EL QUIEBRE DE LAS ÉLITES (I)
A la crisis
política, social y económica detonada por la desaparición de los normalistas de
Ayotzinapa en Iguala, se le han sumado al gobierno del presidente Enrique Peña
Nieto otras crisis de segunda generación: la pérdida de confianza y legitimidad
nacional, el colapso de su imagen en el mundo, incertidumbre jurídica por la
corrupción, dudas de los inversionistas extranjeros ante las ausencias del
Estado de derecho y, quizás lo más importante, el quiebre del consenso entre
las élites mexicanas. Se puede argumentar que el problema que enfrenta Peña
Nieto no tiene comparación alguna con ningún momento en la historia de México
en tiempos de paz.
La última vez que se
fracturaron las élites mexicanas fue en 1982, cuando el presidente José López
Portillo nacionalizó la banca como una fuga hacia delante de la crisis
económica, que encontró aliados entre los empobrecidos mexicanos y agraviados
con las clases de mayores ingresos, y transitó los últimos 120 días de su
gobierno en medio de rumores de golpe de Estado. Este nuevo quiebre es muy
distinto. López Portillo no se quedó solo al embestir a la élite empresarial,
capaz de desestabilizar un país, como muchos de ellos lo hicieron al sacar su
dinero y profundizar la crisis, pero Peña Nieto sí parece estar solo ante
ellos. En los dos últimos meses se ha visto una creciente oposición nacional
enfocada en él, de todos los frentes. La pregunta que tendría que hacerse para
entender el todo de lo que pasa es ¿por qué están tan enojados los mexicanos
con él?
La élite
empresarial, es público, está muy agraviada con el presidente Peña Nieto, que
se le ha enfrentado abiertamente y exigido cambios en la política económica y
en la estrategia de seguridad. Es muy contrastante con lo que sucedió con la
mayoría de sus antecesores. Crisis política, social y económica tuvo Ernesto
Zedillo en 1995 y 1996. En grado diferente las tuvieron Carlos Salinas en 1994,
y Felipe Calderón de 2007 a 2009. La económica acompañó a Miguel de la Madrid
durante casi todo el sexenio, y Gustavo Díaz Ordaz resistió una crisis política
y social en 1968. Luis Echeverría y López Portillo chocaron contra los líderes
empresariales al afectar sus intereses y vivieron la desestabilización. Lo que
fue muy distinto entre ellos y Enrique Peña Nieto, es el contexto nacional.
Hoy el sistema es
democrático –aunque inmaduro–, pero no autoritario. La libertad de expresión
cruza por los medios de comunicación convencionales y encuentra su paraíso en
las redes sociales, cuyo anonimato puede ser tan grande como la imposibilidad
de controlarlas. Las plataformas tecnológicas y la globalización crean arenas
públicas multidimensionales y, no hay que olvidar porque es un dato muy
relevante, está en el primer tercio de su administración. Toda reforma de fondo
genera resistencias, escribió en sus memorias el exprimer ministro inglés Tony
Blair, una máxima que ha recogido Enrique Peña Nieto en algunos discursos. Pero
las reformas exigen negociación y bálsamo, no confrontación y agravios
permanentes.
La élite empresarial
siempre estuvo, por razones de conveniencia mutua, muy cercana al poder.
Durante el gobierno de Salinas, eran invitados regulares a platicar con el
presidente. En el de Ernesto Zedillo, si él no podía atenderlos, su secretario
particular Liébano Sáenz, que era un secretario de Gobernación sin portafolio,
nunca dejó de recibirlos –como a todo otro grupo político que pedía cita en Los
Pinos–. En los de Vicente Fox y de Calderón rebasaron sus límites, y mutaron de
ser grupos de poder en poder en sí mismo. Un cercano colaborador de Peña Nieto
dijo hace algún tiempo: “Aquí venían (a Los Pinos) no a negociar o a cabildear,
sino a redactar las iniciativas de ley. Le ponían hasta los puntos y las
comas”. La receta fue modificar radicalmente las reglas del juego, y la
medicina fue alejarlos del poder, por haber hecho mal uso de él, según el
diagnóstico.
El primer cambio lo
vieron en el trato del secretario de Hacienda, Luis Videgaray. Se encerró en su
trabajo y se convirtió en una muralla infranqueable para ellos. Varios
empresarios, entre ellos los más importantes del país, se quejan de lo difícil
que es acceder a él. Muy difícilmente tiene tiempo para atender los asuntos
directamente relacionados con su trabajo, porque el presidente le encarga una
variedad de asuntos que le consumen buena parte de su actividad diaria. En
quien recae la otra parte de la interlocución de las élites es con el jefe de
la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño, quien chocó con ellos desde un
principio.
En una de sus
primeras reuniones con los capitanes de la industria en Los Pinos, donde se
quejaron que no eran escuchados, les dijo que sí los escuchaban, pero que las
reglas del juego eran diferentes. Serían tratados como un grupo de interés,
como tantos otros, y no como parte del gobierno. Cogobierno con los empresarios
no habría, les dejó ver. ¿Qué recibieron a cambio? Reiteración en la práctica
del poco acceso al presidente, una reforma hacendaria impositiva para ese
grupo, que contribuyó a la desaceleración económica actual, y licitaciones a
modo para empresarios mexiquenses amigos de Peña Nieto. Nepotismo y corrupción,
podría resumirse. Algo tenía que pasar, y sucedió.
Twitter:
@rivapa
(COLUMNA
ESTRICTAMENTE PERSONAL / RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 25.11.2014)
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