Raymundo Riva
Palacio
Dos años le duró al
presidente Enrique Peña Nieto su Camelot, el reino fantástico y mítico del Rey
Arturo que este jueves en Palacio Nacional, tras presentar su decálogo de
medidas económicas, desarrollo y seguridad que buscan enderezar el rumbo del
país, mostró que en realidad había una nación rota y corrupta, llena de
desigualdades vergonzosas y agravios que no había querido ver. O de qué otra
forma se podría explicar que si la nación estaba tan descompuesta en sus
entrañas, ¿por qué tardó tanto en presentar una ruta para la reconstrucción
nacional? Si el país estaba tan fracturado y fragmentado, ¿cómo fue posible que
no se diera cuenta? Dos años perdidos por él y su gobierno, que nunca creyeron
que el país que les entregaban estaba en convulsión.
Los prejuicios
contra el gobierno de Felipe Calderón y el análisis ligero sobre la descomposición
institucional, llevaron a Peña Nieto y sus principales asesores a expresar con
la soberbia del que no sabe, que la solución para el futuro del país estaba en
la construcción de acuerdos parlamentarios, que llevaron al Pacto por México, y
para sosegar a la patria y meterla en la lógica propagandística de transformar
a México, minimizaron la lucha contra el crimen organizado emprendida por
Calderón y dejaron de combatirlo. Qué equivocados estaban.
La tragedia de
Ayotzinapa, como néctar de la putrefacción, expuso la degradación nacional que
ignoraron Peña Nieto y el cerrado grupo que toma las decisiones en su gobierno.
Pero aun después de presentar su decálogo para reconstruir el andamiaje
institucional que dejó que colapsara, no termina de entender perfectamente de
lo que se trata. Ayotzinapa, dijo, “es un ejemplo de que somos una sociedad que
se une y se solidariza en momentos de dificultad”. Si el crimen contra seis
personas la noche del 26 de septiembre en Iguala, y la desaparición de 43
normalistas que cayeron en manos de policías vinculados orgánicamente a
delincuentes, galvanizó a la sociedad mexicana y la unió, no fue en torno al
presidente y a su gobierno, sino precisamente en contra de él y sus políticas.
Sigue el presidente
sin ver plenamente el entorno que lo rodea, al dejar en manos de otros
decisiones que terminan por afectarlo. El evento donde dibujó un modelo de paz
y justicia fue en el Palacio Nacional, cuya puerta central fue quemada por unos
vándalos cuyo acto quedó impune. Para poderlo realizar sin que nadie manchara
el acto, las fuerzas federales secuestraron el Zócalo de los ciudadanos.
¿Vallas y retenes militares en las calles de la ciudad para un mensaje por la
paz?
Dentro del Palacio
Nacional, las medidas de seguridad fueron extraordinarias. Miembros del Estado
Mayor Presidencial en los pasillos y entre los invitados, lo que nunca había
sucedido, y en cada paso de Peña Nieto, inclusive para el saludo al más selecto
grupo de presentes, los gobernadores, un edecán militar le cuidaba la espalda.
Si tanta desconfianza tenían de sus invitados, la élite nacional, ¿para qué los
invita? Miedo fue lo que transmitió el presidente. Miedo para enfrentar el
miedo. ¿Qué mensaje es ese?
El presidente, como
muchas otras veces, seguramente tampoco se dio cuenta que los redactores del
discurso se tomaron la libertad de recoger de un discurso reciente del
presidente Barack Obama, el momento de mayor humildad presidencial. Obama, tras
perder su partido las elecciones intermedias, le dijo a la nación que votó
contra los demócratas: “Los oigo”. Peña Nieto, en la explicación de la racional
de su propuesta, dijo haber escuchado lo que decían los mexicanos en las redes
sociales, y los columnistas y articulistas en la prensa, de que Ayotzinapa es
un caso que nunca puede volver a ocurrir. La creatividad de los redactores tuvo
como fuente de inspiración la Casa Blanca.
No mucho más
original tuvo el decálogo presentado, que recogió buenas propuestas que nunca
cuajaron o que los propios priistas, cuestionaran en su momento. Por ejemplo,
la cédula (clave) de identidad nacional, que la propuso el expresidente Vicente
Fox, o iniciativas como la policía única que desarrolló el expresidente
Calderón, de quien también tomaron los operativos especiales en cuatro de los
tres estados donde empezó la guerra contra el narcotráfico en 2005, y el
desarrollo de bases de datos con la más alta tecnología.
Al PAN le arrebató
su reciente propuesta de un sistema nacional anticorrupción, y del presupuesto
retomó las obras de infraestructura. La obligación de la Función Pública para
transparentar contratos y proveedores ya existe, y leyes expeditas para la
justicia cotidiana, es lo que buscan los juicios orales. Otros son obligados en
el caso de Ayotzinapa, como la reparación integral a los familiares de las
víctimas. Y los menos son fundamentales, como el tratamiento especial a
Chiapas, Guerrero y Oaxaca, la cuenca del descontento, para un mejor
desarrollo, o la iniciativa para una ley contra la infiltración del crimen
organizado en los municipios.
Dos años después, lo
que hubo fue una recapitulación programática. Finalmente aceptó el presidente
que el México del futuro no es sólo la promesa de las reformas a largo plazo,
sino la realidad cotidiana que, de no atenderse, jamás permitirá el futuro
prometido. El presidente entró a la realidad mexicana por la vía más dolorosa,
pero hay que agradecerle que ya dio el primer paso. Esto es un avance
monumental.
(EL FINANCIERO/ COLUMNA ESTRICTAMENTE PERSONAL DE RAYMUNDO
RIVA PALACIO/ 28.11.2014)
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