miércoles, 9 de enero de 2013

EXPEDIENTE CRIMINAL: LA CUQUITA...

Rosendo Zavala
Saltillo, Coah.- Convertido en presa de su propia furia, Marvin salió de la casona para saciar su vileza apedreando a los anfitriones, asesinándolos ante la mirada feroz de la perra, que ni revolcándose de coraje pudo salvarle la vida a sus amos.

Tan sólo unos minutos bastaron para que el centroamericano que había pasado por Saltillo fortuitamente dejara su huella permanente en la ciudad, al perpetrar el doble crimen que aterrorizó a la sociedad durante los primeros días del año.

Una amistad entrañable
El viento soplaba frío sobre la cara de Cuquita, cuando don Salcido la previno inesperadamente, la tarde estaba cayendo y el clima gélido no tardaría en posarse sobre ellos, así que optaron por resguardarse en la propiedad abandonada que desde tiempo atrás habitaban sin problemas.

Mientras el tráfico del bulevar V. Carranza corría indiferente, los indigentes se apresuraban para acondicionar el sitio que las circunstancias les había deparado como propio, aunque no tuvieran ni un peso para mal comer durante el día.

Pero como casi siempre, la “magia” del destino hacía de las suyas y la parejita de incondicionales se proveía del calor humano que necesitaban para seguir subsistiendo, tenían bastante tiempo de conocerse y cualquier gesto mutuo que se hicieran era bien recibido.

Aunque 2012 había comenzado tan trivial como todos los años, los amigos estaban muy lejos de pensar que aquel viernes de febrero sería diferente, porque la tragedia vino de la calle en forma de amistad sin que se dieran cuenta.

Y es que en medio del bullicio que los infelices sociales creaban con su plática descompuesta, la figura de un hombre ataviado con gabardina negra, pero de facciones fuereñas, los extrañó, decidiendo invitarlo a su posada para que contara sus anécdotas que prometían ser originales.

Encantado por la idea, Marvin ingresó al cuartucho donde un viejo colchón que destilaba los olores de un pasado lejano hacía las veces de recámara, mientras el ambiente se nublaba con la camaradería del grupo, que para entonces comenzaba a hacerse numeroso.

Dejando de lado los formalismos para dar paso al esparcimiento cotidiano, los anfitriones amenizaron su reunión con el vino barato que les taladraba el estómago a cada sorbo, mientras la muerte tomaba forma en las inmensidades del porvenir que se acercaba.

Ajenos a la realidad, los cinco “nuevos amigos” que habían llegado al predio de la colonia Doctores para emborracharse sin sentido intercambiaban experiencias, mientras “La Pantera” descansaba afuera de la propiedad como esperando el trágico momento.

Sana convivencia
Con el correr del viernes negro, la mujer de cabellos retorcidos caminaba por todas partes buscando hacerse de los pesos que fortalecieran su faceta de dueña, esa que siempre soñó tener, pero que disfrazó de consuelo con el terreno ajeno donde vivió hasta el último de sus días.

Repentinamente, la frialdad del ambiente sacó de la charla a don Salcido, aunque más congelado se quedó cuando la última gota de mezcal barato se extinguió en la boca de alguno de sus amigos, optando por remediar la situación para no padecer los estragos de la sequía de alcoholemia.

Tras juntar el dinero que los infortunados portaban como resultado de un día de recaudación de limosnas, Salcido corrió a la tienda donde se surtió de veneno etílico, mientras sus “compadres” lo aguardaban consumidos por el deseo de seguir intoxicándose.

Fue así como el Día de la Candelaria les brindó la mejor de sus celebraciones, donde el alcohol se había convertido en el único amuleto de la felicidad interminable que parecía invadirlos como casi siempre.

Esto porque tanto Cuquita como Salcido, José y Francisco se sentían halagados de tan especial visita, el extranjero que con palabras bonitas los había envuelto en su juego frases que tenía un doble sentido, porque sería cuestión de tiempo para la amabilidad se convirtiera en la brutalidad que atrajo a la desgracia.

Durante varias horas, Marvin relató los pasajes y odiseas vividas durante su travesía por la frontera sur, donde se armó de valor para llegar al norte mexicano mientras maquinaba su intención de arribar definitivamente al río Bravo.

Pero como parte de su estrategia para alcanzar el “sueño americano”, el presunto indocumentado decidió parar en Saltillo antes de reanudar el viaje, caminando durante días por la ciudad intentando comer algo porque la travesía había sido larga y sinuosa.

Fue así como en uno de sus momentos de suerte, el hombre de 28 años llegó a la casa donde se albergaban los indigentes, pidiéndoles el apoyo que le dieron de buena gana para crear lo que sería el principio del fin en la vida de los amigos.

Enloquecido
Ya muy entrada la madrugada, la sombra de la sequía se volvió a posar sobre los mendigos, que sin pensarlo reclamaron soluciones a don Salcido, exigiendo más mezcal para calmar las penas que para entonces tenían a flor de piel.

De inmediato, José y Francisco se encargaron de la “misión” que ahora se veía más complicada, porque los expendios ya estaban cerrados, pero aún así caminaron por el bulevar Figueroa, donde a lo lejos se divisaba el comercio que podría sacarlos del apuro.

Mientras los parranderos se surtían de alcohol, don Salcido intercambiaba opiniones banales con el ilegal, que enfurecido se paró del colchón donde reposaba, abandonando la casona para postrarse al exterior con un solo propósito.

Sin mediar palabras, el sujeto de cabello corto y fisonomía extraña arremetió contra los presentes desatando el infierno en la tierra, al apedrear el lugar alcanzando con su maldad a doña Cuquita y don Salcido, que quedaron tendidos en el suelo malheridos y con la vida en suspenso.

Instantes después, José y Francisco llegaron con las botellas de vino, pero se encontraron con la terrible escena que les estremeció sobremanera, imaginando lo peor cuando desde lejos observaron el inusual movimiento de patrullas que parecían evocar a la tragedia.

Y es que transeúntes que pasaban por el sitio dieron aviso a las autoridades, aterrorizados por el macabro hecho, donde los lesionados de la tercera edad yacían casi inertes en el charco que había generado su propia sangre.

Con el arribo de las autoridades la confusión se apoderó del lugar, pues la perra que minutos antes había presenciado el brutal ataque había enloquecido de dolor, arremetiendo contra un policía y un paramédico que coordinaban esfuerzos para salvar a los heridos.

De manera inmediata, los amigos fueron canalizados a un hospital de la localidad donde permanecieron algunos minutos, pero debido a la gravedad de las lesiones que presentaban fueron enviados a otros sanatorios locales.

Por su parte, Marvin corría para mantener intacta su libertad, aunque con su efímero paso por la casona había sido identificado por el resto de los briagos que lo describieron ante las autoridades como el autor material de los hechos.

Aunque la justicia desplegó esfuerzos importantes para ubicar al presunto verdugo, las pesquisas no lograron resultados trascendentes, mientras el tiempo hacía su parte diluyendo la imagen del extranjero que llegó para expandir su maldad ante quienes trataron de ayudarlo.

Triste final
Horas después del ataque, Cuquita dejó de existir en un hospital cuando su cuerpo no resistió las pedradas sufridas en la cabeza que resultaron mortales, mientras don Salcido corría con la misma suerte aunque en un sanatorio diferente.

Ante lo fatal del desenlace que tuvieron los amigos, la sociedad se pronunció fuertemente exigiendo a la justicia la localización y captura del asesino, debido a que los indigentes eran muy queridos y reconocidos por un sector de la ciudadanía que radica en la zona norte de la ciudad.

Algunos reconocieron a la sexagenaria sin futuro como una mujer que cotidianamente hacía sus recorridos habituales, pidiendo comida en algunas instituciones o recolectando monedas en los cruceros locales, siempre con una sonrisa perdida que parecía tener un buen fin, al igual que Salcido, el hombre de pretensiones confusas que la acompañó durante sus últimos días terrenales.

Durante mucho tiempo, la PGJE arreció las averiguaciones del caso tratando de resolverlo efectivamente, pero hasta ahora las circunstancias no les han favorecido como hubieran querido porque los resultados de las diligencias han sido nulos.

Hasta el momento, las autoridades que llevan el caso siguen con la vela de la esperanza aún prendida, pero el tiempo pasa y el viento de la indiferencia parece apagar la flama que sigue ilusionando a quienes conocieron a los infortunados indigentes.

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