Raymundo Riva
Palacio
En el equipo íntimo
del presidente Enrique Peña Nieto piensan que la crisis social, política y
económica por la que atraviesan, es una tormenta perfecta, que no deja de ser
tormenta y que, por lo tanto, pasará. Aurelio Nuño, jefe de la Oficina de la
Presidencia, confirmó al diario El País esa lógica y aseguró que la opinión
pública no les modificará el rumbo escogido. “Vamos a tener paciencia en este
ciclo nuevo de reformas”, dijo. “No vamos a ceder aunque la plaza pública pida
sangre y espectáculo, ni a saciar el gusto de los articulistas. Serán las
instituciones las que nos saquen de la crisis, no las bravuconadas”.
Habló el Príncipe
que le susurra al oído al presidente y que es el arquitecto de su aislamiento.
Pero la plaza pública no pide sangre ni espectáculo, como descalifica; exige
que el gobierno gobierne y que asuma sus responsabilidades, a las que claudicó
durante casi dos semanas tras la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa
porque el diagnóstico que presentaron al presidente era equivocado. Por la boca
de Nuño se anticipan las acciones del presidente. No habrá cambios, está claro.
“La segunda agenda del sexenio es acelerar las reformas de la primera agenda”,
promete.
Beligerancia
discursiva desestructurada de los hechos. La realidad es que están en marcha
las contrarreformas. La educativa, donde la Coordinadora Nacional de
Trabajadores de la Educación quiere que se le cree un estado de excepción en
Oaxaca, Guerrero y Chiapas, donde se abrogue la reforma constitucional. La
financiera, donde los empresarios, a los que desdeñaron y maltrataron durante
el primer tercio del sexenio, los han doblado, y se prepara una reducción de
impuestos. Las energéticas y de telecomunicaciones, envueltas en conflictos de
interés –que no reconocen en la Presidencia– donde el compadrazgo ha sido
recurrente entre los ganadores de las licitaciones, ya bajaron el costo para
los inversionistas, que harán el favor de salvarlas del desastre.
En el fondo sí hay
cambio. Inclusive en las libertades conquistadas, porque lo que no les gusta es
que se señalen sus inconsistencias. Nuño garantizó en El País que no habría
represión, pero ésta viene en camino. Cuando menos dos periodistas críticos de
las políticas del gobierno están siendo hostigados. Fotografías de los hijos en
sobres anónimos llegan como amenaza explícita. Investigaciones federales para
buscar elementos de desacreditación personal, han sido ordenadas. Vigilancia
con empresas de seguridad privadas, son un recordatorio de que los ojos están
puestos sobre los que piensan diferente. Es una regresión en las garantías
individuales.
Altos funcionarios
federales aseguran que no es una política de gobierno. Si es así, ¿hay grupos
ultras dentro del gobierno que actúan de manera libre para conculcar las
libertades? Así parece. Desde el 1 de diciembre de 2012, la Policía Federal
utilizó halcones para enfrentar a los grupos radicales que protestaban contra
Peña Nieto, cuyas acciones quedaron registradas en YouTube. También existen
testimonios videograbados de su empleo en las últimas manifestaciones en la
ciudad de México. Provocadores hay en todos lados, y ninguna de las partes en
conflicto tiene el patrimonio sobre la violencia inducida.
Las palabras de Nuño
sugieren que en Los Pinos siguen sin darse cuenta que no se han dado cuenta. Lo
que detonó Ayotzinapa no es una tormenta perfecta. Es un proceso que no
desaparecerá. Como botones de muestra: la Comisión de Estado que iba a proponer
el presidente, encabezada por el rector de la UNAM, José Narro, fue saboteada
cuando entraron policías del Distrito Federal a ciudad Universitaria y se
produjo un zafarrancho; y el conflicto en el Politécnico se detonó cuando los
grupos radicales se lanzaron a la movilización y al paro por una reforma
propuesta por su exdirectora, Yoloxóchitl Bustamante, que había sido aprobada
por el consejero presidencial.
Ayotzinapa fue un
mero pretexto. El presidente dijo hace unas semanas que México enfrentaba
intentos de desestabilización, lo que contradice la tesis de la tormenta
perfecta. La desestabilización tiene como objetivo su renuncia. Hay grupos
violentos para quienes su salida forma parte de su agenda de largo plazo, pero
también hay resistencias, como admitió Nuño, “de grupos económicos, mejor
organizados, contrarios a la competencia”. El mensaje es al jefe del Grupo
Carso, Carlos Slim, a quienes no pocos dentro del gobierno peñista señalan como
el autor de la inestabilidad. Sus análisis, sin embargo, requieren mayor
profundidad.
El proceso que se
vive sintetizó la indignación nacional en Ayotzinapa, pero no es producto sólo
del crimen de los normalistas. Hay mucho más atrás que no se ha resuelto. Un
informe del Instituto de Estudios para la Transición Democrática difundido en
noviembre, México: las ruinas del futuro, aporta claves para el humor
imperante: “los cuerpos policiacos, el Ejército, los partidos políticos, las
procuradurías de Justicia, los aparatos de inteligencia, los gobiernos locales
y federal, tienen una grave e inocultable responsabilidad, y su actuación, por
omisión o comisión, configura un fracaso mayúsculo del Estado mexicano”.
El Príncipe tendría
que escuchar a la calle y a quienes piensan distinto a la burbuja presidencial.
No es el coro fácil de la gradería que les pide seriedad y responsabilidad,
inclusión y visión. Las instituciones, como están, no sacarán a México de la
crisis en la que se encuentra -como dice el presidente, están débiles y hay que
fortalecerlas-, mucho menos aún las bravuconadas del Príncipe, de las que tanto
se queja.
Twitter:
@rivapa
(EL
FINANCIERO / COLUMNA ESTRICTAMENTE PERSONAL DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 10.12.2014)
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