lunes, 2 de abril de 2012

NARANJAS AMARGAS: AMENAZA CUMPLIDA


La increíble y triste historia de Bartolo y los sicarios desalmados

Miguel Ángel Vega 
Don Bartolo Esteban Espinoza Medina era un hombre que durante más de quince años vivía de cuidar una granja agrícola, cerca de Caimanero, y al terminar su labor se iba a las huertas que hay en la región para comprar naranjas, empacarlas en arpillas de treinta kilos y luego venderlas sobre la carretera, a la altura del pueblo La Guamuchilera.



—¿Por qué son tan dulces las naranjas de esta región? —le preguntaban.

—Porque son de árbol viejo —respondía.

No se hizo rico con sus dos actividades, pero al menos le alcanzaba para sobrevivir y hacerse de lo que necesitaba.

De acuerdo con versiones de familiares, conocidos y amigos del vendedor de naranjas, un mal día de abril de 2011, varias camionetas con personas armadas llegaron al lugar y les dijeron a los vendedores de naranjas que se “largaran” porque bien podían ser halcones (informantes) para la autoridad, y que no los querían volver a ver ahí.

Como ya había acabado la cosecha de naranja, don Bartolo y sus “colegas” se fueron y ya no regresaron.

Pero la necesidad es canija y el verano fue demasiado largo para don Bartolo. Había deudas y esos ingresos por la venta de naranja estaban haciendo falta. Pudo entonces más la necesidad que la temeridad y un día, a principios de noviembre de ese mismo año, don Bartolo regresó a las huertas, compró varios kilos de naranja, los empacó y nuevamente se instaló a la orilla de la carretera. Otro vendedor “necesitado” e igual de temerario también se instaló y así los comerciantes reiniciaron la compraventa del cítrico.

No pasaron muchos días para que los empistolados volvieran y entonces la amenaza fue más directa: 



“Miren hijos de su puta madre, no se los voy a repetir: si mañana los vuelvo a ver por aquí, me los voy a chingar”.

Fue entonces que don Bartolo replicó: 



“Oiga, la calle es libre y nosotros de esto nos mantenemos”.

“A mí me vale madre; si los vuelvo a ver aquí se los va a cargar la chingada”.

Y entonces se fueron. Quién sabe qué habría pensado entonces don Bartolo, pero al día siguiente, estaba ahí desde las ocho de la mañana, esperando los primeros clientes de la mañana.

A lo lejos aparecieron entonces las camionetas de los hombres armados, la mayoría menores de 25 años. El destino de don Bartolo lo esperó debajo de ese guamuchilito.

El pistolero ya no reclamó, ni preguntó nada, simplemente bajó de la camioneta, sacó su pistola, se abalanzó contra don Bartolo y a quemarropa le disparó una sola vez al pecho.

Tras el impacto, don Bartolo cayó de rodillas. Todavía el pistolero disparó de nuevo, esta vez al rostro y entonces don Bartolo cayó de bruces.

Amenaza cumplida.

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