Apresurado,
en un madruguete que rompió los tiempos del destape para la candidatura al
gobierno de Nuevo León, el gobernador Rodrigo Medina pidió una reunión urgente
con el presidente Enrique Peña Nieto 48 horas antes de realizarse el ritual.
Medina le dijo que la victoria sólo la podría dar Ivonne Álvarez. Era la mejor
evaluada entre los priistas por el electorado, alegó, y podría lograr que los
grupos de poder en el estado la respaldaran. Álvarez perdió dos a uno frente a
Jaime Rodríguez, “El Bronco”, en la derrota más humillante que ha tenido el PRI
en su historia. Medina había engañado al Presidente. Pero no era la primera
vez. Llevaba años haciéndolo.
Álvarez
perdió la gubernatura años antes de las elecciones. No por ella, sino por
Medina, que mintió al Presidente sobre el respaldo de la elite empresarial
regia, representada por el Grupo de los 10. La realidad es que iban para seis
años de campaña en su contra, donde sólo Lorenzo Zambrano, el capitán de Cemex,
hasta su muerte en 2014, lo apoyaba. El repudio contra él se convirtió en un
tema de lucha de poder cuando Álvarez salió candidata. Los empresarios se
quejaron. “¿Por qué nos desprecia el Presidente?”, dijo uno de ellos, como
vocero del Grupo de los 10. “¿Qué le hemos hecho para que nos la envíe?”.
Álvarez
era propuesta de Medina, Gamboa, la familia González, propietaria del Grupo
Milenio, y de priistas vinculados a la CTM –enemigos históricos de la elite
empresarial–, y a Humberto Medina Ainslie, el padre del Gobernador, que a la
par del ascenso al poder de su hijo construyó un imperio inmobiliario a través
de oscuras operaciones. Ella era la continuidad de Medina y su padrino, el
exgobernador Natividad González Parás, rechazado también por los empresarios
porque los traicionó en la anterior sucesión y los engañó al ofrecer que su
sucesor sería Fernando Elizondo, exgobernador interino y exsecretario de
Estado, su viejo socio en el despacho de abogados que fundaron sus padres.
El
conflicto de la elite empresarial con Medina ha emergido después de la derrota
de Álvarez, como una señal de que la elección no concluyó el ajuste de cuentas
con el Gobernador. La historia comienza desde el inicio de su sexenio en
octubre de 2009. Un grupo de regiomontanos poderosos: Dionisio Garza Medina, en
ese entonces número dos de Alfa; Alejandro Junco, propietario del Grupo
Reforma, y el exgobernador y exsecretario de Estado, Fernando Canales Clariond,
organizaron el descarrilamiento.
Lo
sabía el gobernador Medina, quien deslizó en octubre de 2010, después de su
primer informe de gobierno, que había una campaña en su contra. Pero lo
generalizó y dijo que había una estrategia nacional para desestabilizar a
gobiernos priistas, de cara a la sucesión presidencial. No era contra todos,
era contra él. Meses antes, Medina había recibido un informe secreto en donde
aparecía el árbol genealógico de la conspiración. Incluía a los jefes de las
poderosas cámaras de la Industria de la Transformación, de la Coparmex, de la
Cámara de Comercio, del Consejo Cívico de Instituciones de Nuevo León, y
Vértebra, una asociación civil. Tenían aliados dentro de su gobierno como
Javier Treviño, secretario general de Gobierno; Carlos Jáuregui, secretario de
Seguridad Pública, y Alejandra Rangel, esposa de Eugenio Clariond, uno de los
capitanes de la industria regia, presidenta ejecutiva del Consejo Estatal de
Desarrollo Social. Medina sacó a Treviño del Gobierno y le pidió a Zambrano que
no lo recibiera en Cemex, donde era su asesor; a Rangel la cesó tan
abruptamente, que no se lo perdonaron en el G-10.
Las
tensiones con la elite regia se fueron acentuando por la obligación de tener
que tocar la puerta de Medina Ainslie y negociar comisiones en la obra pública.
Cada vez que lo comentaban con Zambrano, éste lo protegía. Incluso, aún en
medio de su crisis financiera, hizo la Ecovía –un sistema de transporte
popular–, donde subcontrató al Grupo Allende, cuyo el jefe político era,
precisamente, el padre del Gobernador. La molestia contra Zambrano creció al
grado de que del G-10 filtraron a medios que Cemex estaba en problemas
fiscales.
Esta
pugna se mantuvo al margen del Presidente y, cuando se planteó la candidatura
de Álvarez, no le informaron del rechazo insuperable Medina y su candidata. El
senador Gamboa cenó con varios miembros del G-10 y el reporte que dio en México
es que la apoyarían. Era falso. Durante la campaña se desató la difusión masiva
de los actos de corrupción de la familia Medina, que aceleraron el descrédito
de Álvarez y la disposición por apoyar a Rodríguez. Unas tres semanas antes de
la elección, un grupo de empresarios regios le pidió a Peña Nieto que no se
metiera en la elección y que apoyara a “El Bronco”.
Dos
semanas antes de la votación. Medina no creía que las acusaciones en su contra
impactaran la elección, y al mediodía del 7 de junio, su equipo aseguraba que
Álvarez aventajaba a “El Bronco” por dos puntos. Más mentiras. En la secuela,
ella se reconstruirá políticamente, pero Medina es otra cosa. Se ve imposible
que restablezca su carrera política. Se ve improbable que su familia salte los
problemas judiciales en México y Estados Unidos. Se ve posible que los Medina
terminen en la cárcel, algo que nunca dijo a nadie, porque nunca lo creyó.
(ZOCALO/
COLUMNA ESTRICTAMENTE PERSONAL DE RAYMUNDO RIVA PAALACIO/ 22 DE JUNIO 2015)
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