Raymundo Riva Palacio
La propaganda es un
brazo de la comunicación política para influir y cambiar los patrones de
comportamiento y de pensamiento que permitan construir los consensos para
gobernar.
Cuando la propaganda
termina en disenso y martilla la credibilidad de sus impulsores, algo muy serio
está fallando en su arquitectura y ejecución, que es lo que ha sucedido con el
gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, donde la verticalidad de las decisiones
ha llevado a un aciago otoño, en el que habría que decirle a sus asesores,
parafraseando el mensaje del Apolo XIII a la Tierra cuando la nave empezó a
fallar en el espacio, Los Pinos, we have a problem –Los Pinos, tenemos un
problema.
La forma como han
empleado la propaganda ha sido contraproducente. Obligar a que Angélica Rivera,
la esposa del presidente, explicara la compra–venta de la "casa
blanca", la tiró al circo romano de las redes sociales, en un sacrificio
que no resolvió el problema de fondo: el conflicto de interés, al venderle la
propiedad uno de los constructores preferidos de Peña Nieto. Ella era un activo
para su esposo, y fue destruido por la misma razón: al ser artista, se le
percibió actuando. Un control de daños manejado por libreto, se estrelló contra
el suelo por la naturaleza de quien lo ejecutó públicamente.
El otro gran error
de la propaganda presidencial fue dejar que la voz del gobierno para la crisis
de Ayotzinapa, recayera en el procurador Jesús Murillo Karam. Político fogueado
y talentoso, Murillo Karam es también un pésimo comunicador. ¿Le dieron
entrenamiento de medios? Siempre sale fotografiado como lo que siempre ha sido,
mal encarado, y como si siempre estuviera cansado. Se sienta semiacostado y
transpira con poca tolerancia a la crítica. El resultado fue el hashtag
#YaMeCanse, quizás el tema en redes sociales más exitoso que jamás haya tenido
origen en México.
No son los únicos.
En los últimos días, el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, cuando revelaron
que había adquirido una propiedad al mismo constructor que vendió la "casa
blanca", salió a defenderse a la radio con tan poca fortuna que ni
desenredó lo que tenía que soltar, abrió más interrogantes y, en el extremo del
nerviosismo, confundió a Adela Micha con Carmen Aristegui. El comisionado de la
Policía Federal, Enrique Galindo, es otro ejemplo. El lunes tuvo que explicar
lo inexplicable: el por qué las órdenes del presidente para evitar que se
cierre la autopista del Sol, no pueden cumplirse.
La forma como el
equipo de propaganda presidencial ha expuesto a sus mejores cuadros, recuerda
mucho el fenómeno a finales de los ochenta, cuando el último líder de la
extinta Unión Soviética, Mijail Gorbachov, obligó a los dictadores de la Europa
comunista a abrirse ante los medios como parte de la reforma política que se
conoció como Glasnost. Uno de ellos fue Erich Honecker, presidente de Alemania
Oriental, que controlaba a su país con la mano de hierro más templada y dura de
aquél viejo régimen. Cuando tuvo que empezar a dar entrevistas y los dirigentes
comunistas a hacerle segunda, comenzó un fenómeno sociopolítico.
Los
germano-orientales obtenían su información en un 90 por ciento de la televisión
de Berlín Occidental, y consumían el resto de la propaganda gubernamental. Al
quedar expuestos en las televisoras, sus compatriotas vieron que sus dictadores
no eran monstruos, que tampoco comían niños, ni podían asesinar todo el tiempo
a quien quisieran. Y sobre todo, muchos los percibían menos inteligentes que
ellos. Ante tanta exposición, que los hizo muy vulnerables, les fueron
perdiendo el miedo y el respeto. En México ha sucedido un fenómeno similar.
Cuando Peña Nieto
ganó las elecciones, hubo dos tipos de reacciones: quienes añoraban al PRI y
pensaban que, como sí sabían hacer las cosas -el reiterado discurso de los
priistas-, las cosas serían mejores para todos; y quienes se oponían a él, al
manifestar su temor por las viejas formas de operar del PRI, reconocían
implícitamente el mismo oficio que le adjudicaban sus leales. El tiempo
demostró que las dos partes estaban equivocadas. Ni tenían la experiencia y el
oficio pasado, ni sabían cómo navegar en crisis. Juventud e inexperiencia, que
no se vio mucho ante el relumbrón del hijo de Atlacomulco, lo llevaron a
rodearse de un equipo igualmente joven y sin ser probado en crisis de verdad.
En menos de tres
meses, sus activos quedaron destrozados y su credibilidad cuestionada. Peña
Nieto no es Honecker, pero el resultado de su figura y la de su equipo es similar.
El dictador alemán nunca entendió el cambio exigido por Gorbachov ni vio que el
entorno se modificaba aceleradamente –Hungría y Checoslovaquia caminaron
aceleradamente hacia el renacimiento político–, que ocasionó que en 1989 la
rigidez germana se rompiera por la mitad y empezara la demolición del Muro de
Berlín. Aquél episodio es aleccionador.
La propaganda dejó
de servir cuando los gobernados tuvieron otras formas de informarse, con lo que
fueron perdiendo legitimidad moral y miedo. El Muro sepultó a Honecker que, a
diferencia de Gorbachov, no entendió las necesidades de cambio que exigía la
población. El presidente haría bien en leer algunos de esos pasajes para
entender que los hoyos más profundos se enfrentan con decisiones y acciones,
que les permite sobrevivir o que los hunde. Gorbachov lo logró; Honecker, no.
Ciertamente hay muchas enseñanzas de lo que significan las cegueras de los
políticos, para no repetirlas.
Twitter:
@rivapa
(EL
FINANCIERO/ COLUMNA ESTRICTAMENTE PERSONAL DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/
18.12.2014)
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