Raymundo Riva
Palacio
De lo más increíble
de la crisis que enfrenta el presidente Enrique Peña Nieto es que en los dos
últimos meses no reparó en que los errores en su manejo político de la tragedia
de Ayotzinapa y el nepotismo hacia empresarios amigos tendrían consecuencias
negativas sobre la reforma energética. Los yerros y la voracidad en contratos y
licitaciones mostraron a su gobierno –objetiva o subjetivamente–, como una
institución débil y corrupta en un país donde la ley es anécdota, que terminó
espantando a los inversionistas. El desplome de los precios de petróleo agravó
esta realidad y se puede argumentar que para rescatar la inversión en la Ronda
Uno, se tendrá que depreciar la joya de las reformas peñistas.
La síntesis de lo
que le sucedió en los 60 últimos días es que se le juntaron el Principio de
Peter –al alcanzar una parte de su equipo el nivel máximo de incompetencia– y
la Ley de Murphy –lo que no podía pasar, sucedió–, donde el desplome de los
precios del petróleo es el colofón de la tormenta perfecta que vive el gobierno
de Peña Nieto. Los problemas para la reforma energética empezaron mucho antes
de la caída de los petroprecios en el mundo, con la inacción federal para
enfrentar los hechos violentos en Iguala a finales de septiembre, que dio como
resultado la violencia en microclimas de inestabilidad e ingobernabilidad.
La primera señal de
que las cosas se estaban poniendo mal se recibió en la Embajada de Estados
Unidos en México. Personas con acceso a la información diplomática dicen que el
embajador Anthony Wayne comenzó a recibir cartas y llamadas de potenciales
inversionistas para inquirir sobre la inseguridad que veían en México. Wayne
preguntó a varios miembros del gabinete sobre la ingobernabilidad en algunas
zonas del país, sin que aparentemente recibiera respuestas satisfactorias. Los
reportes que llegaron a Washington fueron muy negativos. Incluso, funcionarios
del Departamento de Estado expresaron a diplomáticos mexicanos que el
diagnóstico que tenían era mucho más grave de lo que quería admitir el gobierno
mexicano.
En Los Pinos, el
equipo del presidente Peña Nieto siguió hundiéndose en sus análisis cupulares.
El secretario de Hacienda, Luis Videgaray, dijo en Washington hace más de un
mes que la inseguridad podría afectar las inversiones. Días después, el secretario
de Economía, Ildefonso Guajardo, y el gobernador del Banco de México, Agustín
Carstens, hicieron declaraciones en ese mismo sentido. Pero esas alertas no
tuvieron efecto, porque en las reuniones del gabinete no se confrontaron los
puntos de vista. En el equipo íntimo del presidente
–donde sobresale el
jefe de Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño–, hay tanta cordialidad y
respeto de las competencias de cada uno de ellos, que no se cuestionan nada.
La falta de debate
interno en el equipo íntimo va acompañada de la exclusión del resto de los
secretarios en las discusiones y la forma como los agreden cuando dan su
opinión a petición expresa del presidente. Varios de ellos ya no hablan o
siguen la corriente de esa cúpula que toma las decisiones, por la forma como
los maltratan cuando llegan a intervenir. Inteligencia no hace la experiencia,
ni la preparación se traduce en oficio. El estado de negación en el que se
encuentra el corazón del poder gubernamental, impide que vean con claridad lo
que está sucediendo. La enorme molestia que los acompaña el día con día no les
ha dado la serenidad para enfrentar la crisis –a Peña Nieto como estadista– y
evitar que los inversionistas en el sector energético detengan sus planes.
Públicamente, el
gobierno asegura que eso no ha sucedido. Pero el entorno mexicano no muestra
una condición saludable. Como agravante al problema de ingobernabilidad y
ausencia del Estado de derecho, se dio la caída de los precios del petróleo que
añadió obstáculos a la venta de expectativas de la Ronda Uno, que prevé abrir
campos a la exploración y extracción entre mayo y septiembre del próximo año,
de los que esperaban inversiones por más de 12 mil millones de dólares. Esas
expectativas, sin embargo, se fincaban en un barril de petróleo de 100 dólares.
La mezcla mexicana se encuentra hoy en 61 dólares, 25 dólares abajo del mínimo
para que sea rentable.
La pérdida de la
rentabilidad de los campos petroleros asciende a casi 40 por ciento, que
acompaña a la pregunta de los inversionistas al embajador Wayne sobre si la
violencia inunda sus instalaciones petroleras y las secuestran, quién les va a
responder en el gobierno federal por ellas. Lo que han visto no les gusta nada.
Las imágenes que tienen presentes es una violencia sin freno y una impunidad
galopante donde los únicos castigados son las policías que enfrentan a quienes
violan la ley. Para ellos, los incentivos en México están al revés. Tampoco
están de acuerdo con el nepotismo empresarial donde el gobierno está entregando
licitaciones en serie a amigos del presidente o a empresas beneficiadas cuando
era gobernador del estado de México.
El país se le
descompuso al presidente en 60 días. Ayotzinapa, la "casa blanca",
las licitaciones a los amigos y la guerra de petroprecios, golpearon la joya de
las reformas del presidente, quien hipotecó su juicio histórico a los
beneficios de la reforma energética. Los errores de manejo político y los
factores externos, han encaminado a la Ronda Uno hacia una venta de garaje, si
se quiere rescatar cuando menos, algo de la inversión prometida.
Twitter:
@rivapa
(EL
FINANCIERO/ COLUMNA ESTRICTAMENTE PERSONAL DE
RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 04.12.2014
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