lunes, 23 de abril de 2012

EL SUTIL DESPOJO


  
Toño Sosa, nuevo dueño de la banda Hermanos Rubio de Mocorito
Investigaciones Ríodoce

La tambora en esta tierra/ es la banda primitiva;
Es la música nativa/ que el alma del pueblo encierra…
El cuartel, el campamento/ y el pueblo, con ansia viva/
Sienten y aman la nativa, estruendosa y primitiva/ música de viento.


—Poema La tambora, de don Enrique Pérez Arce.

Redacción 
A la antigua y tradicional Banda de los Hermanos Rubio de Mocorito le robaron su nombre junto con su esencia. Durante ochenta y tres años, la familia Rubio interpretó la música de tambora sin preocuparse por nada más que no fuera transmitir los conocimientos musicales para desarrollar en los niños y jóvenes de la comunidad, las facultades, casi siempre innatas, en la ejecución del trombón, del clarinete, la trompeta, la tarola, la tuba… Ha sido tradición familiar a lo largo de cinco generaciones, referente ancestral de una herencia musical que se transmite de padres a hijos, músicos empíricos de oído, de corazón, de rústica inspiración.
Hoy, la banda musical, originaria de la pequeña comunidad de La Huerta, enclavada en la sierra de Los Parra de Mocorito, se resquebraja. Hace poco más de un año, los integrantes de “la mejor dinastía de México” se enteraron de que a través de argucias legales, el empresario mocoritense, director del grupo Anjor, Carlos Antonio Sosa Valencia, registró como propia a la organización musical de los Hermanos Rubio ante la Dirección de Reservas de Derechos de Autor, dependiente de la Secretaría de Educación Pública.

Llega el mecenas

Todo comenzó en 2008, cuando Sosa Valencia —dueño también de Cuadra Anjor, especialista en la crianza y entrenamiento de caballos Cuarto de Milla— llamó a los integrantes de la Banda Hermanos Rubio y les dijo que quería ayudarlos.

—¿Qué es eso de andar tocando de pueblo en pueblo con tantas carencias? —les dijo. Yo les voy a regalar un camión para que se trasladen sin problema.

Los Rubio se extrañaron de la propuesta, pero el argumento era meramente filantrópico: “Son una buena banda con muchos años de tradición musical, quiero apoyarlos sin ningún interés”.

A los meses adquirieron el autobús por 70 mil pesos. Y a los pocos días, Antonio Sosa los llamó para invitarlos a grabar un disco de música sinaloense con el cantante Alberto Ángel el Cuervo. Se hicieron los preparativos para terminar el CD en el mes de octubre de 2011. La idea era tener una cantidad suficiente de material discográfico para regalar a conocidos y amigos del empresario durante los festejos de la fundación de Culiacán.

En ese lapso, el empresario les comunicó que había registrado como suyos los nombres Banda Hermanos Rubio y Banda Los Rubio de Mocorito. Les dijo que el objetivo era proteger a la banda por la producción del disco, además de proyectarla a otros niveles, que ya había contratado a un promotor artístico, que él haría de la banda una empresa que les iba garantizar sueldos “para que no anden tocando como bandas hueseras”.

Los músicos se enteraron que el empresario trató de registrar como suya a la banda en Culiacán, sin éxito, por lo que tuvo que viajar a la Ciudad de México y acudir al Instituto Nacional del Derecho de Autor, que reserva derechos de uso exclusivo a personas o grupos dedicados a actividades artísticas.

De esta manera, con un pago de 35 pesos, Sosa Valencia tiene “la facultad de usar y explotar en forma exclusiva títulos, nombres, denominaciones, características físicas y psicológicas distintivas, o características de operación originales aplicados, de acuerdo con su naturaleza”, de la emblemática banda de los Hermanos Rubio, según el artículo 173 de la Ley Federal del Derecho de Autor.

El poeta Mario Arturo Ramos fue el ejecutivo que preparó la grabación y edición del disco titulado Romance Mocorito, con arreglos de Lorenzo Lora, bajo la producción de Antonio Sosa, quien erogó alrededor de medio millón de pesos.

Después de eso, los músicos ya no se sintieron dueños de su propia banda. Un amigo de la familia Rubio, que pidió omitir su nombre, señaló: “La banda duró 80 años sin registro porque no era necesario, era un grupo familiar, un patrimonio cultural de Mocorito… es cierto que el señor está apoyando en muchas cosas de cultura, trae un buen proyecto de hacer aquí un pueblo mágico y no queremos echarle a perder eso, pero qué necesidad de hacerle eso a la familia Rubio oiga”.

Sin embargo, Sosa Valencia sabía de la incertidumbre que los músicos no querían exponer y les propuso:

—Yo lo único que quiero es ayudarlos, que la banda no caiga, porque ahorita con esta crisis económica abaratan la música con hueseras… pero cuando ustedes quieran, citen al notario y se las entrego.

—Sí, está bien, usted díganos cuando…
—Yo les aviso…

Pero nunca les avisó o, al menos, no lo ha hecho hasta hora, y los músicos Rubio no se atreven a opinar, mucho menos acusar al millonario empresario. Tienen miedo. Es el dueño casi total de la mayoría de las vetustas casonas que rodean la plazuela principal de la cabecera municipal, incluido el hotel La Misión de Mocorito, un emblemático edificio histórico que acaba de rescatar de las ruinas. Muchos lo llaman como él mismo se autoerigió: el mecenas de la cultura o el benefactor del pueblo. Aunque a media voz se le conoce como “el señor del dinero”.

No es la primera vez que Carlos Antonio Sosa Valencia se vale de artilugios legales para apropiarse de cosas ajenas. La revista Fortuna de Los Cabos, en Baja California Sur, publicó en su edición de mayo de 2009 un reportaje donde documenta las maniobras del empresario sinaloense para quedarse con un terreno de más de 800 hectáreas de playa, valuado en más de 105 millones de dólares. Al parecer en esta historia hay documentos falsos y sucios procedimientos.

Pero igual lo ha hecho en Guasave, en Guamúchil en Culiacán… donde el empresario, siempre bajo la sombra del poder, esté siempre envuelto en litigios contra particulares y contra las mismas instituciones del poder público.

Mantener la tradición


A lo largo de 80 años, la Banda Hermanos Rubio de Mocorito ha creado su propio estilo. A contracorriente, ha conservado, rescatado y acrecentado el más auténtico archivo de la música sinaloense.

Hasta hoy ha sido, dentro de su género, la agrupación musical de mayor antigüedad que ha mantenido una cohesión familiar y un nivel de ejecución de excelencia del mayor número de temas en los ritmos y formas que constituyen el acervo musical sinaloense, que durante cien años han tocado las bandas regionales.

Sin embargo, los integrantes de la banda, sin los medios para dedicarse de lleno a la música, se encuentran en la disyuntiva de competir con las llamadas bandas “hueseras” que cobran la mitad, o menos, que una banda bien establecida como la suya.

Entrevistado por Ríodoce, Víctor Manuel Rubio López, con 40 años de músico, es maestro y formador de jóvenes músicos en la secundaria y preparatoria de la localidad. Habla de la persistencia de la banda por aferrarse a la música tradicional, a pesar de la irremediable transformación de otras agrupaciones por el desarrollo tecnológico y el surgimiento de nuevos géneros: “Es un legado que hemos transmitido de generación en generación y es el activo musical que nos identifica a donde quiera que vayamos”.

En esta nueva etapa, Víctor Rubio, quien durante 25 años dirigió los destinos de la banda, pasó la batuta al nuevo representante, Óscar Rubio López, también parte de la familia.

—¿Va seguir siendo una banda familiar en esta nueva etapa?
—Espero que sí, a pesar de que muchos miembros de la familia optan por otros oficios y profesiones, pero hay algunos que se ponen bien la camiseta como Óscar, el actual representante, que tiene el reto de que la banda siga permaneciendo como tal.

El maestro Rubio prefiere no opinar sobre el registro y el dueño del nombre de la banda. Solo expresa que “vamos a seguir trabajando, como siempre”.

Por hoy, los Rubio admiten que la banda ya no es legalmente suya, pero que moralmente les sigue perteneciendo. “Pero no hay lío —aducen rápido— todo está bien, vamos a ver qué sale más adelante”.

 

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