Los
inversionistas que construyen el desplante de lo que sería la planta de
fertilizantes amoniacales en Topolobampo dispusieron de todos los recursos
económicos para organizar tremenda cuchipanda, para ganar adeptos a su causa,
pero encontraron recia oposición de los nativos y hasta de científicos.
Previo
al evento, se levantó un templete, se alzó
la carpa, acomodaron sillas y grandes ventiladores para mitigar el
calorón de la media mañana porque el sitio estaba tan pelado y brilloso como
una calva, aunque horas antes profesores de escuelas públicas y sus alumnados
habrían distribuido invitaciones para el jolgorio.
Antes
del ágape, curvilíneas edecanes regalaron cachuchas y camisetas blancas con
leyendas de apoyo a la planta de fertilizantes. Unos las utilizaron y otros las
tomaron sólo como trapos para limpiar sus autos, y sus asientos, que para
entonces parecían comales a medio calentar.
Los
pescadores ignoraron los presentes por completo, y doblando unas cartulinas en
sus manos se apostaron en la periferia del graderío, como en retaguardia.
Llegado
el momento, las tarolas tronaron, la tuba marcó el ritmo y el sarao comenzó.
Entonces,
los representantes de inversionistas, cuyos nombres nadie pudo recordar ni dar
traza de a qué empresas representaban, soltaron su perorata: la planta de
fertilizantes no impactará el medio ambiente; no se destruirán los manglares;
será un polo de desarrollo, ayudará a reducir la contaminación de las bahías, y
demás.
Llegaron
las preguntas y las respuestas, pero pocos, poquísimos fueron convencidos. La
mayoría, incluyendo parte de la población civil y no pescadora del puerto, se
sumó a la incredulidad popular de los pregonados beneficios de la planta de
fertilizantes.
Dos
horas de dimes y diretes transcurrieron. Al final, un acuerdo de próxima
reunión para analizar en mesas de trabajo las propuestas de los inversionistas,
pero la voz del pueblo ya era una conclusión: No a la planta.
Entre
los asistentes estaba Diana Cecilia Escobedo Urías, directora y profesora
investigadora titular C del Centro Interdisciplinario de Investigación para el
Desarrollo Integral Regional (Ciidir) Unidad Sinaloa del Instituto Politécnico
Nacional, con 25 años de experiencia en investigación en Biología en
Pesquerías, Maestría en Manejo de Recursos Marinos y Doctorado en Ciencias
Marinas, quien cuestionó la Manifestación de Impacto Ambiental (MIA) que
sustentó los permisos de construcción de la planta de fertilizantes.
“El
manifiesto de impacto ambiental (MIA) contiene omisiones muy importantes, pero
no es ilegal. Se obtuvo por mecanismos no muy claros, como es la aprobación en
una consulta pública a la que asistieron no más de 20 personas del puerto y
entre los que no había un solo investigador, como debía haber ocurrido de
acuerdo con un proyecto de tal magnitud. En ninguna sección del MIA aparece el
nombre de algún investigador de la Universidad de Occidente, el Instituto
Tecnológico de Los Mochis o de la Universidad Autónoma de Sinaloa, que son las
instituciones acreditadas en ciencias biológicas, que lo avale.
“Eso
es lo delicado y por lo que el MIA puede ser revocado si los afectados con la
operación de la planta de fertilizantes lo demandan”.
Escobedo
Urías, quien tiene los reconocimientos de Outstanding Student Paper
Award,American Geophysical Union (AGU) Joint Assembly. Acapulco, Guerrero; y ha
sido becaria COFAA IV y Becaria EDI VII, afirmó que por las inconsistencias en
la manifestación de impacto ambiental es imposible llegar a la conclusión de
que la planta de fertilizantes no tendrá ningún efecto sobre el lugar y la
afectación de la vida; además es suficiente para justificar el rechazo de los
pescadores.
Martín Chaparro Chávez, presidente de la cooperativa
de pescadores Cerro de San Carlos y uno de los 13 líderes pesqueros que firmó
la denuncia penal ante la Procuraduría Federal de Protección del Ambiente en
contra de la construcción de la planta de fertilizantes, aseguró que la reunión
con los inversionistas fue tramposa y sólo para convencerlos de los beneficios,
pero ganó la oposicióny el rechazo social a la que se dice será una nueva
industria.
“Como
todo empresario local, ellos tratan de convencer al pueblo de su inversión,
cuando los trabajos ya están avanzados. Sabemos que el gobierno los apoya a
ellos y que a nosotros nos quiere perjudicar. Que el gobierno dice que quiere
generar empleos, pero eso no es cierto. Ya lo hemos visto muchas veces en el puerto
y los más jodidos terminamos siendo nosotros, pero ya estuvo bueno. Si la
planta no se hace aquí, mejor. Si se va para otro lado, pues que se vaya si no
les conviene”.
Chaparro
Chávez consideró que como a los pulpos, el rechazo a la planta de fertilizantes
le va creciendo tentáculos.
(RIODOCE/
Luis Fernando Nájera/20 septiembre, 2015)
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