martes, 14 de febrero de 2012

MENORES ADICTOS EN BC


A edades cada vez más tempranas,  jóvenes, niños y niñas se involucran en el uso de drogas como crystal, ice y anfetaminas, iniciando una alocada carrera que poco saben dónde terminará.

En muchos casos, en centros de rehabilitación adaptados para menores, aunque son pocos en la entidad; cuatro o cinco en todo el estado.

Sergio Haro Cordero
Apenas empiezan a vivir y ya tocaron fondo. Así lo muestran los crudos testimonios que, de manera increíble, salen de una figura menudita. Con una voz sin gravedad, nada equiparable a la realidad que viven los niños adictos en los centros de rehabilitación.

Niños, niñas que no rebasan los quince años, que deberían acudir a la escuela a aprender, crecer en condiciones de dignidad y desarrollarse, pasan su tiempo en un centro de rehabilitación donde dicen sentirse más seguros. La desolación la traen de origen. Algunos ni siquiera tienen familia a quien acudir, y a otros, sus padres los han abandonado en el centro. Unos más, la familia se desentendió de ellos. No los hacen en su mundo.

Habla Luis. Blanco, de cabello rebelde, apenas levanta un metro del suelo y tiene 14 años. Le apodan  “El Truki”. Su semblante cambia rápido, de la risa pronta al ceño fruncido. “Le andaba pegando al ice, a las pingas”, dice sin tapujos el joven-niño.

Revela de manera terriblemente natural: La marihuana la conoce desde los 8 años. “No podía parar”, comenta el chico, y justifica su inclusión en el centro: “Esta vez me trajeron porque traía problemas en la sociedad, le dio miedo a mi amá”, y ha optado por quedarse ahí todo este año.  Dice que de grande le gustaría ser psicólogo -“me gusta mucho pensar”-, y él mismo reflexiona  que ese deseo lo ha madurado por todo lo que le ha pasado.

Miguel es moreno, delgado. Sus rasgos de niño delatan 14 años a cuestas, y su delgadez y descuido, que en la última parte de su vida se la pasó “poniéndole a la mota y al ice”. Duraba hasta cinco días sin dormir. Llegó a primero de secundaria y de ahí no pasó. Lleva dos semanas en el centro de rehabilitación, y confiesa que es su segunda recaída. Para conseguir droga robaba rines, metales -“los aventaba al kilo”- que llevaba a una metalera que opera en su colonia. Ya con el dinero, conseguir droga era lo más fácil. Cuestión de hacer una llamada por celular.

Refiere que no le gusta la vida en el centro de rehabilitación, “es una desesperación, pero aquí tengo que estar”, lamenta el jovencito, cuya familia se mudará de colonia para comenzar de cero.

El caso de Jovanni suena patético. Su mamá está en la cárcel en el centro del país, a su papá apenas lo conoce -nunca ha vivido con ambos-, desde los 12 años empezó a fumar ice en su espacio más conocido, la calle. Tiene 15 años, y casi un año en el centro de rehabilitación. Es de Ensenada, pero ha vagueado por Tijuana y Mexicali, y por el efecto del ice ha durado hasta cuatro días despierto. No sabe cuánto tiempo va a estar ahí, ni qué quiere hacer de grande. No conoce más que la calle. “No sé vivir de otra forma”, concluye el menor.

Ellos son parte de los cerca de 40 jovencitos que habitan en el área de menores del Centro de Integración para Drogadictos y Alcohólicos (CIDA), instalado en la zona del Ejido Cuernavaca en Mexicali, casi pegado al Ejido Puebla. La parte de adultos alberga a 400 adictos en recuperación y a un lado se instaló el área femenil, donde también hay menores y de donde surge el caso de Karla, jovencita de 16 años que lleva tres meses en reclusión.

A la par progresa su embarazo, de 5 meses y dos días cuando este reportero la entrevistó. Estudió hasta segundo de secundaria, pero se la pinteaba con su hermano, vivía con su “nana” al Sureste de la ciudad y está en el centro “por ingobernable, por no hacer caso”, según dice. La casi niña niega que use drogas, aunque las titulares del centro la contradicen y al papá de su hijo no lo ha visto por estar internada -él tiene 27 años. Dice que cuando salga le gustaría estudiar la secundaria abierta para poder trabajar y ayudar a su abuela y al hijo que espera.

Ana María es del Valle de Mexicali y era adicta al ice. Toda su parentela se dedicaba  “a eso”, como se refiere a la bajada, empaquetada y transporte de droga en la parte rural de Mexicali. “Desde chiquita lo empecé a ver, se me hizo lo más normal, bajaban avionetas ahí”, declara. Está por cumplir un año en el centro y, muy segura, dice estar a gusto, “no me quiero ir de aquí”.

Los centros
 En Baja California funcionan 171 centros de rehabilitación para drogadictos y alcohólicos en recuperación, de los cuales 120 son reconocidos por el Centro Nacional contra las Adicciones, según explica el doctor Enrique Dorantes, titular del Instituto de Psiquiatría del Estado, dependiente de la Secretaría de Salud del gobierno estatal.

Se trata de una población de cerca de 7 mil internos que “están recibiendo manejo” en todo el estado. “La autosuficiencia es un requisito que debe predominar en las actividades de estas organizaciones -afirma Dorantes-, pues como ellos mismo se ostentan, son organizaciones civiles. En el momento en que deciden formar parte de un sistema de tratamiento de rehabilitación, si tiene esa iniciativa debe considerar que tiene la posibilidad económica de hacerlo”.

El funcionario agrega que se trata de una situación que el gobierno no ha tenido la posibilidad de atender económicamente, “eso no quiere decir que se les deje desamparados”, indica Dorantes en relación a un recurso que aporta el estado, y que este año será todavía mayor a través del Consejo Estatal contra las Adicciones.

Refiere que la parte verificadora es Regulación Sanitaria, quienes los visitan para asegurarse de que cumplan con los puntos permitidos en la normatividad. Por eso revisan instalaciones, higiene, alimentación y programas de rehabilitación, todo en función de la llamada Norma 028.

De acuerdo a Dorantes, en la entidad hay cinco centros con la posibilidad de recibir a menores de edad. Uno está en Mexicali (el CIDA), tres en Tijuana y uno más en Ensenada, en función de que se requiere de mayores cuidados. La mayoría de los centros opera con el modelo de ayuda mutua, pero ese modelo no está permitido con los menores.

”Más que el deseo de colaborar, se necesita tener la preparación”, asegura el funcionario, por eso se exige -en el caso de los menores- que tengan personal más especializado, que sean profesionales, lo que implica que los mismos centros contraten psicólogos y personal calificado, además de cubrir esos gastos.

“Hay un recurso del Sector Salud que está a disposición de la población, si algún padre de familia detecta que su  hijo requiere un manejo de estas unidades y no tiene el recurso económico, puede acudir al Instituto de Psiquiatría y los referimos a alguno de estos centros que ya están trabajando, y le pagamos nosotros la beca del tratamiento al centro”, expone el doctor.

La demanda de estos espacios para menores siempre ha sido la misma, incluso ha disminuido por  el trabajo preventivo que la dependencia que encabeza ha realizado: 

“La drogadicción en el caso de menores y en general, ha disminuido el consumo de drogas, especialmente entre los grupos entre los 12 a los 21 años de edad. En términos generales hay menos consumo de drogas en el estado”, establece Enrique Dorantes, y para ello se basan en encuestas que aplican año con año en la entidad, estimadas en 20 mil muestras. 

”No sé si haría falta que se abrieran más centros para menores, la ocupación ahorita es del 60, 70 por ciento, tenemos espacios suficientes”, aunque acepta que el estado no opera directamente centros de rehabilitación, ni para menores ni para adultos. 

“No ha sido necesario porque contamos con el apoyo de los centros”, dice.

“Por supuesto que hay una responsabilidad que asumimos, y estamos tratando de solventarla de la mejor manera, pero definitivamente esto recae en los padres de familia, son los que tiene que tomar las riendas en el sentido de la rehabilitación de sus hijos, y la prevención es lo más indicado”, expresa el funcionario, para puntualizar que ningún sistema de rehabilitación funciona si los padres de familia no están insertados en el trabajo que se lleva a cabo.

Muchos internos
Osvaldo Iribe Macías es director operativo de los centros de Integración y Recuperación para Enfermos Alcohólicos y Drogadictos (CIRAD), que operan en Baja California desde 1991 y tienen inmuebles en Ensenada y Tijuana, en esta última con espacios para niños y niñas con problemas de adicción. Junto con los adultos y adultos mayores, se atiende a 500 internos en la entidad.

Mexicalense de origen, Iribe sostiene tener “limpio” alrededor de 14 años, antes de eso fue adicto “a todo tipo de drogas e inhalantes”, pero menciona que su adicción más grande era la heroína.

Comparte que desde que CIDAR inició operaciones ha tenido menores, pero una vez iniciada la vigencia de la Norma 028 -en 2004- hubo necesidad de registrarse para tener áreas especializadas para menores. Ahora, por medio de la Comisión Interdisciplinaria de Centros de Rehabilitación, son revisados y les ayudan a cubrir las exigencias de ese patrón.

Según Iribe Macías, en Tijuana tienen alrededor de 40 menores varones, más otras 38, 40  niñas.

“Nos han llegado desde 10, 11 años, interactuamos con DIF municipal, DIF Estatal y muchas veces nos mandan a las menores para allá por un tiempo, mientras les buscan lugares en otra parte; otros son canalizados por la familia, o por violencia doméstica”, declara el titular de CIRAD, a la vez de informar que la mayoría de los menores llegan tras una fuerte adicción al crystal.

Aparte de las sesiones de ayuda -dice-, cuentan con talleres de manualidades, sesiones de psicología, área cuyo titular es un maestro que cuenta con licenciatura en Psicología y Educación, quien es pagado por el propio centro.

“A través de las labores que realizan los adultos, se puede costear el gasto delos menores. A través de las pláticas y los talleres los sensibilizamos, los tranquilizamos y empiezan a pensar diferente”, concluye Osvaldo, para quien es más difícil el tratamiento en los adultos, por la cerrazón y el bloqueo al entendimiento.

El día a día
En punto de las seis de la mañana, los menores inician su día en el centro CIDA, con una junta de motivación. La sesión dura dos horas y, según comenta Luis Eduardo Gallardo, quien lleva tres años de interno en el lugar, se trata de mostrar el ánimo con el que se inicia la jornada. De ahí pasan al comedor y, tras el desayuno, tienen un espacio de convivencia y deportes.

A las diez de la mañana inicia otra junta, la de estudio, donde guiados con el modelo de Narcóticos Anónimos, donde paso por paso se analiza el reflejo de cada interno. 

Sigue la comida y otro receso dedicado a la limpieza y acomodo de enseres. 

Por la tarde hay otra junta, donde cada quien externa sus casos personales en tribuna, “lo que trae cada quien dentro”, explica Gallardo, quien dejó truncos los estudios de ingeniería en el CETYS por su adicción a la heroína. Su capacidad ha sido aprovechada con asesorías de primaria y secundaria en el centro por parte del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA). 

“He aprendido mucho aquí en el centro”, confiesa el joven encargado en relación a su visión de la problemática, de la participación de la familia, del gobierno. “Me he nutrido bastante como persona”, complementa.

Relata que en el centro hay 28 menores que se basan en el libro de Narcóticos Anónimos -igual que los adultos-, pero para los más jóvenes no es una terapia tan directa: “En una persona adulta ya se puede trabajar más con el carácter, se puede ser más directo, más duro emocionalmente hablando. Con los menores es demostrarles las consecuencias de lo que hacen”.

Menciona que los jóvenes llegan con adiciones al crystal, a las anfetaminas. “Vienen muy dañados psicológicamente, se desestabiliza el organismo. Los menores son más vulnerables”. Regularmente se trata de una estancia de tres meses, después los menores pueden salir y seguir el tratamiento por fuera, con grupos de ayuda.

El problema es cuando no hay padres, cuando nadie se hace cargo. Gallardo señala casos de menores que han llegado al centro, como el de Luis y Antonio, de 8 y 10, respectivamente. Venían del sur en un camión y se perdieron, llegaron a un centro de acopio en Mexicali. “Venían buscando dónde estaba más buena la droga, el crystal”.

El papá de uno de ellos era director de un centro en Sinaloa, los recogió el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) y los entregó a familiares. Recientemente uno de ellos pasó a visitar el CIDA, iban de paso y venían con la comitiva de un centro de rehabilitación donde estaba recluido.

“Aquí lo más dramático es el abandono, cuando la familia se olvida de ellos, cuando ya no quieren saber nada de ellos; nosotros no podemos abandonarlos”, finaliza Luis Eduardo Gallardo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario