miércoles, 30 de octubre de 2013

DORMIDO

Hombre muerto. Cuerpo inerte: recostado sobre el asiento, boca abierta, ojos semiabiertos y fijos. Un halo gris envuelve todo en esa cabina. Una luz sin luz alrededor del hombre frente al volante. Los cristales polarizados impiden captar más detalles, pero los vecinos ya han pasado el reporte a las corporaciones.

Hay un cadáver. Se escuchó en los radios matra de la Policía. Dieron la dirección, los datos de la camioneta estacionada. El reporte se multiplicó a la Policía Ministerial y al Ministerio Público, al cuerpo de investigadores de homicidios dolosos y al Servicio Forense, a los funerarios y a los reporteros.

Llegaron los fotógrafos y sus lentes captaron la calle, la gente, los rostros, la camioneta y esa silueta ensombrecida de un hombre tirado hacia su espalda, boca arriba y abierta, flácido y mortecino. Clic clic clic. Los de la Municipal acordonaron el área antes de que los reporteros husmearan cerca del vehículo.

No puede estar aquí, le dijeron a un vecino. Pero es mi calle. Métase a su casa, por favor. Media vuelta y a recoger los pasos. Las vecinas parecían aletear con labios y párpados de tanto mirar y mirar, y cuchichear. Las luces rojas y azules de las torretas instalaban en el barrio el imperio de los estrobos. Voces en los aparatos de intercomunicación, el crac crac de los fusiles al chocar con las fornituras y otros aparatos colgantes.

Llegaron los ministeriales y los de investigación, también los funerarios. Otros reporteros se unieron al contingente de mirones. Un muerto más no llena las cavidades insondables del morbo. No había casquillos ni orificios visibles. Cómo murió, preguntó un reportero al poli que le impedía cruzar el plástico amarillo. No se sabe, no han llegado los de periciales.

La camioneta permanecía cerrada. Los vapores ya habían hecho mapas grises en los cristales: parecía una manta celestial cubriendo el cuerpo. Llegó el Ejército para unirse al operativo de resguardo. La espera se hizo densa, como esa cabina. Era muy temprano y ya lo contabilizaban como el primer ejecutado del día.

Clic clic. A los fotógrafos se unieron los de las cámaras de televisión: disputa de ángulos y cacería del casquillo, la mano caída de la víctima, el detalle en ese casquillo o el charco de sangre. Pero nada de eso era visible a sus ojos y aparatos, porque no habían abierto la puerta del conductor de la camioneta.

Al fin arribaron los peritos. Los funerarios cerca. Eran los protagonistas de la otra cacería, la del negocio de la muerte y del pleito por el cadáver. Abrieron la puerta y cayó una mano y luego hubo un brinco y alguien gritó. El hombre dormía: borracho y acedo. No había heridas. El único fluido era la baba que emanaba de las comisuras de los labios.

25 de octubre de 2013.

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