El
gendarme bajó de su patrulla vestido de azul y empistolado. No traía chaleco
anti-balas. Pero eso sí mucho callo para enfrentar malandros. Le reportaron
“andan robando”. Cuando supo detalles ni siquiera sacó el arma. Facilito apañó
al culpable. Era un chamaco. Ocho años. Estaba en casa ajena. Lo metieron por
alto hoyo. Luego adentro abrió la puerta principal. Allí esperaba una pandilla
de perversos marihuaneros. Como en otras viviendas así querían robar. Pero los
del vecindario ya estaban hartos. Vieron cuando encaramaron al niño y por eso
hablaron al genízaro. Uno que otro quejoso dijeron al uniformado. Así le hacen
desde hace días. Meten al muchacho. Abre la puerta. Entran y se llevan cuanto
pueden. Luego venden a como y quien sea. Así hacen de dinero.
Entonces
compran poquita marihuana, heroína, crack o cristal. Y le pegan a su vicio.
Pero ese día no pudieron. Corrieron
cuando llegó el patrullero y agarró al chamaco del brazo. “La casa está sola.
Los señores salieron y este mocoso se metió a robar”, dijeron vecinos al
policía. “¿Ah sí?... A ver, ¿qué andabas haciendo allá adentro?”. Ladino el
chamaco contestó, barbilla clavada en el pecho y casi llorando: “Buscando mi
pelota… se me vino para acá”. Pero cuando el vestido de azul preguntó por la
bola nada más no había.
Cuando
lo llevaron a la Delegación sucedió lo increíble. Su hermana alegó violación a
los derechos humanos. Otros viciosos “metieron su cuchara” y acusaron al
policía: “Lo encañonó en la cabeza”. Pero el juez calificador se dio cuenta de
la trampa. Decidió: “Llévenselos a todos al Ministerio Público”. Y allí
simplemente el chamaco terminó en el DIF. Los marihuaneros libres. Si se
hubiera dado el trato debido a este asunto otra cosa pasaría. Interrogados los
viciosillos, seguramente dirían a quién vendían lo robado. También dónde
compraban droga. La policía con tal información era para detener a uno y otro.
Ponerle fin a un problema. Darles paz a los vecinos y escarmiento al chamaco,
su hermano y marihuaneros. No todos, pero sí algunos seguramente ya no volverían
a la trapacería. Tal vez vidas salvadas del vicio. Pero no. El asunto fue
tratado como si nada.
Esto
no es cuento. Sucedió hace dos semanas en Tijuana. Al enterarme supuse:
Seguramente los chavos marihuaneros no daban dulces de premio al chamaco. Me agorzomé
tan solo pensando cómo también lo drogaron. Posiblemente recibió algunos
billetes. Y si andaba con los pandilleros era por la poca vigilancia de sus
padres. A lo mejor y les importa muy poco cuanto haga o no el muchacho. Antes
no pasaba eso. Solamente les vía en las cercanías de la Garita Internacional.
Escondidos en callejones. Aspirando cemento luego de pedir limosna o robar
paseantes. Otros intoxicados vendiendo su cuerpecito a gringos asquerosos. Esos
que nada más vienen a buscarlos.
Viendo
todo eso me queda más claro: Viciosos treintañeros rascando los cuarentas, los
vendedores callejeros. Engatusan con pequeñas dosis a escolares o chamacos en
la calle. Son carne del vicio. Seguramente empezaron metiéndose por las
ventanas para ayudar marihuaneros. Y de allí no pasaron. A cada rato los
detiene la policía. Y nada más pagan su multa o están algunos días presos.
Salen porque no los aguantan. Enloquecen sin consumir. Escandalizan en las
celdas y si no, se la pasan cómodamente viviendo y comiendo gratis. Pero
también hay otros que ni a los veinte años llegan. Bien vestidos. Buen carro.
Harto billete. Presumidos en las discotecas. Hartas chavas. No consumen pero sí
trafican. También matan. Son expertos en eso de apretarle el gatillo.
En
Tijuana conocí preparatorianos desalmados. Ni siquiera se los imagina. A
Eduardo Ronquillo le decían “El Niño”. Sinaloense. Veintitantos años. Igual que
José Briceño “El Cholo”. Con cara de inocentes y estudiantes a veces la policía
ni se las huele. A uno ya lo mataron y otro está libre. Pero los dos ejecutaron
a mi compañero editor Francisco Javier Ortiz Franco. Me recuerdan lo sucedido
en Sinaloa no hace mucho. Ocho jovencitos detenidos. Carrazos. Traían pistolas
y ametralladoras ahora sí que como arroz. No para vender y menos como juguetes.
Bueno, hasta una bazuca. Naturalmente “con la bendición” de los capos. Lo
curioso fue cómo el Ejército los detuvo y la judicial nada más reportó seis en
lugar de ocho.
Entre
1994 y 96 esto sucedió en Dublín, la capital irlandesa. Entonces 15 mil jóvenes
se inyectaban heroína. La mayoría andaban entre 14 y 16 años. No había día
cuando no anduvieran embrutecidos. A la periodista Verónica Guerin le
impresionó ver eso. Más a los niños mochila en la espalda. Cuando iban a la
escuela pisaban muchas jeringas y a veces las recogían para jugar. Por
denunciarlos en el semanario Sunday Independent mataron a la reportera.
Mientras publicaba las notas la consideraban escandalosa y amarillista. Salvo
uno que otro policía los demás ni se tibiaban. Hasta cuando los capos se
hartaron de sus notas. La mataron haciendo alto en su auto. Dos motociclistas
se le emparejaron. Dispararon con una 45.
Entonces
sí el asesinato movilizó a Irlanda encorajinada. Miles de personas salieron a
las calles. Se manifestaron contra las drogas. El Parlamento tuvo sesión de
emergencia. Modificaron la Constitución. El primer paso, congelar bienes a los
presuntos narcotraficantes. Eugene Holland, de 20 años, era ya un ricachón por
la droga. Terminó de la noche a la mañana en la cárcel y sin dinero. John
Guilligan, de 28 años, huyó de Dublín, lo extraditaron y encarcelaron. Brian
Meehan, asesino de la periodista, andaba por la misma edad. Fue capturado.
Decomisada casa y cuentas bancarias. Sentencia a cadena perpetua. Todo eso asustó
a los mafiosos. Se fueron de Dublín por temor a perder todo. Solo quedaron unos
cuantos. De poca monta. Pasado un año de asesinada la periodista, la
delincuencia bajó. Según los estudiosos hasta un 15 por ciento.
En
México pasa igual como en Irlanda. Los que escribimos de narcotráfico somos
amarillistas y escandalosos. Andamos inventando historias. Somos una bola de
exagerados. Hasta el vocero presidencial Rubén Aguilar sospechó torpemente sin
tener pruebas: Quienes criticamos al operativo foxista “México Seguro”, dice,
“están pagados por la mafia”. Y lanzó su dardo a los compañeros de Nuevo
Laredo. La diferencia con Irlanda es que aquí al Presidente de la República ni
la sangre se le tibia si matan a un periodista. Está como los diputados
federales. Palabrean pero no actúan. Gracias a ellos siguen libres los matones
de reporteros y editores. Tienen miedo a narcos poderosos. No les confiscan sus
bienes. Fox está obsesionado por capturar a “El Chapo” Guzmán. Y por eso ahora
vivimos lo que él no ve: Chamacos de ocho años robando para marihuaneros. La delincuencia aumenta. No baja como en
Irlanda.
Escrito
tomado de la colección “Conversaciones Privadas” y publicado el 23 de julio de
2010; propiedad de Jesús Blancornelas.
(SEMANARIO
ZETA/COLUMNA “CONVERSACIONES PRIVADAS” DE J. Jesús Blancornelas / Fotos.
Archivo/ 07 de Septiembre del 2015 a
las 12:00:19)
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