
En la zona de tolerancia de Tijuana laboran más de 4
mil mujeres de entre 15 y 60 años
Sanjuana Martínez/ La Jornada
Tijuana, BC. Al
atardecer, en la Zona Norte las esquinas están cubiertas. Mujeres desde los 15
hasta los 60 años permanecen paradas, esperando al próximo cliente. En los
hoteles, los precios se exhiben a la entrada: 25 pesos por media hora, más
papel higiénico. La tarifa por un servicio básico es fija: 200 pesos.
La aparente anarquía
del trabajo sexual en las calles Primera y Niños Héroes, en la famosa Coahuila
o Constitución, ubicadas en el corazón de la zona de tolerancia de Tijuana,
donde laboran más de 4 mil mujeres, la mayoría provenientes de otros estados de
la República, tiene ahora una organización única en México: "Las
Magdalenas".

"Los policías
nos molestaban demasiado. Querían sexo a cambio de dejarnos trabajar; a veces,
entre unos y otros, querían cuatro o cinco veces al día. Nos andaban
correteando. No nos dejaban trabajar. Y si no queríamos darles sexo, teníamos
que darles dinero. Nos quitaban lo que habíamos hecho. Nomás nos estaban
cuidando para ver cuántos clientes entraban y entonces se venían sobre
nosotros", dice Ivone, trabajadora sexual en esta zona, desde hace más de
14 años.
El hostigamiento fue
tal, que los policías las perseguían con el argumento de que estaban
infringiendo la ley, aunque no estuvieran laborando: “Las patrullas hacían
cacería de mujeres. Nos sacaban de los cuartos, se metían y nos echaban gases;
nos agarraban en cualquier parte, incluso si uno estaba comprando algo,
llegaban y nos decían: "órale, vente; no te hagas, tú trabajas en
eso", dice Irma, de 45 años, sexoservidora desde hace más de 20 años.
Desesperadas, sin
poder contener la ola de despojos, acudieron a pedir ayuda a Víctor Clark
Alfaro, director del Centro Binacional de Derechos Humanos. "En una semana
llegaron alrededor de 100 trabajadoras por la persecución. Les propuse cuatro
cosas: documentar los casos, crear una organización, ofrecer una conferencia de
prensa y convocar a una reunión con autoridades. Y cumplimos las cuatro",
dice en entrevista, mientras recorre la zona de tolerancia.
Fue así como nació
la asociación Vanguardia de Mujeres Libres María Magdalena, que agrupa a
trabajadoras sexuales; la mayoría son pobres, católicas, campesinas sin
experiencia urbana, analfabetas o con primaria incompleta, que llegan a la
ciudad cada semana para atender la alta demanda de una de las ciudades con
mayor índice de trata de mujeres con fines de explotación sexual.
A partir de
entonces, la vida les cambió. Se organizaron para defenderse: convocaron a
manifestaciones, crearon una representación ante las autoridades, rentaron un
local por 250 pesos para realizar sus reuniones cada semana, se deshicieron de
los padrotes y finalmente se ganaron el respeto de las autoridades municipales.
La persecución
policiaca terminó, dice Clark Alfaro. "Ahora no las tocan; me siento muy
orgulloso de lo que han conseguido. Su organización es única en el país. Lamentablemente,
sabemos que las mujeres que no están organizadas y trabajan en la Zona Norte
siguen sufriendo violaciones a sus derechos".
Insultos y violencia
La acera de calle
Primera está llena de mujeres vestidas con ropa ceñida, corta y pronunciados
escotes. La mayoría usan zapatos con tacones de vértigo. Ellas soportan no sólo
las inclemencias del clima, también los improperios de la gente y en ocasiones
la violencia de los clientes.
Irma está colocada
estratégicamente cerca del hotel. Tiene 45 años y trabaja de ocho a 10 horas
diarias. Es de Veracruz y llegó a esta ciudad hace más de 20 años. Tiene dos
hijos que cuida su madre en aquel estado; ella les envía dinero para su
manutención.
La mayoría de sus
clientes son hombres casados: "Me da coraje; pasan las mujeres y se ríen
de nosotras y nos señalan frente a sus hijos. Según esto, es gente de la
sociedad; entonces yo digo: yo no soy de la alta sociedad, pero por lo menos a
mis hijos no les enseñaría a señalar a los demás. La gente no sabe, a lo mejor
algún familiar se dedica a eso, sin que sepan. Dicen que trabajamos en esto por
gusto. ¿Por gusto estamos oliendo las patas a un hombre que llega todo sudado y
huele mal?... ¿Eso es por gusto? Pues no, fíjese que no. Estamos aquí porque
necesitamos sacar adelante a nuestros hijos".
No todas se
disciplinan
Es una de las
fundadoras de Las Magdalenas y se ha convertido en interlocutora de
trabajadoras sexuales: “Nuestra lucha funcionó, si no, no estaríamos aquí.
Ahora hay muchas malandras, mujeres que no saben lo que costó que nos dejaran
trabajar en la calle”.
Desde hace algunos
años, la competencia aumentó considerablemente. Miles llegan cada año para
trabajar en este oficio y no todas están dispuestas a disciplinarse ni acatar
normas: "Queremos que respeten los lugares de las que tenemos tiempo. No
estamos nomás porque sí, sino porque hemos luchado. Unas si lo entienden, pero
otras no. De cualquier forma, si se vienen los problemas, se van a venir para
todas. Van a barrer con todas. Todas las de allá trabajan muy a gusto porque
nosotras tuvimos que luchar contra la policía".
Irma está colocada
en medio de una calle llena de tiendas y restaurantes y afronta todo tipo de
riesgos: "Siempre estamos en riesgo. La gente pasa y te señala. Pero ellos
no saben lo que nosotros padecemos. En el momento que uno entra al cuarto, no
sabemos si ese hombre te va a atacar. Uno llega a un acuerdo antes de ir al
hotel, pero luego ya estando ahí, a veces ellos quieren salirse de lo
convenido. Mi forma de trabajar es aclarar antes, les digo cuáles son las
condiciones".
Foto
Trabajadoras
sexuales de Tijuana señalan que lo que más les afecta es "aguantar a las
señoras de la alta sociedad que las señalan"Foto Sanjuana Martínez
Añade: “Las
malandras les hacen de todo lo que ellos quieren, incluso por un globito
(cocaína). Entonces, ellos piensan que todas somos iguales. Lo que no saben es
que los van a quemar (robar). Hay diferencia entre ellas y nosotras. Yo no estoy
por un globito o para que me inviten a fumar. Un globito cuesta 60 pesos. Uno a
veces se la rifa”.
Y continúa con una
especie de monólogo: “te quieren dar poco y luego te dicen: ‘te voy a pagar al
último’. Y entonces yo les digo: ‘mira, no estoy hablando con un borracho, y tú
no estás hablando con una drogadicta. Si estamos acordando lo que vamos a
hacer, yo te voy a cumplir, pero tú tienes que pagarme primero. Ya a la hora de
la hora, ellos se pasan de la raya; es allí donde salen los golpes o algo peor,
porque luego no te quieren pagar. Y luego quieren que les haga uno de todo, y
eso no. Algunos clientes me preguntan: ‘¿soy el primero?’... Y les contesto:
‘¿para qué quieres que te diga si eres el primero? Si te digo que eres el
primero no me vas a decir: mi hija, ten otros 100 pesos. ¿Verdad? Si eres el
primero, tercero o quinto, eso no tiene que ver nada. La tarifa son 200 pesos.
No podemos cobrar más por la competencia que hay de las malandras”.
Cuenta que lo que
peor sobrelleva son los prejuicios de la gente: "A esas señoras que nos
señalan, yo les pediría que educaran a sus maridos, que por lo menos los
enseñaran a que se protejan y se bañen. Esos hombres son los que más andan
aquí, y luego pasan con sus señoras y se sienten los muy dignos. Y bien que se
sirven de nosotras".
A Irma le gustaría
tener la oportunidad de trabajar en otro empleo, pero los sueldos son muy
bajos: "El problema no es salirse de esto, el problema es sobrevivir. Mis
dos hijos van a la escuela. En mi familia soy la mayor de ocho. Mi preocupación
es que mi mamá y mi papá tengan dónde vivir. Trato de ayudarlos, pero con mis
hijos ya no puedo. Tengo amigas que han puesto sus negocios, pero luego
vuelven. No alcanza".
Algunas han logrado
salirse. En la misma zona de tolerancia hay un local dedicado a la venta de
productos naturistas. Elsa, de 45 años, es su propietaria y fue una de las
fundadoras de Las Magdalenas. Hace siete años dejó el trabajo sexual para
emprender este negocio.
Durante 17 años
soportó el precio de dedicarse al trabajo sexual. Separada, con cinco hijos
pequeños, no encontró otra forma de sacarlos adelante. Los dejó a cargo de su
madre en el Distrito Federal y se vino a Tijuana a trabajar: "Éramos muy
extorsionadas por los policías; sufríamos muchos atropellos de las autoridades.
Nos amenazaban, había más violencia, pero aprendimos a organizamos para
defendernos".
Hace siete años, uno
de sus clientes la animó a dejar esa vida. Ella, que siempre había soñado con
cambiar, aceptó el amor de ese hombre que ahora es su pareja, y empezó a
estudiar secundaria y la preparatoria: "Soy como un drogadicto que se
quiere rehabilitar. Me ha costado mucho. Se me ha hecho muy difícil, es un
cambio de vida de 180 grados".
Sus hijos se
vinieron a vivir con ella y ahora tiene cinco nietos que durante la entrevista
corren por el negocio: "Cuando la gente sabe que trabajé en eso, que es un
tema tabú, a veces se me cierran las puertas. Es luchar contra viento y marea.
La verdad, ha sido muy duro por los prejuicios, pero he salido adelante. Tengo
aquí a todos mis hijos, también por eso lo hice, porque ya ellos están grandes.
Cambié de vida por ellos. Todo lo que hago, lo hago con gusto, con placer. Me
siento orgullosa y satisfecha. He avanzado mucho".
Entre risas, Elsa
confiesa que siempre fue una soñadora, muy luchadora. Y ahora da talleres y
charlas a otras mujeres a quienes anima a cambiar de vida y cumplir sus sueños:
"Es muy difícil superar los malos recuerdos de mi trabajo anterior, pero
se logra salir adelante viendo a mis hijos realizados. Yo fui el motor que los
impulsó y gracias a eso se cierra cualquier herida".
Ivone, de 38 años,
integrante de Las Magdalenas, confiesa que desea dejar el trabajo sexual. Está
parada frente a un hotel y espera a su siguiente cliente:
"Desgraciadamente, ya no es como antes, ya no hay mucho trabajo. Antes
tenía la cola de clientes que daba la vuelta. Ahora, al día hago dos. Y cuando
muy mal me va, ni uno; ni para una soda".
Tiene dos hijos que
mantener, el menor de 10 años: "Si no trabajo, no puedo sacarlos adelante;
hay que pagar renta, escuela, servicios, comida... y luego sola. El papá nos
abandonó. ¿Trabajar en otra cosa? Lo hice un tiempo, pero no completaba.
Trabajé en las maquiladoras y no sacaba el mes, no pude. Me pagaban poquito,
sólo completaba para mi comida y mi pasaje. La pobreza me llevó a trabajar en
esto. Ni modo".
Víctor Clark, que ha
asumido la defensa de las trabajadoras sexuales con vehemencia, se siente
satisfecho de los logros de Las Magdalenas: "Tienen conciencia política y
social. Estas mujeres conocen sus derechos; su autoestima es mucho más alta que
la de las otras trabajadoras que no están organizadas. Han aprendido que
organizarse tiene una ventaja fundamental: la defensa de sus derechos".
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