La
presencia de la MS-13 en algunos distritos de Estados Unidos atormenta a las
familias de migrantes que huyeron de esa misma violencia. La historia de cuatro
jóvenes asesinados en Long Island revela una encrucijada cruel, que se ha
perdido de vista en la discusión de la política migratoria.
Los
cuerpos fueron hallados en el bosque, detrás de un campo de fútbol, en un área
suburbana de Long Island. Era mediados de abril, durante las vacaciones de
primavera. Se trataba de cuatro jóvenes apuñalados a muerte con machetes: el
arma preferida de la MS-13.
Todos
eran latinos y estaban entre las víctimas más recientes de la Mara Salvatrucha,
la pandilla fundada en Los Ángeles en los años ochenta que después fue
exportada a El Salvador, Honduras y a distintas ciudades en Centroamérica y
Estados Unidos.
La
MS-13 ha tenido presencia en Long Island durante décadas, pero en los últimos
18 meses realmente se ha hecho sentir: el grupo es señalado como responsable en
17 asesinatos, según la policía del condado de Suffolk. Solo tres de los
homicidios han resultado en una imputación contra los sospechosos, entre ellos
el asesinato en septiembre de 2016 de las adolescentes Kayla Cuevas y Nisa
Mickens, de Brentwood, Nueva York.
La
presencia de la MS-13 es una realidad atemorizante para las familias migrantes
que justamente huyeron de esa violencia en sus países de origen, en especial
cuando las muertes más recientes se han vuelto un punto de discusión de la
política migratoria. En el debate se ha perdido de vista la vida de cuatro
jóvenes que solo querían seguir viviendo en Estados Unidos.
Ninguno
de ellos parece haber tenido alguna conexión aparente con la MS-13; se habían
esforzado por mantenerse alejados de la pandilla.
De
izquierda a derecha: Justin Livicura, Jefferson Villalobos, Michael López y
Jorge Tigre Justin Livicura, de 16 años, era de familia ecuatoriana y había
nacido en East Patchogue, Nueva York. Trabajaba en un restaurante con Jorge Tigre,
de 18, quien había llegado a los 10 años desde Ecuador. Michael López Banegas,
de 20, había huido de la violencia de las pandillas en Honduras hace tres años
para reunirse con sus padres en Brentwood. El primo de 18 años de Michael,
Jefferson Villalobos, también huyó de Honduras en la misma época; vivía en el
sur de Florida con sus padres.
Jefferson
llegó un viernes a Long Island para visitar a su familia. El miércoles
siguiente los primos estaban muertos.
El
padre de Michael, Carlos López, dijo que espera que la policía esté cerca de
encontrar a los responsables para que su familia pueda, al menos, saber el
motivo detrás de los homicidios.
Las
autoridades aseguraron que han reunido a individuos que se sabe que son
pandilleros y ha arrestado a 220 de ellos desde septiembre. Entretanto, en los
rincones de Long Island ha quedado claro que incluso las acciones más casuales
de los adolescentes —fumar marihuana, usar una camisa del color equivocado o
ser irrespetuosos con algún extraño— tienen fuertes consecuencias, aunque estén
en Estados Unidos: ahí también están al alcance de la MS-13.
El
comisionado de la policía de Suffolk, Timothy Sini, no quiso discutir los
detalles de la investigación, pero dijo que, para la MS-13, la violencia es
tanto un medio como un fin.
“Cuando
la pandilla se siente despreciada, usa violencia para lidiar con ello”, dijo
Sini. “Cuando siente que alguien no sigue las reglas, usa la violencia como
respuesta. Francamente, cuando no les gusta alguien, encontrarán una razón para
usar la violencia en su contra”.
LOS CUATRO
La
ola migratoria desde Centroamérica hacia Estados Unidos tuvo su punto más
álgido en 2014, cuando miles de menores no acompañados hicieron el trayecto
para escapar de la violencia pandillera en sus países de origen. Michael y
Jefferson, los primos asesinados, habían crecido en Santa Rita —un pueblo del
noroeste hondureño— y viajaron a Estados Unidos por separado ese mismo año.
Michael había visto morir a varios amigos a manos de las pandillas. Los padres
de ambos, que ya vivían y trabajaban en Estados Unidos, los mandaron a buscar.
“Fue
cuando las cosas estaban muy mal ahí”, dijo el padre de Jefferson, Francis
Villalobos, quien lleva 19 años viviendo en Pompano Beach, Florida. “Mi madre
me dijo: ‘Te lo tienes que llevar. Las pandillas andan reclutando, necesita
irse para no terminar ahí'”.
Después
de cruzar la frontera, como menores no acompañados, los primos pasaron un mes
en un centro de detención en Texas antes de que el gobierno los liberara para
que se reunieran con sus padres. Ambos solicitaron asilo.
Jefferson
Villalobos, de 18, escapó de Honduras y vivía con sus padres en Florida. Estaba
de visita en Long Island cuando fue asesinado. Credit Yensy Fuentes
Jefferson
empezó a estudiar en la costa sureste de Florida. Se convirtió en una estrella
del equipo de fútbol. Pero no le encantaba la escuela y el último año del
colegio se fue a trabajar con su padre, limpiando vidrios en Miami. En abril,
la familia viajó a Long Island para visitar al tío de Jefferson, quien vive con
su esposa en los últimos pisos de una casa en Brentwood. En el primer piso
vivía Michael con sus padres.
Michael
llegó a Brentwood a los 17 años, en abril de 2014. No había visto a su madre
desde que tenía cinco ni a su padre desde que tenía uno. Después de que llegó,
Michael encontró trabajo en un supermercado en Famingville. Se enamoró de una
de sus compañeras de trabajo, Fabiola, aunque su familia dice que también era
un poco donjuán; varias exnovias acudieron al velorio.
Ese
otoño de 2014, Michael empezó a estudiar en Brentwood High School; era uno de
los 4624 menores migrantes no acompañados que se han inscripto en el distrito
escolar de Brentwood durante los últimos tres años, de acuerdo con la policía.
En el distrito hay 20.000 estudiantes en total.
Michael
López Banegas, de 20, había huido de Honduras en 2014 por temor a la violencia
pandillera.
Michael
le dijo a la madre de su novia, Irma, que no estaba cómodo con la presencia
pandillera en los pasillos del colegio. Quería estar más cerca de Fabiola y
dejar ese ambiente; por eso se transfirió al colegio Sachem High School East,
asegura Irma, quien pidió que no se usara su apellido porque es una migrante
mexicana indocumentada.
Michael
vivió durante algún tiempo en el hogar de Irma y Fabiola. Su nuevo colegio
tenía una composición casi opuesta a la de Brentwood, donde el 80 por ciento de
los estudiantes son latinos. En Sachem East, más del 80 por ciento del cuerpo
estudiantil es gente blanca. Como había pocos hispanos, tendían a juntarse
entre ellos. En su primer día en la escuela, Michael conoció a Álex Ruiz,
recién llegado de El Salvador.
Según
Irma, Álex sabía algunas señas pandilleras y se las enseñó a Michael, pero él insistió
que nunca quiso unirse a las maras. Por eso había escapado de su hogar, le dijo
varias veces a Irma.
De
todos modos, fue por medio de álex que Michael y su primo Jefferson se juntaron
esa noche de abril con Justin Llivicura y Jorge Tigre, quienes vivían al otro
lado del condado, en el enclave ecuatoriano de Patchogue.
Jorge
Tigre, de 18, había llegado a Estados Unidos desde Ecuador hace ocho años.
Jorge
era el cuarto hijo en su familia. Su padre había sido deportado desde Estados
Unidos a Ecuador, condenado por violencia doméstica contra su madre, Bertha
Ullaguari. Ella trabajaba como empleada doméstica y Jorge la ayudaba. “A veces,
le pedía que cocinara o trapeara o barriera o lavara los platos, y lo hacía
todo”, dijo en entrevista telefónica el día del funeral de su hijo.
En
otoño, Jorge publicó en su página de Facebook que lo habían nombrado en la
lista de honores en el colegio Bellport. Pero para el invierno, según sus
maestros, había dejado de ir a clases. Un hermano de Jorge dijo que él no era
miembro de la MS-13 pero que tenía amigos que sí pertenecían a la pandilla y
que su hermano había tratado de zafar de ellos. Su madre recuerda que unas semanas
antes de los homicidios poncharon las llantas del auto de Jorge, aunque una de
las hermanas de Jorge asegura que fueron jóvenes celosos del auto, no
pandilleros.
Justin
Llivicura, de 16, nació en East Patchogue, Nueva York de familia ecuatoriana.
“Le
pregunté si alguien lo estaba amenazando y dijo que no, que nadie lo estaba
amenazando, que solo no le gustaba la escuela”, relató su madre, Blanca Zhicay,
quien emigró desde Ecuador hace 25 años. “Incluso fui a la escuela para
preguntar si tenía problemas con alguien ahí. Pero me aseguraron que no”.
Zhicay
dice que Justin quería ser DJ y tocaba para sus amigos y familiares. No tenía
coche: Jorge lo llevaba a los lugares donde tocaba.
LAS SALIDAS
Michael
y Jefferson pasaron el 11 de abril trabajando con Carlos López, el padre de
Michael. A las ocho de la noche, dijo López, ambos jóvenes estaban exhaustos y
descansando en casa. Él se fue para su otro empleo, el nocturno, pensando que
ellos se quedarían a dormir.
Pero
Michael, a quien le gustaba salir con amigos, le había dicho a Irma que tenía
planes para ese martes. No dio detalles.
Esa
misma noche, Justin le pidió permiso a su madre para ir a Manhattan a una
fiesta, donde le dijo que iba a haber algunas celebridades, lo que podría ser
bueno para su carrera de DJ. Ella dijo que no pero, cuando revisó su cuarto a
las 21:30, lo encontró vacío. Una de las hermanas de Justin dijo que un auto
había pasado a recogerlo.
Irma
después se enteró de que Jorge era quien había recogido a Justin, y que Álex
también estaba en el auto. Después pasaron por Michael y Jefferson en Brentwood
y por otras dos amigas, según Irma.
Los
siete jóvenes terminaron en el campo de fútbol frente al complejo recreativo de
Central Islip. Como típicos adolescentes en los suburbios, planeaban fumar
marihuana en el bosque.
Álex
fue quien les contó a Carlos López y a Irma lo que sucedió luego. Después de
estar sentados en el bosque un rato, Michael vio que se acercaban personas con
máscaras y le preguntó a Álex si pensaba que eran de la MS-13. Álex respondió
que no estaba seguro. Los enmascarados los rodearon y forzaron a los hombres a
arrodillarse. Álex se las arregló para huir. No queda claro qué les sucedió a
las dos chicas.
Irma
recibió una llamada alrededor de las 23:00, pero estaba dormida y no escuchó el
teléfono. Revisó el mensaje de voz a la mañana: era Álex, que le decía
“contacta a Michael”. El hermano de Jorge dijo que también recibió una llamada
de Álex: “Veo a tu hermano, lo están matando”.
Los
detectives revisan la zona donde fueron hallados los cuerpos. Credit Uli Seit
para The New York Times
UNA BÚSQUEDA FRENÉTICA
Para
la mañana del 12 de abril, Michael y Jefferson no habían regresado a casa.
Irma
habló con Álex, quien le dijo que la última vez que había visto a Michael estaban
en el bosque. Ella le comunicó el mensaje a Carlos López y él, por su parte, le
pasó el mensaje a su concuñado, el padre de Jefferson, quien de inmediato temió
lo peor. “Los mataron”, dijo Francis Villalobos.
Después
de varias llamadas para tratar de determinar dónde habían estado los jóvenes
por última vez, Irma y los padres de los primos siguieron la señal del GPS del
teléfono celular de Jefferson, que la madre del joven había rastreado desde
Florida por medio de su cuenta de Facebook.
Cuando
llegaron al parque detuvieron a un policía que estaba patrullando y le dijeron
que sus hijos estaban desaparecidos y que la señal del celular de uno llevaba
hacia el bosque. El padre de Michael dijo que, en vez de revisar el área en ese
mismo momento, el oficial les sugirió que reportaran a las personas
desaparecidas.
Contactaron
a Álex para pedirle más información y lo recogieron para ir juntos a la
estación policial. Álex se rehusó a entrar, según López. Después el hermano
mayor de Michael llegó a la estación y logró que Álex lo llevara al bosque.
Unos minutos más tarde, Carlos López recibió la llamada: “Papá, encontramos a
Michael. Está muerto”.
López
empezó a llorar en la estación de policía. “Ahí fue cuando nos creyeron e
hicieron algo”.
Esa
mañana también comenzó a circular un video que le habían enviado a la novia de
Justin: mostraba a los cuatro jóvenes tirados en el piso boscoso. Cuando Blanca
Zhicay lo vio por primera vez, de inmediato reconoció a su hijo por la
vestimenta, pero la policía no dejó que viera el cuerpo mutilado de Justin.
“Tenemos el video y sabemos de dónde vino”, fue lo único que dijo el
comisionado Sini al respecto.
A
estas alturas, Zhicay dice que solo quiere algo de información sobre lo
sucedido. “A veces pienso que si hubiera sido un chico estadounidense moverían
cielo y tierra, pero como son latinos y sus padres son latinos…”, dijo.
MANO DURA
Dos
semanas después de que Michael, Jefferson, Jorge y Justin fueran hallados
muertos, el fiscal general Jeff Sessions llegó a Central Islip, desde donde dio
una conferencia de prensa en la que prometió que le pondrían fin a la MS-13.
Dijo que los pandilleros se habían aprovechado del programa para menores no
acompañados para meterse al país sin ser detectados, como si fueran a reunirse con
familiares. Y los que no son pandilleros son muy vulnerables y los reclutan
fácilmente, de acuerdo con los policías.
En
los últimos años, escuelas como Bellport —donde estudiaban Jorge y Justin—, han
empezado a tener una mayor presencia de la MS-13, según el presidente de la
asociación de padres y maestros. Hay grafitis en los baños y en otros lugares
ubicados en puntos ciegos para las cámaras de seguridad.
Cuando
se reanudaron las clases después de las vacaciones de abril, la escuela convocó
una asamblea para hacer un minuto de silencio en honor a Jorge y a Justin. Pero
el silencio fue quebrado rápidamente: algunos estudiantes se pusieron a
aplaudir y a festejar.
En
mayo, tres adolescentes fueron suspendidos de Bellport bajo sospecha de
pertenecer a pandillas, aunque su abogado dice que son acusaciones falsas. Uno
de los tres jóvenes está detenido en Virginia pendiente de deportación.
“El
temor es que nuestros clientes huyeron de América del Sur y Central porque sus
vidas estaban amenazadas por verdaderos miembros de la MS-13”, dijo el abogado,
Peter Brill. “Y si los van a deportar pese a que no son de la MS-13, pero se
piensa que lo son, van a expulsarlos a un país donde sus vidas van a estar en
peligro de inmediato”.
Fotos
de Michael López Benegas cuando era niño en su hogar en Brentwood Credit Joshua
Bright para The New York Times
Carlos
López, el padre de Michael, dijo que habían oído rumores sobre posible
actividad pandillera en Brentwood, pero que pensaron que era una situación
lejana y que Michael se mantendría al margen. El cuarto de Michael, pintado con
el color azul de la bandera hondureña, se ha vuelto un altar. En la cama su
madre puso su sudadera favorita, que tiene un dibujo de una hamburguesa y unas
papas fritas. Sus zapatillas de fútbol y la máquina de karaoke siguen estando
en un rincón.
En
el pasillo, debajo de fotografías de Michael cuando era niño, hay una parte de
muro recién arreglada: el hermano de Michael golpeó la pared con su puño por el
dolor de haberlo encontrado muerto.
El
servicio funerario de Jefferson, el primo de Michael, fue con el féretro
abierto. En su cabeza aún podían distinguirse las heridas del machete pese al
trabajo del maquillador funerario. Su ojo derecho era en realidad un pedazo de
algodón.
Ese
día, Francis Villalobos, su padre, se sentó en una oficina para hablar sobre
Jefferson. Tenía puesta una camisa con una foto impresa de su hijo sonriente,
mirando las nubes.
Resignado,
habló de lo que consideraba una crueldad absurda: su hijo había huido de la
violencia de las maras en Honduras, pero de cualquier manera la habían
encontrado en Estados Unidos. “Nadie”, dijo, “está a salvo en ninguna parte”.
(THE NEW YORK TIME EN ESPAÑOL/ LIZ ROBBINS Y NADIA
T. RODRIGUEZ/ 13 DE JULIO DE 2017)
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