En la frontera entre Tijuana y San
Diego, un grupo de jóvenes crearon el proyecto de BordoFarms. Buscan, por medio
de la habilitación de pequeñas parcelas, ser una opción para algunos migrantes
que quedaron ‘atrapados’ en la ciudad
“Tijuana
es la ciudad más dura del mundo. Y si este es el lugar más duro de Tijuana,
entonces el bordo es el lugar más duro del mundo”
Miguel
Marshall
Emprendedor
Los
deportados son víctimas de un sistema que los desecha, a pesar de que cuando
trabajaron en Estados Unidos enviaron remesas millonarias a México
“Llegué
aquí la verdad queriendo intentar regresar (a Estados Unidos), pero me uní a
este proyecto y veo que es algo bueno, algo de lo que yo puedo vivir aquí en
México”
Jesús
González
Líder
de los BordoFarmers
En
una de las zonas más agrestes de la ciudad de Tijuana, Baja California, la
frontera más transitada del mundo, un joven emprendedor intenta sacar del limbo
a los migrantes más desamparados, los que no han logrado cruzar “al otro lado”,
que fueron deportados, o que viven atrapados en las garras de la drogadicción,
con un futuro incierto y evadiendo su realidad.
En
la canalización del Río Tijuana, un arroyo cubierto de cemento que cruza la
ciudad y la divide en dos, Miguel Marshall y sus colaboradores arrancaron con
el proyecto de BordoFarms o “Granjas del Bordo”, si se traduce al español, en
el que se habilitaron pequeñas parcelas para la siembra de vegetales y
hortalizas.
Ahí,
trabajan algunos migrantes atrapados en el río. Hoy se hacen llamar los
“BordoFarmers”.
Con
su huerto urbano, que tiene apenas unas cuantas parcelas, Marshall y los suyos
desafiaron no solo al destino de estos hombres, sino también a las autoridades.
Sin
permisos para realizar obra alguna en ese lugar, de jurisdicción federal,
Marshall y un grupo de jóvenes líderes comenzaron con la instalación de los
pequeños huertos.
Fueron
amenazados por las autoridades de que sería demolida la instalación. Sin
embargo, los propios migrantes cuidan, con guardias las 24 horas del día, que
las parcelas no sean destruidas.
Los
BordoFarmers ya levantaron su primer cosecha. Con orgullo hablan sobre sus cualidades
para hacer crecer los frutos en una caja con tierra fértil.
Con
su primer levantamiento, los migrantes deportados prepararon una ensalada que
comieron en medio de un festín, por el objetivo cumplido.
La
meta es que las BordoFarms crezcan y se conviertan en una verdadera opción para
más de los 10 hombres que actualmente laboran en el proyecto.
El
motivo de fondo, sin embargo, es sacar a los migrantes del bordo de su
condición y brindarles una nueva oportunidad de vida. Construir un huerto
vertical de grandes dimensiones que dé trabajo a quienes se encuentran en la
canalización del río.
Apenas
a unas semanas de que comenzó sus actividades, ya dos personas han abandonado
el bordo. Se fueron listos para iniciar una nueva vida. Eso, para Marshall, ya es
un logro. Pero falta multiplicarlo por cientos.
EL RÍO TIJUANA, UNA HERIDA ABIERTA
Caminar
por la orilla del Río Tijuana puede ser devastador. En él, miles de migrantes
deportados y personas sin hogar deambulan en espera de conseguir un trabajo o
poder cruzar a Estados Unidos.
Quienes
no tienen a donde ir, duermen debajo de los puentes vehiculares que atraviesan
este río encementado que es, más bien, una herida abierta que atraviesa la
ciudad de lado a lado, de este a oeste.
Cientos
de personas han convertido a este río en su hogar. Desde adentro, el panorama
asemeja un escenario digno de una película de ciencia ficción. No se observa
nada más que las paredes y el piso de cemento gris, que se pierde en el
horizonte con el azul del cielo.
La
canalización del Río Tijuana está dividida por un muro invisible. En la parte
más cercana a la frontera con Estados Unidos viven cientos de migrantes en
condiciones de indigencia; muchos de ellos, adictos a la heroína y otras
drogas, viven en un mundo paralelo, ajenos a lo que les rodea y a sí mismos.
Del
otro lado, hacia el este de la ciudad, se encuentran cientos de personas
deportadas indigentes con alguna enfermedad terminal o crónica. Han sido
expulsados por quienes están del otro lado del río para evitar un contagio.
“Tijuana
es la ciudad más dura del mundo. Y si este es el lugar más duro de Tijuana,
entonces el bordo es el lugar más duro del mundo”, dice Marshall, con un dolor
clavado en la mirada.
Justo
en medio de ambos mundos que conviven en el río, se encuentran las BordoFarms.
En
30 cajas de madera que ellos mismos construyeron, los BordoFarmers cuidan sus
plantas de betabel, acelga, cebolla y otros frutos, con el mismo empeño que
cuidarían un tesoro.
Para
ellos, las plantas en las pequeñas parcelas representan no solo un fruto
creciendo; significan una esperanza de que puede haber un mejor futuro.
Las
pequeñas parcelas fueron colocadas en el pasillo que recorre el río Tijuana
justo a espaldas de la Plaza Río, el centro comercial emblemático de la ciudad.
Un
puente peatonal y una ciclovía que luce abandonada, permiten a cualquiera bajar
a ver las BordoFarms.
Debajo
de la rampa de la ciclovía, estos granjeros urbanos instalaron un campamento
con una casa de campaña, una cama cubierta de cartón y un estante para colocar
sus enseres y, desde ahí, vigilan día y noche el bienestar de sus parcelas.
Cocinan
en un fuego que alimentan con palos, y un bote de chiles es su cazuela.
Como
en un campo de batalla, el campamento está coronado por una bandera de México,
que ondea viva con el aire que también les acaricia el rostro mientras cuidan
sus huertos.
GLOBAL SHAPERS, IMPULSORES MUNDIALES
Miguel
Marshall, un joven emprendedor, nacido en San Diego, California, pero con
fuertes raíces en Tijuana, fue invitado por el Foro Económico Mundial para
formar parte de la comunidad de Global Shapers, o Impulsores Mundiales.
A
sus 28 años, Marshall llegó a esa comunidad de líderes con un proyecto en mente
para ayudar a Tijuana y su gente: instalar un huerto urbano y dar una mano a la
comunidad de deportados, generando empleos.
El
proyecto fue avalado por los Global Shapers y ahí comenzó su camino.
Marshall
se puso en contacto con Transición Tijuana, una organización que impulsa la
creación de huertos urbanos, y juntos crearon el proyecto piloto.
Decidieron
entrar con los huertos en la canalización del río, una zona federal bajo
jurisdicción de la Comisión Nacional del Agua, y ahí comenzaron a instalar las
parcelas.
“Entramos
a una zona que le pertenece al gobierno, entramos sin permiso; y lo que fue,
fue como un acto de desobediencia social. Y ese acto de desobediencia social se
convirtió en las BordoFarms y ahorita estamos en negociaciones con la Conagua
para la permanencia del proyecto”, narra Marshall.
Al
principio, comenta, las autoridades los vieron solo como activistas e
intentaron desalojarlos del lugar.
Al
ver que “no había nada en contra del gobierno”, dice Marshall, la resistencia
fue evolucionando a apoyo, aunque ahora el reto es obtener más recursos
económicos que permitan seguir con el proyecto y no ser expulsados de esos
terrenos.
La
apuesta de Marshall fue llevar hasta el bordo un proyecto productivo y no
asistencialista, donde solo se le diera de comer a los migrantes, sin
brindarles una oportunidad de salir adelante.
Desde
su visión, los deportados son víctimas de un sistema que los desecha, a pesar
de que cuando trabajaron en Estados Unidos enviaron remesas millonarias a
México.
La
acción de las BordoFarms comenzó a mediados de enero de este año. A un mes de
su operación, se han invertido en ellas alrededor de 5500 dólares; de ellos,
unos 1200 dólares, han venido directamente de los bolsillos de Marshall.
La
continuación del proyecto depende ahora de la colaboración económica de las
personas para poder ponerlo en pie.
“Al
final del día no queremos vivir de donaciones, lo que queremos crear un
proyecto sustentable financieramente, entonces por eso es que creamos estos
huertos que al final del día, a largo plazo, se van a vender y eso va a generar
dinero y ese dinero se va a poder utilizar para contratar a personas”, señala
Marshall.
Quienes
participan en las granjas organizan “intervenciones” en las BordoFarms para
atraer apoyos de la población. En el terreno de las granjas se realizan eventos
artísticos y de convivencia social para que la ciudadanía acuda y lleve apoyos.
La
próxima “intervención” se realizará el 7 de marzo y lo que más se requiere es
apoyo en efectivo y de voluntariado.
“Es
concientizar a la ciudad, que la ciudad entienda la situación que se vive, que
la apoyen, pero de una manera consciente, no de una manera asistencial, y que
al final logremos reintegrar a nuestra comunidad de deportados a la ciudad, que
es una ciudad que ha sido creada por gente migrante, es una ciudad de todos.
“Ahorita
ya no es un proyecto mío, ni de Global Shapers, ni de Transición Tijuana. Es
BordoFarms y es un proyecto de la ciudad; ahorita ya es un proyecto de los
BordoFarmers que son los que están operando y están en el día a día. Entonces
este ya no es un proyecto de nadie, es un proyecto de todos”, afirma Marshall.
Hasta
ahora, con el apoyo de las BordoFarms, dos migrantes ya han salido de la
canalización del río.
Uno
de ellos, se integró a la vida de la ciudad y ahora tiene un empleo; otro,
volvió a su lugar de origen después de 19 años fuera de su hogar.
UNA LUZ AL FINAL DEL CAMINO
Entre
los BordoFarmers eligieron a Jesús González como su líder. Él es el encargado
de dirigir al equipo de migrantes deportados y voluntarios que se han unido al
proyecto.
Originario
de Aguascalientes, “Chuy”, como le dicen sus amigos, fue deportado de Lexington,
Kentucky, donde trabajaba en un rancho como capataz.
La
policía lo agarró sin licencia y de ahí lo mandó a la cárcel. Luego, directo a
ser deportado. Así fue como llegó al río Tijuana.
“Llegué
aquí la verdad queriendo intentar regresar (a Estados Unidos), pero me uní a
este proyecto y veo que es algo bueno, algo de lo que yo puedo vivir aquí en
México”, expresa Chuy.
Su
finalidad es continuar en BordoFarms cuando sea ya autosustentable y pueda
aprender un oficio para aplicarlo en Aguascalientes, su tierra, a donde le
gustaría regresar.
Otro
de los BordoFarmers es Juan Carlos Sánchez, un migrante originario de Tepic,
Nayarit, pero que desde muy chico fue llevado por su familia a Estados Unidos,
donde creció.
En
la ciudad de Atlanta, Georgia, Juan Carlos hizo su vida: muy joven se casó y
tuvo una hija. Tiempo después, salió voluntariamente de Estados Unidos “por un
error” que cometió. Lleva nueve años esperando su “perdón” para poder intentar
pasar nuevamente y reunirse con su familia.
Su
esposa, una mujer norteamericana, se fue a vivir a Tijuana con él y ahí estuvo
durante siete años. Sin embargo, ella tuvo que regresar a Estados Unidos por
problemas con uno de sus hijos, y Juan Carlos entró en crisis: padeció
alcoholismo y llegó a vivir al bordo.
Juan
Carlos llegó al proyecto de BordoFarms un día que ayudaba a un amigo con
problemas de heroína que vive en la canalización del río, un hombre con el que
creció en las pandillas “del otro lado”.
“Vi
las plantas y dije: ‘De aquí soy, Juan de aquí es’ (…) Dios me hizo ver la luz
otra vez; el pasado es el pasado, ya olvídalo, fíjate en el presente y el
futuro porque siempre es bueno adelantar cosas para que estés enfocado y que no
se te olvide que tienes que hacer lo que tienes que hacer”, reflexiona Juan.
Su
sueño es cumplir los 10 años que debe estar fuera de Estados Unidos y volver a
Atlanta a retomar su vida. En su interior llevará ya varias enseñanzas que le
dejó su vida como deportado.
“Yo,
para mí, este país se me hace rico. Pero pues es la sociedad la que se hace
rica, ¿verdad? Y al pobre, pues al pobre lo mandan al canal”, sentencia.
Junto
a ellos trabaja también Rafael Rodríguez, un hombre originario de Córdoba,
Veracruz, que vive en Tijuana desde hace siete años.
Aunque
no llegó a las BordoFarms como migrante deportado, Rafael se unió como
voluntario por su deseo de ayudar a hacer crecer el proyecto y, quizá,
encontrar un trabajo estable.
“Yo
me ofrecí a ayudar y también porque andaba desempleado, me quedé sin trabajo, y
a la vez también vivir lo que vive esta gente, el dormir aquí, el adaptarse al
clima, a compartir un plato, un café o algo con las demás personas.
“Tenemos la esperanza de salir de aquí y de
tener un trabajo; yo pienso que ese proyecto va para grande”, comenta Rafael.
Para
cada uno de los BordoFarmers, el proyecto representa una esperanza para salir y
retomar su vida como gente productiva, más allá de solo estirar la mano para
recibir alguna caridad.
(REPORTE
INDIGO/ IMELDA GARCÍA/ Viernes 27 de febrero de 2015)
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