lunes, 2 de abril de 2012

A SIETE AÑOS, ALFREDO JIMÉNEZ MOTA VIVE






Ismael Bojórquez   
Este 2 de abril se cumplen siete años de la desaparición del periodista Alfredo Jiménez Mota. Se desconoce la fecha de su muerte pero hay muchos elementos para pensar que fue asesinado horas después de que lo levantaron en una céntrica calle de Hermosillo, Sonora.


Acababa de entrar a trabajar en El Imparcial de Sonora, donde le fueron asignados temas policiacos e investigaciones relacionadas con el narcotráfico. Tenía pocos meses de haber regresado a su tierra después de estudiar en Culiacán, Sinaloa, y hacer sus primeras experiencias como reportero en los tres diarios más importantes de esta ciudad, Noroeste, El Sol de Sinaloa y El Debate de Culiacán.

Alfredo Jiménez se fue a Sonora poco después de que mataron aquí a Rodolfo Carrillo Fuentes, el 11 de septiembre de 2004. La última vez que lo vi fue cuando alegaba con unos pistoleros —porque no traía identificación— para que lo dejaran entrar a los funerales del capo que se llevaron a cabo en la finca Doña Aurora, en El Guamuchilito, en una tarde atiborrada de reporteros —algunos enviados por medios nacionales— muchos de los cuales, en vez de tomar notas, se dedicaron a rezar y persignarse siguiendo devotamente un ritual hecho para los dolientes.

Supimos de Alfredo cuando publicó en El Imparcial el reportaje Los Tres Caballeros y que reprodujo El Debate con puntos y comas. Recuerdo que nos quedamos pasmados al leer su texto. Era comprensible su arrojo solo por ese dejo de inocencia y temeridad que caracterizaba a un joven reportero que soñaba con las historias antes de escribirlas.

En su reportaje, Alfredo no solo reveló información sobre los hermanos Arturo, Héctor y Alfredo Beltrán Leyva, entonces parte del cártel de Sinaloa, sino también la ubicación de ranchos, pistas de aterrizaje, casas de seguridad, números telefónicos y nombres de los principales operadores de estos capos en el sur de Sonora, entre ellos los hermanos Enríquez Parra, conocidos en el mundo criminal como Los Números y Los Güeritos.

Y hacia ellos, sobre todo hacia estos últimos, se enfocó el origen del crimen del periodista. Por eso cuando Raúl Enríquez Parra apareció muerto el 22 de octubre de 2005, en un paraje de Masiaca, al sur de Sonora, no fueron pocos los que pensaron y pensamos que el hecho estaba relacionado con la desaparición de Alfredo.

Sobre la muerte del Nueve —también le decían Rolando— no se especuló mucho. Partiendo de los problemas que la desaparición de Alfredo Jiménez había ocasionado al cártel de Sinaloa, se ha tenido siempre casi la certeza de que fueron sus mismos líderes quienes decidieron ajustar cuentas con el menor de los hermanos Enríquez Parra.

***

Pero el caso de Alfredo no se aclaró, ni se castigaron las complicidades que permitieron que fuera secuestrado y asesinado y sobre las cuales se han escrito cientos de páginas.



Nada se hizo contra los funcionarios estatales acusados de haber participado en el crimen, entre ellos el entonces procurador de justicia Abel Murrieta, quien fungió como subprocurador de justicia en el sexenio de Armando López Nogales, luego fue procurador durante el sexenio de Eduardo Bours y siguió en el mismo cargo el primer año de Guillermo Padrés Elías. Ahora es candidato a diputado federal del PRI.

Tampoco se le dio seguimiento a la probable complicidad del entonces jefe de la Policía Judicial, Roberto Tapia Chan, que antes de ser director de la corporación había pasado por distintos cargos en Cajeme, en todos ellos señalado como protector de narcotraficantes.



Mucho menos se investigaría la probable complicidad del propio gobernador Bours, quien se empeñó en defender siempre de los ataques a sus funcionarios en vez de abrirse a una investigación imparcial del crimen de Alfredo.

El expediente, hasta donde pudieron documentar organismos de defensa del oficio periodístico, contiene más de 2 mil fojas y fueron llamados a declarar más de cien personas. Pero no se expuso ningún resultado favorable al esclarecimiento del caso.

Y queda esto como una muestra contundente de que el poder de los políticos pudo más que la justicia, que encarnó en su momento en el compromiso del propio expresidente de la República, Vicente Fox, frente a los padres del periodista, de resolver y castigar el crimen.

A la vuelta de siete años, la muerte de Alfredo Jiménez Mota sigue ahí, esperando justicia. Es, su caso, representativo por muchas razones.



Una de ellas porque en cierta medida marcó un antes y un después en la historia del periodismo mexicano de investigación en temas relacionados con el narcotráfico. Referencia obligada, no puede hablarse del periodismo frente al narco sin evocar a este joven que no hacía más que soñar y cumplir con su responsabilidad social de informar.

Fugaz su paso por la vida y por el segundo oficio más viejo del mundo, según otro inmolado periodista mexicano, Manuel Buendía, Alfredo Jiménez Mota debiera permanecer siempre en la memoria colectiva, como un impecable ejemplo de valor y de pasión por el periodismo.

Bola y cadena

CUANDO EN ENERO DE 2007 apareció el excomandante Jesús Francisco Ayala Valenzuela denunciado ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos, la implicación directa de autoridades de Sonora en la desaparición y asesinato del periodista, me quedó la impresión de que no mentía, entre otras cosas porque, según la narración del expolicía municipal de Navojoa, Alfredo les pidió a sus captores, entre los golpes e insultos que recibía, que no se metieran con su madre. Conocí a Alfredo y entre sus atributos indiscutibles estaba la dignidad. Cuando leí la narración que Ayala le hizo al reportero Alejandro Gutiérrez, de la revista Proceso, casi pude ver el rostro del periodista cuando les decía a los asesinos “con mi madre no se metan”.

Sentido contrario

UNA MÁS PARA EL POZO de los disparates del gobernador Mario López Valdez: los hechos de violencia en Sinaloa son solo réplicas de lo que ocurre en otras entidades. Y, además, aislados. Por eso hay que seguir bailando.

Humo negro


ES SEMANA SANTA Y HAY QUE descansar y cocinar: el ingrediente secreto es… ¡cabrito!

 

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