lunes, 1 de abril de 2013

EXPEDIENTE: LOS VATOS LOCOS…



Rosendo Zavala/ Revista Visión Saltillo
Saltillo.- Cargando con dificultad la bolsa negra que le pesaba más que el alma, Francisco llegó hasta el punto donde hizo el pozo en que enterraría el producto de su amor marital, buscando eludir a los vecinos para mantener su libertad intacta luego de haber asesinado a su pequeña Delany.

Embelesado por la idea de concretar tan trágica odisea, tomó una decisión y frente a su mujer descargó la adrenalina que ya no le cabía en el cuerpo, destrozando a palazos la propiedad que alguna vez jurara heredar a su gente.

Pero su trágica desventura sería delatada por Lizbeth, que decidida a “no llorar” más por su fallecida hija lo denunció ante las autoridades, ignorando que también pagaría con cárcel su sed de justicia largamente anhelada.

PRESUROSA SALIDA

Apresurado porque no había nada en la cocina y el fantasma del hambre lo atosigaba a cada instante, Paco gritó con furia a Liz, que aprovechando la propuesta corrió hasta la recámara, donde sus pequeños seguían adormecidos por la siesta de la tarde que parecía ser como todas.

Sacudiendo la maraña de los pelos que saturaban su peine chimuelo, la hacendosa mujer paró a tres de sus pequeños para darles la lustrada que los dejara aptos para salir a la calle, sabía que la oportunidad de llenar la alacena era única y no podía dejarla escapar.

Minutos después, “El Chicano” se detuvo en el umbral de la puerta cuidando de los niños de 3 y 2 años de edad, aguardando con impaciencia el instante en que la compañera de su vida terminara de afinar los detalles que les impedían irse de compras.

Afuera, las calles del fraccionamiento Los Ángeles parecían tan cotidianos con el ladrar de los perros, que en parvadas asolaban el sector, mientras invisible, la desagracia comenzaba a gestarse sobre el domicilio de “los vatos locos”, que lejos estaban de imaginar lo que ocurriría minutos después.

Sacando lo mejor de sus habilidades matriarcales, Liz aprisionó con fuerza el cuerpo de su recién nacido entre su pecho para que no se le cayera, mientras que al mismo tiempo palmeaba a Delany para que descansara en la cama que ya le había previsto.

Finalmente, la nena de un año y 8 meses comenzó a respirar hondo hasta que se quedó dormida, siendo entonces cuando una sensación de alivio invadió a la señora, que tras apagar la tele se encaminó hacia la salida, donde un irritado Francisco la apuraba con impaciencia.

Así, el crujir del portón que guardaba los secretos de la residencia Medina anunció la retirada de la familia, que se perdió en la distancia para enfilarse al centro comercial donde harían la tan anhelada despensa que les permitiera tener un decoroso arranque de semana.

TERRIBLE DISCUSIÓN

Mientras la infanta reposaba su inocencia en el colchón donde pasaría sus últimos instantes terrenales, la pareja se adentraba en el complejo que daría paso a sus trivialidades del día, lidiando con el mar de clientes que pretendían emular la misma escena.

Caminando tambaleante por los efectos de la droga que desde hacía tiempo había adoptado como una forma de vivir, el mexicoamericano de 24 años recorrió los pasillos de la tienda empujado por la inercia, porque su mujer era quien dirigía el rumbo de las actividades que hasta ese momento parecían normales.

Pero el panorama cambió cuando emprendieron el camino de regreso a casa, luego de que las diferencias maritales salieran a relucir entre la blasfemia de palabras que intercambiaban.

Y es que a escasas cuadras de llegar a su destino, Paco estalló en cólera, comenzando con la avalancha de reclamos que no amedrentaron a Liz, porque lejos de intimidarse respondió a los agravios que hicieron perder la cabeza al ofendido marido.

Una vez en la intimidad de su vivienda, los esposos se liaron nuevamente en la feria de humillaciones que se salió de control, mientras guiaban a sus pequeños hasta el cuarto donde les exigieron que se quedaran para evitar alguna situación de violencia.

La escena que constantemente se repetía derivaba del mal carácter del drogadicto, quien por su falta de control emocional había tenido problemas con la justicia estadounidense en varias ocasiones, lo que le obligaba a radicar en México contra su propia voluntad.

Aun así el sujeto, que llevaba tatuado en su pecho el escudo nacional y la leyenda “Vato Loco” en el cuello, no concebía la idea de ser mexicano, guardando en su ser la ira que desfogaba arremetiendo contra su gente cada que la situación lo permitía.

Durante la tarde de ese lunes de noviembre, Francisco fabricaría la aterradora aventura que terminaría de la peor manera, porque lo que había iniciado como una discusión común creció hasta transformarse en la peor de las desgracias familiares.

MORTAL GOLPIZA

Rebasado por la circunstancia que se le había salido de control, Paco se sentía aturdido y un llanto leve que prevenía de la recámara lo aniquiló emocionalmente, porque instintivamente se encaminó hasta el sitio de donde provenía el gemido que evocaría a la muerte de manera irremediable.

Al abrir la puerta del cuarto rosado, el potencial asesino vio con furia que su pequeña Delany lloriqueaba suplicando atención, y enfadado por el ruido que hacía se abalanzó sobre ésta para descargar su maldad sin pensar en las consecuencias.

Tras cargar de un movimiento a la bebé, el adicto comenzó a golpearla salvajemente incrementando el dolor de la infante, ante la mirada impotente de Liz que prefería no intervenir para evitar sufrir la misma suerte.

Durante algunos segundos que parecieron eternos, la joven madre se limitó a ver cómo el producto de sus entrañas moría lentamente en las manos criminales del sujeto que huyó de Indiana, porque no podía ejercer su crueldad como lo estaba haciendo en suelo mexicano.

Repentinamente, un silencio inédito invadió la pieza y el tatuado sacudió con fuerza a la niña presagiando el infortunio, que se concretó cuando Delany quedó desvanecida entre las garras de su padre que no podía creer lo que había hecho.

Gritando como una fiera herida, increpó a su esposa exigiéndole que callara mientras le pedía que se olvidara del asunto, pues no deseaba ir a la cárcel ni tampoco perder el poco prestigio que tenía entre los residentes de la comunidad donde se habían asentado apenas unos meses atrás.

Tratando de borrar el “detalle” sin despertar sospechas, la pareja reanudó la comunicación, aunque ahora con un tono diferente, acordando deshacerse del cuerpo sin sacarlo de la casa, pues un alegato de los vecinos ante la Policía podría meterlos en graves problemas.

Corriendo con torpeza por el miedo que sentía, el asesino llegó a la cocina y sacando una bolsa negra retornó a la habitación de la muerte, donde metió el cadáver de su hijita para cargarlo como costal hasta el patio trasero, ante la mirada confundida de su cómplice que seguía pasmada por lo que ocurría.

Durante casi una hora, el adicto paleó con fuerza hasta que terminó la fosa donde dejó caer los restos de la bebé, tapando nuevamente el pozo donde un montículo quedaba como mudo testigo del crimen del que nadie se enteró.

Y es que los meses pasaron sin que los vecinos de la familia notaran algo extraño, ocasionando que los Medina hicieran su vida de manera común y guardando para sí los recuerdos de un pasado tomentoso que saldría a relucir de la nada.

TRÁGICO HALLAZGO

Meses después, un flashazo emocional recorrió el cuerpo de Liz como descarga eléctrica, y decidida a encontrar justicia se paró de la cama para vestirse con prisa, era temprano, pero el camino hacia su libertad emocional parecía estar cerca.

Aprovechando que Francisco no estaba en casa, la mujer caminó hasta llegar a las instalaciones ministeriales donde aceptando las consecuencias decidió denunciar lo acontecido, el fin de la historia estaba cerca y no le quedaba más que aguantar el vendaval de interrogatorios que sabía le llegarían de pronto.

Casi al momento, una nube de patrullas inundó los alrededores de la escena del crimen, mientras el contingente de elementos policiales ingresaba al sitio para comenzar las investigaciones que tardarían tan sólo unas horas.

Esto porque en medio del interés que generaba la confesión, los representantes del orden escarbaron en el patio para extraer los restos de la pequeña Delany, desplegando una búsqueda exhaustiva del inculpado que estaba siendo señalado por la destrozada madre de familia.

Poco después, la Procuraduría logró la captura de Francisco en las calles cercanas al domicilio, trasladándolo al edifico policiaco donde comenzó a labrar el principio de una larga condena a la que se hará acreedor por haberse convertido en filicida.

Durante sus primeras declaraciones, “El Chicano” aceptó su culpabilidad, pero también aseguró que su esposa estuvo de acuerdo con lo ocurrido, al permitirle que enterrara el cuerpo de su hija en el patio, todo con tal de mantener intacta la relación que sostenía con sus amigos de la colonia.

Ante esa declaración, la Policía decidió arraigar a ambos durante 10 días hasta determinar la participación de ambos en el homicidio, ya que pretendían resolver el escabroso asunto sin margen de error lo antes posible.

Como resultado de las diligencias, salió a relucir que Francisco dio positivo en el consumo de drogas, mientras su mujer no había logrado pasar los exámenes psicológicos que se le aplicaron, llegándose a la conclusión de que ésta había tenido una implicación importante en el sádico crimen.

Bajo ese panorama, los esposos se encuentran recluidos por el delito de homicidio calificado con alevosía, traición por razón de parentesco y brutal ferocidad, aguardando el momento en que el juez penal asignado al caso les dicte la sentencia a la que se harán acreedores por ultimar a su propia hija.

(ZOCALO/ Revista Visión Saltillo/ Rosendo Zavala/ 01/04/2013 - 04:08 AM)

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