viernes, 13 de diciembre de 2013

SUSTITUYA A PRIGIONI, CLAMABA CORRIPIO A JUAN PABLO II

Corripio. Avisos al Vaticano. Foto: Marco Antonio Cruz
En 1993 Ernesto Corripio era el cardenal mexicano más influyente y desde su posición denunció al embajador del Vaticano: Jerónimo Prigione. De “actitudes arrogantes y prepotentes”, afecto a “hacerse unos propios clientes” y “complicado a causa de compromisos adquiridos por él con grupos de poder y de dinero”, la queja dirigida al Papa retrató al también alfil del salinismo dentro de la Iglesia. Juan Pablo II no quiso relevarlo: lo premió con seis años más como nuncio.


MÉXICO, D.F. (Proceso).- El 15 de diciembre de 1993, el cardenal Ernesto Corripio Ahumada, entonces arzobispo primado de México, le escribió una carta al Papa Juan Pablo II en la cual le pedía que destituyera de su cargo a monseñor Jerónimo Prigione, quien en ese tiempo fungía como nuncio apostólico en la República.

En su misiva –cuya copia tiene Proceso–, Corripio explicaba que Prigione le hacía mucho daño a la Iglesia del país, principalmente por sus “actitudes arrogantes y prepotentes” con los obispos mexicanos, pero también por sus “compromisos” con “grupos de poder y de dinero” que lo alejaban de su función como representante diplomático del Papa.

Puntualizaba que, “a nombre de otros señores obispos”, él ya venía realizando gestiones en la Secretaría de Estado de la Santa Sede para que removieran a Prigione de su cargo. Concretamente –dice– trató el asunto de manera personal con monseñor Eduardo Martínez Somalo, cuando éste era el secretario sustituto de esa dependencia vaticana.

En su misiva, Corripio asegura que Martínez Somalo le había prometido “un pronto cambio” de nuncio. Y supone que la remoción de Prigione se estuvo posponiendo debido al “cambio de las leyes constitucionales” de principios de los noventa, mediante las cuales el gobierno de Carlos Salinas le dio reconocimiento jurídico a la Iglesia y reanudó las relaciones diplomáticas con el Vaticano. En dichas modificaciones el nuncio jugó un papel destacado.

En su carta, de dos páginas, Corripio comentaba que muy pronto cumpliría 75 años de edad, por lo que tendría que renunciar al cargo de arzobispo primado de México, dejando así vacante la arquidiócesis más importante del país.

Y le recordaba al Papa que la arquidiócesis de Guadalajara también había quedado “vacante” de “manera dramática”, en alusión al entonces reciente asesinato de su titular, el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, acribillado en el aeropuerto de esa ciudad en mayo de 1993.

Corripio le explicaba a Juan Pablo II que, junto con las de México y Guadalajara, habría en total seis arquidiócesis vacantes en muy corto tiempo. Y le pedía que Prigione fuera “sustituido” para que no influyera en los nombramientos de los nuevos titulares de esas circunscripciones eclesiásticas. Le solicitaba, asimismo, suspender los nombramientos hasta la llegada del nuevo nuncio, quien debía ser un “representante pontificio más ponderado y aceptable”, pues tenía que hacerse cargo de la situación “con calma y serenidad” para “no perjudicar a nuestra Iglesia con nombramientos apresurados”.

Con toda esta claridad, la carta revela el duro enfrentamiento existente entonces entre las dos figuras más destacadas de la Iglesia mexicana: el cardenal Corripio y el nuncio Pigione. He aquí el texto íntegro de la misiva del cardenal:

México, D.F., diciembre 15 de 1993.
Beatísimo Padre:

Ernesto Card. Corripio, Arzobispo Primado de México, con toda humildad y movido por un deber de conciencia, se permite exponer a Vuestra Santidad lo siguiente:

1) Nunca habría podido pensar que antes de llegar a la edad de mi renuncia habría quedado vacante, y en forma dramática la segunda vez, la Arquidiócesis de Guadalajara.

2) Por otra parte en el espacio de 15 meses llegarán a estar vacantes otras 5 arquidiócesis de la Iglesia en México, y un servidor llegará a los 75 años de edad.

Esta situación significa el reajuste y la orientación de toda nuestra Iglesia en México.

3) Todo esto sucederá en un contexto más general de fragilidad debido a la agresividad organizada de grupos clericales radicalizados e intransigentes, a la difusión dilagante de sectas fundamentalistas y a un secularismo consumístico y ateizante propiciado por grupos laicos masónicos.

4) Por otro lado el actual nuncio apostólico, mons. Jerónimo Prigione se encuentra en México desde hace 13 años, complicados a causa de compromisos adquiridos por él con grupos de poder y de dinero, en medio de muchas vicisitudes y vulnerabilidades, con polémicas no siempre edificantes trascendidas a la prensa y con actitudes arrogantes y prepotentes con sres. Obispos, mezcladas con el gusto de hacerse unos propios clientes dentro del Episcopado Mexicano.

5) De esta situación relativa a S.E. Mons. Prigione me ha tocado conversar en la Santa Sede, también a nombre de otros señores obispos, desde el tiempo en que era Substituto de la Secretaría de Estado, S.E. Mons. Martínez Somalo.

En esa ocasión S.E. Mons. Martínez Somalo me aseguró un pronto cambio de representante pontificio, lo cual probablemente se tuvo que posponer hasta la conclusión de las tratativas entre el gobierno de México y la Santa Sede y el cambio de las leyes constitucionales.
Por todo lo cual, me permito señalar humildemente como deber de conciencia sometiéndolo directamente a la benévola atención de Su Santidad que:

a) El actual nuncio apostólico S.E. Mons. Jerónimo Prigione sea sustituido por otra figura de representante pontificio más ponderado y aceptable.

b) Que la provisión de las 6 arquidiócesis y de las diócesis vacantes en la actualidad se suspenda hasta que el nuevo nuncio, con calma y serenidad pueda haber tomado conocimiento de la situación, para no perjudicar a nuestra Iglesia con nombramientos apresurados.

Con sentimientos de profundo respeto y afecto beso devotamente la mano de Vuestra Santidad.

La misiva trae la firma del cardenal y el escudo del arzobispado de México.

Bernardo Barranco, especialista en asuntos eclesiásticos, resalta el valor histórico de la carta porque revela claramente “la abierta ruptura” que existía entre Corripio y Prigione, quienes en esos años encabezaban dos corrientes enfrentadas que dividieron a la Iglesia en México: la de los llamados “mexicanistas”, liderada por el cardenal, y la de los “vaticanistas”, cuya cabeza era el polémico nuncio apostólico.

Explica Barranco:

“Los mexicanistas promovían una Iglesia más autónoma y más independiente de la curia romana, a fin de que la Conferencia del Episcopado Mexicano tuviera mayor poder de decisión sobre su vida interna. Le daban énfasis a la Iglesia local. En cambio, los llamados vaticanistas, encabezados por Prigione, promovían en México una Iglesia autoritaria y vertical que debía regirse por las directrices dictadas en Roma.”

Corripio y Prigione, añade, jamás manifestaron públicamente sus diferencias. Guardaron siempre las formas. Sobre todo Corripio, un eclesiástico de modales suaves, voz pausada y reacio a hacer comentarios a la prensa.

“Que yo recuerde, Corripio nunca censuró públicamente al nuncio. Ni éste al cardenal”, dice Barranco.

–Pero la carta viene a confirmar, de manera rotunda, la fuerte pugna entre ambos.

–Sí, sí. Y además es una carta que el entonces prelado más influyente de México le envía a la máxima autoridad de la Iglesia, al mismo Papa, ¡y pidiéndole que destituya al nuncio! Estamos hablando de un enfrentamiento entre personajes de muchísimo peso, que llegó al más alto nivel.

–En su carta, el cardenal acusa a Prigione de haberse aliado a grupos de poder y de dinero. ¿Cuáles son éstos?

–Bueno, Prigione fue un personaje siniestro porque fue excesivamente condescendiente con el poder político. En el tiempo en que Corripio le escribe al Papa, Prigione ya se había convertido en un salinista al interior de la Iglesia, y en un hombre de Iglesia al interior del salinismo.

“Prigione mismo fue un factor de poder durante gran parte de los 19 años que estuvo como representante papal en México. Es muy atípico que un nuncio dure tanto tiempo en una nunciatura. Por lo general el promedio es de unos cinco años, con el fin de que no echen demasiadas raíces.

“El Vaticano le permitió quedarse más tiempo por las reformas constitucionales que estuvo impulsando y que se concretaron justamente durante el gobierno de Salinas de Gortari. Esto le dio a Prigione un largo periodo de gracia que prolongó su estancia en México. En todo ese tiempo se integró completamente a la cultura política del priismo. Esto es lo que le achaca Corripio en su carta.”
Y respecto a las “actitudes arrogantes y prepotentes” de Prigione contra los obispos mencionadas en la misiva, Barranco refiere dos sonados ejemplos: cuando el nuncio reprimió a los obispos chihuahuenses que, en 1986, protestaban contra el fraude electoral priista en ese estado; o cuando los obligó a plegarse a la versión salinista sobre el asesinato del cardenal Posadas Ocampo, en el sentido de que el crimen fue producto de una confusión.

En su misiva, Corripio también se quejaba de “grupos clericales radicalizados e intransigentes”. Barranco señala que el cardenal aludía tanto a la “ultraderecha soterrada” del Yunque como a la ultraderecha más visible de los Legionarios de Cristo.

“Cobijados por Prigione, los Legionarios de Cristo y su fundador Marcial Maciel alcanzaron en esa época su máximo auge. Fue una ultraderecha que atacó muy agresivamente a la corriente pastoral de la teología de la liberación”, dice.

Y menciona a los integrantes del pequeño grupo de obispos incondicionales al nuncio –a los que Corripio se refería como sus “clientes dentro del Episcopado”–: Emilio Berlié, Javier Lozano Barragán, Luis Reynoso Cervantes y Norberto Rivera, quien en ese tiempo era obispo de Tehuacán –una diócesis poco importante– y apenas empezaba a figurar gracias a que había desmantelado el Seminario Regional del Sureste (Seresure), el más importante centro de formación sacerdotal dentro de la teología de la liberación.

Barranco comenta que un sector mayoritario del episcopado rechazaba a Prigione y apoyaba en cambio el liderazgo de Corripio, cuyos obispos más cercanos eran Sergio Obeso, Luis Morales Reyes, Ricardo Watty y Abelardo Alvarado, quienes ocupaban cargos importantes en el episcopado.

Refiere que en el mismo año, 1993, fue precisamente cuando ocurrió la controvertida reunión entre Prigione y los hermanos Arellano Félix en la sede de la nunciatura apostólica. Y fue Emilio Berlié, entonces obispo de Tijuana, quien contactó al nuncio con los narcotraficantes prófugos.

Indica Barranco:

“En el 93 Prigione ya había perdido el control de los obispos. No tenía el respaldo del episcopado pero sí el de la curia romana, gracias sobre todo a su cercanía con el secretario de Estado de aquel tiempo, el cardenal Angelo Sodano. En ese contexto eclesiástico Corripio escribió su carta a finales de ese año”.

–¿Y qué podría decir del contexto político?

–Era un momento político muy convulso: Salinas estaba a punto de dejar el poder para entregárselo a Colosio, a quien después asesinan. Tampoco debemos perder de vista que Corripio envía su carta tan sólo 15 días antes del levantamiento zapatista en Chiapas.

“Este hecho es muy importante porque volvió a dividir a la Iglesia católica. El Vaticano y Prigione querían expulsar al obispo Samuel Ruiz de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, acusándolo de apoyar a los indígenas rebeldes. En cambio, el ala de Corripio defendió a don Samuel, al extremo de que el apoderado legal de Corripio, el padre Antonio Roqueñí Ornelas, asumió la defensa formal de don Samuel en el Vaticano”.

–¿Fue una jugada muy arriesgada de Corripio enviarle esa carta al Papa, sabiendo que el Vaticano apoyaba a Prigione?

–Sí, sin duda alguna. Pero el cardenal se vio obligado a jugar fuerte porque no tenía más alternativa. Debía dejar la arquidiócesis debido a su edad y además estaba muy enfermo de herpes. Ya no tenía nada que perder. No quería que Prigione impusiera a su sucesor ni a otros arzobispos. Por eso decidió escribirle directamente a Juan Pablo II. Si se examina la carta, vemos que no le mandó copia a Angelo Sodano, porque sabía que el secretario de Estado apoyaba a Prigione. Corripio se saltó a Sodano, a cuya secretaría ya había recurrido y no le habían hecho caso.

–Por lo visto, Juan Pablo II tampoco le hizo caso.

–Así es. Y quizá la carta de Corripio ni siquiera llegó a manos del Papa. Fue bloqueada por ese cerco burocrático en torno al pontífice. En los hechos, como sucesor de Corripio fue impuesto finalmente Norberto Rivera Carrera, gracias a sus dos padrinazgos en Roma: el de Marcial Maciel y el de Prigione.

Reportaje Especial /13 de diciembre de 2013)  

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