lunes, 1 de abril de 2013

ENTERRADOS PARA VIVIR



Indigentes, repatriados y adictos, hacen pozos para guarecerse en la canalización

Luis Alonso Pérez Chávez
Literalmente bajo tierra, hombres y mujeres sin oportunidades se ocultan no solo de los elementos de la naturaleza, sino de la Policía, del gobierno que no los apoya. Con desperdicios han hecho refugios húmedos en los cuales peligra su vida, fuera de la ayuda de activistas locales, el Estado no los rescata; los acorrala con redadas

Así es como se debe sentir estar muerto. Bajo tierra, acostado dentro de una gran caja de madera, en la penumbra total, con un olor nauseabundo de agua de lluvia estancada que mantiene el ambiente húmedo. Una madriguera humana que en su interior genera un extraño sentimiento de serenidad, pero que a los pocos minutos provoca ansiedad y claustrofobia.

De esta manera viven cerca de 200 personas en la canalización de Río Tijuana, en agujeros que cavan sobre los grandes montículos de arena arrastrada por la lluvia, reforzados con madera y láminas que recogen de la basura. Los llaman pozos. En ellos se resguardan de las inclemencias y se esconden de las redadas policiales, en las que agentes se llevan detenidos a cuanto indigente o mal vestido tengan en la mira.

A simple vista es difícil detectar los pozos, porque los camuflan muy bien, cubriéndolos con tierra y basura, pero existen más de 30 enterrados dentro de un gran banco de arena acumulada al costado del canal encementado que se extiende por más de un kilómetro, paralelo a la valla que divide a México de los Estados Unidos.

Por décadas, esta zona aledaña al puerto de cruce internacional ha sido refugio para migrantes que aspiran a internarse sin documentos a los Estados Unidos, o que fueron deportados en su intento por cruzar ilegalmente. Con los años también se ha consolidado como uno de los puntos de mayor venta y consumo de drogas inyectables de la ciudad, atrayendo a centenares de adictos a la heroína que levantan sus campamentos temporales donde viven y se drogan.

Por lo regular, las precarias viviendas son construidas por su morador para uso individual, pero terminan siendo compartidas y ampliadas para albergar a varios. Los más pequeños son llamados tumbas, otros son tan amplios que se llegan a unir con los pozos de a un costado. A esos los bautizaron como duplex.

“Aquí hemos dormido hasta siete”, sostiene “El Gallo”, constructor y residente de un pozo, orgulloso por la rigidez, buen tamaño y sigilo de su escondite. “¡Pásenle a mi residencia!”, invita gustoso, mientras levanta un raído tapete cubierto de tierra y devela la entrada a su guarida. El “marco” de su puerta es el cascarón de una vieja televisión de veintitantas pulgadas, el borde del aparato aún conserva la pintura estilo madera que recubre el plástico.

Por dentro, el pozo es redondo como un iglú polar, pero las tiras de metal y madera que recubren el espacio, lo hacen lucir como una mina. Mide poco más de dos metros de diámetro y menos de un metro de altura. Para hacer el espacio más acogedor, “El Gallo” ha tendido sábanas y cobijas en el suelo y en las paredes. Al otro extremo de la entrada cavó un pequeño orificio que hace las veces de ventana que deja entrar la luz del día, y por las noches sirve para vigilar lo que está pasando afuera sin tener que asomar el torso.

Noches atrás, la Policía Municipal había implementado un operativo de limpieza en la zona, pero el camuflaje de su pozo fue tan efectivo, que pasó desapercibido por los uniformados que incluso caminaron sobre el techo, sin darse cuenta que había siete personas escondidas bajo sus pies.

“Todos tuvimos que levantar las piernas para detener el techo con los pies, para que no nos cayeran encima”, atestiguó “El Gallo”.

VIVOS Y ENTERRADOS

La idea de vivir bajo la tierra derivó de la vieja práctica de enterrar las escaleras metálicas utilizadas por los “polleros”. Los guías de los migrantes que se internan ilegalmente a Estados Unidos escalando los dos muros fronterizos que dividen a la Zona Norte de Tijuana de la zona comercial de San Ysidro. La manera más antigua, económica, y en ocasiones efectiva, para cruzar al otro lado.

Primero enterraron las escaleras para que no se las quitara la Policía, después ocultaban bajo tierra la basura que recolectan para vender a las recicladoras, pero a partir de 2011, cuando la Secretaría de Seguridad Pública comenzó a dispersar a los indigentes quemando sus campamentos hechizos, ellos mismos comenzaron a refugiarse en agujeros en la tierra.

La activista Micaela Saucedo ha sido testigo de estos operativos policiales que violentan los derechos humanos de los indigentes, captando con su cámara de video casera las redadas masivas que concluyen con la destrucción y quema de los “ñongos”, como apodan a las viviendas improvisadas.

Ahora que los pozos prevalecen, Micaela se preocupa que las personas que ahí se esconden, se puedan ahogar durante las lluvias, que puedan ser enterrados por las máquinas retroexcavadoras que periódicamente extraen arena del lecho del río, o que queden atrapados en las llamas si los policías prenden fuego a sus guaridas.

“No podemos cerrar los ojos y decir que no pasa nada”, admitió el secretario de Seguridad Pública de Tijuana, Alberto Capella Ibarra, consciente de que la corporación a su cargo no está exenta de que alguno de sus elementos “se pase de listo”.

“Nosotros entendemos que en cada uno de estos cientos de miles de individuos que han llegado a Tijuana, hay una tragedia personal”, indicó Capella, y aunque sabe que no es sano estigmatizar a los migrantes repatriados, asegura que “no todos son angelitos”.

Los mapas delictivos de la Policía Municipal marcan una clara tendencia a que la zona cercana al puerto de cruce fronterizo, es donde se registra la mayoría de los robos de la ciudad, incluso se ha notado un incremento sustancial en el índice de robos en la zona durante los días que no se realizan los operativos “intensos”.

En contraste con la visión del titular de la Secretaría de Seguridad Pública Municipal (SSPM), los habitantes del canal, como “El Gallo”, cuestionan por qué los operativos se enfocan en la captura de indigentes y no los vendedores de droga. “Vienen aquí y arrestan a todos los vagos, pero no le hacen nada a los de arriba”, expresó enfadado, al referirse a la impunidad de la que gozan los vendedores de droga, a quienes considera el verdadero origen del problema.

“El problema del consumo de drogas no es de oferta, es de demanda” aclara Alberto Capella, basándose en su experiencia, ya que la Policía Municipal recientemente desmanteló a la banda más importante de venta de droga al menudeo en la zona, conocida como Los Chamulas, pero lo único que ocasionó fue que al poco tiempo vinieron otros grupos a vender droga en el mismo sitio.

“Es un problema de salud pública y social, por la falta de oportunidades que hay para los migrantes repatriados a Tijuana”, detalló el funcionario, “entonces la solución no puede ser policial”.

Asimismo, opinó que ésta debe venir del Gobierno Federal, ya que la Canalización del Río Tijuana es jurisdicción de la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA).

Entre las propuestas planteadas por la SSPM, se contempla el desarrollo de un programa conjunto con las dependencias de Salud y Desarrollo Social para retirar a los indigentes del canal, así como gestionar ante CONAGUA la declaración como área restringida que permita la construcción de una reja perimetral para evitar que regresen.

“El problema es que estamos muy lejos del centro del país, y hay muy poco entendimiento de lo que pasa en las ciudades fronterizas” concluyó Alberto Capella.

(SEMANARIO ZETA/ Luis Alonso Pérez Chávez/ abril 1, 2013)

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