jueves, 6 de junio de 2013

NI IMPLACABLES, MENOS IMPECABLES

No es fácil comprender el verdadero significado del discurso del presidente Enrique Peña Nieto durante la 29 Asamblea Plenaria de la Conferencia Nacional de Procuración de Justicia, realizada en la Ciudad de México el pasado jueves. En todo caso, es más fácil caer en la conclusión lapidaria de que es un eslabón más de la simulación con que en este país se enfrentan los problemas.

Peña Nieto hizo un llamado a las procuradurías para asegurarse de que su actuación no solo sea implacable, sino, sobre todo, “impecable”.

Ni una cosa, menos la otra. Todas las dependencias estatales encargadas de procurar justicia, sobre todo aquellas donde sus entidades lideran en los índices delictivos, se mueven en un rango de impunidad que va entre el 85 y 95 por ciento dependiendo del tipo de delito.

Dijo el presidente que “el ideal de la justicia plena es muy claro: que el delincuente reciba el castigo que merece y que no haya, al mismo tiempo, una persona inocente en la cárcel”.

 Ni una ni otra cosa. Sobre todo en los últimos 15 años, el país ha observado una expansión de sus zonas bajo el yugo de la criminalidad, al grado de que, en muchas de ellas es ya un fenómeno masivo y donde la aplicación de la justicia, “implacable” e impecable”, hasta puede sonar a burla. 

Véase si no, lo que ocurre en los estados de Guerrero y Michoacán, donde comunidades enteras tienen que armarse, con el apoyo del propio Gobierno, para defenderse de las hordas criminales, que lo mismo asaltan que ejecutan, violan mujeres, secuestran, extorsionan, trafican droga, lavan dinero, ponen alcaldes, los quitan, los matan…

¿A qué se refiere el presidente Enrique Peña Nieto cuando hace este llamado? ¿Puede combatirse este tipo de criminalidad bajo este ideal de justicia? Por lo menos debe intentarse, pero no es solo reformando leyes como ha de lograrse, sino combatiendo, al interior de las fiscalías, las estatales y la federal, la gran corrupción que impera en ellas y otro elemento que de pronto se soslaya: el miedo.

Las procuradurías estatales no investigan los delitos del fuero común y que están relacionados con el narcotráfico. Las ejecuciones, por ejemplo. 

Y es muy sencillo demostrarlo. Ninguno de los grandes capos de Sinaloa, ni los medianos, tiene procesos abiertos en la entidad, por ningún delito. 

Manuel Torres hasta presumía que había matado y enterrado con un trascabo a cientos de “enemigos”, entre los que podían encontrase policías y soldados, y no había en los archivos de la Procuraduría de Justicia antecedentes que lo involucraran a un solo homicidio. Y aquí puede acusarse complicidad aunque habría que probarlo. 

Lo que no ocupa demostración es el miedo. Ningún funcionario va a realizar una investigación cuando sabe dónde va a topar. Y las policías, municipales y estatales también conocen sus límites. 

Saben, en el mejor de los casos, que hay líneas que no hay que pasar. Pero, lo peor, es que en estados como Sinaloa unas trabajan para un cártel y otras para el de enfrente, dependiendo de las zonas de control de cada uno. 

Por eso han desmantelado policías en varios municipios de Sinaloa, como una consigna estratégica emanada desde una de las organizaciones criminales para combatir a otras.

Ahora, está tan abrumado el Estado mexicano ante los niveles de violencia, con elementos hasta inauditos, como los grupos de autodefensa surgidos en Guerrero y Michoacán, que en lo que menos piensa ahora, es aplicar de manera impecable el librito de la justicia. Implacables podrán ser, pero no con la ley en la mano.

Por el contrario, desde hace mucho, cuando se llegó a la conclusión de que el crimen había crecido tanto que era ya imposible detenerlo mediante la aplicación de la ley, se optó por la consigna maquiavélica de que el fin justifica los medios y que por lo tanto, en aras de la preservación del Estado, importaban poco los métodos y sus costos. En términos más caseros, “muerto el perro se acabó la rabia”.

Por eso la siembra de cadáveres por todo el estado, uno por uno o por montoncitos, achacando unos a un grupo y otros al de enfrente. 

Muchos de los ejecutados son clásicos “ajustes de cuentas” de la mafia, pero otros tienen que ver con pleitos entre narcojuniors y hasta por celos entre “morras buchonas”, como se dice en esa jerga.

Pero muchas de esas ejecuciones de todos los días hay que achacárselas a las células que desde las diversas policías hacen el trabajo de “limpieza”, bien siguiendo órdenes directas de los cárteles o bien para bajar los índices delictivos cuando un rubro de delitos se dispara. Lo vimos en Culiacán contra los robacarros, se han registrado casos contra violadores de jovencitas y hasta de pobres indigentes, cuyo único delito es vagar por las calles “con las neuronas trituradas bajo el brazo”.

Bola y cadena

Y EN ESTO NO HAY DISTINGO entre lo que hace el Gobierno federal y lo que ocurre en los estados y en los municipios.

Sentido contrario

HAY UN MUNICIPIO EN QUE el gobernador Malova no puede verse como ganador. Salvador Alvarado. Él se juega la suerte ahí. Ya se verá.

Humo negro

AHORA SE SABE QUE Juan Ignacio Velásquez Dimas no fue más que un distractor de Héctor Melesio Cuen para proteger a su verdadero alfil: Juan Eulogio Guerra Liera. Y la apuesta, de nuevo como hace cuatro años, es si el nuevo rector se mantendrá sumiso a los designios de un proyecto absolutista o asomará en él algo de esa casta que enaltece, por lo menos, su nombre.

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