El 6 de marzo de 1994, durante el acto conmemorativo del
LXV Aniversario del PRI, en el Monumento a la Revolución de la Ciudad de México,
el entonces candidato tricolor a la Presidencia de la República, Luis Donaldo
Colosio Murrieta ofreció uno de los discursos más recordados por los políticos
en México.
En
éste, el sonorense –quien fuera asesinado 17 días después de pronunciar este
discurso– ofrecía un cambio de paradigma en el PRI y en el país: "Hoy estamos
ante una auténtica competencia. El gobierno no nos dará el triunfo: el triunfo
vendrá de nuestro trabajo, de nuestro esfuerzo, de nuestra dedicación", dijo.
También ofertaba reformar el poder para democratizarlo y para "acabar con
cualquier vestigio de autoritarismo".
"Yo
veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada, de
gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de
servirla", es quizá una de sus frases más recordadas.
DISCURSO ÍNTEGRO. MONUMENTO A LA REVOLUCIÓN, 6 DE
MARZO DE 1994
Compañeras y
compañeros de partido;
Compatriotas:
Aquí
está el PRI con su fuerza. Aquí está el PRI con sus organizaciones; está con su
militancia, está con la sensibilidad de sus mujeres y de sus hombres. Aquí está
el PRI con su recia vocación política. Aquí está el PRI para alentar la
participación ciudadana.
Aquí
está el PRI para mantener la paz y la estabilidad del país, para preservar la
unidad entre los mexicanos. Aquí está el PRI en pie de lucha. Aquí está el PRI
celebrando un año más de intensa actividad política.
Aquí
está el PRI que reconoce los logros, pero también el que sabe de las
insuficiencias, el que sabe de los problemas pendientes.
Aquí
está el PRI que reconoce que la modernización económica sólo cobra verdadero
sentido, cuando se traduce en mayor bienestar para las familias mexicanas y que
para que sea perdurable debe acompañarse con el fortalecimiento de nuestra
democracia. Esta es la exigencia que enfrentamos y a ella responderemos con
firmeza.
El
PRI reconoce su responsabilidad y ésta es de la mayor importancia para el avance
político de México. Los priístas sabemos que ser herederos de la Revolución
Mexicana es un gran orgullo, pero ello no garantiza nuestra legitimidad
política. La legitimidad debemos ganarla día con día, con nuestras propuestas,
con nuestras acciones, con nuestros argumentos.
Como
Partido, tuvimos un nacimiento que a todos nos enorgullece: el PRI evitó que
México cayese en el círculo vicioso de tantos países hermanos de Latinoamérica,
que perdieron décadas entre la anarquía y la dictadura.
La
estabilidad, la paz interna, el crecimiento económico y la movilidad social, son
bienes que hubieran sido inimaginables sin el PRI.
Pero
nuestra herencia debe ser fuente de exigencia, no de complacencia ni de
inmovilismo. Sólo los partidos autoritarios pretenden fundar su legitimidad en
su herencia. Los partidos democráticos la ganamos diariamente.
Amigas y amigos del partido:
Surgimos de una Revolución que hoy sigue ofreciendo
caminos para las reivindicaciones populares. A sus principios de democracia, de
libertad y de justicia es a los que nos debemos.
Los
ideales de la Revolución Mexicana inspiran las tareas de hoy. La Revolución
Mexicana, humanista y social, nos exige y nos reclama. La Revolución Mexicana es
todavía hoy nuestro mejor horizonte.
Encabezaremos una nueva etapa en la transformación
política de México. Sabemos que en este proceso, sólo la sociedad mexicana tiene
asegurado un lugar. Los partidos políticos tenemos que acreditar nuestra
visión.
En
esta hora, la fuerza del PRI surge de nuestra capacidad para el cambio, de
nuestra capacidad para el cambio con responsabilidad. Así lo exige la
Nación.
Nuestra visión y nuestra vinculación histórica con el
gobierno nos aseguró la oportunidad de participar en los grandes cambios del
país. La fuerza del gobierno fue en buena medida la fuerza de nuestro Partido.
Pero hoy el momento es otro: sólo nuestra capacidad, nuestra propia iniciativa,
nuestra presencia en la sociedad mexicana y nuestro trabajo, es lo que nos dará
fortaleza.
Nadie
podrá sustituir nuestro esfuerzo. Nadie podrá asegurarnos un papel en la
transformación de México si nosotros no luchamos por él, si nosotros no lo
ganamos ante los ciudadanos.
Quedó
atrás la etapa en que la lucha política se daba, esencialmente, hacia el
interior de nuestra organización y no con otros partidos. Ya pasaron esos
tiempos.
Hoy
vivimos en la competencia y a la competencia tenemos que acudir; para hacerlo se
dejan atrás viejas prácticas: las de un PRI que sólo dialogaba consigo mismo y
con el gobierno, las de un partido que no tenía que realizar grandes esfuerzos
para ganar.
Como
un partido en competencia, el PRI hoy no tiene triunfos asegurados, tiene que
luchar por ellos y tiene que asumir que en la democracia sólo la victoria nos
dará la estatura a nuestra presencia política.
Cuando el gobierno ha pretendido concentrar la
iniciativa política ha debilitado al PRI. Por eso hoy, ante la contienda
política, ante la contienda electoral, el PRI, del gobierno, sólo demanda
imparcialidad y firmeza en la aplicación de la ley.
¡No queremos ni concesiones
al margen de los votos ni votos al margen de la ley!
No
pretendamos sustituir las responsabilidades del gobierno, pero tampoco
pretendamos que el gobierno desempeñe las funciones que sólo a nosotros, como
partido, nos corresponde desempeñar.
Hoy
estamos ante una auténtica competencia. El gobierno no nos dará el triunfo: el
triunfo vendrá de nuestro trabajo, de nuestro esfuerzo, de nuestra
dedicación.
Los
tiempos de la competencia política en nuestro país han acabado con toda
presunción de la existencia de un partido de Estado. Los tiempos de la
competencia política son la gran oportunidad que tenemos como partido para
convertir nuestra gran fuerza en independencia con respecto del
gobierno.
Hoy
somos la opción que ofrece el cambio con responsabilidad. Somos la opción que
mejor conoce lo que se ha hecho. Que sabe de los resultados de sus programas, de
sus aciertos y de sus errores.
Somos
la opción capaz de conservar lo que ha tenido éxito y somos la opción de
encontrar nuevos caminos de solución para los problemas
pendientes.
No
entendemos el cambio como un rechazo indiscriminado a lo que otros hicieron. Lo
entendemos como la capacidad para aprender, para innovar, para superar las
deficiencias y los obstáculos.
¡Cambiemos, sí! ¡Cambiemos! ¡Pero hagámoslo con
responsabilidad, consolidando los avances reales que se han alcanzado, y por
supuesto, manteniendo lo propio: nuestros valores y nuestra
cultura!
¡México no quiere aventuras políticas!. ¡México no
quiere saltos al vacío!. ¡México no quiere retrocesos a esquemas que ya
estuvieron en el poder y probaron ser ineficaces!. ¡México quiere democracia
pero rechaza su perversión: la demagogia!
Ofrecemos cambio con rumbo y responsabilidad, con paz,
con tranquilidad. Se equivocan quienes piensan que la transformación democrática
de México exige la desaparición del PRI.
No
hemos estado exentos de errores, pero difícilmente podríamos explicar el México
contemporáneo sin la contribución de nuestro partido. Por eso, pese a nuestros
detractores y a la crítica de nuestros opositores, somos orgullosamente
priístas.
Debemos admitir que hoy necesitamos transformar la
política para cumplirle a los mexicanos.
Proponemos la reforma del poder para que exista una
nueva relación entre el ciudadano y el Estado. Hoy, ante el priísmo de México,
ante los mexicanos, expreso mi compromiso de reformar el poder para
democratizarlo y para acabar con cualquier vestigio de
autoritarismo.
Sabemos que el origen de muchos de nuestros males se
encuentra en una excesiva concentración del poder. Concentración del poder que
da lugar a decisiones equivocadas; al monopolio de iniciativas; a los abusos, a
los excesos. Reformar el poder significa un presidencialismo sujeto
estrictamente a los límites constitucionales de su origen republicano y
democrático.
Reformar el poder significa fortalecer y respetar las
atribuciones del Congreso Federal.
Reformar el poder significa hacer del sistema de
impartición de justicia, una instancia independiente de la máxima respetabilidad
y certidumbre entre las instituciones de la República.
Reformar el poder significa llevar el gobierno a las
comunidades, a través de un nuevo federalismo. Significa también nuevos métodos
de administración para que cada ciudadano obtenga respuestas eficientes y
oportunas cuando requiere servicios, cuando plantea sus problemas, o cuando
sueña con horizontes más cercanos a las manos de sus hijos.
Estos
son mis compromisos con la reforma del poder. Es así como yo pienso que cada
ciudadano tendrá más libertades, más garantías, para que sus intereses sean
respetados; para gozar de seguridad y de una aplicación imparcial de la
ley.
Los
priístas creemos en el cambio con responsabilidad.
Por
eso es que hemos hecho nuevas propuestas, que hemos asumido nuevas tareas. Por
eso es que convocamos – antes que nadie – a un debate entre los candidatos a la
Presidencia de la República.
Hemos
alentado acuerdos entre partidos; hemos planteado revisar el listado electoral;
hemos solicitado la participación de observadores en todo el proceso electoral y
la integración de un sistema de resultados oportunos.
Por
eso es que también hemos resuelto dar transparencia a todos nuestros
gastos.
Estamos por elegir candidatos a diversos cargos de
elección popular.
Amigas y amigos:
Tenemos que aprovechar este proceso para darle mayor
fuerza a nuestra organización. Todos los priístas tenemos una tarea que cumplir,
todos tenemos una responsabilidad que asumir.
No
queremos candidatos que, al ser postulados, los primeros sorprendidos en conocer
su supuesta militancia, seamos los propios priístas.
Asumimos todos estos compromisos de reforma republicana,
de reforma democrática y federal; de reforma de los procedimientos y de su
contexto; de reforma interna del PRI.
Y lo
hacemos porque somos conscientes que la sociedad mexicana ha cambiado y que
demanda en consecuencia un cambio en las prácticas políticas. El PRI participará
con civilidad y con respeto a nuestro pluralismo en las elecciones del 21 de
agosto.
Como
candidato del PRI a la Presidencia de México reafirmo mi compromiso indeclinable
con la transformación democrática de México.
Que
se entienda bien: ese día sólo podrá haber un solo vencedor. Sólo es admisible
el triunfo claro, inobjetable, del pueblo de México.
Y
para que el pueblo de México triunfe el 21 de agosto, los partidos políticos –
todos – tendremos que sujetarnos a la ley y sólo a ella, sin ventajas para
nadie, sin prepotencias, sin abusos y sin arbitrariedades.
Por
ello, congruente con mi exigencia de una elección democrática, aspiro a que el
Congreso de la Unión decida las reformas electorales que procedan, siempre a
partir de los consensos que los partidos hemos venido construyendo en el marco
del Acuerdo por la Paz, la Justicia y la Democracia, firmado el 27 de
enero.
Aspiro a que juntos ampliemos la autonomía y afiancemos
la imparcialidad de nuestros organismos electorales, a fin de que la voluntad
popular y sólo ella, determine los resultados de los comicios.
Confiabilidad, certeza, regularidad y limpieza
electorales no pueden seguir siendo sólo aspiraciones, tienen que ser realidades
que se impongan en las conciencias de los ciudadanos. De ahí nuestro compromiso
con la participación de observadores en el proceso electoral.
La
elección es de la sociedad y por tanto no puede ser un asunto cerrado. Su
transparencia exige de la participación de observadores y no excluye que de ella
pueda darse el más amplio testimonio, tanto por parte de nuestros ciudadanos
como de visitantes internacionales. De ninguna manera tenemos por qué mirar con
temor a quienes desean conocer la naturaleza de nuestros procesos
democráticos.
Nuestras elecciones – y lo digo con pleno convencimiento
– no tendrán vergüenzas qué ocultar.
El
PRI estará al frente del avance democrático de México, asumiendo sus
responsabilidades y respondiendo a las exigencias de la sociedad
mexicana.
En
estos meses de intensos recorridos por todo el país, de visita a muchas
comunidades, de contacto y diálogo con mi Partido y con la ciudadanía entera, me
he encontrado con el México de los justos reclamos, de los antiguos agravios y
de las nuevas demandas; el México de las esperanzas, el que exige respuestas, el
que ya no puede esperar.
Ese
es el México que nos convoca hoy; ese es el México que convoca a mi conciencia;
ese es el México al que habremos de darle seguridad, al que habremos de darle
rumbo en la nueva etapa del cambio.
Yo
veo un México de comunidades indígenas, que no pueden esperar más a las
exigencias de justicia, de dignidad y de progreso; de comunidades indígenas que
tienen la gran fortaleza de su cohesión, de su cultura y de que están dispuestas
a creer, a participar, a construir nuevos horizontes.
Yo
veo un México de campesinos que aún no tienen las respuestas que merecen. He
visto un campo empobrecido, endeudado, pero también he visto un campo con
capacidad de reaccionar, de rendir frutos si se establecen y se arraigan los
incentivos adecuados.
Veo
un cambio en el campo; un campo con una gran vocación productiva; un campo que
está llamado a jugar un papel decisivo en la nueva etapa de progreso para
nuestro país.
Yo
veo un México de trabajadores que no encuentran los empleos ni los salarios que
demandan; pero también veo un México de trabajadores que se han sumado
decididamente al esfuerzo productivo, y a los que hay que responderles con
puestos de trabajo, con adiestramiento, con capacitación y con mejores
salarios.
Yo
veo un México de jóvenes que enfrentan todos los días la difícil realidad de la
falta de empleo, que no siempre tienen a su alcance las oportunidades de
educación y de preparación. Jóvenes que muchas veces se ven orillados a la
delincuencia, a la drogadicción; pero también veo jóvenes que cuando cuentan con
los apoyos, que cuando cuentan con las oportunidades que demandan, participan
con su energía de manera decisiva en el progreso de la Nación.
Yo
veo un México de mujeres que aún no cuentan con las oportunidades que les
pertenecen; mujeres con una gran capacidad, una gran capacidad para enriquecer
nuestra vida económica, política y social. Mujeres en suma que reclaman una
participación más plena, más justa, en el México de nuestros
días.
Yo
veo un México de empresarios, de la pequeña y la mediana empresa, a veces
desalentados por el burocratismo, por el mar de trámites, por la
discrecionalidad en las autoridades. Son gente creativa y entregada, dispuesta
al trabajo, dispuesta a arriesgar, que quieren oportunidades y que demandan una
economía que les ofrezca condiciones más favorables.
Yo
veo un México de profesionistas que no encuentran los empleos que los ayuden a
desarrollar sus aptitudes y sus destrezas.
Un
México de maestras y de maestros, de universitarios, de investigadores, que
piden reconocimiento a su vida profesional, que piden la elevación de sus
ingresos y condiciones más favorables para el rendimiento de sus frutos
académicos; técnicos que buscan las oportunidades para aportar su mejor
esfuerzo.
Todos
ellos son las mujeres y los hombres que mucho han contribuido a la construcción
del país en que vivimos y a quienes habremos de responderles.
Yo
veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada, de
gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de
servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la
arrogancia de las oficinas gubernamentales.
Veo a
ciudadanos angustiados por la falta de seguridad, ciudadanos que merecen mejores
servicios y gobiernos que les cumplan. Ciudadanos que aún no tienen fincada en
el futuro la derrota; son ciudadanos que tienen esperanza y que están dispuestos
a sumar su esfuerzo para alcanzar el progreso.
Yo
veo un México convencido de que ésta es la hora de las respuestas; un México que
exige soluciones. Los problemas que enfrentamos los podemos
superar.
Yo me
propongo encabezar un gobierno para responderle a todos los mexicanos. El cambio
con rumbo y con responsabilidad no puede esperar.
Manifiesto mi más profundo compromiso con Chiapas. Por
eso debemos escuchar todas las voces, no debemos admitir que nadie monopolice el
sentimiento de los chiapanecos.
Expreso mi solidaridad a todos aquellos chiapanecos que
aun no han dicho su verdad, a todos aquellos que tienen una voz que transmitir y
a todos aquellos que tienen una palabra que expresar.
Debemos de asumir y debemos de decidir. Debemos de
decidir si nos asumimos plenamente como una sociedad plural o si concesionamos
sólo a algunos la interlocución de nuestros intereses.
Chiapas es un llamado a la conciencia de todos los
mexicanos. Pero nuestra propuesta de cambio, no se limita a responderle
solamente a Chiapas. Le queremos responder a todos los mexicanos, a los de todos
los pueblos, a los de todos los barrios, a los de todas las
comunidades.
Queremos cumplirle a los chiapanecos, pero también a los
mexicanos de la Huasteca, a los de La Laguna, a los de la Montaña de Guerrero, a
los de la Sierra Norte de Puebla, a los de Tepito o a los de las barrancas de
Alvaro Obregón, aquí en el Distrito Federal; a los del puerto de Anapra, en
Ciudad Juárez, Chihuahua; a los de la Colonia Insurgentes, en Guadalajara,
Jalisco; o a los de San Bernabé, en Monterrey, Nuevo León.
Mi
compromiso es con todos los mexicanos; mi compromiso es luchar contra la
desigualdad y evitar crear nuevos privilegios de grupo o de
región.
Los
mexicanos ante el conflicto hemos ratificado nuestra unidad esencial bajo una
bandera y nuestro ánimo de concordia.
Nuestras instituciones probaron su legitimidad y su
eficacia. De la solución del conflicto, han salido
fortalecidas.
Desde
aquí manifiesto mi reconocimiento al Ejército Mexicano por su patriotismo,
lealtad y entrega en la defensa del interés y la unidad
nacionales.
Frente a Chiapas los priístas debemos de reflexionar.
Como partido de la estabilidad y la justicia social, nos avergüenza advertir que
no fuimos sensibles a los grandes reclamos de nuestras comunidades; que no
estuvimos al lado de ellas en sus aspiraciones; que no estuvimos a la altura del
compromiso que ellas esperaban de nosotros.
Tenemos que asumir esta autocrítica y tenemos que romper
con las prácticas que nos hicieron una organización rígida. Tenemos que superar
las actitudes que debilitan nuestra capacidad de innovación y de
cambio.
Recuperemos nuestra iniciativa, recuperemos nuestra
fuerza, para representar las mejores causas, para ofrecer los caminos de la paz,
para responder ante las injusticias.
Recuperemos esos valores. Hagámoslo en esta campaña.
Empecemos por afirmar nuestra identidad, nuestro orgullo militante y afirmemos
nuestra independencia del Gobierno.
Es la
hora de un nuevo impulso económico; es la hora de crecer sin perder la
estabilidad financiera ni la estabilidad de precios. La economía, más allá de
las metas técnicas, tiene que estar al servicio de los
mexicanos.
Por
eso, el nuevo crecimiento económico tiene que ser distribuido con mayor equidad,
con empleos crecientes, con ingresos suficientes.
Que
no nos quepa la menor duda: México cerrará este siglo con una economía mucho más
fuerte. Existen las condiciones para hacerlo, la sociedad lo
demanda.
La
tarea del crecimiento con estabilidad será de todos los
mexicanos.
Es la
hora de la confianza para todos, la de traducir las buenas finanzas nacionales,
en buenas finanzas familiares.
Es la
hora de convertir la estabilidad económica en mejores ingresos para el obrero,
en mejores ingresos para el campesino, para el ganadero o para el comerciante,
para el empleado o para el oficinista, para el artesano o el profesionista, para
el intelectual y para las maestras y los maestros de México.
Es la
hora de los apoyos efectivos y del impulso al esfuerzo que realizan las mujeres
y los hombres al frente de micro, pequeñas y medianas empresas. Que se les lleve
a superar sus dificultades, que se les apoye a ampliar sus negocios con mejores
tecnologías para que sean más competitivos en los mercados.
Es la
hora del gran combate a la desigualdad, es la hora de la superación de la
pobreza extrema, es la hora de la garantía para todos de educación, de salud, de
vivienda digna. Esa es la reforma social de la que hablé en
Huejutla.
Es la
hora de hacer justicia a nuestros indígenas, de superar sus rezagos y sus
carencias; de respetar su dignidad. Como lo dije en San Pablo Guelatao, Oaxaca:
es la hora de celebrar un nuevo pacto del Estado mexicano con las comunidades
indígenas.
Es la
hora de nuevas oportunidades para el campo de México, como lo comprometí en
Anenecuilco, Morelos. Es la hora de enfrentar con decisión y con firmeza la
pobreza, y mejorar los niveles de vida de los campesinos.
Es la
hora de que el Artículo 27 de la Constitución se exprese en bienestar, en
justicia, en libertad para los hombres del campo. Y es la hora de acabar para
siempre con todo vestigio de latifundio; es la hora de dar certidumbre al ejido,
a las tierras comunales y a la pequeña propiedad.
Es la
hora de impulsar la reforma agraria para nuestro tiempo. Es la hora de promover
más y mejor inversión en el campo; de alentar de manera mejor y más eficaz, con
libertad, la participación de los campesinos.
Es la
hora de dar solución a los problemas de la cartera vencida en el campo, del
crédito escaso y caro.
Es la
hora de asociar los esfuerzos de los productores; es la hora de constituir más
cajas de ahorro, más uniones de crédito y de poner en marcha nuevos mecanismos
de comercialización.
Es la
hora de las regiones de México, para aprovechar mejor los recursos, para
aprovechar mejor la capacidad y el talento de cada una de las comunidades del
país, de cada ciudad de nuestro país, de cada estado de la
República.
Un
desarrollo regional que abra las esperanzas de cada rincón de México, que
canalice recursos para mantener la infraestructura carretera, ferroviaria,
portuaria, hidráulica y energética.
Es la
hora de superar la soberbia del centralismo, como lo dije en Jalisco; de apoyar
decididamente al municipio. Es la hora de un nuevo Federalismo; es la hora de
dotar de mayor poder político y financiero, a nuestros estados, como lo dije en
Tabasco; es la hora de garantizar plenamente la conservación de nuestros
recursos naturales, de nuestro medio ambiente, de nuestra
ecología.
Es la
hora de una educación nacionalista y de calidad; es la hora de una educación
para la competencia; es la hora de nuestras escuelas, de nuestros tecnológicos;
es la hora de la universidad pública en México; es la hora de la gran
infraestructura para la capacitación de todos los mexicanos que quieran
progresar.
La
educación es nuestra más grande batalla para el futuro. A ella destinaremos
mayores recursos.
Es la
hora de reformar el poder, de construir un nuevo equilibrio en la vida de la
República; es la hora del poder del ciudadano. Es la hora de la democracia en
México; es la hora de hacer de la buena aplicación de la justicia el gran
instrumento para combatir el cacicazgo, para combatir los templos de poder y el
abandono de nuestras comunidades.
¡Es
la hora de cerrarle el paso al influyentismo, a la corrupción y a la
impunidad!
Es la
hora de la Nación. Es la hora de ser fuertes todos haciendo fuerte a México. Es
la hora de reafirmar valores que nos unen. Es la hora del cambio con rumbo
seguro para garantizar paz y tranquilidad a nuestros hijos.
La
única continuidad que propongo es la del cambio; la del cambio que conserve lo
valioso. Queremos un cambio con responsabilidad en el que no se olvide ningún
ámbito de la vida nacional; queremos un cambio democrático para una mejor
economía, para un mayor desarrollo social. Y hoy existen las condiciones para
lograrlo; la sociedad lo demanda.
Hoy
queda claro que los cambios no pueden ser ni marginales ni aislados. La vía del
cambio corre en igual sentido y en igual intensidad y urgencia por el campo de
la política, por el campo de la economía y del bienestar
social.
Con
firmeza, convicción y plena confianza, declaro: ¡Quiero ser Presidente de México
para encabezar esta nueva etapa de cambio en México!
Amigas y amigos; amigas y amigos:
Asumo
el compromiso de una conducción política para la confianza; una conducción
política responsable, para llevar a cabo los cambios que requerimos, para
cerrarle el paso a toda intención desestabilizadora, de provocación, de crisis,
de enfrentamiento.
Haremos de nuestra capacidad de cambio el mejor
argumento para convocar a la confianza de los mexicanos, para garantizar la paz,
para fortalecer nuestra unidad.
Somos
una gran Nación porque nos hemos mantenido básicamente unidos, pero con respeto
a la pluralidad.
Queremos un México unido, queremos un México fuerte,
queremos un México soberano. Un México de libertades, un México con paz, porque
son amplios los cauces de la democracia y de la justicia.
Hay
sitio para todos en el México por el que luchamos
afanosamente.
Soy
un mexicano de raíces populares. Soy un mexicano que ha recorrido en muchas
ocasiones nuestro país, que no cesa de maravillarse ante la gran variedad y
riqueza humana de nuestra patria y que no cesa tampoco de advertir carencias y
dolores.
Me
apasiona convivir, compartir, escuchar y comprender al pueblo al que pertenezco.
Aprendo diariamente de sus actitudes francas, de sus actitudes
sencillas.
Reitero que provengo de una cultura del esfuerzo y no
del privilegio. Como mis padres, como mis abuelos, soy un hombre de trabajo que
confía más en los hechos que en las palabras. Pero por eso mismo, soy un hombre
de palabra, un hombre de palabra que la empeño ahora mismo para comprometerme al
cambio que he propuesto: un cambio con rumbo y con
responsabilidad.
El
gran reclamo de México es la democracia. El país quiere ejercerla a cabalidad.
México exige, nosotros responderemos.
Como
Candidato a la Presidencia de la República, estoy listo
también.
Demos
nuestro mayor esfuerzo en ésta elección.
Vamos
a echarle ganas.
No
hay que bajar la guardia.
Vamos
por la victoria.
Ganémosla con México y ganémosla para
México.
¡Que
viva el PRI!
¡Que
viva México!
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