Ciudad
de México.- Cercados por patrullas de la secretaría de seguridad pública de
Iguala ‘‘intentamos salirnos por un callejón. Ellos (los policías) creían que
no existía salida, pero había unos escalones. Subimos como pudimos, porque eran
muchas escaleras y sólo escuché cuando dijeron ‘¡dispárenles a esos perros!’ Ya
en plena huida y a la carrera en el cerro empezaron los disparos. Nos tiramos
al piso porque escuchamos las detonaciones y luego nada más oímos cómo zumbaban
los balazos’’.
La
anterior es parte de la narración de uno de los normalistas de Ayotzinapa que
salvó la vida la noche del 26 de septiembre de 2014. El testimonio está
contenido en la averiguación previa de la Procuraduría General de la República
(PGR).
Oficialmente
está reproducida como ‘‘declaración de un testigo sin identidad’’, aunque la
descripción abarca todo el recorrido en los autobuses, el cerco de las
patrullas, las ráfagas de los cuerpos de seguridad. Son cuatro o cinco
testimonios de los normalistas que lograron sobrevivir al ataque.
Esas
declaraciones dan cuenta de lo sucedido aquella noche de persecuciones,
balaceras, asesinatos; revelan las diversas formas en que los normalistas
lograron ponerse a salvo, sea encima de una barda –hasta que un vecino les
ofrece albergue en su casa–, deambulando por los cerros o en la casa de una
mujer que ante el nivel de violencia les da refugio hasta el amanecer.
Las
narraciones son poco claras sobre la forma en que llegaron, pero todos
coinciden en que el sábado 27 de septiembre rendían declaraciones de lo que
‘‘les constaba’’, de la violencia de esa madrugada.
En
una de ellas se indica que la escena se ubica en las inmediaciones del zócalo
(de Iguala), cuando (el testigo) se percata de que el autobús en que viajaban
los normalistas ya estaba rodeado de varias patrullas. ‘‘Comenzaron a acercarse
los policías apuntando y disparando’’. Los estudiantes buscaron repelerlos con
piedras.
Cuando
reanuda la marcha el autobús –junto con otros dos– buscando la salida a
Chilpancingo, de nueva cuenta (se topan con) otro cerco policiaco y se reanudan
los disparos contra los estudiantes.
‘‘Arribaron
seis patrullas y comenzaron a disparar’’. A bordo del tercer autobús que
recibió las ráfagas, el normalista narra: ‘‘Nos bajamos corriendo a escondernos
al primer camión. Ahí fue donde recuerdo que cayó… (testado en la versión
pública), a quien hieren con un tiro en la cabeza (…) Quedando tirado sin que
pudiéramos ayudarlo. Para entonces ya habían herido a… y matado a... Gritamos
que dejaran de disparar porque no teníamos armas’’.
En
sus declaraciones, que constan en la averiguación de la PGR, el testigo con
indentidad protegida confiesa su ‘‘miedo cuando se vieron rodeados de
patrullas’’, y ante las amenazas de que ‘‘ahora sí se los va a cargar la
chingada’’, porque fueron a Iguala a ‘‘hacer sus desmadres’’.
La
confesión tiene tramos caóticos, acaso porque se hizo casi al amanecer del 27
de septiembre de 2014, luego de que (el estudiante) abandonó la casa donde se
pudo esconder y personal de la procuraduría lo trasladó para declarar. En sus
dichos no deja claro cómo llegó hasta el lugar donde declararía.
En
su testimonio deja entrever que la orografía del lugar le permitió correr al
monte y escabullirse en medio de los balazos, hasta llegar a un lugar donde
había algunas casas, donde se escondió en un pequeño techo durante algún rato
hasta que, al percatarse de que un vecino lo vio, le pidió que lo dejara entrar
a la vivienda, cosa que hizo hasta que amaneció.
Otro
de los ‘‘testigos con identidad reservada’’ dio su versión de los hechos y los
empeños de los estudiantes que iban en uno de los autobuses por escapar del
cerco de los policías, cuya coordinación permitió cerrarles el paso y hacerlos
bajar.
Dijo
que una vez que descendieron del autobús ‘‘quedamos acorralados y ellos
diciéndonos que íbamos a valer madre (...) ‘Ahora sí, pinches chamacos, a ver
si tienen muchos güevos, hijos de su puta madre’’. Nosotros respondimos con
groserías’’.
Luego
describe cómo halló un callejón por donde podían escapar. Corrieron hacia allí
mientras los policías les comenzaron a disparar; (el declarante) dijo haber
escuchado el grito de una mujer que desde una vivienda ‘‘les pidió a los
agentes que ya no les dispararan a los muchachos, que no habían hecho nada’’.
El relato de este testigo también concluye con el albergue que encontró en una
vivienda para pasar esa noche de disparos y persecuciones.
Con
el amanecer, narra, llegó a declarar ante la procuraduría. ‘‘Nos dimos cuenta
de todo lo que había pasado, que habían matado a varios y que los policías
habían ubicado a otros; algunos aún estaban perdidos (...) Me enteré de que a
(...) también lo habían matado, le habían arrancado el rostro y sacado los ojos
(...) Que los ministeriales habían tomado fotos de los impactos de bala y de la
sangre regada’’.
(ZOCALO / Agencias/ 12/10/2015 - 05:02
PM)
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