martes, 25 de marzo de 2014

LA VERDAD DE MARIO ABURTO; A 20 AÑOS...¿ QUIÉN FUE ?

 
México, DF.- La teoría de los dos Aburtos era la broma favorita de Mario para ridiculizar a los compañeros. Era la forma en que denotaba su superioridad sobre los demás, haciéndoles sentir su ignorancia.

Con su cara de niño casi pegada a la sucia pared, mueve la cabeza discretamente de lado a lado, sonríe. A punto está de la carcajada. Achica los ojos como para enfocar el pensamiento. El pelo recién cortado casi a rape no deja ni rastro de los chinos que dice se le hacían cuando se dejaba crecer la melena.

Solo él sabe lo que pasa por su cabeza.

Aprieta los labios como para no dejar salir la verdad. Con las manos por detrás, la vista al frente y una posición de firmes que se adquiere casi naturalmente en Puente Grande, sigue escuchando en silencio.

–Hay muchas teorías sobre la muerte de Colosio… sobre la existencia de dos Aburtos.

Silencio. Sólo una risa leve que se filtra como un silbido desde su garganta y se esparce hacia el pasillo que huele a cloro.

–¿Tú cuál Aburto eres?, le suelto con el riesgo de hacer el ridículo.

Sigue sonriendo. Nada lo perturba. Me ve de reojo. Aprieta los labios, ahora para no reírse. Yo espero la mentada de madre. No me decepciona, pero me la deja barata. “¡Pinche reportero!, eres bien pendejo”, me dice casi en un susurro.

Humor sarcástico

El guardia nos observa con su cara de malo desde la puerta del consultorio de la dentista. Los dos, junto con otros cinco presos de diversos módulos, estamos rígidos a la espera de la consulta trimestral.

La risita de Aburto llama la atención de los otros presos. Uno de ellos me dice que le cuente el chiste que no alcanzó a escuchar. Aburto lo ataja, le habla sin quitar la mirada de la pared a la que casi besa.

“Quiere que le diga cuál Aburto soy”, le explica, “si soy el verdadero o el impostor”.

Lo dice con una burla muy seria, característica de él. Todos sueltan la risa. El oficial de guardia llama a la compostura. Silencio o habrá sanciones.

Era el 2008 cuando conocí a Mario Aburto, en la cárcel federal de Puente Grande. Él estaba asignado al módulo VI de los presos sentenciados y todos en ese pasillo -al menos una vez durante la estancia de convivencia con el célebre preso- le habían preguntado por la teoría que se ventilaba en los medios nacionales de comunicación: la existencia de dos Mario Aburto.

Él, displicente como es, siempre respondió con sarcasmo a las interrogantes. Era su broma favorita para ridiculizar a los compañeros. Era la forma en que denotaba su superioridad sobre los demás, haciéndoles sentir su ignorancia. Ese día frente al consultorio médico, no fue la excepción.

No me respondió si había uno o varios Aburtos. Pero la forma en que me miró fue clara: yo era el que menos sabía de su vida.

–¿Sí hay más Aburtos?, le insistí en medio de su risita que no cesaba–.

Su pálido rostro lo note más descolorido. Abrió muy grandes los ojos y sólo me susurró unas palabras que no alcance a escuchar, pero que bien le puede leer en los labios:

“No le muevas al pasado”, me dijo en una tonada que no se me olvidará nunca. Aburto me comenzó a reconocer desde la vez que le pregunté, en uno de los pasillos que van hacia el área de visitas, si había matado o no a Colosio.

Insiste en inocencia

Esa vez Aburto me dijo que no había ejecutado al candidato del PRI a la presidencia de México. Me lo dijo en tono seco. Me miró a los ojos y me ratificó que él solo era un chivo expiatorio del Gobierno Federal. Por eso, luego me reconocía cuando coincidíamos en el área médica.

–¿Entonces si hay dos Marios Aburto?–, le pregunté mientras veía como volvió a clavar la mirada en la fría pared blanca, a la par que en su rostro se volvió a dibujar la sonrisa con la que disuadía todo su entorno y lo sometía a su voluntad.

–¿Te inculparon injustamente?–, volví a la carga.

No me dijo nada. Se quedó quieto. Se fugó del lugar. Su mirada se fundió en la pared como queriendo mimetizarse en ella. Cerró sus oídos y dejó caer lentamente sus parpados como para apagar el blanco intenso que se irradia en el área médica. Con las manos a la espalda, envuelto en su uniforme café, con playera blanca y un reloj en la mano izquierda, Aburto pegó su barbilla con el pecho y recargó suavemente su frente sobre la pared.

“Ya te mandó a la chingada”, me dijo babeando el preso que estaba entre Aburto y yo. Habló de Mario Aburto como si estuviera ausente. Como si sus palabras no lo tocaran.

“Ya no te va a hablar, hasta que se despida de ti”, me advirtió el preso sangrante.

En Puente Grande, Mario Aburto manifestó una obsesión enferma por su salud. Cada tercer día hacía solicitud de servicios médicos, acusando siempre padecimientos del estómago o de la garganta. Otra de sus obsesiones era tener siempre lectura en su estancia. Siempre fue un reo bien portado y eso le garantizó el beneficio de tener dos libros en forma permanente.

La mayoría de los textos que solicitaba eran relacionados a la historia nacional y a las ciencias naturales.

El libro

“Yo no maté al licenciado Luis Donaldo Colosio”, me soltó y me miró de frente como buscando mi aprobación, “yo estoy aquí pagando algo que no hice, y un día voy a contar la verdad”, dijo volviendo la vista a la pared.

–Un libro tuyo, sería muy bueno… podría cambiar la historia de México–, le dije.

“Será el libro más importante que se escriba en la historia de nuestro país”, respondió con solemnidad, viéndome ahora de reojo. “Allí voy a contar tantas cosas que sé y que nadie se ha atrevido a decir”.

–¿Qué cosas contarías?

“La verdadera historia de la muerte del licenciado Luis Donaldo Colosio”. A 20 años del asesinato de Luis Donaldo Colosio, en el que –dice la versión oficial de la PGR- su asesino fue Mario Aburto Martínez, que actuó en solitario, sin ningún tipo de móvil, más allá del protagonismo personal, aún permanece la duda.

El propio Aburto –con razón o sin ella– no es consciente del homicidio. Ni siquiera el propio Mario sabe que fue lo que pasó ese 23 de marzo de 1994, aseguran muchos de los presos que vivieron en la misma celda con Aburto.

“Tanto ha pasado por la cabeza de Mario Aburto”, me contó en alguna ocasión Humberto Rodríguez Bañuelos, el acusado por la muerte del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, “que estoy seguro que ni siquiera él mismo sabe que fue lo que pasó. Estoy seguro que ni el propio Mario Aburto sabe a ciencia cierta quién mató a Colosio. Estoy seguro que Aburto no sabe si fue él o no, quien accionó la pistola que privó de la vida al candidato Colosio”.

Parados frente al consultorio de odontología, escuchando la certeza con la que Mario Aburto susurra el plan de escribir un libro donde cuente la historia verdadera –al menos su historia verdadera- del asesinato de Colosio, le suelto la seguridad de mi confusión:

–¿Quién mató a Colosio y por qué?

“No sé quién lo pudo haber matado”, me asegura. “Tú eres reportero, tú investiga eso. Eso es lo que deberían de investigar los periodistas”, dice en tono molesto.

Extraña a su padre

» En Puente Grande fue un preso que recibía muy pocas visitas. Allí sólo lo llegaron a visitar su padre y una cuñada, los que iban a verlo sólo una vez al año. Ese era uno de los dolores más intensos que padecía Aburto en esa prisión: no tener la posibilidad de ver a su padre en forma más frecuente.


Su cena favortia

» Los momentos en que Mario Aburto se consideraba más feliz dentro de la cárcel –los que evidenciaba haciéndose sociable y abierto a la plática con sus compañeros de celda- era cuando en la cena daban de comer frijoles con queso empanizado.

» El queso era uno de sus mayores gustos, más allá de escuchar música por las noches y disfrutar la lectura por las mañanas.

(ZOCALO / Reporte Índigo / 25/03/2014 - 04:05 AM)

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