Raymundo Riva Palacio
Las escenas sobre la
violencia más cruda regresaron al Distrito Federal en la forma de un cuerpo
colgado de un puente y de mensajes de bandas criminales a sus rivales. Fueron
secuela de asesinatos en algunas colonias de la capital y el incremento del
paso de droga por el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. La
seguridad parecería haberse descompuesto, aunque en realidad se están viendo
las consecuencias de lo que ha venido sucediendo en los últimos años: la plaza
metropolitana está cambiando de manos. Quien está asentando sus reales en toda
esa zona es el Cártel del Golfo.
La ciudad de México, y en
particular el aeropuerto, era un territorio en manos del Cártel del Pacífico
–antes de Sinaloa–, que cambió de dueño cuando los responsables de ella, los
hermanos Arturo y Héctor Beltrán Leyva, rompieron con sus viejos amigos y
crearon una organización criminal cuyo corredor cruzaba Morelos y dominaba
Guerrero. La principal zona de operaciones está en el oriente de la ciudad de
México, en el arco que forman Tepito y la parte de Iztapalapa que colinda con
el Estado de México, un eje de 15 kilómetros por donde se cruzan todas las
variables criminales: narcotráfico, narcomenudeo, homicidio, secuestro,
extorsión, trata, piratería. No es muy diferente a otras partes del país, salvo
que la forma como se mueven los criminales
es totalmente distinta.
En la Ciudad de México no hay
delegaciones en poder del Cártel del Golfo, como sí controla municipios y
ciudades en otras partes del país, ni tampoco hay convoyes de la organización
circulando por la capital. Mucho menos hay enfrentamientos contra bandas
rivales en las calles. La capacidad de fuerza y de fuego de los criminales, es
ínfima en comparación con lo que tienen los cuerpos de seguridad. Sólo por
cuanto toca a policías del Distrito Federal, hay 90 mil, a los que se deben
sumar casi 18 mil elementos de la Policía Bancaria Industrial, y miles de
elementos de la Policía Federal, el Ejército, la Marina y, adicionalmente, el
Estado Mayor Presidencial. Sólo como referencia, un convoy no registrado tarda
menos de 90 segundos en ser interceptado en las calles de la capital. En esta
zona, desafiar al Estado sería un suicidio.
El diferente modus operandi
de las bandas criminales que tienen presencia en la Ciudad de México con
respecto al resto del país, es lo que permite al Gobierno del Distrito Federal
y al Gobierno federal asegurar que no opera el narcotráfico en la capital. No
es lo que sucede cotidianamente en las entrañas de la ciudad, donde según
funcionarios federales, el Cártel del Golfo tomó el control de las viejas redes
delincuenciales en poder de otras organizaciones, en el eje de Tepito a
Iztapalapa, a través del sometimiento de las dos bandas que tenían el control
del crimen, La Unión Insurgentes y Los Tepitos, que nacidas de la misma rama
criminal -La Unión-, terminaron enfrentándose entre sí. Una derivación de esa
rivalidad se dio con el crimen del caso de antro “Heaven After” en 2013.
El Cártel del Golfo ha
seguido batallando por tener el control de la droga en toda la Ciudad de
México, donde tiene todavía competencia con el Cártel Jalisco Nueva Generación,
que es una escisión del Cártel del Pacífico que tomó el lugar que hasta hace
pocos años tenían los hermanos Beltrán Leyva en la distribución y
comercialización de cocaína y drogas sintéticas en el poniente de la capital, y
una batalla más sórdida en el oriente de la zona metropolitana, con La Familia
Michoacana –existe como cártel en el Estado de México pese a su aniquilamiento
en Michoacán–, que le arrebató territorio a Los Zetas, un cártel muy disminuido
por sus problemas internos. Las autoridades capitalinas iniciaron hace unos
días una investigación dentro del Reclusorio Oriente, hacia donde apuntan tener
origen los recientes asesinatos en la ciudad de México. Si logran desmantelar
esas redes criminales y de complicidad institucional dentro del reclusorio,
podrá bajar la violencia explícita y cruel que se ha visto en las últimas
semanas en la Zona Metropolitana, pero no el problema del narcotráfico que
sigue creciendo sin que las autoridades
federales y locales puedan
frenarlo.
P.D. El CISEN respondió a dos
columnas publicadas en este espacio la semana pasada. No lo hizo directamente,
sino a través de un vocero oficioso, Eduardo Guerrero, que ha hecho de la
estadística de seguridad pública, su modus vivendi. No es la ingenuidad o
ignorancia de Guerrero lo importante, que habla sobre actos de fe, no de
conocimiento, sino un dato que, cándidamente, revela al ser megáfono del CISEN:
que los agremiados de la CNTE reciente capturados en Oaxaca están vinculados a
movimientos armados. La información, debía saber Guerrero, tampoco es nueva. No
los detuvieron por pertenecer a una guerrilla, sino porque ignoraron una
advertencia del secretario de Gobernación el 5 de junio y trataron de sabotear
las elecciones del día 7. El Cisen sí desmanteló el experimentado grupo que
seguía a los movimientos armados, y sí tenía bajo su responsabilidad en El
Altiplano, la vigilancia de Joaquín “El Chapo” Guzmán.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx twitter:
@rivapa
(ZOCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE
PERSONAL” de Raymundo Riva Palacio/ 03 de noviembre)
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