domingo, 27 de noviembre de 2011

EBRARD Y BELTRONES, FUERA... SIN HABER COMPETIDO

Román Revueltas Retes
Nos encontramos, de pronto, con que el PRI y el PRD ya tienen a sus respectivos candidatos presidenciales sin saber, bien a bien, cómo fue que se negoció el asunto. ¿Se siguió algún proceso interno establecido por los estatutos, se llevó a cabo una elección propiamente dicha entre varios pretendientes, se respetaron tiempos y plazos previamente establecidos? No.

La participación de Manlio Fabio Beltrones como candidato presidencial del PRI no tendría, en principio, por qué afectar la “unidad” de ese partido. El término, reverenciado como un principio sagrado, se ha vuelto un palabro muy socorrido por unos militantes que lo invocan, inexorablemente, cada vez que les es exigido el acatamiento a la “línea” —otro terminajo primigenio— dictada desde la cúpula.

Cual nación en guerra que no tolera los habituales usos y costumbres de la democracia —aduciendo que terminarían por debilitar a la nación frente al alevoso adversario (de ahí, justamente, que los tiranos se fabriquen siempre un espantajo a la medida, el enemigo exterior, para aplastar a los opositores y disidentes de casa)— en el Partido Revolucionario Institucional, por lo visto, se sienten lo suficientemente amenazados como para creer que deben conformar un frente “común” sin fisura alguna ni discrepancia posible.

Pero, señoras y señores, ¿acaso convocar a diferentes aspirantes, escuchar sus propuestas por separado y evaluar su desempeño —todo ello de manera pública y abierta frente a unos votantes que, después de todo, necesitan estar bien informados en tanto que son ellos quienes terminarán por elegir a su favorito en las urnas— es una práctica que amenaza inexorablemente la solidez de la congregación? ¿No es, por el contrario, un trámite obligado en unas agrupaciones que pretenden representar a los ciudadanos y vigilar sus intereses?

Nos encontramos, de pronto, con que el PRI y el PRD ya tienen a sus respectivos candidatos presidenciales sin saber, bien a bien, cómo fue que se negoció el asunto. ¿Se siguió algún procedimiento interno establecido por los estatutos, se llevó a cabo una elección propiamente dicha entre varios pretendientes, se respetaron tiempos y plazos previamente establecidos, se lanzó una convocatoria, se pudieron inscribir formalmente los posibles interesados, en fin, se realizó un proceso abierto de selección previa? No. Nada de esto ocurrió. ¿Alguien recuerda, por ejemplo, algún debate público entre Ebrard y López Obrador? ¿Enrique Peña Nieto debió contender contra algún otro aspirante que, declaradamente, sin ambages y frente a los reflectores, hubiera expresado su deseo —perfectamente legítimo, encima— de ser presidente de Estados Unidos (Mexicanos)? Es más ¿hubiera estado abierta la posibilidad para todos —es decir, para cualquier militante de cierto pelaje— sin que ello hubiera significado, como parece ocurrir en los hechos, la muerte política y la autoinmolación del pretendiente?

Con todo y lo odiosos, aparte de inquietantes, que me resultan los aspirantes a la candidatura presidencial del Partido Republicano en Estados Unidos (de América), (un reciente artículo en el semanario Newsweek de Paul Begala, antiguo consejero de Bill Clinton y comentarista político, no tiene desperdicio: lo titula, ni más ni menos, El partido estúpido y exhibe la estulticia de unos precandidatos que, de manera deliberada y para agenciarse las simpatías de un populacho que resiente la arrogancia intelectual de los académicos de la izquierda, se presentan ante el público como unos simples de espíritu: niegan, entre otras cosas, la Teoría de la Evolución, el cambio climático o se empantanan como Rick Perry a quien, en un debate, se le olvidó cuál era uno de los tres Departamentos de la Administración que se proponía eliminar si llegaba a la presidencia) debo reconocer que están participando en un proceso mucho más trasparente y democrático que los que organizan nuestros partidos.

Lo más curioso es que muchos comentaristas señalan que el retraso del PAN en la designación de un candidato presidencial le va a significar una desventaja irrecuperable (más allá de que las encuestas determinen, desde ya, que Peña Nieto es el puntero en la carrera). Pero, si lo piensas, podría ser tal vez una estrategia también provechosa en lo que se refiere al uso de los fondos públicos otorgados por las autoridades electorales precisamente en una circunstancia de competencia entre precandidatos. En todo caso, parece ser que nos acomodamos muy bien a esa preeminencia de los candidatos únicos (que diga, candidatos de “unidad”) en los partidos.


En lo personal, no sólo lamento la abdicación de Beltrones —un hombre público excepcional que ha planteado propuestas inteligentes y proyectos muy beneficiosos para la nación— sino que deploro el empobrecimiento democrático que implica la ausencia de una verdadera competencia, entre pares, dentro de los partidos.

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