México reúne dos condiciones que lo volvieron atractivo en
los turbulentos años de la Segunda Guerra Mundial: petróleo y una
posición geográfica clave. Antes y durante el conflicto que incendió al
mundo el siglo pasado la capital mexicana fue un hervidero de agentes de
inteligencia de las principales potencias en pugna. Estos países
movieron piezas a su arbitrio –ricos empresarios, actores de Hollywood y
hasta funcionarios del gobierno avilacamachista– en complejas jugadas
de ajedrez. El siguiente texto se deriva de las investigaciones que el
reportero efectuó en diversos archivos –como el Nacional de Washington
en Estados Unidos, y los de la SRE, la Defensa y el General de la
Nación, en México– para la escritura de un libro que actualmente se
encuentra en proceso de impresión.
MONTERREY, N.L. (Proceso).- El empresario estadunidense William
Rhodes Davis vino a vivir a México cuatro meses después de la
nacionalización de la industria petrolera. Al llegar al Distrito Federal
comenzó a gestionar ante el presidente Lázaro Cárdenas un permiso para
invertir 10 millones de dólares en la explotación de crudo en la región
de Poza Rica.
Cárdenas autorizó el proyecto en vista de que a la recién creada
paraestatal Petróleos Mexicanos (Pemex) le hacían falta recursos.
Gracias a esa inversión Davis obtuvo el primer contrato privado de la
paraestatal para explotar pozos petroleros en Veracruz.
El estadunidense –calificado por los funcionarios de Pemex de la
época como “uno de esos sujetos inescrupulosos, habilísimos negociantes,
que ocupan los departamentos presidenciales en los más suntuosos
hoteles, saben gastar dinero y son inteligentes y audaces”– había
entrado en contacto con el gobierno mexicano meses antes de la
expropiación que afectó a empresas de Inglaterra, Holanda y Estados
Unidos.
Luego se presentó ante Cárdenas como intermediario de los gobiernos
italiano y alemán para comprar grandes cantidades de crudo, cuando los
países agraviados anunciaban un boicot contra el petróleo mexicano.
Tras reunirse con los representantes de Pemex, Davis obtuvo varios
contratos para comprar crudo destinado a Italia y a cambio se
comprometió a construir tres barcos con capacidad de 10 mil barriles
cada uno. También logró convenios para la venta de petróleo a Berlín.
Los recursos que administraba para esas compras provenían del banco
central alemán, el Reichsbank, y habían sido autorizados por el ministro
de Finanzas, Hjalmar Schacht, por órdenes directas de Adolfo Hitler.
Meses después el petrolero estadunidense ya adquiría alrededor de 70%
de las exportaciones de Pemex destinadas a Alemania e Italia.
Pero en México todos sus movimientos eran vigilados por los hombres
de William Stephenson, jefe de la Coordinación Británica de Seguridad
(BSC), quien despachaba en Nueva York.
El gobierno británico había designado al canadiense Stephenson jefe
de la BSC en Estados Unidos. La organización de espionaje dependía del
Servicio Secreto de Inteligencia (MI-6) y su misión era neutralizar las
actividades de los nazis en Norteamérica además de ganarse el apoyo de
los estadunidenses con miras a la guerra que se avecinaba.
Los espías de Stephenson descubrieron que, además de comprar petróleo
para Alemania, Davis se implicó en proyectos secretos para la Armada
del Tercer Reich que operaba en el Golfo de México.
Para el verano de 1941 estaba edificando bases para suministrar
combustible a los submarinos germanos en pequeñas islas del Caribe y el
Atlántico, con la finalidad de que no tuvieran que regresar a Europa a
reabastecerse. El carburante era trasladado a esas islas en
embarcaciones mexicanas.
En el proyecto participaba el diplomático alemán Joachim A. Hertslet, funcionario de la embajada alemana en México.
Para esa época también contrabandeaba el petróleo mexicano, pues
antes de terminar su mandato Cárdenas había cancelado su trato comercial
con Hitler. En respuesta Davis y Hertslet organizaron una intrincada
red a fin de conseguir el crudo y enviarlo a Alemania a través de
Panamá, Italia, Japón y la provincia marítima siberiana de Primorski.
Los agentes británicos que lo vigilaban concluyeron que la manera más
rápida de poner fin a esos proyectos era “eliminar a Davis de la
escena”. Poco después el estadunidense murió por un súbito infarto.
Avanzada del Tercer Reich
Esta operación no fue la única de la BSC en México.
Stephenson y su equipo sabían que desde los primeros meses de 1940 el
almirante Wilhelm Franz Canaris, jefe del Abwehr (servicio alemán de
espionaje militar), había ordenado crear en México el más importante
puesto de avanzada de la inteligencia del Tercer Reich en América
Latina.
La organización estaba dirigida por un grupo de militares encabezados
por el mayor George Nicolaus y el teniente coronel Friedrich Karl von
Schleebruegge.
Desde la Ciudad de México realizaban operaciones para toda
Latinoamérica. Entre sus actividades destacaban la vigilancia de los
movimientos navales y militares de Estados Unidos en el Atlántico, el
espionaje industrial y el contrabando de materias primas esenciales para
la fabricación de armamento. También establecieron en varias naciones
la Red Bolívar, un sistema de transmisores clandestinos de onda corta
para comunicarse con Alemania.
El centro de operaciones de México le costaba una fortuna a la
Abwehr. Lo financiaba con enormes sumas en efectivo, sorteando las
restricciones impuestas por la guerra y evitando pasar por los bancos
británicos y estadunidenses.
Para finales de 1940 los primeros fondos enviados al puesto de
avanzada se habían agotado por lo que se suspendieron importantes
acciones en toda América Latina.
Canaris supo que Italia tenía un fondo de 3 millones 850 mil dólares
en varios bancos de Estados Unidos. Acordó con los italianos
transferirlos a México vía valija diplomática. El dinero fue retirado y 1
millón 400 mil dólares fueron enviados con un cónsul italiano que
cruzaría la frontera Estados Unidos-México por ferrocarril. El resto de
los recursos se mandó a través de Brasil.
El FBI alertó a Stephenson y éste preparó una operación para robarse
el efectivo. Cuando el ingenuo cónsul llegó a la Ciudad de México ya lo
estaba esperando un grupo de “agentes especiales de la policía secreta”,
quienes lo acusaron de contrabandear dinero y se lo confiscaron.
La embajada italiana presentó una denuncia ante la Secretaría de
Relaciones Exteriores, pero los dólares y los “agentes” ya habían
desaparecido.
Las acciones de la BSC no frenaron las operaciones nazis. Las
materias primas mexicanas tenían una gran relevancia para el Tercer
Reich, lo cual quedó evidenciado con los destacados hombres y mujeres
que siguieron llegando al país en misiones secretas.
Entre otros vino el empresario sueco Axel Wenner Gren, el hombre más
rico del mundo en la época. Era el principal accionista de la empresa de
electrodomésticos Electrolux y de la firma Bofors AB, la cual le vendía
armas a los nazis; era también dueño de bancos y medios de
comunicación, entre otros negocios.
Venía a México enviado directamente por el mariscal Hermann Goering
con el objetivo de invertir en materias primas con recursos alemanes
depositados en bancos suizos.
También se mandó al famoso actor estadunidense Errol Flynn,
colaborador secreto de los nazis, quien llegó para cabildear ante los
funcionarios mexicanos para que apoyaran los intereses de Alemania.
Además traficó oro entre Estados Unidos y México en su yate Sirocco.
Para febrero de 1941 una bella alemana cruzó la frontera de Nuevo
Laredo para radicar en la capital mexicana: Hilda Kruger, actriz que
intentaba hacer carrera en Hollywood.
En Berlín se había hecho amante del ministro de Propaganda Joseph
Goebbels. En México se metió a la cama de importantes funcionarios,
entre ellos Miguel Alemán Valdés. Gracias a este amorío el entonces
secretario de Gobernación protegió las operaciones del puesto de
avanzada nazi.
Washington
Los encuentros de Kruger con Alemán llamaron la atención de los
agentes de la recién creada Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) de
Estados Unidos, antecesora de la CIA.
Los agentes –venidos del Servicio de Inteligencia Militar
estadunidense– pronto desenmarañaron la red tejida por Nicolaus, Kruger y
Flynn. Trabajaron en conjunto con el Servicio Especial de Inteligencia
para América Latina del FBI. Ambos equipos operaban desde la embajada de
Estados Unidos, desde donde reportaban a Washington las actividades
nazis.
Los informes del FBI destacaron la sofisticada tecnología utilizada
por Nicolaus y su grupo para trasferir reportes a Berlín. Consistía en
reducir documentos y fotografías al tamaño de una punta de alfiler con
un sistema llamado microdot. Los informes se colocaban como tildes de
las letras “i” en cartas remitidas a Portugal para evadir la censura
británica.
Los agentes de la OSS también reportaron a Washington que Miguel
Alemán se había trasformado en el “representante de los intereses
alemanes en México” pues protegía el contrabando de metales estratégicos
y otras materias primas que se llevaban a Veracruz para luego ser
recogidas en altamar por submarinos alemanes.
Para las primeras semanas de 1942 Washington se quejó ante el
presidente Manuel Ávila Camacho por las actividades de su secretario de
Gobernación a favor de los nazis. A finales de febrero fue detenido
Nicolaus, y para marzo, Kruger; ella pronto fue liberada por gestiones
de Alemán. Los estadunidenses seguían capturando a la red de espías del
Tercer Reich pero decidieron dejar a un pequeño grupo para utilizarlo en
operaciones de contrainformación, haciendo llegar a Berlín reportes
falsos.
Moscú
Hasta este momento los soviéticos se habían mantenido al margen en el
tablero mexicano del espionaje. Pero en los primeros días de 1943 los
agentes de la OSS se sorprendieron pues la Unión Soviética solicitó a la
Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) abrir una embajada en México,
país con el cual no tenía relaciones comerciales.
Las negociaciones entre Moscú y la SRE concluyeron en mayo y para el
12 de junio abrió sus puertas en la Ciudad de México la embajada
soviética.
La OSS también descubrió que el agente soviético Leonidas
Aleksandrovich Eitingon viajaba continuamente a la capital mexicana
desde Nueva York. Tenía la orden de Stalin de rescatar a Ramón Mercader
de la cárcel de Lecumberri, donde éste estaba preso después de matar a
León Trotsky.
Durante meses preparó un plan para liberarlo, pero todo quedó en el
olvido pues se le asignó una nueva misión: recolectar documentos del
Proyecto Manhattan, de los cuales dependía “la sobrevivencia del Estado
Soviético”.
En uno de sus viajes a la Ciudad de México, a finales de marzo de
1944, organizó un mecanismo independiente de la nueva embajada soviética
para cruzar gente a Estados Unidos. Los nuevos espías llegaban a
Veracruz y eran trasladados a Nuevo Laredo para cruzar con pasaportes
falsificados. Venían con el objetivo de conseguir los secretos de la
nueva arma.
Los avances para desarrollar la bomba atómica estaban siendo
proporcionados a los espías soviéticos por los tres personajes
principales del Proyecto Manhattan: Robert Oppenheimer, Enrico Fermi y
Leo Szilard, quienes habían acordado compartir sus investigaciones
subrepticiamente con Moscú ante el temor de que Hitler desarrollara
primero la bomba atómica y porque previeron que si una sola nación
poseía superioridad nuclear, impondría su voluntad al resto del mundo.
Para contactar al resto de los científicos que laboraban en las
distintas instalaciones del Proyecto Manhattan, la agencia soviética de
inteligencia fue advertida que no podía utilizar sus tradicionales redes
asociadas al Partido Comunista en Estados Unidos o relacionadas con sus
embajadas y diplomáticos, pues todos estaban identificados por el FBI.
La inteligencia soviética necesitaba decenas de nuevos espías para
conseguir documentos, fotografías, detalles técnicos sobre las recientes
instalaciones, las firmas que trabajaban para el Departamento de
Defensa y las aleaciones que se desarrollaban para la fabricación de la
nueva bomba.
Eitingon le propuso al jefe del Departamento S del Comisariado del
Pueblo para Asuntos Internos (NKVD, antecedente del KGB), Pavel
Sudoplatov, echar mano de los desconocidos “agentes de influencia”
reclutados en Estados Unidos, España y en la capital mexicana para que
se convirtieran en los “correos” que llevarían los secretos a Moscú.
Entre los “agentes de influencia” –“moles”, como se les dice en el
argot del espionaje– reclutados por Eitingon estaban entre los españoles
Antonio Meiji y Margarita Nelken, el suizo Hans Meyer y los mexicanos
Luis Arenal y Anita Bremer, escritora que en esa época vivía en Nueva
York. Destacaban también los funcionarios Adolfo Uribe Alba y el general
Roberto Calvo Ramírez, jefe de la región militar de Baja California
Norte.
Algunos de ellos colaboraron en el mecanismo para cruzar ilegalmente a
agentes a través de la frontera; otros para recibir y entregar dinero
que se enviaba desde Nueva York, y los menos se desempeñaron como
“correos” para recoger y entregar documentos.
El grupo de agentes que se dedicaron al espionaje atómico pronto
identificó siete grandes centros de investigación y a 27 científicos de
muy alto nivel que trabajaban en el Proyecto Manhattan.
Para finales del 1943 Moscú ya había recibido 286 publicaciones
clasificadas sobre las investigaciones científicas en torno a la energía
nuclear. Los reportes se transmitían encriptados, para lo cual se
designaron cuatro centros: el consulado soviético en San Francisco, las
embajadas en Washington y México y una oficina consular en Nueva York.
Informes muy precisos de Fermi sobre los avances de un reactor de la
Universidad de Chicago fueron traídos a México por los correos
seleccionados por Eitingon y desde aquí se enviaron a Moscú. Así la
Unión Soviética fue capaz de desarrollar su propio armamento nuclear.
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