En
Baja California, Sinaloa, Ciudad Juárez, Nuevo Laredo, Guadalajara y Distrito
Federal, hay cientos de ejecuciones cada año. Casi todas conectadas con el
narcotráfico. Una doble llamó sobrado interés de periodistas, ciudadanos y
policías. Sucedió el lunes 23 de agosto, cuatro horas antes de la medianoche y
1999 para ser precisos. Los cadáveres estaban en moderna camioneta Expedition.
Quedó con el motor apagado y las llaves en el encendido entre las calles Jesús
Sansón Flores y Colombia de la Colonia Cuauhtémoc. Cuando llegó la policía, un
hombre estaba inanimado al volante. Tenía un rifle R-15 sobre los muslos. La
otra víctima en el asiento trasero del lado contrario al poder, traía una
pistola casi nueva. Al primero le dispararon hasta cinco veces y a no más de
diez centímetros. Directo a la cabeza. El segundo tenía huellas de catorce
impactos. Todos de pistola calibre nueve milímetros. También muy de cerca. Me
imagino por lo menos a dos como los ejecutores. Y a otros tantos esperando en
un vehículo en marcha. De lo que si no tengo duda: Asesinos y víctimas se
conocían. Por la forma del ajusticiamiento y hasta donde pude enterarme, no fue
violenta. Mi hipótesis es que sucedió mientras platicaban. Se citaron en tal
lugar, o fueron allí de acuerdo cada cual en su auto.
El
hombre al volante era Teniente Coronel. Tenía una tarea harto especial: Cuidar
en Mexicali la residencia particular del entonces Presidente de la República,
Doctor Ernesto Zedillo. Se llamaba Rafael Ramírez Mogobrejo y tenía 41 años.
Conducía la Expedition. Su compañero en desgracia era Arciel Acuña Varela.
Recién rebasó los 26 años y sus andanzas eran como la de muchos jóvenes con
avaricia: Aspirantes a Policía Judicial Federal. “Aspirinas” o “madrinas” les
apodan. Traían equipaje en la camioneta. Las etiquetas de la línea aérea
abrieron la puerta para investigar. Uno salió del Distrito Federal. Otro de Guadalajara.
Llegaron el mismo día a Tijuana. Tres antes de su ejecución. Se trasladaron por
tierra a Mexicali. Debieron utilizar el mismo vehículo donde fueron asesinados.
Pero la policía no dijo dónde lo abordaron. Me imagino que en el
estacionamiento del aeropuerto internacional “Abelardo L. Rodríguez” de
Tijuana. No hay una referencia si este punto fue verificado. Pero si algo tan
significativo como sospechoso. La PGR y la estatal suspendieron la
investigación.
Al
fin parte de la misma mafia, agentes de la policía estatal los identificaron:
Asociados del Cártel Arellano Félix. Pero la suya no fue una información
oficial. Simplemente “filtraron” la noticia a los periodistas. En lo personal
creo que recibieron órdenes de la misma mafia para difundir su personalidad. Es
una forma tradicional de reconocer convenencieramente las bajas. Pero también
luz verde a los policías para investigar por su cuenta, más no oficialmente,
quiénes fueron los ejecutores. La regla es darles el mismo trato que dieron.
Curiosamente
la policía no examinó los proyectiles. Tampoco los comparó para verificar si
eran de una sola o dos pistolas. Jamás fueron paraleladas con otras ejecuciones
de Sinaloa, Guadalajara, Juárez, Nuevo Laredo o el Distrito Federal. En cambio
alguien o algunos policías “le dieron la exclusiva” a la sorda a varios
periodistas. Por lo menos el militar tomó parte en la matanza de marzo tres del
94 en Tijuana. Aquella cuando unos agentes estatales protegían a Benjamín
Arellano Félix y otros federales a “El Mayo” Zambada. Sus convoyes de modernas
suburbans se cruzaron en una calle muy concurrida, cerca de dos centros
comerciales apenas anocheciendo. Fue un encuentro casual pero trágico. Varios
policías murieron. Naturalmente se salvaron los capos. Fotografías periodísticas
mostraron cuando los del Estado alejaron del lugar al hermano menor de los
Arellano. Uno de ellos sigue libre. Otro fue procesado. A los pocos meses de
abandonar la prisión alguien se dio cuenta: Estaba muerto en su oscuro y
destartalado departamento. Nunca se supo por qué. “Oficialmente”, un ataque al
corazón.
El
militar y su acompañante ejecutados aquel 23 de agosto del 99, fueron
indudablemente convocados por los Arellano para reforzar la plaza de Mexicali.
No para movilizar la droga. Allí se recibían constantes y grandes cargamentos
de marihuana tapatía y michoacana. Esto no agradó a Gilberto Higuera “El
Gilillo” comisionado anteriormente para eso. No tenía las grandes habilidades
de su hermano Ismael “El Mayel”. Operaba entre San Luis Río Colorado, la
frontera noroeste sonorense con el noreste bajacaliforniano. Apenas a unos
cincuenta kilómetros de Mexicali, antesala para el enorme contrabando de droga
a Estados Unidos. Lo hacía no con la efectividad de su hermano y contrario a
él, actúa violentamente. No tengo una referencia exacta si es adicto o no, pero
le gustaba mucho divertirse a la vista de todos en los cabarets de San Luis Río
Colorado. A Mexicali se movía muy protegido y casi siempre por algunos policías
estatales. Casi ya no va.
Ahora
se sabe que “El Gilillo” es el principal sospechoso y casi seguro autor
intelectual y, o material de este doble crimen. Que actuó por celos y en
reclamo de su jerarquía en la familia mafiosa. Su problema fue tomar una
decisión sin antes consultar a sus jefes. La suya fue una figuración. A
contraparte pudiera existir la suposición confirmando la presencia del militar
y su compañía para desplazar a “El Gilillo”. Pero la lógica apunta diferente:
Un militar comisionado para cuidar la casa del Presidente, no podría estarse
moviendo continuamente y atender la recepción y el despacho de la droga.
Pero
en realidad, “El Gilillo” bajo esta sospecha que casi se confirma, queda en una
posición difícil. Se “brincó” las órdenes de sus jefes. No los consultó.
Tampoco les informó. Y las deslealtades solamente se justifican con la muerte.
De paso, Ismael Higuera alteró los planes del Cártel Arellano Félix. Meses
después de haber asesinado al militar y su compañía, siguió como si nada.
Entonces tomó mucha confianza para movilizarse en Mexicali y San Luis Río
Colorado, teniendo a las policías de su lado. Lo que nunca esperó sucedió:
Policías judiciales federales militares lo estuvieron persiguiendo. Casi lo
capturan. Se les escapó por la infortunada aparición de una patrulla municipal.
Puso el alto a los miembros del Ejército. Encubiertos, les parecieron
sospechosos. Mientras los oficiales se identificaban, “El Gilillo” tomó
ventaja. Pero con todo y eso lograron darle alcance al vehículo, cuando quedó
inmóvil en un gran amontonamiento de tierra. Higuera bajó corriendo y se
escapó. Pero su acompañante, drogado, también quiso hacerlo pero no pudo
mantenerse en pie y por eso no correr.
La
detención de ese hombre provocó la de otros cinco. El cateo y confiscación de
casas. Algunos vehículos blindados. Entre ellos varios de lujo. Aparte, dos
millones de dólares escondidos en la casa de un funcionario del gobierno
estatal panista. Y de allí se fue desmadejando una serie de grupitos asociados
con los Arellano. Incluidos algunos mafiosos en el Distrito Federal. Para
infortunio de “El Gilillo” hubo entre esos detenidos dos que prefirieron ser
testigos protegidos y no huéspedes de La Palma. No hay necesidad de preguntar a
la autoridad para saberlo: Están dando muchos datos para capturar grandes decomisos
de droga, traficantes y posiblemente hasta las cabezas del Cártel Arellano
Félix. El pronóstico es uno y claro: Habrá más detenciones y ejecuciones en
Tijuana, Guadalajara y el Distrito Federal.
Tomado
de la colección “Dobleplana” de Jesús Blancornelas, publicado el 6 julio de
2006.
(SEMANARIO
ZETA/ DOBLEPLANA DE J. JESÚS BLANCORNELAS / FOTOS. ARCHIVO/ 26 DE OCTUBRE DEL 2015 A LAS 12:00:18)
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