martes, 17 de enero de 2012

HASTA LA COCINA MALVERDE


José Luis Franco   
El primer asomo del fenómeno en la expresión artística, aparte de la música norteña, su hábitat natural, se da con el libro Diario de un narcotraficante, de A. Nacaveva.


Aparecido en 1967 bajo el sello de Costa Amic, el libro circuló casi dentro de un marco de clandestinidad, con el ingrediente morboso de que su autor, escondido en un seudónimo que invocaba a un brujo del norte de Sinaloa, se suponía un desertor de un negocio del que no se puede escapar con vida.


 En las páginas de Diario… encontramos, por decirlo de ese modo, la época romántica del comercio con la droga en nuestro estado, aquella en la que eran denominados gomeros o mariguaneros y se edificaba en torno a ellos una imagen idílica de generosos, benefactores, de hombres de ley fuera de la ley, de cabrones con los cabrones y amigos con los amigos. Por eso era tan fácil hacerles un corrido y hasta hacían falta en Culiacán.


Veinte años más tarde, en 1987, en el marco del I Festival Cultural Sinaloa, vemos la siguiente escena: en una típica cantina sinaloense de rompe y rasga, mientras un cuarteto norteño “se la parte” tocando corridos de narcos y la clientela brava luce empeñada en agotar la producción de la cervecería esa misma tarde, de pesadilla para los meseros que no se dan abasto ante tanta petición, pero que cumplen en forma cabal con la esperanza de una buena propina o, por lo menos, no salir con un balazo, don Juan Tenorio, con su fino sombrero Stetson de fieltro negro, la camisa de seda, negra también, abierta al pecho para que luzcan las cadenas de oro de chorrocientos quilates, dijes de cuerno de chivo, hojas de marihuana, una minicuchara, el pantalón claro y las botas puntiagudas, fanfarronea con su fiel achichincle sus conquistas en lo que se empina de un sorbo el cuartito de cerveza y se arrebata las pringas de humedad en los labios con el dorso de su mano, en cuya muñeca deslumbra una esclava de oro macizo.

La pregunta de rigor al ver semejante escena es: ¿qué hace un personaje del teatro español que nació en 1844 en una cantina sinaloense de 1987? ¿Cómo es que luce tan natural en semejante ambiente ese pecador libertino y fanfarrón que habla todo en verso, pero con acento norteño? ¿De quién fue la idea de mostrarlo como un narco que habrá de encontrar en el amor, según nos cuenta la historia, la redención de sus pecados y así aspirar a la vida eterna? ¿A quién se le ocurrió, pues? A Óscar Liera, que, además, se atrevió a que el personaje de don José Zorrilla secuestrara a doña Inés en un Grand Marquís, el auto emblemático del narco en esa época.

Aunque muchos se lo acreditan a Arturo Pérez-Reverte, con su exitosa novela La Reina del Sur, ambientada en algunos capítulos en Culiacán, pero en su mayoría en España, de donde es el autor, o en el mejor de los casos a Élmer Mendoza, con El amante de Janis Joplin, el verdadero debut literario de Jesús Malverde se da en El Jinete de la Divina Providencia, de Óscar Liera (luego haría su debut cinematográfico con la cinta basada en la obra y llevada a la pantalla bajo el mismo nombre, con la dirección de Óscar Blancarte).

En El Jinete de la Divina Providencia, donde se emparentan los lineamientos del teatro español del Siglo de Oro con el Realismo Mágico, encontramos al Malverde original, es decir, al bandolero generoso al estilo Chucho el Roto, o Robin Hood, que cimbra la paciencia del general Cañedo, quien pone precio a su cabeza y lo persigue hasta asesinarlo y abrir paso a la creación de una leyenda en el imaginario popular: la del santo de los pobres, el que concede el milagro de recuperar una vaca, sanar de un mal y se le ofrendan piedras en agradecimiento. 



Así de elemental es la historia de este santo laico, elevado con el paso del tiempo al rango de santo de los narcos, al que hay que llevarle música (sobre todo el 3 de mayo, fecha de su fallecimiento), placas de agradecimiento o bien, camionetas del año y limosnas millonarias por su “colaboración” en un buen jale. Tan depauperada o enriquecida (según cada quien) está la condición de Malverde que no es extraño leer o escuchar que era un narco y que por tal los ayuda. Un narco en la época de Porfirio Díaz.

Jesús Malverde aparece en las artes visuales vía su busto, escapularios y estampas, de autor (hasta donde sé) anónimo. Es representado por un hombre entre los treinta y cinco, cuarenta años, moreno claro, viste camisa blanca, paliacate al cuello, bigote, nariz aguileña, cejas pobladas, pelo negro con ligeras entradas, muy serio. 



Aunque hay quien dice que surge de una mezcla de Pedro Infante y Jorge Negrete, es en realidad Carlos Mariscal Elizalde, un político al que le jugaron una broma que hoy trasciende a cientos de miles de estatuillas, estampas y escapularios. 


Paco Ignacio Taibo II se tomó una foto con él en el desaparecido Café Altazor de la Machado. La foto fue con el busto, vale aclarar.

Lenin Márquez, Óscar García, Rosa María Robles y Teresa Margolles, todos ellos artistas de Culiacán, abrevarían en el sangriento fenómeno para encontrar el motivo de su expresión. En los inicios del Premio de Pintura Antonio López Sáenz, en la segunda década de los noventas, los dos primeros acercarían a Mazatlán sus interpretaciones del narcotráfico. 



Lenin se trajo su particular Jinete de la Divina Providencia, luego a sus Desaparecidos, mientras que García nos ofrecía sus signos del narcotráfico. 


De las mujeres mencionadas, han llevado su expresión hasta sus últimas consecuencias, despertando tanto el malestar de autoridades como comentarios extrafronteras, donde han levantado la voz de sus obras para gritar lo que viene sucediendo en Sinaloa.

En el ballet clásico también hemos tenido referencias al asunto. En 2010 la Escuela Municipal de Ballet Clásico de Mazatlán estrenó en el teatro Ángela Peralta la obra El Secuestro, original de Zoyla Fernández, en la que ofrece en forma artística un reclamo ante tanta violencia. 



También, el grupo tijuanense Lux Boreal de danza contemporánea, con el que participa una hija del escritor sinaloense César López Cuadras, autor de Cástulo Bojórquez, tiene montada una escenografía sobre el tema titulada Flor de siete pétalos, donde bailan con ironía la convivencia amorosa entre autoridades y narcos.

Hace unos años la televisión nos mostraba una campaña de Pemex para convencernos de su enorme influencia en cualquier actividad del mexicano. 



Para el asunto en cuestión, se me antoja recordar uno que decía ¿Pemex en mi cocina?, pero contextualizado: ¿el narco en mi cocina? 


Y aparece una clásica belleza sinaloense que abre un descomunal refrigerador del que extrae dos cervezas. ¿La marca?:Malverde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario