuerpo tenía que esperar a que se enfriara.
Hora y media después regresó. En su confesión, explica que el asesinato fue en
defensa propia: desde hace días sentía piquetes en la espalda y pulsaciones en
el cuerpo que no la dejaban dormir.
“Tenía tiempo que mi
mamá se dedicaba a la brujería, y mi hermana era una muñeca, su aliada, títere.
Y para que no continúen esos trabajos también hay que matarla. Para matar a una
bruja, a ese espíritu maligno, hay que cortarle partes inferiores” y se aseguró
de que su hermana también muriera, para terminar con ese encanto negativo.
Según la Fiscalía, Anastasia consultó en internet cómo matar a una bruja y como
desmembrar un cuerpo.
VIO EN INTERNET COMO HACER "CORTES PRECISOS"
DE SU FAMILIA
En su primera
búsqueda encontró que para acabar con el encanto tenía que apuñalarla en el
corazón. A Valeria, intentó sacarle los ojos con una cuchara, pero como no pudo
fue por un cuchillo a la cocina. “Un hombre me decía que acabara con ellas”,
dice. Sabía perfectamente dónde cortar; se informó a la perfección. Corrió a la
cocina y tomó tres cuchillos con diferentes grosores y filos. Los encajó hasta
el fondo de la axila, la unión de la pelvis con las piernas. Con Yuliya tardó
cuatro horas, relativamente poco tiempo porque era muy delgadita.
Con Valeria tres
horas. No hay tanto derramamiento de sangre porque sabía qué no debía cortar.
Luego de siete horas el departamento estaba limpio. La joven rusa, absorta,
narró que tuvo que cortarle las extremidades “para que ya no viajaran los
espíritus. Y a la títere, la muñeca, había que sacarle los ojos”. Algunos
vecinos han colocado ramos de flores, veladoras y juguetes afuera de la casa.
En la calle Lluvia —donde fueron asesinadas— a los vecinos también les preocupa
el gato de la familia Lechtchenko. Desde la muerte de la pequeña Valeria, el
gato no para de llorar. Para la recreación de esta historia fueron entrevistadas
al menos 12 personas y consultados los testimonios ministeriales sobre el caso
en Tijuana.
(ZOCALO/ AGENCIAS/ 22/06/2015 - 03:38 PM)
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