Raymundo Riva Palacio
La lucha por la Rectoría de
la UNAM está reducida a una pregunta fundamental: ¿cómo será la relación con el
Gobierno del presidente Enrique Peña Nieto? La Junta de Gobierno, el grupo de
15 personas que la próxima semana decidirá quién encabeza a la universidad más
importante de América Latina durante los próximos cuatro años, ha hecho ese
cuestionamiento a varios de los aspirantes durante sus comparecencias esta
semana ante el órgano calificador. La relevancia de esa definición la da el
momento, donde el cambio de las circunstancias no ha hecho cambiar a los
hombres del poder, y se viven tiempos de regresión democrática y talantes
autoritarios dentro de la Administración federal.
Las dos últimas rectorías, la
de Juan Ramón de la Fuente, y la agonizante, de José Narro, supieron mantener
durante 16 años una distancia crítica del Gobierno sin antagonizar, y superaron
con talento y oficio político todas las tormentas que amenazaron la estabilidad
de la UNAM, microcosmos de la gobernabilidad nacional. Los dos llegaron tras el
fin del México del acuerdo institucional de 1928, en la secuela del magnicidio
de Luis Donaldo Colosio, el alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional y una crisis económica que polarizó a la sociedad de manera
irreversible. De la Fuente fue antagónico del presidente Felipe Calderón, sin
romper jamás. Narro, con una mejor relación con Peña Nieto, enfrentó la
frialdad y el aislamiento del círculo íntimo presidencial cuando, tantas veces
fuera necesario, criticó el rumbo de la nación.
En un Gobierno como el
actual, de gente muy brillante pero, en el núcleo duro, densamente poblado por
improvisados o políticos sin el oficio requerido para la tarea encomendada, la
Rectoría de la UNAM se convierte en un contrapeso necesario para los tiempos
más difíciles de los años por venir. Está claro, por los discursos recientes,
el cansancio del Presidente y su equipo ante la crítica y la desaprobación de
su gestión. La democracia llegará hasta que se enojen, y cada vez se refleja su
exasperación. No se requiere en estos momentos un mayor antagonismo al que
prevalece, ni exacerbar las contradicciones que se viven. Se requiere la voz de
la reconciliación que los políticos nominales han sido incapaces de ofrecer. El
rector Narro la pidió en los momentos de mayor algidez, pero su voz cayó en el
vacío. La responsabilidad y la tarea recaerán en su sucesor o sucesora.
La Junta de Gobierno, que por
primera vez desde que se recuerda carece de un liderazgo interno, es una caja
de sorpresas por cuanto hacia dónde se inclinará. En todo caso, tendrá que ser
una mayoría calificada, donde el ganador requiere de 10 votos que, en este
momento, no parece tener nadie asegurados. Falta una semana para que la
Rectoría se decida, y no han terminado de comparecer todos los aspirantes. Una
de quienes irán a la junta la próxima semana es Rosaura Ruiz, directora de la
Facultad de Ciencias, con un pasado de izquierda y que quizás es quien mejor
conoce de todas y todos los aspirantes, las entrañas de la UNAM.
La doctora Ruiz participó en
las huelgas estudiantiles contra el rector Jorge Carpizo, pero como muchos
otros de sus dirigentes, transitó a la institucionalidad. Ruiz, que estuvo
cerca de De la Fuente y está cerca de Narro –que no se ha involucrado en el proceso
de sucesión–, resiente que sudores ajenos se le acrediten a ella. No es la
candidata del status quo, pero ha recibido señales de la Presidencia, de que
quien ahí manda, a quien conoció por trabajos que hizo en el Estado de México
cuando Peña Nieto era gobernador, no tendrían problemas con ella si fuera
electa. La doctora está en las antípodas –cuando menos en la opinión
publicada–, de otro doctor, Sergio Alcocer, contra quien hay un movimiento
interno de oposición –con panfletos y pancartas pegadas en facultades y
escuelas que son retirados tan pronto como aparecen– por considerarlo como “el
candidato del Gobierno”.
El doctor Alcocer fue
subsecretario de Relaciones Exteriores en este gobierno bajo la dirección del
entonces canciller José Antonio Meade, quien a su vez, cuando fue secretario de
Energía en el gobierno de Calderón, le pidió al rector Narro un ingeniero capaz
de asumir una subsecretaría en esa dependencia. Narro le envió a Alcocer, a
quien Meade no conocía. El doctor Alcocer también resiente, por las razones
contrarias a Ruiz, la etiqueta de gobiernista, que estuvo muy presente durante
su comparecencia ante la Junta de Gobierno a principio de semana, donde fue una
de las preguntas que le hicieron. Algunos miembros de la Junta, de acuerdo con
información interna, lo sintió titubeante al responder cómo sería la relación
con el Gobierno, pero la apreciación no deja de ser subjetiva, en términos de
consumo público, pero relevante por cuanto a su valoración final.
Ruiz y Alcocer son los
candidatos que se perciben más fuertes, y aunque sus programas tienen
coincidencias, aunque ideológicamente corran separados. Los dos son candidatos
de contraste que podrían incluso autoeliminarse. Por eso la relevancia de la
pregunta sobre el tipo de relación que tendrían con el Gobierno. Es
indispensable tener una posición fija que no sea antagónica sino conciliadora.
Pero no debe ser de subordinación, sino manejar con inteligencia la autonomía y
la soberanía para tomar decisiones en forma independiente. La UNAM debe
mantener una posición con acento crítico que sirva como contrapeso del poder.
De la Fuente y Narro construyeron un camino irreversible.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx /
twitter: @rivapa
(ZOCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE
PERSONAL” de Raymundo Riva Palacio/ 03 de noviembre)
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